domingo, 14 de marzo de 2021

Misa - Domingo 14 de marzo de 2021, IV de Cuaresma.

Celebrada en la Parroquia San José, Tupambaé, Cerro Largo.

Homilía

Queridas hermanas, queridos hermanos:

Como ya se ha dicho, nos encontramos en la iglesia parroquial San José, en la localidad de Tupambaé. El viernes que viene, 19 de marzo, es la solemnidad de San José, esposo de María y, por lo tanto, fiesta patronal de esta parroquia. Un día siempre muy importante para esta comunidad, pero especialmente en este año dedicado a San José, que se extenderá hasta el 8 de diciembre.

Tupambaé es un hermoso nombre guaraní que significa “cosa de Dios”, “propiedad de Dios”. Muy cerca de aquí se encuentra el campo donde se libró la batalla de Tupambaé, el 22 y 23 de junio de 1904, que dejó el terrible saldo de más de 2.300 muertos y heridos.
Ese recuerdo nos invita a no dejar de rezar por la paz y la fraternidad en nuestro propio pueblo y entre todos los pueblos del mundo.

Y quiero unir este recuerdo de nuestra historia con un hecho cercano en el tiempo, aunque lejano en el espacio: la visita del Papa Francisco a una tierra asolada por la guerra. Hablo de su visita a Irak y, especialmente, de su visita a Qaraqosh, la ciudad que en 2014 fue tomada por la organización terrorista Estado Islámico, motivando la huida de la mayor parte de la población cristiana del lugar. Francisco se encontró con la comunidad cristiana en la Iglesia de la Inmaculada Concepción, un templo que fue reconstruido y que es símbolo de la reconstrucción de una comunidad que fue tan salvajemente agredida. La primera lectura de hoy nos habla de una situación como esa, cuando el Pueblo de Dios regresó de un exilio forzado y reconstruyó el templo de Jerusalén.

A la comunidad de Qaraqosh, a la que la oímos luego cantar con mucha alegría, Francisco les dirigió estas palabras:
“Cuántas cosas han sido destruidas. Y cuánto debe ser reconstruido. Nuestro encuentro demuestra que el terrorismo y la muerte nunca tienen la última palabra. La última palabra pertenece a Dios y a su Hijo, vencedor del pecado y de la muerte. Incluso ante la devastación que causa el terrorismo y la guerra podemos ver, con los ojos de la fe, el triunfo de la vida sobre la muerte.”

Las palabras del Papa Francisco nos ayudan a releer el evangelio que acabamos de escuchar:
“Sí, Dios amó tanto al mundo,
que entregó a su Hijo único
para que todo el que cree en Él no muera,
sino que tenga Vida eterna.”
No podemos olvidar esto: el amor del Padre por nosotros llega hasta el punto de entregar a su Hijo único, para que en Él encontremos la vida, Vida eterna, el triunfo definitivo sobre la muerte.

Decía también Francisco a esa comunidad que pasó por tantos sufrimientos y tribulaciones:
“Seguramente hay momentos en los que la fe puede vacilar, cuando parece que Dios no ve y no actúa. Esto se confirmó para ustedes durante los días más oscuros de la guerra, y también en estos días de crisis sanitaria global y de gran inseguridad. En estos momentos, acuérdense de que Jesús está a su lado. No dejen de soñar. No se rindan, no pierdan la esperanza. Desde el cielo los santos velan sobre nosotros: invoquémoslos y no nos cansemos de pedir su intercesión.”

También para nosotros, en otras situaciones, en otras dificultades. valen esas palabras, esa invitación a renovar nuestra fe y nuestra esperanza. El evangelio nos dice que Jesús fue entregado, fue a la cruz, al sacrificio, “para que todo el que cree en Él no muera…”

“El que cree en Él”. Creer no es lo mismo que saber. No es lo mismo decir “yo sé que Jesucristo existió” que decir “yo creo en Jesucristo”. Creer es entrar en relación con Dios, es recibir, es aceptar el amor con que Él nos amó y devolver amor. Por eso, cuando Jesús dice “el que no cree ya está condenado” eso significa que esa persona que no cree no ha querido recibir el amor de Dios y al rechazarlo ella misma se excluye de ese amor. Creer lleva a vivir en la luz: “el que obra conforme a la verdad se acerca a la luz, para que se ponga de manifiesto que sus obras han sido hechas en Dios”. Vivir en la luz, obrar la verdad es la manera de conducirse en la vida propia de los cristianos, de los discípulos y discípulas de Jesús.

La segunda lectura, de la carta de san Pablo a los efesios, nos invita a descubrir otro aspecto del amor de Dios, un aspecto central:
“Dios, que es rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, precisamente cuando estábamos muertos a causa de nuestros pecados, nos hizo revivir con Cristo”.
Cuando descubrimos la misericordia de Dios con nosotros mismos, en esa situación en la que, como dice Pablo “estábamos muertos a causa de nuestros pecados”; es, experimentando el perdón de Dios, que podemos llegar a perdonar.
Pero más grande es el perdón, cuando se trata de la muerte de un hijo… En Qaraqosh, el Papa Francisco se conmovió con el testimonio de la señora Doha Sabah Abdallah, cuyo hijo, junto con su primo y una joven vecina fueron asesinados por los terroristas. Decía esta madre cristiana:
“No es fácil para mí aceptar esta realidad... Sin embargo, nuestra fuerza viene sin duda de nuestra fe en la Resurrección, fuente de esperanza… queremos perdonar a los agresores, porque nuestro Maestro Jesús perdonó a sus verdugos. Imitándolo en nuestros sufrimientos, testimoniamos que el amor es más fuerte que todo”.
Francisco comentó esas palabras:
“la señora Doha me conmovió (cuando) dijo que el perdón es necesario para aquellos que sobrevivieron a los ataques terroristas. Perdón: esta es una palabra clave. El perdón es necesario para permanecer en el amor, para permanecer cristianos. … Se necesita capacidad de perdonar y, al mismo tiempo, valentía para luchar. Sé que esto es muy difícil. Pero creemos que Dios puede traer la paz a esta tierra. Nosotros confiamos en Él…“

Hermanas y hermanos: en este cuarto domingo de cuaresma, llamado domingo Laetare, domingo de alegría, he querido compartirles este testimonio y las palabras del papa Francisco, porque por encima del recuerdo de tanto dolor, en este tiempo de sufrimiento de toda la humanidad, aparece la alegría de la fe, la alegría del evangelio; no una alegría superficial y pasajera, sino la alegría profunda, la alegría que viene de “haber creído en el nombre del Hijo único de Dios”, alegría que nadie nos puede arrebatar.

Nos ponemos en manos del Señor, de su madre Inmaculada y de san José, a quien invocamos con esta oración del papa Francisco:
“bienaventurado José,
muéstrate padre también a nosotros
y guíanos en el camino de la vida.
Concédenos gracia, misericordia y valentía,
y defiéndenos de todo mal. Amén.”
 

viernes, 12 de marzo de 2021

"Es necesario que el Hijo del hombre sea levantado en alto” (Juan 3,14-21). IV Domingo de Cuaresma (Laetare)

 

La cruz

Muchas personas llevan hoy una cruz al cuello. Pequeñas o grandes, sencillas o decoradas; con distintas proporciones… todas ellas remiten a la cruz de Cristo. Son una expresión de fe, que para algunos puede simbolizar lo que tratan de hacer en la vida, cumpliendo las palabras de Jesús: 

“el que quiera seguirme, niéguese a sí mismo, tome su cruz y me siga” (Mateo 16,24).

La cruz, sin embargo, necesitó su tiempo para entrar en los símbolos cristianos y aún en las representaciones de Cristo. Un primer símbolo cristiano fue el pez, que de por sí evoca muchos pasajes del nuevo testamento: los discípulos llamados a ser pescadores de hombres, la pesca milagrosa, la multiplicación de los panes y peces, etc. Pero la razón por la que el pez fue tomado como símbolo de Cristo es que su nombre en griego, ichthys (ΙΧΘΥΣ) es un acrónimo del nombre y título de Jesús: “Jesucristo, Hijo de Dios, Salvador” (Ἰησοῦς Χριστὸς Θεοῦ Υἱὸς Σωτήρ).

En las catacumbas, la imagen de Jesús que se encuentra con frecuencia es la del Buen Pastor; pero no la de Jesús crucificado. Para eso tendremos que esperar hasta el siglo V, con la cristianización del Imperio Romano.

¿Por qué esto fue así? Después de quince siglos en los que la crucifixión fue representada de mil maneras por centenares de grandes artistas, nos cuesta volver a lo que ocurría en los primeros tiempos del cristianismo.

En el Imperio Romano, en cuyo ámbito nació y murió Jesús, la crucifixión era una forma habitual de aplicar la pena de muerte tanto contra aquellos que habían osado rebelarse contra el poder imperial como contra convictos de graves crímenes. No se aplicaba a los ciudadanos romanos: san Pablo hizo valer ese título para que se le diera muerte por medio de la espada.

Poncio Pilato no decretó únicamente la condena de Jesús y de los dos malhechores que lo acompañaron en el Calvario. Más de dos mil galileos fueron crucificados por orden del prefecto romano a los costados de caminos principales, para que el castigo fuera ejemplarizante.

Por supuesto, la muerte de Jesús en la cruz no era ignorada; pero, como dice san Pablo, era 

“escándalo para los judíos y locura para los gentiles” (1 Corintios 1,23). 

Muchos pasajes de los evangelios y de las epístolas buscan ayudar al creyente a comprender el significado de la cruz y, más aún, a integrar la cruz en su propia vida.

Laetare

¿Por qué traigo aquí todo esto, en este cuarto domingo de cuaresma, llamado “Laetare”, domingo de alegría dentro del camino cuaresmal? Porque el evangelio tiene un pasaje que nos abre esta perspectiva: un símbolo de muerte se transforma en símbolo de vida; más aún, en signo del amor de Dios.

Vayamos al texto. Nos encontramos en el capítulo 3 del evangelio según san Juan, en el cual se relata el encuentro de Jesús con Nicodemo, fariseo, miembro del sanedrín, personaje de cierta importancia social, que va a visitar a Jesús en la noche. Luego de un diálogo, Jesús dice lo siguiente:

De la misma manera que Moisés
levantó en alto la serpiente en el desierto,
también es necesario
que el Hijo del hombre sea levantado en alto,
para que todos los que creen en Él
tengan Vida eterna.

La serpiente

La historia de la serpiente que Jesús menciona es un episodio del libro de los Números (21,4-9) que puede resumirse así:
En su marcha por el desierto hacia la Tierra Prometida, el pueblo murmura contra Dios y contra Moisés.
Dios envía serpientes cuya mordedura provoca muchas muertes.
El pueblo reconoce su pecado y pide a Moisés que ruegue a Dios para que aleje las serpientes.
Sin embargo, la respuesta de Dios es diferente:
Yahveh dijo a Moisés: Hazte una serpiente ardiente, y ponla sobre una asta; cualquiera que fuere mordido y mire hacia ella, vivirá.
Moisés hizo una serpiente de bronce, y la puso sobre una asta; y cuando alguna serpiente mordía a alguno, miraba a la serpiente de bronce, y vivía. (Números 21,8-9)

Levantado

Es a este episodio al que se refiere Jesús. La serpiente de bronce, signo de muerte, se convierte en signo de vida. El Hijo de Dios, levantado en alto, es decir, levantado en la cruz, da la vida eterna a quienes creen en Él. Creer, porque no se trata solo de mirar o ver. En el relato de la Pasión, luego de que el soldado traspasara el costado de Jesús con su lanza (19,34), el evangelista da un testimonio:
El que lo vio lo atestigua y su testimonio es válido, y él sabe que dice la verdad, para que también ustedes crean (Juan 19,35)
“Para que también ustedes crean”. El evangelista ha visto a Jesús levantado en lo alto y ha creído. Será también él quien, al entrar en la tumba vacía “vio y creyó” (Juan 20,8).
Con esto de ver y creer, no nos olvidemos la bienaventuranza que aparece después en este evangelio:
Dichosos los que no han visto y han creído (Juan 20,29)

Otras dos veces Jesús hablará en el evangelio de Juan de “ser levantado”:
“Cuando ustedes hayan levantado al Hijo del hombre, entonces sabrán que Yo Soy, y que no hago nada por mi propia cuenta; sino que, lo que el Padre me ha enseñado, eso es lo que hablo (…)”. Al hablar así, muchos creyeron en él. (Juan 8,28-30)
En la tercera vez que Jesús utiliza esa expresión, el evangelista nos aclara que se refiere a la cruz:
“Y cuando yo sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí”.
Decía esto para significar de qué muerte iba a morir. (Juan 12,32-33)

Resucitado

Con todo, no hay que entender que la expresión “levantado” se refiere solo a la cruz. Para entenderla en todo su sentido, podemos ir al evangelio de Marcos, donde encontramos tres anuncios de la pasión: (Marcos 8,31; 9,31; 10;33) en los que siempre se anuncia la muerte y la resurrección. Comentando la expresión “levantado”, dice el biblista Raymond Brown:
“Jesús será elevado sobre la cruz y será elevado también al cielo. En el retorno de Jesús al Padre, la cruz es el primer peldaño en la escalera de esa subida.”
Por eso la cruz es signo de vida. Es el lugar donde Jesús venció a la muerte… pero ¿cómo podemos decir que allí venció a la muerte, si, efectivamente, allí murió y no fue allí que resucitó? Creo que eso se desprende de lo que dice Jesús a continuación:
Sí, Dios amó tanto al mundo,
que entregó a su Hijo único
para que todo el que cree en Él no muera,
sino que tenga Vida eterna.

Ofrenda de amor

El triunfo de Jesús sobre la muerte comienza en la cruz, haciendo de esa muerte horrible e infamante una entrega de amor. El Padre entrega al Hijo; el Hijo se entrega por nosotros y por nuestra salvación. La entrega comienza con la encarnación, como nos lo recuerda el himno de la carta a los Filipenses:
Cristo “siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios.
Sino que se despojó de sí mismo tomando condición de servidor
haciéndose semejante a los hombres” (Filipenses 2,6-7)
Entrega que culmina en la cruz, como dice a continuación el himno:
y se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz. (Filipenses 2,8)
Para luego ser exaltado o, si queremos, levantado, para usar el mismo lenguaje que Juan:
Por lo cual Dios le exaltó (Filipenses 2,9)

La misericordia y el juicio

Todo eso es siempre expresión del amor de Dios por cada persona humana y por la humanidad entera. También en la segunda lectura de este domingo se pone de manifiesto ese amor:
Dios, que es rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, precisamente cuando estábamos muertos a causa de nuestros pecados, nos hizo revivir con Cristo (Efesios 2,4-10)

Este es el mensaje central de este domingo “Laetare”: movido por su gran amor, el Padre nos da la salvación por medio de su hijo. Ese es el motivo de alegría. Es el anuncio de la Pascua, del triunfo de Cristo.
Sin embargo, queda también planteada la posibilidad de que el amor de Dios sea rechazado:
El que cree en Él, no es condenado;
el que no cree, ya está condenado,
porque no ha creído
en el nombre del Hijo único de Dios.
En esto consiste el juicio:
la luz vino al mundo,
y los hombres prefirieron
las tinieblas a la luz,
porque sus obras eran malas.
Comenta sobre esto Raymond Brown:
La presencia misma de Jesús constituye un juicio. (…)
El mal es tiniebla. Con Jesús, la luz vino a las tinieblas.
Pero la oscuridad no la acogió, y este rechazo constituye un juicio (…)
quien se ha alejado de Dios es abandonado por él a su propio destino.
No es Dios quien rechaza al hombre. Al contrario, está ofreciéndole la salvación por medio de su Hijo. Solo se condena quien prefiere las tinieblas a la luz.

Misericordiosos

En su encíclica sobre La Divina Misericordia, san Juan Pablo II decía que
Cristo, al revelar el amor-misericordia de Dios, exigía al mismo tiempo a los hombres que a su vez se dejasen guiar en su vida por el amor y la misericordia… no se trata sólo de cumplir un mandamiento o una exigencia de naturaleza ética, sino también de satisfacer una condición de capital importancia, a fin de que Dios pueda revelarse en su misericordia hacia el hombre: ...los misericordiosos... alcanzarán misericordia. (Dives in misericordia, 3)
Amigas y amigos:
El evangelio de este domingo nos invita a contemplar a Jesús levantado en lo alto. Clavado en la cruz, transforma ese signo de muerte en signo de misericordia, de amor, vida y salvación para nosotros.
Al contemplar su pasión y su cruz, recordemos que se ha entregado por amor a nosotros.
No rechacemos ese amor. Abrámosle los brazos. Recibámoslo en nuestro corazón y busquemos caminar en la vida por sendas de luz.

¿Vas a vacunarte?

El día once se cumplió un año de la declaración de situación de pandemia por parte de la Organización Mundial de la Salud; dos días después nuestro gobierno decretó el estado de emergencia sanitaria. Sobra decir lo duro que ha sido este tiempo para todos, de distintas maneras, desde las dificultades económicas hasta los problemas de salud física y mental. Desde hace días, Uruguay se encuentra en zona roja. En varios departamentos se han suspendido de nuevo las celebraciones presenciales. Seguimos rezando por el fin de esta pandemia… pero también haciendo uso de los recursos que el hombre, con la inteligencia que Dios le ha dado va encontrando. Hablo de las vacunas.
El Papa Francisco y el Papa emérito Benedicto XVI se han vacunado. Aquí, algunos de los sacerdotes, que están en la franja etaria habilitada también lo han hecho. Yo estoy atento al calendario. Espero que ustedes también. Cuídense mucho. Gracias por su atención. Que el Señor los bendiga y hasta la próxima semana si Dios quiere.

sábado, 6 de marzo de 2021

Misa - III Domingo de Cuaresma.

Homilía


“Aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón” (Mateo 11,29). Todos recordamos esas palabras de Jesús, que suelen leerse en la fiesta del Sagrado Corazón. Es el mismo Jesús que proclama “Bienaventurados los mansos” (Mateo 5,4). Es el mismo Jesús en quien se cumple el anuncio del profeta Isaías: “He aquí mi Servidor, a quien elegí, mi Amado, en quien se complace mi alma... No disputará ni gritará, no levantará su voz en las plazas. No quebrará la caña trizada, ni apagará la mecha que apenas humea” (Mt 12,17-20).

Sin embargo, después de escuchar este pasaje del evangelio de Juan, podemos preguntarnos si es el mismo Jesús… ¿dónde quedó ese Jesús manso, frente a este hombre que se manifiesta con tanto enojo?
Recordemos que hay otros pasajes del evangelio que nos muestran a Jesús enojado, por buenas razones, como, por ejemplo, frente a la dureza de corazón de los hombres; pero ese enojo se manifiesta solamente en palabras. Lo más sorprendente de este episodio es que aquí Jesús no solo habla, sino que actúa y lo hace con cierta violencia.

Los cuatro evangelios narran este episodio.
Si los leemos con atención, veremos que, aunque Juan dice que Jesús hizo “un látigo de cuerdas”,
en ninguno de los relatos se manifiesta que le haya pegado a alguien; pero los cuatro evangelios dicen que Jesús echó a todos los vendedores y Juan, Mateo y Marcos agregan que Jesús volcó las mesas de los cambistas. Hablando en criollo, hizo un tremendo desparramo.

¿Quiénes eran los vendedores y los cambistas? ¿Qué hacían allí?
Aunque lo que pasaba en el templo nos parezca una feria, instalada en un lugar inadecuado, en realidad se trataba, sí, de un comercio, pero totalmente relacionado con el templo.
 
El evangelio dice que se vendían “bueyes, ovejas y palomas”. Esos animales estaban destinados a los sacrificios que se ofrecían en el templo. Hay una recriminación que vale para todos, pero que Jesús dirige especialmente a los vendedores de palomas: “saquen esto de aquí y no hagan de la casa de mi Padre una casa de comercio”. Las palomas eran la ofrenda de los pobres, que no podían pagar el precio de animales más costosos. Quienes se acercaban a ofrecer dos palomas, como hicieron José y María al presentar al niño Jesús, ponían en evidencia su condición de pobres y, además, habían tenido que pagar por ello.

La presencia de los cambistas era necesaria porque muchos peregrinos llegaban de países lejanos y traían moneda pagana, que no era aceptada en el templo. Por eso era necesario cambiar esas piezas por siclos o shequels de plata, que era las únicas monedas válidas para pagar animales destinados al sacrificio.

¿Por qué hace Jesús este gesto tan llamativo? ¿Qué es lo que lo enoja tanto?
Los discípulos recuerdan las palabras de un salmo (69,10): “El celo por tu Casa me consumirá”.
Jesús siente celo, es decir, siente que le concierne, que le toca profundamente lo que sucede en la Casa del Padre. No se trata solo del respeto a la Casa de Dios; se trata también del respeto a las personas que buscan estar en la presencia de Dios. Dios no mira el tamaño de la ofrenda, sino la intención del corazón.

“No hagan de la casa de mi Padre una casa de comercio”, dice Jesús. En los otros evangelios, sus palabras son aún más fuertes:
“Mi casa será llamada casa de oración, pero ustedes la han convertido en una cueva de asaltantes”.
Jesús está profundamente indignado por el comercio que se realiza en el templo.
Pero hay algo todavía más profundo. Todo en el templo giraba alrededor de los sacrificios de animales. El culto a Dios pasaba por esas ofrendas que, mucho tiempo antes de Jesús, los profetas habían señalado como un culto hipócrita. El salmo cincuenta sintetiza muy bien ese pensamiento:
“Los sacrificios no te satisfacen / si te ofreciera un holocausto, no lo querrías / mi sacrificio es un espíritu quebrantado / un corazón quebrantado y humillado Tú no lo desprecias.”

A los dirigentes religiosos les llama la atención que Jesús haya expulsado a los vendedores y cambistas. Jesús ha mostrado tener una gran autoridad. Tiene las simpatías de mucha gente y por eso las autoridades no se atreven a detenerlo.

Pero también notan los dirigentes la manera de hablar de Jesús. Jesús se refiere a Dios llamándolo “Mi Padre”. Esa expresión de Jesús es para ellos escandalosa y es una de las acusaciones contra Jesús cuando lo llevan ante el gobernador romano para pedir que sea condenado a muerte: «Nosotros tenemos una Ley y según esa Ley debe morir, porque se ha hecho a sí mismo Hijo de Dios» (Juan 19,7)
Pero eso sucederá el Viernes Santo.

En este momento, frente a la acción de Jesús, las autoridades religiosas le preguntan: «¿Qué signo nos das para obrar así?»
Jesús responde con palabras que anuncian su muerte y resurrección, pero en forma enigmática:
Dice Jesús: «Destruyan este templo y en tres días lo volveré a levantar.»
Como era de esperar, las autoridades interpretan que Jesús está hablando del Templo de Jerusalén, el lugar que Él ha llamado “la Casa de mi Padre” y también “Casa de oración” (Casa de oración: no de sacrificios).
Es así que le responden: «Han sido necesarios cuarenta y seis años para construir este Templo, ¿y Tú lo vas a levantar en tres días?»
Jesús no contesta a esta objeción. El evangelista es quien nos aclara:
“Pero Él se refería al templo de su cuerpo.”

Aquí tenemos algo muy importante, aunque esté dicho de manera un poco rápida.
Jesús se ha referido a su cuerpo, que pasará por la cruz y la resurrección, como “este templo”. Y por si nos queda alguna duda, el evangelista agrega: “el templo de su cuerpo”.
Si hasta ahora el templo de Jerusalén había sido el signo de la presencia de Dios en medio de su Pueblo, ahora el Cuerpo de Jesús es el templo, el santuario, el lugar de la presencia de Dios.

Mientras Jesús vivió en esta tierra, entre los hombres, allí donde Él estuviera estaba presente Dios. Después de la muerte y resurrección de Jesús, su Cuerpo, el Cuerpo de Cristo, toma otros significados.
 
“El Cuerpo de Cristo” nos dice el ministro que nos presenta la Hostia consagrada cuando vamos a comulgar. Allí, en ese poco de harina y agua que ha sido consagrado -siguiendo las instrucciones que el mismo Jesús dejó en su última cena- allí está realmente presente Jesucristo, muerto y resucitado por nosotros, ofreciéndose como alimento.

“Somos un Cuerpo y Cristo es la Cabeza / Iglesia peregrina de Dios”. Con este canto que tan frecuentemente cantamos en nuestras comunidades recogemos las palabras de san Pablo que nos explica la Iglesia, la comunidad creyente, como Cuerpo de Cristo. La comunidad de los cristianos es presencia del Señor en el mundo. Allí, donde dos o tres se reúnen en su nombre, Él se hace presente, según lo prometió.
Es la presencia de Cristo, Cabeza de la Iglesia, lo que hace que la Iglesia sea Santa; los miembros del cuerpo estamos llamados a caminar hacia la santidad. Así enseña el Concilio Vaticano Segundo:
“la Iglesia reúne en su propio seno a pecadores, y siendo al mismo tiempo santa y necesitada de purificación, avanza continuamente por la senda de la penitencia y de la renovación” (Lumen Gentium, 8).
Y es eso lo que estamos haciendo en esta Cuaresma. Buscando, a través de la oración, la limosna y el ayuno, avanzar en nuestra conversión para unirnos cada vez más a Cristo.
La acción de Jesús, purificando el templo, nos invita a que nosotros busquemos también purificar nuestras actitudes, tanto personal como comunitariamente, para que cada uno de los miembros de la Iglesia y cada comunidad pueda ser lugar de la presencia de Dios, testigos de su amor misericordioso en este mundo. Que así sea.

«Destruyan este templo y en tres días lo volveré a levantar» (Juan 2,13-25). III Domingo de Cuaresma.

El estallido


Hay personas que se enojan fácilmente: popularmente se dicen que son como “leche hervida” o “de mecha corta”, porque no les cuesta “montar en cólera”. Otras, en cambio, parecen ser personas muy calmas, muy aplomadas; pero cuando se enojan, explotan. Eso sucede cuando “la procesión va por dentro”, es decir, cuando se aguanta en silencio muchos motivos de enojo hasta el día en que una gota desborda el vaso y se produce el estallido.

Enojarnos suele dejarnos mal. A veces, aunque nos damos cuenta de que no debíamos habernos dejado llevar por la ira, tratamos de justificar y defender nuestra actitud… hasta que terminamos por reconocer que lo que hicimos sólo empeoró las cosas. Otras veces no damos tantas vueltas… vemos que estuvimos mal y buscamos cómo arreglar las cosas, aunque no siempre sabemos encontrar los caminos de la reconciliación.

Mons. Daniel Gil Zorrilla, que fue Obispo de Tacuarembó y luego de Salto, escribió unos libritos sobre los sentimientos del corazón de Jesús. Uno de ellos se llama “sentimientos de enojo”. Hablando en general sobre esos sentimientos, Mons. Daniel decía:

“Cuando entre nosotros hubo sentimientos de enojo, fácilmente hemos faltado a la caridad, o, al menos, a la buena educación. Porque fácilmente nos desordenamos y nos excedemos cuando el enojo nos domina”.
Hasta ahí describe esa sensación que todos hemos sentido muchas veces por habernos enojado. Sin embargo, después agrega:
“los sentimientos de enojo, de furia, de cólera, etc., no son malos en sí mismos. Al contrario: Dios los puso en el corazón del hombre. Forman parte de la riqueza de nuestra vida. Lo que ocurre es que, si fuéramos como Dios manda, nos enojaríamos solo ante aquello que debe suscitar nuestra cólera y solo en la medida en que deberíamos hacerlo. Pero, como el desorden nos asedia, frecuentemente nos sobrepasamos y el mal espíritu de la violencia se adueña de nuestro corazón”.
Ahora… ¿qué pasa con los enojos de Jesús? Sigue diciendo Mons. Gil:
“En Jesús, los sentimientos de enojo jamás tuvieron nada de desordenado. En Jesús no hubo ni pudo haber nunca jamás ninguna sombra de pecado o de desorden: siendo el Hijo de Dios no cabía en él el pecado. Más aún: sus sentimientos de enojo son una fuerza al servicio de nuestra salvación”.
Este tercer domingo de Cuaresma, el evangelio nos presenta un episodio donde el enojo de Jesús llega a un punto alto: la expulsión de los mercaderes del templo o purificación del templo. Adentrémonos en este misterio de la vida del Señor. Animémonos a ponernos ante su furia que no destruye, sino que salva.

Manso y humilde

“Aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón” (Mateo 11,29), 

dice Jesús y también declara 

“bienaventurados los mansos” (Mateo 5,4).
Sin embargo, la mansedumbre de Jesús no le impide manifestar muchas veces y de diferentes maneras, su enojo.
Ante todo, Jesús no se calla. Frente a actitudes que lo indignan, especialmente la hipocresía y la dureza de corazón, es capaz de increpar ásperamente a quienes las manifiesten.
No necesitamos buscar mucho en los evangelios para encontrar estos pasajes:
-    Reprocha a sus discípulos su cerrazón para creer y abrirse a la novedad del Reino de Dios. Marcos 7,23. Juan 14,10.
-    Encara con severidad a quienes piden signos y señales, pero no quieren ver los que Él ofrece. Marcos 8,12. Mateo 16,23.
-    También recurre a la ironía con aquellos a los que nada les viene bien: el Bautista no, porque ayunaba, Jesús no, porque come y bebe. Mateo 11,16-19.
-    Su mirada se llena de ira ante la dureza de corazón: Marcos 9,14-29.
-    La hipocresía de escribas y fariseos motiva su lista de imprecaciones: Mateo 23,13-36.

Y así llegamos al pasaje de este domingo, donde Jesús va más allá de las palabras, para actuar de una forma que podríamos llamar… violenta, aunque, vamos a aclararlo, ninguno de los relatos dice que Jesús haya llegado a golpear a una persona.

Los vendedores


Entramos ahora al Evangelio de este Domingo: Juan 2,13-25.

Juan comienza diciéndonos: 

Se acercaba la Pascua de los judíos. 

La fiesta de Pascua era y sigue siendo la más importante para el Pueblo de Israel. En tiempos de Jesús, numerosos peregrinos acudían al templo con motivo de la fiesta. También van Jesús y sus discípulos:

Jesús subió a Jerusalén y encontró en el Templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas y a los cambistas sentados delante de sus mesas.
Lo primero que nos hace pensar esto es que hay una especie de feria o mercado instalado dentro del templo, lo cual ya parece una cosa escandalosa. No es que los puestos estuvieran dentro del templo, sino en el atrio, que era ya parte del espacio sagrado.

Tampoco es un mercado cualquiera. Los animales que se vendían estaban destinados a los sacrificios que los sacerdotes realizaban en los altares del templo. El oferente compraba el animal, que debía cumplir algunas condiciones. Al respecto, dice el libro del Levítico:
“… la víctima habrá de ser macho, sin defecto, buey, oveja o cabra. No ofrezcan ustedes nada defectuoso, pues no les sería aceptado. (Levítico 22,19-20)
No cuesta mucho comprender que era más seguro comprar un animal en el templo, que, seguramente, cumplía los requisitos, que arriesgarse a llevar uno propio que podía ser rechazado. Una vez que el fiel compraba la víctima, la presentaba para ser sacrificada.

Los cambistas


Entendemos la presencia de los vendedores; pero están también los cambistas. Podríamos pensar, con mentalidad de hoy, que los peregrinos que llegaban de otras regiones necesitaban hacer cambio de moneda para sus gastos de viaje y su estancia en Jerusalén.
Sin embargo, no se trata de eso.
El producto de la venta de los animales iba al tesoro del templo. Pero allí no podía entrar cualquier moneda. La única moneda válida era el medio siclo o shekel, moneda de plata, que fue acuñada en la ciudad de Tiro entre los años 126 antes de Cristo al 57 después de Cristo. (Agreguemos aquí, como curiosidad, que la actual moneda del Estado de Israel es el Nuevo Shekel).
Es esto, pues, lo que hacía necesaria la presencia de los cambistas: pagar con moneda válida para el templo.


El sistema


Como vemos, todo estaba directamente relacionado con el funcionamiento del templo. En los días de semana oficiaban allí unos 30 sacerdotes. Éstos se encargaban de los distintos sacrificios públicos que se ofrecían diariamente y que eran pagados por el tesoro del templo.

También tenían su parte en los muchos sacrificios privados. Estos podían ser holocaustos, sacrificios de expiación, sacrificios penitenciales y sacrificios de comunión. Los sacrificios privados eran pagados y realizados en su parte manual (degollar la víctima, desollarla, partirla en trozos) por los mismos oferentes (Levítico 1,5). A los sacerdotes correspondía allí hacer la ofrenda de la sangre de la víctima y otros aspectos rituales.
El número de sacerdotes se incrementaba en los sábados y en las grandes fiestas se reunía el mayor número posible de ellos. Se calcula que, en tiempos de Jesús, había unos 7.200 sacerdotes, ayudados por mayor número de levitas, que se repartían en 24 turnos semanales.

Esas cifras nos dan idea del volumen que puede haber alcanzado el comercio relacionado con el templo, con su gran cantidad de sacrificios diarios.

El desparramo


Jesús arremete contra vendedores y cambistas:

Hizo un látigo de cuerdas y los echó a todos del Templo, junto con sus ovejas y sus bueyes; desparramó las monedas de los cambistas, derribó sus mesas y dijo a los vendedores de palomas: «Saquen esto de aquí y no hagan de la casa de mi Padre una casa de comercio.»
La recriminación de Jesús vale para todos, pero aquí la dirige especialmente a los vendedores de palomas.
Las palomas eran la ofrenda de los pobres. Para la purificación de la mujer que ha dado a luz, se debía presentar un cordero y una tórtola.
Mas si a ella no le alcanza para presentar una res menor, tome dos tórtolas o dos pichones… (Levítico 12,8)
Quienes se acercaban a ofrecer dos palomas, como hicieron José y María para el rito de purificación de la madre, además de haber pagado por su ofrenda, ponían en evidencia su condición de pobres…  
En el evangelio de Juan, Jesús dice que han hecho de la Casa de su Padre “casa de comercio”. En los evangelios sinópticos, la expresión es aún más dura:
«¿No está escrito: Mi Casa será llamada Casa de oración para todas las gentes? ¡Pero ustedes la tienen hecha una cueva de bandidos!» (Marcos 11,17 ver también Mateo 21,13 y Lucas 19,46)

Sacrificios verdaderos


Frente al enojo de Jesús, los discípulos recuerdan las palabras del salmo.

“El celo por tu Casa me consumirá”. (Salmo 69,10)
Jesús siente celo, es decir, siente que le concierne, que le toca profundamente lo que sucede en la Casa de su Padre. La furia de Jesús marca un límite. Su furia es el amor que exige respeto allí donde se han cruzado muchas líneas rojas. No se trata solo del respeto a la Casa de Dios; se trata también del respeto a las personas que buscan de corazón a Dios.
Dios no mira la ofrenda, sino la intención del corazón. El culto en el templo pasaba por esos sacrificios que, mucho tiempo antes de Jesús, los profetas habían señalado como actos de hipocresía. El salmo cincuenta sintetiza muy bien ese pensamiento:
“Los sacrificios no te satisfacen / si te ofreciera un holocausto, no lo querrías / mi sacrificio es un espíritu quebrantado / un corazón quebrantado y humillado Tú no lo desprecias.”
Tenemos que entender bien lo que ha hecho Jesús. Podríamos pensar que Jesús está atacando la comercialización con lo sagrado. Si lo entendiéramos así, lo que estaría planteado es la corrección del sistema. Pero atacando la venta de animales para los sacrificios y el servicio subsidiario de los cambistas, Jesús está resquebrajando los cimientos del sistema del templo.

Es que los sacrificios, el centro mismo del culto judío, ya no tienen significado para Jesús.
No obstante, Jesús no ataca al templo. Ese será el lugar donde acudirá diariamente a predicar en sus últimas jornadas. Jesús lo llama “La Casa de mi Padre” y, también, como hemos visto, “Casa de Oración” citando a Isaías (Isaías 56,7).

La autoridad


Frente a la acción de Jesús, las autoridades religiosas (cuando Juan dice “los judíos” se refiere a las autoridades religiosas) le preguntan:

«¿Qué signo nos das para obrar así?»
Jesús responde con palabras que anuncian su muerte y resurrección, pero en forma enigmática:
«Destruyan este templo y en tres días lo volveré a levantar.»

Como era de esperar, las autoridades interpretan que Jesús está hablando del edificio y le responden: 

«Han sido necesarios cuarenta y seis años para construir este Templo, ¿y Tú lo vas a levantar en tres días?»
El templo había sido parte de la importante obra pública iniciada en tiempos del rey Herodes el Grande. Su construcción había comenzado en el año 20 o 19 antes de Cristo y había concluido poco tiempo antes del comienzo del ministerio de Jesús, en el año 28 de nuestra era. Los trabajos de construcción del templo estaban bien frescos en la memoria de todos.

Las autoridades religiosas tenían o debían tener presente dos anuncios proféticos.
En Jeremías, el anuncio de la destrucción del templo, tal como había sido destruido el santuario de Silo, a causa de la impureza:
“¿Acaso este templo, que es llamado por mi nombre, es ante sus ojos una cueva de ladrones?” (Jeremías 7,11-15)
El anuncio del reinado de Dios en Zacarías:
“… en aquel día no habrá más mercaderes en la casa del Señor de los Ejércitos” (Zacarías 14,21)
Son dos fuertes advertencias contra el tráfico comercial de lo sagrado, el peaje lucrativo con la gloria divina.

El templo de su Cuerpo


Más tarde, cuando Jesús sea acusado ante el Sanedrín, habrá testigos que tergiversen sus palabras:

«Este dijo: Yo puedo destruir el Santuario de Dios, y en tres días edificarlo». (Mateo 26,61 y también Marcos 14,58)
En realidad, Jesús había dicho
«Destruyan (ustedes) destruyan este templo y en tres días lo volveré a levantar.»
Y el evangelista nos aclara: 

“Pero él hablaba del templo de su cuerpo”.
Las palabras de Jesús “destruyan este templo”, más que un desafío, son una constatación: ustedes han vaciado de su significado el templo; lo han destruido. Lo han transformado en Casa de Comercio y Cueva de ladrones. Jesús se proclama como el verdadero santuario.
Recordemos el comienzo del evangelio según san Juan:
“El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros” (Juan 1,14)
Por su encarnación, el Hijo de Dios, el Verbo, la Palabra Eterna del Padre, se hizo presente en el mundo, entre los hombres. El Cuerpo de Cristo es el lugar de la presencia de Dios.
Y ese nuevo lugar, “el templo de su cuerpo” será “destruido”, es decir, entregado a la muerte. Pero en tres días volverá a ser edificado por la resurrección y ya no morirá jamás.
En cambio, el crucificado y resucitado será capaz de comunicar a los hombres la vida divina, en el Espíritu Santo:
“… el agua que yo le dé se convertirá en él en fuente de agua que brota para vida eterna” (Juan 4,14)
Amigas y amigos: para concluir vuelvo a las palabras de Mons. Daniel Gil Zorrilla:
El enojo justo señala un límite: “¡hasta aquí llegó!”
El enojo de Jesús nace del amor, y conduce a la reconciliación… sintamos también en nosotros como Jesús se enoja contra nuestras maldades, contra nuestras hipocresías. Ese enojo de Jesús nos salvará como fuego purificador.
¿Seremos capaces de sentir sobre nosotros esa furia de Jesús, que quiere echar fuera de nuestro corazón, templo de Dios, toda la inmundicia que lo ocupa?
¡Enojos del Señor! ¡Fuego abrasador, que purifica y calcina los obstáculos a su amor y Gracia!
Gracias por su atención. Cuídense mucho. Estén atentos a la agenda de vacunación. Buena Cuaresma. Que el Señor los bendiga y hasta la próxima semana si Dios quiere.

lunes, 1 de marzo de 2021

Suspensión de Misas presenciales en Cerro Largo (1-15 marzo 2021). Comunicado de la Diócesis de Melo.

Suspensión de las celebraciones presenciales
del 1 al 15 de marzo de 2021 en Cerro Largo


La entrada de nuestro departamento en “zona roja” en relación con la pandemia de COVID-19 ha llevado al Comité de Emergencia de Cerro Largo a pedir que sean “suspendidas actividades religiosas de cualquier tipo”.

A pesar de que no se han registrado brotes en celebraciones de la Iglesia Católica, después de una reflexión con el Consejo de Presbiterio, hemos decidido suspender las Misas con presencia de fieles en el Departamento de Cerro Largo por el tiempo que se ha indicado. Lo hacemos en congruencia con la actitud que desde las Diócesis de Uruguay en general y en esta Diócesis en particular hemos tenido frente a esta realidad que golpea a todo nuestro pueblo.

No podemos dejar de señalar, sin embargo, que sentimos esta medida como algo extrema hacia nuestros fieles. En efecto, las Misas no producen aglomeraciones. Hay celebraciones suficientes para que la concurrencia se distribuya en ellas. Se toman las medidas indicadas en el protocolo. Vemos, en cambio, que se mantienen, aún con algunas restricciones, actividades en las que no es posible el distanciamiento ni el uso de tapabocas. Las indicaciones del Comité de Emergencia han sido desconcertantes para muchos; no sólo para nosotros.

Entendemos que algunas actividades se mantienen para favorecer la salud física. Pero la salud abarca la integridad de la persona: no sólo su cuerpo, sino también su mente y su espíritu. “No solo de pan vive el hombre, sino de toda Palabra que sale de la boca de Dios” (Mateo 4,4) es una palabra de Jesús que resuena especialmente para nosotros en este tiempo de Cuaresma. Para los creyentes, incluso para quienes están a veces alejados, el templo sigue siendo un lugar donde se fortalece la esperanza, en el encuentro con Dios y con los hermanos.

Los actos de culto no son equiparables a los espectáculos públicos ni a la libertad de reunión. La libertad de culto está amparada por un artículo específico de nuestra Constitución, el número 5, que establece que “Todos los cultos religiosos son libres en el Uruguay”. Haciendo uso de nuestra libertad asentimos a esta suspensión de las celebraciones en nuestra parroquias y capillas. Hasta ahora, la suspensión de actividades religiosas se ha hecho de común acuerdo entre autoridades civiles y religiosas y creemos que así debe seguirse procediendo.

En horarios que estarán indicados en la puerta, los templos se mantendrán abiertos para quienes quieran entrar para un momento de oración. En la medida que sea posible, los sacerdotes, diáconos o religiosas atenderán individualmente a los fieles que lo necesiten, con las debidas precauciones. A través de las redes sociales y de otros medios seguiremos transmitiendo celebraciones para compartir la Palabra de Dios y unirnos en la oración, especialmente por el fin de esta pandemia que a todos nos aflige y afecta.

Esperamos contribuir con nuestra actitud a que todos asumamos la responsabilidad de cuidarnos unos a otros en este difícil tiempo que nos toca transitar. Nos encomendamos a la intercesión de Nuestra Señora del Pilar, que, desde la fundación de Melo, acompaña el caminar del Pueblo de Dios por tierras arachanas y olimareñas.

+ Heriberto A. Bodeant, Obispo de Melo (Cerro Largo y Treinta y Tres)