domingo, 30 de abril de 2017

Un peregrino iba conmigo (Lc 24,13-35). III Domingo de Pascua.




Algunas veces, cuando celebro Misa, me doy cuenta de que hay un grupo de personas que no viene habitualmente. Me doy cuenta porque no cantan, no responden, no saben cuándo sentarse o pararse. En esas ocasiones, o cuando celebro Misas para niños, me pregunto cómo sonarán para ellos las palabras que repetimos ritualmente o las mismas lecturas bíblicas de ese día.

Para mí, sacerdote, y para muchos fieles tiene una gran carga de significado decir, por ejemplo:
“Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del Mundo”…Pero, me pregunto: ¿cómo sonarán estas palabras para los niños… “cordero de Dios”… “pecado del mundo”… o para ese grupo de gente que vino para rezar por una persona querida que ha fallecido? Más todavía, me pregunto: ¿entienden qué es lo que estamos haciendo? ¿Entienden qué es una Misa?

El Evangelio de este III domingo de Pascua, el de “los discípulos de Emaús” nos puede ayudar a entender mejor qué es la Misa; porque aquí Jesús nos lleva a una Misa, aunque no lo parezca. Es una Misa muy especial. Se empieza a preparar en la vida, en el camino, con el mismo Jesús que va guiando… pero vayamos de a poco.

Este pasaje del Evangelio nos ubica en la tarde del día de la resurrección de Jesús. Esa tarde, dos miembros de la comunidad de discípulos, que no han visto a Jesús resucitado, se dicen uno al otro “esto se terminó”.
Jesús había muerto, estaba enterrado. Punto final.
Dejan Jerusalén y empiezan a recorrer los diez kilómetros de camino que llevan hasta el pueblo de Emaús.

Los dos caminantes van concentrados en su conversación, cuando otro peregrino se acerca a ellos. Es Jesús, pero ellos, envueltos en su desilusión, no pueden reconocerlo. Jesús les pregunta de qué venían conversando.
Los dos discípulos se sorprenden por la pregunta y le dicen:
“¿Acaso eres el único peregrino en Jerusalén que no sabe lo que pasó estos días?”.
El desconocido les responde con otra pregunta: “¿Qué pasó?”
“Todo esto de Jesús de Nazaret”, responden ellos; “fue un profeta poderoso en obras y en palabras delante de Dios y de todo el pueblo. Nuestros sumos sacerdotes y nuestros jefes lo entregaron para ser condenado a muerte y lo crucificaron”.

“Nosotros esperábamos que él fuera el liberador de Israel, pero ya van tres días que sucedieron estas cosas. Algunas mujeres que están con nosotros nos han desconcertado: ellas fueron de madrugada al sepulcro y al no hallar el cuerpo de Jesús, volvieron diciendo que se les habían aparecido unos ángeles, asegurándoles que él está vivo. Algunos de los nuestros fueron al sepulcro y encontraron todo como las mujeres habían dicho. Pero a él no lo vieron.”
Hasta aquí, Jesús ha escuchado. Se ha hecho cargo del dolor y de la pena que abruma a sus compañeros de camino.Así estamos llegando a la Misa. Venimos con toda nuestra vida, con nuestras penas y alegrías, nuestras angustias y esperanzas. Y, lo sepamos o no, Jesús ha estado a nuestro lado, acompañándonos en el camino de la vida.

Después de escuchar, el tercer peregrino cambia de actitud. Abandona su aire de despistado y comienza a explicar lo que había sucedido… más aún, a explicar por qué había sucedido. Jesús empieza a hablar:“Oh tardíos corazones… ¡cómo les cuesta creer todo lo que anunciaron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías soportara esos sufrimientos para entrar en su gloria?” Y comenzando por Moisés y continuando con todos los profetas, les interpretó en todas las Escrituras lo que se refería a él.”

Y aquí tenemos la primera parte de la Misa, de la que hablábamos. La Misa tiene muchos pasos y muchos detalles, pero tiene dos grandes partes clarísimas. A la primera la llamamos liturgia de la Palabra. Aquí se trata de escuchar la Palabra de Dios, tomada de los libros de la Biblia, de entender el mensaje de esa Palabra y dejar que esa palabra toque nuestro corazón y transforme nuestra vida. La vida, la pasión, la muerte y la resurrección de Jesucristo son la clave para entender toda la Biblia. Todo en ella tiene como centro ese acontecimiento, porque allí Dios actúa para la salvación de la humanidad.

Escuchando al peregrino que se les ha unido, aquellos dos hombres van sintiendo algo que todavía no pueden expresar, pero que, llegado el momento, encontrarán las palabras para decirlo: “¿no sentíamos arder nuestro corazón cuando nos explicaba las Escrituras…?”

Finalmente llegan al pueblo de Emaús. El todavía desconocido Jesús hace ademán de despedirse para continuar su marcha, pero los otros dos le insisten en que se quede:
«Quédate con nosotros, porque ya es tarde y el día se acaba»
Entonces, se sientan los tres para comer juntos.

Con mucha naturalidad, el desconocido caminante toma el pan, lo bendice, lo parte y lo entrega a los otros dos.
Entonces, dice el Evangelio “se abrieron sus ojos y lo reconocieron al partir el pan”.
Han reconocido a Jesús en la fracción del Pan.

Y aquí tenemos la segunda gran parte de la Misa: la liturgia de la Eucaristía. El momento en que, por la oración del sacerdote y la acción del Espíritu Santo, Jesús se hace presente en el pan y en el vino, con su cuerpo y con su sangre, para alimentar a sus hermanos.
Se puede decir que estas dos partes de la Misa son como dos “mesas”: la mesa de la Palabra y la Mesa del Pan de Vida. De las dos formas Jesús nos alimenta. De las dos formas Él está presente. La palabra es Su Palabra: Palabra del Señor. El pan es Su Cuerpo y el vino es Su Sangre: Cuerpo y Sangre de Cristo.

En este relato vemos como Jesús, el buen pastor, ha ido a buscar a la oveja perdida… bueno, dos ovejas perdidas que se alejaban de la comunidad.
Él desaparece, pero ellos quedan llenos de su presencia y, sin importar la noche ni la distancia, regresan de inmediato a Jerusalén y allí encuentran a los discípulos reunidos que les dicen:
«Es verdad, ¡el Señor ha resucitado y se apareció a Simón!».

Cada domingo, estamos invitados por Jesús a vivir “Nuestra Pascua Dominical”; volviendo a Él para escucharlo, para recibirlo, para encontrarlo junto a nuestros hermanos y hermanas, en comunidad.

Y después de la Misa, viene la Misión. Salir al encuentro de los demás. Compartir lo que hemos vivido.

Cada Misa es la oportunidad de vivir un encuentro con Jesús. Cada vez que hemos vivido un encuentro con Jesús que ha tocado nuestra vida, estamos llamados a compartirlo con los demás, a anunciar a Jesús, a dar testimonio de lo que ha hecho Él por nosotros, a anunciarlo como Vida nueva, Vida plena, para todos.

sábado, 29 de abril de 2017

Corresponsables en la construcción de la nueva humanidad. Saludo de los Obispos uruguayos en el Día de los Trabajadores.




El Consejo Permanente de la Conferencia Episcopal del Uruguay ha entregado este mensaje con motivo del 1° de mayo, Día de los trabajadores y fiesta de San José Obrero.

A los hombres y mujeres del trabajo:

Con motivo de un nuevo 1° de Mayo, reciban nuestros saludos.

Lo hacemos con alegría y esperanza, puesto que con el trabajo contribuimos en la Obra creadora, salvadora y santificadora de Dios: “Mi Padre trabaja siempre, y yo también trabajo”, dice Jesús (Jn. 5, 17).

Es un día especial en todos los países y pueblos, vivido a diferentes niveles de posibilidades y conciencia. Como cristianos lo vivimos como un día de celebración, reflexión, oración confiada invocando la protección de San José, patrono de los Trabajadores; a la vez que en unión solidaria y fraterna con todos los hombres y mujeres de buena voluntad.

Precisamente el trabajo es un medio fundamental para avanzar en el proceso de crecimiento y humanización. Por tal motivo, nos alegramos especialmente con aquellas personas que trabajan en condiciones dignas y dignificantes, y en este día las invitamos a valorar y ofrecer su trabajo a Dios.

A la vez compartimos la angustia y preocupación con la situación que viven tantas mujeres y hombres que no tienen trabajo, o que no pueden acceder a un trabajo digno y/o reconocido con una remuneración necesaria y justa. Esto por diferentes razones, sea la falta de formación, capacidades diferentes o discriminación de cualquier tipo. También expresamos nuestro dolor y denuncia por quienes son víctimas de cualquier forma de esclavitud, explotación o trata de personas; así como por los que ejercen estas prácticas indignas sometiendo a otros que son sus hermanos, imagen y semejanza del Creador.

Invitamos a todos en este 1° de Mayo a realizar el trabajo cotidiano sintiéndonos corresponsables en la construcción de la nueva humanidad más acorde al sueño de Dios, que verá la plenitud en el tiempo futuro, pero que estamos convocados a gestar aquí y ahora (Cf. GS 38-39).

Y a todos los que bregan y sueñan en este hermoso país, los animamos a continuar empeñándose con manos, inteligencia y corazón en la construcción de nuestra sociedad, viviendo su misión específica para el bien de todos (Cf. LG 30-38).

+ Carlos Collazzi sdb, Obispo de Mercedes, presidente de la CEU
+ Arturo Fajardo, Obispo de San José de Mayo, vicepresidente de la CEU
+ Milton Tróccoli, Obispo auxiliar de Montevideo, secretario general de la CEU

jueves, 27 de abril de 2017

Jornada de oración por la Paz en Venezuela



COMUNICADO DEL CONSEJO PERMANENTE
DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL DEL URUGUAY

Ante la penosa situación que vive Venezuela, los Obispos integrantes del Consejo Permanente de la Conferencia Episcopal del Uruguay invitamos a todos a rezar por  la  República hermana.

Nos adherimos a la jornada de oración que se realizará mañana, 27 de abril, para pedir por la paz en ese país.

Al mismo tiempo, expresamos nuestra solidaridad con el pueblo y nuestra estrecha cercanía con la Iglesia venezolana.

+  Carlos Collazzi
Obispo de Mercedes
Presidente de la CEU

+  Arturo Fajardo
Obispo de San José de Mayo
Vicepresidente de la CEU

+  Milton Tróccoli
Obispo Auxiliar de Montevideo
Secretario General de la CEU

viernes, 14 de abril de 2017

Vigilia Pascual y Domingo de Pascua en Melo. Horarios.

La Resurrección de Cristo. Rafael Sanzio.

Sábado. Vigilia Pascual.

18:30 Santo Domingo Savio
19:00 San José Obrero
20:00 Catedral
20:00 Buen Pastor.
21:00 Nuestra Señora del Carmen

Domingo de Pascua. Misas.

08:00 Capilla Sagrada Familia
10:00 Buen Pastor
10:00 Parroquia San José Obrero
10:00 Capilla Santo Antonio
11:00 Catedral
18:00 Parroquia San José Obrero
19:00 Santo Domingo Savio
19:30 Catedral

jueves, 13 de abril de 2017

"¡Resucitó de veras mi amor y mi esperanza!" Domingo de Pascua.




“¡Resucitó de veras mi amor y mi esperanza!”. Este domingo, domingo de Pascua, domingo de resurrección es aquel en el que se celebra el centro de la fe cristiana: ¡Cristo ha resucitado!

El domingo de Pascua comienza en la noche del sábado Santo. En esa noche se celebra la Vigilia Pascual, una extensa Misa con muchas palabras y muchos signos. La Misa más importante de todo el año litúrgico.

Empecé a participar de la Vigilia pascual en mi infancia.
La iglesia de mi pueblo era entonces pequeña, aunque a los niños nos parecía grande. Cuando fui por primera vez a la Vigilia, me asombraron los signos. Fuera del templo (como se sigue haciendo) se hacía una gran fogata. Se bendecía el fuego y de él se encendía una enorme vela: el Cirio Pascual, cuya luz representa la luz de Cristo resucitado. Nos dirigíamos luego al templo y al entrar nos sorprendía la oscuridad. El sacerdote cantaba “Luz de Cristo” y todos comenzábamos a encender nuestras velas a partir del Cirio Pascual, comunicándonos la luz que comenzaba a iluminar tenuemente el templo. Nos ubicábamos, con nuestras velas encendidas y comenzaban las lecturas, recorriendo las etapas fundamentales del Plan de Salvación de Dios. Al terminar las lecturas del Antiguo Testamento, el Gloria, que no se canta durante el tiempo de Cuaresma, inundaba el templo; las luces se encendían y se descubrían las imágenes que habían estado cubiertas con un lienzo morado desde la semana anterior. Luego venía la bendición del agua, la renovación de las promesas bautismales y a veces algunos bautismos.

La liturgia nos hacía sentir el contraste entre muerte y resurrección. Toda la austeridad y penumbra de la Cuaresma desaparecía ante la irrupción de la luz y de la alegría. Desde entonces, traté de estar siempre en la Vigilia Pascual. Me asombra a veces encontrar a personas que van a Misa todos los domingos y que nunca estuvieron en una Vigilia. Como sacerdote y luego Obispo he celebrado muchas, en iglesias grandes, como la catedral de Melo, pero también en una pequeña casa, como lo hice hace años en un lugar llamado Pueblo Celeste, en el departamento de Salto.

Con el fondo de esos recuerdos, quiero mirar ahora a la esperanza que nos abre la resurrección de Jesús.Los deseos más profundos del ser humano…
  • El deseo de un mundo donde ya no exista la tristeza, la depresión, el dolor, el sufrimiento.
  • El deseo de un mundo de justicia, donde ya no exista el hambre, la enfermedad, la violencia, la explotación, la miseria, las dependencias.
  • El deseo ardiente de paz en el mundo, de paz entre los pueblos, de paz en las familias.
  • El deseo de no separarnos jamás de nuestros seres queridos.
  • El anhelo de que los momentos felices no se detengan sino que se prolonguen en el tiempo y no terminen jamás.
  • El anhelo de un amor verdadero en el que permanezcamos unidos para siempre.
  • El deseo de abrazos, de encuentros, de reconciliación verdadera.
En suma, el deseo de una vida y una felicidad que no se escapen de nosotros como arena entre los dedos: una vida plena, colmada, abundante, para todos.

¡Cuántos esfuerzos personales y colectivos en la historia de la humanidad buscando ese mundo y esa vida mejores! ¡Cuántas conquistas en ese esfuerzo humano, muchas veces sostenidas por la fe! Y sin embargo, al final del día, la certeza de que no podemos alcanzar todo eso por nosotros mismos más que de una forma imperfecta.
Por eso necesitamos la esperanza, que los cristianos encontramos en la resurrección de Jesucristo.

La resurrección de Jesús no es un hecho individual, una especie de victoria personal de Jesús, como si dijéramos: “Vino a este mundo, soportó un sufrimiento aterrador, pero salió vencedor. Recibe su corona de gloria y vuelve a Dios, dejando este mundo traicionero y desentendiéndose de él”.Nada de eso. Nada de lo que Jesucristo hace es para Él, sino “por nosotros y por nuestra salvación”. Su victoria es para la humanidad. Su victoria abre a los hombres el camino hacia Dios. Así lo expresa San Pablo:

“La muerte ha sido devorada en la victoria.
¿Dónde está, muerte, tu victoria?
¿Dónde está, muerte, tu aguijón?
El aguijón de la muerte es el pecado; y la fuerza del pecado, la Ley.
Pero ¡gracias sean dadas a Dios,
que nos da la victoria por nuestro Señor Jesucristo!” (1 Co 15,54-57)

Más aún, el día de la Ascensión, cuando recordamos el momento en que Jesús resucitado, después de haberse aparecido a sus discípulos “sube al Cielo”, es decir, regresa a la Casa del Padre Dios, la Iglesia dice de Cristo en su oración:
“el Señor Jesús, Rey de la gloria,
triunfador del pecado y de la muerte (…)
ascendió hoy a lo más alto de los Cielos
como Mediador entre Dios y los hombres,
Juez del mundo (…)
No lo hizo para apartarse
de la pequeñez de nuestra condición humana
sino para que lo sigamos confiadamente como miembros suyos,
al lugar donde nos precedió Él,
cabeza y principio de todos nosotros.”

Caminar en la fe, caminar en la esperanza, es caminar hacia la resurrección y la vida que Jesús nos ha prometido. Hacia una vida eterna, que no es simplemente durar en el tiempo, prolongar esta vida que conocemos, con todos sus momentos: los buenos, que no quisiéramos que se terminaran, pero que pasan; los malos, que no quisiéramos que volvieran, pero vuelven…
Jesús nos promete Vida eterna, pero sobre todo “Vida abundante”, “Vida en plenitud”, Vida con mayúscula.

El Papa Benedicto XVI, en su encíclica sobre la esperanza, nos dice que podemos tratar de salir con nuestro pensamiento del tiempo al que estamos sujetos
“y augurar de algún modo que la eternidad
no sea un continuo sucederse de días del calendario,
sino como el momento pleno de satisfacción,
en el cual la totalidad nos abraza
y nosotros abrazamos la totalidad.”
Sería el momento del sumergirse en el amor infinito,
en el cual el antes y el después ya no existe.
En el Evangelio de Juan, Jesús lo expresa así:
«Volveré a verlos y se alegrará su corazón
y nadie les quitará su alegría» (Juan 16,22). (Cfr. Spe Salvi 12)

¡Muy feliz Pascua de Resurrección!

Viernes Santo diferente en Melo

Cristo crucificado, Velásquez.

En la mañana: las Siete Palabras en Siete Iglesias

Meditación sobre cada una de las Palabras de Jesús en la Cruz, en siete de las iglesias de la ciudad de Melo.

08:30 Capilla San Antonio – P. Samuel
    "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen" (Lucas 23:34)

09:00 Parroquia Ntra. Sra. del Carmen – P. Freddy
    "Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso" (Lucas 23:43)

09:30 San José Obrero – P. Miguel
    "Mujer, ahí tienes a tu hijo [...] Ahí tienes a tu madre" (Juan 19:26-27)

10:00 Parroquia Santo Domingo Savio – P. Santo
    "¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?" (Mt 27:46, Mc 15:34).

10:30 Parroquia Jesús Buen Pastor – P. Nacho / Equipo Liturgia
    "Tengo sed" (Juan 19:28).

11:00 Capilla Santa Teresita –  P. Nacho / Equipo Liturgia
    "Todo está cumplido" (Juan 19:30)

11:30 Catedral – Mons. Heriberto
"Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu" (Lucas 23:46).

En la tarde: celebración de la Pasión del Señor

Lectura de la Pasión, Adoración de la Santa Cruz, Comunión
15:00 Catedral
15:00 Parroquia San José Obrero
15:00 Parroquia Santo Domingo Savio
16:00 Parroquia Ntra. Sra. del Carmen
16:00 Parroquia Jesús Buen Pastor

En la noche: Vía Crucis interparroquial

19:00 salida desde la Parroquia Ntra. Sra. del Carmen hasta la Catedral.
Colecta destinada al sostenimiento de las comunidades cristianas en Tierra Santa.

Jueves Santo en Melo. Horarios

Jesús lavando los pies de sus discípulos. Rembrandt.

Misa Vespertina de la Cena del Señor. Horarios

19:00 Sto. Domingo Savio 
19:00 Buen Pastor 
19:30 Catedral 
19:30 Ntra. Sra. del Carmen 
20:00 San José Obrero

Con la Misa que tiene lugar en las horas vespertinas del jueves de la Semana Santa, la Iglesia comienza el Triduo pascual y evoca aquella última cena, en la cual el Señor Jesús en la noche en que iba a ser entregado, habiendo amado hasta el extremo a los suyos que estaban en el mundo, ofreció a Dios Padre su Cuerpo y su Sangre bajo las especies del pan y del vino y los entregó a los Apóstoles para que los consumiesen, mandándoles que ellos y sus sucesores en el sacerdocio también lo ofreciesen.

Durante esta Misa, el celebrante realiza el gesto que tuvo Jesús con sus discípulos, lavándoles los pies. Tradicionalmente esto se hacía a un grupo de doce hombres. En enero del año pasado, el Papa Francisco estableció que el grupo de participantes en el rito del lavatorio de pies podrá estar integrado por “hombres y mujeres y, convenientemente, por jóvenes y ancianos, sanos y enfermos, clérigos, consagrados, laicos”. 

Al finalizar la Misa, el Santísimo Sacramento es trasladado solemnemente a un lugar diferente del Sagrario donde habitualmente se le guarda. Luego, se invita a los fieles a que permanezcan un tiempo en adoración ante el Santísimo. Ese tiempo de oración recuerda la oración de Jesús en el Huerto de Getsemaní, en la que pidió a sus discípulos que lo acompañaran, velando mientras el oraba.

miércoles, 12 de abril de 2017

Misa Crismal en la Catedral de Melo. Homilía de Mons. Heriberto.



Queridas hermanas, queridos hermanos:

El lunes 27 de marzo nuestra Catedral recibió la visita de la reliquia de San Juan Pablo II que nos llegó gracias a las Hermanas Siervas de los Corazones Traspasados de Jesús y María. Vivimos una intensa jornada, que culminó con una Misa con el templo colmado. Esta visita nos llegó a 30 años de la primera visita del Papa Juan Pablo al Uruguay, y a 29 años de su visita a Melo, que se cumplirán el próximo 8 de mayo.

Ha sido el reencuentro con un amigo, que vino a traernos con su intercesión consuelo y fortaleza. Ante esta reliquia, como muchos de ustedes, presenté mis peticiones. Pedí la intercesión de San Juan Pablo II por esta Diócesis de Melo, porción del Pueblo de Dios que peregrina en Cerro Largo y Treinta y Tres. He rezado por todos los habitantes de la Diócesis; por los jóvenes, especialmente por aquellos que buscan su camino en la vida, a veces de forma tan confusa, pero también por aquellos que se animan a preguntarse por una posible vocación sacerdotal; he rezado por todos los miembros de nuestras comunidades, por todas las religiosas y por todos los diáconos y sacerdotes. He rezado también por quienes, siendo ministros de la Iglesia, tuvieron una conducta deplorable que provocó muchas heridas y he rezado por todos los que han sufrido y siguen sufriendo las consecuencias directas e indirectas de esas acciones desgraciadas.

En este día los diáconos y sacerdotes vamos a renovar las promesas que hicimos al recibir el Orden Sagrado.

La más importante de esas promesas, que hace posible y da sentido a las otras está expresada en esta pregunta: “¿Quieren unirse más fuertemente a Cristo y configurarse con él?”
En su carta “La alegría del Evangelio”, el Papa Francisco llama a cada cristiano “a renovar ahora mismo su encuentro personal con Jesucristo” e insiste de muchas maneras… “¡Nos hace tanto bien volver a Él cuando nos hemos perdido! Insisto una vez más: Dios no se cansa nunca de perdonar, somos nosotros los que nos cansamos de acudir a su misericordia” (1).

Ese llamado a la renovación de nuestro encuentro con Cristo no es sólo para los sacerdotes; es para cada cristiano. Pero los sacerdotes tenemos como misión ayudar a nuestros hermanos a vivir su encuentro con el Señor. ¿Cómo podríamos hacerlo si nosotros mismos no lo buscamos? ¿Más aún, si no nos unimos “más fuertemente” a Él, si no nos “configuramos” con Él?

Hoy serán bendecidos los aceites que se utilizan en la unción de los catecúmenos y en el sacramento de la Unción de los Enfermos y será consagrado el Santo Crisma.

Con ese Santo Crisma serán ungidos todos los bautizados desde ahora hasta la próxima Semana Santa; serán ungidos todos los confirmados y… si Dios quiere sorprendernos, ya que no está previsto, tal vez sean ungidas las manos de un sacerdote, como lo fueron las de Fray Adeíldo el pasado 25 de marzo. Una ordenación que nuestra Diócesis recibió como un regalo y una gracia.

Ungir a una persona es aplicarle aceite sobre el cuerpo. Cuando esto se hace por voluntad de Dios, como vemos tantas veces en la Biblia, esa persona pasa a ser “el Ungido de Yahveh”, el Ungido de Dios.

En la lengua hebrea, en la que se escribe el Antiguo Testamento, la palabra “ungido” se dice “mesías”; en la lengua griega, en la que se escribe el Nuevo Testamento, esa palabra es “Cristo”. Jesús es el “Ungido”, es decir, “el Mesías”, “el Cristo”. Cada cristiano, ya en el bautismo pero especialmente en la confirmación es ungido, uniéndose de esa forma al Mesías, al Cristo, al Hijo de Dios.

El gesto de la Unción tiene un profundo significado; expresa que el Espíritu Santo pasa a habitar en la persona que ha sido ungida. Es lo que dice el Evangelio que hemos escuchado. Jesús lee las palabras del profeta Isaías: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido”.

Lleno del Espíritu Santo, Jesús “se presenta abiertamente como Aquél a quien el Padre “ha ungido” (Is 61, 1) y “ha enviado” (Ibíd.) al mundo; el que viene con la potencia del Espíritu de Dios para anunciar la Buena Nueva: la Buena Nueva del Evangelio” (2).
Todos los cristianos recibimos el Espíritu Santo para participar en la misión de Cristo de proclamar el Evangelio a todas las naciones. Todos somos discípulos misioneros del Resucitado. Como lo enseña el Concilio Vaticano II:
“Los bautizados… son consagrados por la regeneración y la unción del Espíritu Santo como casa espiritual y sacerdocio santo... Por ello todos los discípulos de Cristo, perseverando en la oración y alabando juntos a Dios (cf. Hch 2,42-47), ofrézcanse a sí mismos como hostia viva, santa y grata a Dios (cf. Rm 12,1) y den testimonio por doquiera de Cristo, y a quienes lo pidan, den también razón de la esperanza de la vida eterna que hay en ellos (cf. 1 P 3,15)”. (3)
Los sacerdotes, enseña el mismo Concilio, estamos “llamados para servir al Pueblo de Dios” (4). Para eso necesitamos vivir y renovar diariamente una profunda unión con Cristo. Más aún, se nos pide que prometamos configurarnos cada día más a Cristo. En esa configuración, nos ayuda recordar las palabras de San Juan Pablo II a los sacerdotes y personas consagradas en su primera visita al Uruguay:
“Queridos hijos todos: Frecuenten el trato con el divino Maestro realmente presente en la Eucaristía. Sólo así podrán ustedes descubrir a los fieles el secreto de la vida cristiana. Son palabras del mismo Jesús: “El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto, porque sin mí nada pueden hacer” (Jn 15, 5). Sean testigos del amor de Cristo Eucaristía: un amor que espolea a una generosidad sin límites y a una entrega sin reservas a Él, y a través de Él, a todo el que lo busca con sincero corazón.” (5).
En ese mismo mensaje, el Papa Juan Pablo, pensaba también en las dificultades que los sacerdotes encontramos en nuestra misión, y nos decía: 
“No se dejen llevar por el desánimo ante un aparente fracaso en su apostolado. Escuchemos, en cambio, la voz de Cristo que continúa diciéndonos, como a sus Apóstoles: “Remen mar adentro y echen sus redes para pescar” (Lc 5, 4). Sí, como verdaderos Apóstoles, en momentos de zozobra levantamos nuestra mirada hacia el Señor para decirle: Confiamos en Ti, y en tu nombre seguiremos echando las redes; aun a costa de sacrificios e incomprensiones, hemos de proclamar sin temor alguno la verdad completa y auténtica sobre tu persona, sobre la Iglesia que Tú fundaste, sobre el hombre y sobre el mundo que Tú has redimido con tu sangre, sin reduccionismos ni ambigüedades”. (6)
Queridos hermanos presbíteros y diáconos: dejémonos animar por las palabras de este santo al que recibimos como amigo y, al renovar las promesas de nuestra ordenación, comprometámonos a vivirlas auténticamente. Que las dificultades que tengamos que enfrentar vengan de nuestra fidelidad a Cristo y de nuestra entrega total a Él y a los hermanos, y no como consecuencias de caminos y conductas que nos alejan de Él.

Queridas hermanas, queridos hermanos, fieles de la Diócesis de Melo, en esta Misa y en esta renovación de nuestras promesas, la liturgia invita a los fieles a rezar por sus ministros. Les pido encarecidamente su oración por todos nosotros:
  • Por los diáconos permanentes y por sus familias
  • Por todos los sacerdotes que están o han estado en nuestra Diócesis; por quienes siguen en el ministerio para que lo vivan fielmente aquí o donde continúe su misión; por quienes lo han abandonado, para que no abandonen la fe y continúen su vida cristiana en paz.
  • Por nuestro obispo emérito Mons. Roberto Cáceres, que el domingo de Pascua, Dios mediante, cumplirá sus 96 años. El lunes 17 si Dios quiere estaré celebrando con él y llevándole el saludo de todos ustedes.
  • Por nuestro otro obispo emérito Mons. Luis del Castillo para que el Señor le conserve la salud y continúe con bien su misión en Cuba.
  • Finalmente, les pido también que recen por mí, para que yo también pueda unirme cada día más a Cristo y configurarme a Él como Buen Pastor, para servir a toda nuestra comunidad diocesana.

Notas:
(1) Papa Francisco, Evangelii Gaudium, 1.
(2) S. Juan Pablo II, homilía, 9 de mayo de 1988, Salto, Uruguay.
(3) Lumen Gentium, 10.
(4) Lumen Gentium, 28. 
(5) S. Juan Pablo II, alocución, 31 de marzo de 1987, a los sacerdotes y personas consagradas, en la Catedral de Montevideo. 
(6) Íbidem. 

Miércoles Santo. Misa Crismal en la Catedral de Melo

Entrega de los óleos a los delegados de una de las Parroquias de la Diócesis.


Hoy, a las 18 horas, Mons. Bodeant presidirá la Misa Crismal en la Catedral de Melo, acompañado por los sacerdotes, los diáconos permanentes y fieles de las diferentes parroquias de la Diócesis de Melo (Cerro Largo y Treinta y Tres). Por sus especiales características, esta Misa es la única que se celebra en este día en toda la Diócesis. Algo similar sucede en las demás Diócesis del Uruguay, aunque no necesariamente en este día. Es una Misa que expresa de un modo particular la unidad de la Iglesia diocesana en torno a su Obispo.

Esta Misa toma su nombre del Santo Crisma, elaborado con aceite de oliva y perfumes, que es consagrado por el Obispo durante esta Misa. Con ese aceite se unge a los bautizados, se administra el Sacramento de la Confirmación y se ungen las manos del sacerdote en su ordenación. En esta Misa se bendicen también otros dos aceites: el destinado al Sacramento de la Unción de los Enfermos y el aceite de los Catecúmenos, con él que se unge a quienes van a recibir el Bautismo para fortalecerlos en ese camino de preparación.

Al final de la celebración los tres aceites son entregados a delegados de las dieciséis parroquias de la Diócesis de Melo  para ser empleados a lo largo del año, hasta la próxima Misa Crismal.

En esta celebración, los sacerdotes y los diáconos permanentes renuevan las promesas que hicieron en el momento de su ordenación. Es un momento particularmente emotivo, en que el Obispo pregunta a los presbíteros: “¿Quieren unirse más fuertemente a Cristo y configurarse con él, renunciando a ustedes mismos y reafirmando la promesa de cumplir los sagrados deberes que, por amor a Cristo, aceptaron gozosos el día de su ordenación para el servicio de la Iglesia? ¿Desean permanecer como fieles dispensadores de los misterios de Dios en la celebración eucarística y en las demás acciones litúrgicas, y desempeñar fielmente el ministerio de la predicación como seguidores de Cristo, cabeza y pastor, sin pretender los bienes temporales, sino movidos únicamente por el celo de las almas?”.

Luego de hacer preguntas similares a los Diáconos, y de escuchar las respuestas de todos, el Obispo invita a los fieles a rezar por los sacerdotes, los diáconos y por él mismo para que sean “ministros fieles de Cristo”.

Actualmente hay 14 sacerdotes en servicio en la Diócesis de Melo y 3 diáconos permanentes. Mons. Cáceres, primer Obispo emérito reside, en Montevideo, en el Hogar Sacerdotal y Mons. del Castillo, segundo Obispo emérito, continúa en misión en Cuba, en una comunidad jesuita. Hay también un sacerdote misionero en la Amazonia brasileña. Algunos hombres casados se preparan para el diaconado permanente y hay dos jóvenes que han presentado sus inquietudes de una posible vocación sacerdotal.