jueves, 27 de junio de 2019

En camino con Jesús (Lucas 9, 51-62). Domingo XIII del Tiempo Ordinario.







"Delante hay un camino, por él me voy…"
(Hombre en el tiempo. Armando Tejada Gómez - César Isella)
Muchas canciones hablan de caminos y caminantes. El camino es una recurrente imagen de la vida misma.
A veces, nos va la vida en el caminar. Así lo cuenta el aviador Antoine de Saint-Exupery, el autor de El Principito.
«En la nieve se pierde todo instinto de conservación. Después de dos, tres, cuatro días de marcha, lo único que se desea es dormir. Eso deseaba yo. Pero me decía a mí mismo: Si mi mujer cree que estoy vivo, cree que camino. Mis compañeros creen que camino. Ellos confían en mí. Yo sería un canalla si no camino». (Tierra de hombres).
Recordemos una de las formas en que Jesús se presenta a sí mismo:
“Yo soy el camino, la verdad y la vida” (Juan 14,6)
“Los del Camino”: así fueron llamados los primeros cristianos, como cuenta el libro de los Hechos de los Apóstoles. En tiempos de Jesús, la gente caminaba. La peregrinación de Nazaret a Jerusalén, cuando Jesús se quedó en el templo, era un viaje a pie, de al menos seis días.
"Nadie camina mejor, te juro,
que aquel que aprende sobre su andar"
(Adiós mi Salto. Víctor Lima.)
La gran escuela que tuvieron los Doce junto a Jesús, fue el camino. Caminando con el maestro fueron viendo su manera de actuar y escuchando su enseñanza. Todo eso se grabó en su corazón… el Espíritu Santo les ayudó después a reconocer lo que habían vivido junto a Jesús, a interpretarlo desde la fe y a elegir de nuevo seguir al Señor en el camino, aunque ya no estuviera él en la misma forma, caminando delante de ellos.

Este domingo el evangelio nos presenta cuatro sucesos de camino. Los introduce diciéndonos que Jesús ha emprendido el viaje hacia su pasión y su cruz. No olvidemos ese telón de fondo sobre el que se recortan los cuatro episodios:
Cuando estaba por cumplirse el tiempo de su elevación al cielo, Jesús se encaminó decididamente hacia Jerusalén.

El primer suceso es un rechazo:
Entraron en un pueblo de Samaría ... Pero no lo recibieron porque se dirigía a Jerusalén.
Los discípulos reaccionan de manera terrible:
¿quieres que mandemos caer fuego del cielo para consumirlos?
Proponen un castigo de extrema y desproporcionada violencia… piden que esa aldea sea tratada como Sodoma y Gomorra, donde se había violado la muy sagrada ley la de la hospitalidad; pero aquellas ciudades no fueron castigadas por negarse a recibir a los viajeros, sino por pretender abusar de ellos.
Los samaritanos no quieren recibir a Jesús porque Él se dirige a Jerusalén… Parafraseando a la mujer samaritana que, ella sí, terminó escuchando a Jesús, podríamos pensar que ellos le dicen: “¿Cómo tú, que eres judío, que vas a Jerusalén al templo y no adoras a Dios en nuestro monte, nos pides a nosotros, los samaritanos, que te recibamos?”
Jesús no entra aquí en diálogo porque hay que seguir el camino; pero no sigue el impulso violento de sus discípulos y los reprende.

Los otros tres episodios se relacionan con ir o no ir con Jesús por el camino.
"Porque el camino es árido y desalienta..."
(Canción de caminantes. María Elena Walsh)

- Uno quiere seguirlo sin medir lo que significa
¡Te seguiré adonde vayas!
Jesús enfría ese entusiasmo, haciendo ver las exigencias de ir con él:
«el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza»
La iniciativa del llamado la tiene Jesús. Aquí hay algo que a veces nos cuesta entender… la vocación es iniciativa de Dios. Él llama: yo respondo sí o no, ejerciendo mi libertad; pero la “auto vocación” es un autoengaño.

Camino que atrás dejamos nos va siguiendo, siguiendo
Los otros dos, sí, son llamados por Jesús, pero quieren que sea “para después”:
«Permíteme que vaya primero a enterrar a mi padre»
«Permíteme antes despedirme de los míos»
Jesús pide una respuesta inmediata, como la de los primeros discípulos. El les dijo “síganme”
Y ellos, dejado sus redes, lo siguieron. (Marcos 1,18)
Por eso amonesta a los renuentes:
«Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú ve a anunciar el Reino de Dios».
«El que ha puesto la mano en el arado y mira hacia atrás, no sirve para el Reino de Dios».
Voy, voy, por algo soy caminante.
Guitarra de medianoche. Horacio Guarany
Jesús vivió su misión en la tierra con un sentido de urgencia. Por un lado, porque él mismo sentía que tenía poco tiempo; por otro, pensando en quienes se iban a perder si no recibían el anuncio a tiempo.
La imagen de la cosecha que está ya pronta para ser levantada, evangelio del domingo siguiente, es muy clara:
“La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos. Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para la cosecha” (Lucas 10,2).
Hace años, leyendo ese pasaje del evangelio con un grupo de agricultores, uno me explicó muy claramente de qué se trataba: “Si Ud. tiene una cosecha para levantar, lo tiene que hacer lo más pronto posible; si se pasa, puede llegar a perder todo, porque de repente llueve y ya no puede entrar, o el cultivo se apesta…”

El tiempo de Jesús se acorta; la pasión está cercana; por eso, la urgencia se hace más grande.

A veces nosotros necesitamos ser invadidos por la urgencia de Jesús, para que nuestra vida no se pierda… hay cosas verdaderamente importantes que, sin embargo, postergamos… “todavía no, todavía no…” No podemos jugar con eso: puede que un día nos demos cuenta de que ha llegado el “ya no”: ya no es posible.
Hagamos nuestro “ahora sí”. Respondamos al llamado de Jesús al encuentro con Él, al reencuentro con los hermanos, a la reconciliación con la persona de la que me he alejado; al paso de conversión que vengo postergando, a aquello importante que dejo sepultar por lo aparentemente urgente. “Ahora sí”. Una y otra vez: “un paso… y otro paso… caminar y caminar”.

Gracias, amigas y amigos, por su atención. Bendiciones para el camino a lo largo de esta semana, y hasta la próxima si Dios quiere.


lunes, 24 de junio de 2019

Esas "Diosidencias"... la bandera uruguaya y los japoneses


"¡Qué coincidencia!" decimos tantas veces... pero hay algunas cosas que nos pasan que no caben dentro de la casualidad. Ayer, fiesta de Corpus Christi, en la que con fe y con sentimiento decimos "Dios está aquí", en la Eucaristía, yo recordaba cuántas veces, de tantas formas diferentes, Dios nos muestra que está en nuestros caminos y entonces ya no se trata de "coincidencias" sino de "Diosidencias", cosas de Dios. Esto es lo que me compartió un amigo esta mañana.


El jueves pasado, junto con miles de uruguayos, un amigo y yo llegamos en moto a Porto Alegre, para alentar a la celeste.
Ya ubicados en las tribunas del Arena de Gremio, coloqué delante de mí, en una baranda, una bandera uruguaya que había guardado para estrenar en una ocasión como ésta.
Mirando alrededor, entre los muchísimos compatriotas, noté que cerca de nosotros había una familia japonesa: un matrimonio y dos niños. Primero pensé que podía ser alguna familia brasileña de ese origen, pero enseguida me di cuenta de que estaban allí igual que nosotros: me imaginé que habían venido desde su país, para seguir los juegos de su selección nacional; eso sí, con un viaje un poquito más largo que el nuestro…
En un momento, el hombre se paró para ir a buscar algo para comer. Al pasar frente a nosotros, se apoyó sin querer en la bandera… al notarlo, con mucha delicadeza, se disculpó.
Me impresionó mucho ese gesto: ese respeto, esa educación… honrar los símbolos patrios (en este caso, ajeno a su país).
A medida que fue transcurriendo el partido, pensé: “le voy a pedir permiso a los padres y les voy a regalar a sus hijos esta bandera”.
Al escuchar el pitazo final, me levanté y doblé cuidadosamente nuestra enseña patria… pero cuando miré hacia donde estaban los japoneses… habían desaparecido.
Me quedé con una gran desazón, pensando si tendría que haberme adelantado… pero ya estaba. Con mi amigo organizamos para seguir nuestro viaje hacia la Serra Gaúcha, en este caso a Nova Petrópolis.
Ya en la ruta, y rumbo a la sierra, teníamos pensado parar a comer en Loma Verde, un restaurant de origen alemán, lugar que yo conocía y quería mostrarle a mi amigo. Al parar en un semáforo, ya a 100 km. de Porto Alegre, al lado de una estación de servicio, nos llegó el olorcito a asado de una churrascaria… y no nos pudimos resistir. El restaurant alemán quedaría para otra ocasión.
He aquí que, cuando entramos, y nos acomodamos en una mesa, nos encontramos con la familia japonesa… ¡sentada a nuestro lado! Me acerqué a ellos. El hombre entendía portugués. Los demás, nada. Le expliqué lo que quería hacer. Los niños aceptaron encantados… nos sacamos las fotos y nos fuimos todos con esa alegría que da el encuentro humano, el encuentro que nos hace sentir hermanos más allá de razas, lenguas y fronteras. Alegría de ambos lados, respeto por nuestros símbolos (en este caso, la bandera nacional). El mundo cada día nos demuestra que todo es, al mismo tiempo, ¡tan grande y tan pequeño! y que las buenas intenciones se cruzan en los caminos de la vida.
Álvaro Márquez

jueves, 20 de junio de 2019

“Hagan esto en memoria mía” (1 Corintios 11,23-26). Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo.






En enero de 1680 el portugués Manuel Lobo, gobernador de Río de Janeiro, llegó hasta la costa del Río de la Plata, frente mismo a Buenos Aires y fundó allí una población con el nombre de Colônia do Santíssimo Sacramento.

Esa fundación portuguesa en territorios coloniales de España se inscribía en una larga pulseada de lusitanos y españoles por el dominio de América.

Tras muchos avatares, aquel poblado siguió existiendo. Hoy es la ciudad de Colonia del Sacramento o simplemente “Colonia”, capital del departamento de ese nombre. Su casco histórico, orgullo de los uruguayos, en 1995 fue declarado por la UNESCO Patrimonio de la humanidad.

“Colonia del Sacramento”… ¿Por qué ese nombre? ¿De qué sacramento se trata? En la Iglesia Católica se celebran siete sacramentos, desde el bautismo hasta la unción de los enfermos… pero aquí se trata del “Santísimo” Sacramento: aquel en el que quien lo recibe o lo adora, está recibiendo o adorando al mismo Jesús, realmente presente.

Es el sacramento que Jesús instituyó en la última cena, tal como recuerda san Pablo en la segunda lectura de esta fiesta. Ese pasaje de la primera carta a los Corintios es el escrito más antiguo que se conserva respecto a la Eucaristía:
Lo que yo recibí del Señor, y a mi vez les he transmitido, es lo siguiente: El Señor Jesús, la noche en que fue entregado, tomó el pan, dio gracias, lo partió y dijo: «Esto es mi Cuerpo, que se entrega por ustedes. Hagan esto en memoria mía.»
De la misma manera, después de cenar, tomó la copa, diciendo: «Esta copa es la Nueva Alianza que se sella con mi Sangre. Siempre que la beban, háganlo en memoria mía.»
Y así, siempre que coman este pan y beban esta copa, proclamarán la muerte del Señor hasta que él vuelva.
La comunidad de los discípulos de Jesús, la Iglesia, siguió celebrando la Cena del Señor. Al gesto central indicado por Jesús, en relación con su cuerpo y su sangre, se juntó el Pan de la Palabra, es decir, las lecturas bíblicas y otros ritos. La primitiva comunidad cristiana llamaba a esta celebración “la fracción del pan” y también “la liturgia”. Otros nombres se fueron agregando: el “sacrificio eucarístico”, es decir, de acción de gracias y la palabra Misa, que nos viene del latín y se utilizaba ya en época del Papa San Gregorio Magno, fallecido en el año 604.

En cada Misa, el sacerdote invoca al Espíritu Santo sobre el pan y el vino que han sido presentados y repite las palabras de Jesús en la última cena, pidiendo que ese pan y ese vino sean cuerpo y sangre de Cristo. En la Iglesia Católica creemos que esa presencia permanece más allá de la celebración, siempre que el pan y el vino consagrados mantengan sus propiedades, es decir que no se alteren. Por eso, las hostias consagradas que son el cuerpo de Cristo son guardadas en el sagrario, quedando disponibles para la comunión de los enfermos. Cuando entramos a una Iglesia fuera del horario de Misa, lo primero que deberíamos buscar es dónde está el sagrario. Si hay al lado de éste una luz encendida, eso nos indica que allí está la presencia de Jesús.

Esa presencia de Jesús fue despertando una gran devoción. En el siglo XIII, una mujer belga, Santa Juliana de Monte Cornillon promovió que se celebrara una fiesta especial en honor del Santísimo Sacramento. Así nació la celebración del Corpus Christi, que hoy llamamos “Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo”. Al principio se celebraba solo en algunas diócesis. En el año 1264 el Papa Urbano IV la extendió a toda la Iglesia.

Este domingo, precisamente, se celebra en Uruguay la solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo. En otros países se celebra el jueves, no el domingo. La celebración consiste básicamente en la Misa, seguida de una procesión en la que se lleva el Santísimo en un aparato que se llama “ostensorio”, porque ostenta, es decir, muestra la Hostia consagrada. La procesión termina en una Iglesia, donde el sacerdote o el obispo que preside imparte la bendición con el Santísimo Sacramento.

En el siglo XIX comenzaron a celebrarse Congresos Eucarísticos, tanto nacionales y como internacionales. Desde entonces son un momento de encuentro de la comunidad creyente en torno a la presencia de Jesús en la Eucaristía, para profundizar en ese misterio, presentarlo al mundo, adorarlo y alabarlo.

Los congresos eucarísticos internacionales fueron tomando diferentes temas y procurando despertar o fortalecer aspectos de la fe: la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía, la importancia de la comunión frecuente, la dimensión misionera, la comunión de toda la Iglesia, la relación entre María y la Eucaristía, la apertura a los problemas del mundo contemporáneo, la dimensión ecuménica y el diálogo interreligioso. El primer congreso internacional se celebró en 1881 en Francia y el más reciente, quincuagésimo primero, en 2016, en Las Filipinas.

En Uruguay se han celebrado algunos congresos diocesanos y cuatro nacionales. Vamos en camino al quinto. Mons. Mariano Soler convocó en Montevideo, en 1894 y 1900, los dos primeros congresos nacionales. Después de algunos intentos que no cuajaron, el tercer congreso se realizó también en la capital, convocado por una carta pastoral que firmaron los cinco obispos de aquel tiempo: Francisco Aragone, arzobispo de Montevideo; Tomás Camacho, obispo de Salto; Miguel Paternain, obispo de Florida-Melo y los coadjutores de Montevideo y Salto, Antonio Barbieri y Alfredo Viola.

Para recuerdo del congreso de 1938, Mons. Paternain creó una nueva parroquia en la Diócesis de Florida-Melo, a la que llamó Santísimo Sacramento, en la ciudad de Vergara, que celebra su fiesta patronal el próximo domingo.

Pasaron muchos años hasta que, en el centenario del segundo congreso y con motivo del Gran Jubileo del año 2000, fue la ciudad de Colonia la anfitriona del IV Congreso Eucarístico Nacional. Entre las muchas cosas que quedaron para memoria de aquel evento, está el hermoso himno:
Compañero del camino, que te entregas hecho pan
Jesucristo, vida plena para todo el Uruguay.
En nuestros días, los Obispos uruguayos decidimos invitar a todo el Pueblo de Dios que peregrina en Uruguay a celebrar el V Congreso Eucarístico Nacional, del 16 al 18 de octubre del próximo año 2020, con la finalidad de renovar nuestra fe, de modo especial en el misterio eucarístico.
Antes de octubre de 2020 habrá una serie de actos, tanto a nivel nacional como en cada diócesis, formando un camino que culminará con la gran Eucaristía final.

Lo importante para los cristianos es, como decían los Obispos uruguayos en el año 2000,
“reconocer a Jesús Resucitado en la fracción del pan. (…) para lograrlo, antes, hemos de reconocerlo en la Palabra que él pronuncia en nuestro corazón; en nuestros hermanos más pobres y excluidos de la sociedad; en la comunidad y en la celebración litúrgica donde se hace presente y en los gestos de solidaridad” (CEU, “Jesucristo vida plena para el Uruguay”, 15)
Gracias, amigas y amigos por su atención. Que el Señor los bendiga y hasta la próxima semana si Dios quiere.

martes, 11 de junio de 2019

Santísima Trinidad, humana dignidad.







Realidad virtual, verdad alternativa, noticias falsas… vivimos en un mundo en el que a veces perdemos noción de la realidad. No es algo nuevo… pero en nuestro tiempo es… más intenso.
Sin embargo, siempre llega un momento en el que la realidad nos despierta. Y la realidad es nuestra vida concreta, hecha de trabajos y descansos, de penas y alegrías, de desencuentros y encuentros.

Hay realidades que golpean. Recojo la presentación del programa En Perspectiva:
“Se contabilizó un total de 2.038 personas en situación de calle, de las cuales 1.043 se encontraban a la intemperie y 995 en refugios del MIDES. (...) Se determinó una altísima incidencia de problemas de salud mental, consumo problemático de drogas y experiencias de privación de libertad”. (La Mesa, 31 de mayo)
Hay gente que, en años pasados, ha salido de esa situación, pero otros van llegando, por diferentes razones ¿y entonces? Una participante del mismo programa comparte:
“Todos somos indiferentes… una de las cosas primeras que hacemos con la gente que está en situación de calle es invisibilizarlos… porque hay un momento en que acercás un plato de comida caliente, regalás un saco de abrigo, pero, en términos generales, lo que todos hacemos, es mirar para el costado y seguir conversando con alguien, porque sentís que no podés resolverlo, te da impotencia” (Ana Ribeiro).

Allá por los ochenta, cuando yo estaba en el Seminario, preparándome para ser sacerdote, teníamos reuniones de comunidad, donde compartíamos inquietudes y búsquedas. “La realidad” era un tema recurrente. Conocer la realidad. ¿A qué nos referíamos con eso? Fundamentalmente, a la realidad social del país, a las situaciones de pobreza, privaciones, sufrimientos… en aquella época todavía se hablaba de cantegriles (hoy se dice asentamientos) barrios de viviendas… y de vidas precarias. Había compañeros que estaban en parroquias con zonas muy pobres e insistíamos mucho sobre eso.

Un día en que alguno volvió a decir “hay que conocer la realidad”, uno de nuestros formadores, el P. Miguel Barriola, nos dijo: “hay que ver de qué realidad estamos hablando; porque es tan realidad un cantegril como la Santísima Trinidad”.

Sus palabras ponían un desafío en nuestras cabezas: saltar desde esa realidad visible, palpable, ubicable. Bulevar Aparicio Saravia y Timbués, el barrio donde el P. Cacho Alonso tenía su ranchito de lata, viviendo entre los pobres. Saltar desde allí, hasta el profundo misterio de la intimidad de Dios. Un solo Dios, tres personas: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

He recordado esto porque este domingo la Iglesia celebra la solemnidad de la Santísima Trinidad. Los invito a asomarnos a ese misterio; a esa realidad de otro orden, a la que no podríamos llegar si Dios mismo no nos abriera la puerta y nos invitara a entrar. ¿Salimos así del mundo? No, porque esa realidad profunda de Dios no nos quiere sacar de nuestra realidad cotidiana, sino volver a meternos a ella, enviarnos al mundo con una visión nueva, llevando su presencia.

La realidad de la Trinidad no es visible. Los íconos o imágenes nos ayudan a asomarnos de alguna forma a su misterio, a representarlo de manera más concreta… pero es la realidad de un ser espiritual. Jesús le dice a la samaritana:
“Dios es espíritu, y los que lo adoran deben adorarlo en espíritu y en verdad.” (Juan 4,24)
Y el Catecismo de la Iglesia Católica agrega:
La Trinidad es un misterio de fe en sentido estricto, uno de los misterios escondidos en Dios, "que no pueden ser conocidos si no son revelados desde lo alto" (N° 237).

Es verdad que Dios fue dejando pistas de su ser trinitario tanto en la Creación como en su revelación a lo largo del Antiguo Testamento. El ser humano espiritualmente inquieto percibe esas señales, escucha esa palabra… pero no podría llegar al corazón mismo de ese misterio, si Dios no lo quisiera revelar.
Y Dios lo ha querido. Dios se manifiesta, se revela a un pueblo con el que hace su Primera Alianza. Dios llega a la cumbre de esa revelación enviando a su Hijo: Jesús, para empezar una Nueva Alianza con toda la humanidad.

Con Jesús aparece la segunda persona de la Trinidad, el Hijo. El Hijo que llama a Dios “Padre”; no sólo como creador, sino como su Padre, el Padre con quien el Hijo Jesucristo tiene una relación única, porque Jesús es el único hijo que el Padre ha engendrado desde la eternidad. Nosotros, en cambio, somos criaturas a las que el Padre hace hijos e hijas suyos por medio de su Hijo.
“Señor, muéstranos al Padre y eso nos basta” (Juan 14,8)
dice a Jesús el apóstol Felipe. Jesús le responde:
“Felipe, ¿hace tanto que tiempo estoy con ustedes y no me conoces? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre.” (Juan 14,9)
El rostro de Jesús, “el rostro de la Misericordia” que nos ayudó a redescubrir el Papa Francisco, es el rostro del Padre.

El Padre y el Hijo, por usar una expresión de nuestro tiempo, están en total conexión. No es una comunicación virtual. Es la comunicación como comunión perfecta en el amor. San Ignacio de Loyola, en sus Ejercicios Espirituales la describe así:
“el amor consiste en comunicación de las dos partes, (…) en dar y comunicar el amante al amado lo que tiene (…) y así, por el contrario, el amado al amante”. [Contemplación para alcanzar el amor].
Desde la eternidad el Padre da y comunica su vida al Hijo y el Hijo da y comunica al Padre la vida que ha recibido de Él, para volverla a recibir y volverla a entregar. Así, como una corriente que viene y va eternamente.

Esa eterna relación de amor entre el Padre y el Hijo, ese ir y venir de darse y comunicarse mutuamente, es la tercera persona de la Trinidad: el Espíritu Santo, el espíritu de amor, que procede del Padre y del Hijo.

La revelación del Espíritu Santo es preparada y anunciada por Jesús. El día de Pentecostés, que recordamos el domingo pasado, el Espíritu descendió sobre los apóstoles y se convirtió en su maestro y guía, fortaleciéndolos e iluminándolos para realizar su misión de testigos de Jesús.

Los apóstoles fueron por el mundo, anunciando el Evangelio. Quienes creyeron fueron bautizados en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Así todos los bautizados llegamos a ser hijos del Padre, miembros del Cuerpo de Cristo, templos del Espíritu Santo.

Y la realidad de esa persona que duerme en la calle, de ese muchacho hundido en su adicción, de esa chiquilina maltratada, de ese niño con hambre, están también en el corazón de la Trinidad. El Padre mira con amor a todas sus criaturas; el Hijo ha derramado su sangre por todos; el Espíritu Santo quiere habitar en cada corazón humano.

Vuelvo a las noticias, ahora de canal 4, entrevistando a jóvenes del movimiento “Luceros”:
“Lo que hacemos nosotros es acercarnos a las personas que están en situación de calle para visitarlos, poder conocer un poco las realidades que viven ellos, a través de un plato de guiso que es lo que nosotros les llevamos. Les preguntamos por su situación y tenemos un diálogo ahí un rato. Es impresionante porque en muchas personas se nota la falta de conversación que tienen… se abren en seguida y hay personas que de verdad necesitan un oído que los escuche para contarles por lo que pasaron o la situación en que viven actualmente”.

Un plato caliente puede parecer casi nada… pero no es poco si eso le dice a alguien “no estás solo, no estás abandonado, hay alguien que ha pensado esta noche en ti”. Es un comienzo, que nos llama a no pasar indiferentes y ayudar a esos hermanos y hermanas a reencontrar su dignidad de personas y de hijos de Dios.

Amigas y amigos: gracias por su atención. Que el Señor los bendiga y hasta la próxima semana si Dios quiere.

Programa En Perspectiva, Radiomundo


Entrevista al Grupo Luceros en Canal 4 de Montevideo

jueves, 6 de junio de 2019

¡Ven Espíritu Santo! Solemnidad de Pentecostés.







En agosto de 1940, a casi un año de empezada la segunda guerra mundial, un joven estudiante de teología suizo, hijo de un pastor protestante, pensó en hacer algo por quienes estaban sufriendo las consecuencias del conflicto. Así fue como dejó la tranquilidad de la Suiza neutral para adentrarse en la Francia herida por la guerra. Roger Schutz, que así se llamaba aquel joven, fue sintiendo el llamado a trabajar por la paz y la reconciliación. Se dio cuenta de que no bastaba predicar. Era necesario dar testimonio con la vida. Así surgió la idea de «construir una vida de comunidad en la que la reconciliación según el Evangelio sería una realidad vivida concretamente».

En un pueblito llamado Taizé, Roger encontró una casa adecuada para su proyecto. Con ayuda de su familia la compró y comenzó a vivir en ella, acompañado por su hermana. En 1942 la Gestapo descubrió que estaba dando refugio a judíos y a otras personas perseguidas y debió volver a Suiza.

En su patria, Roger encontró quienes lo acompañaran en su proyecto. Antes del fin de la guerra ya estaba de nuevo en Taizé, con dos hermanos. Así nació la comunidad de Taizé, que sigue siendo un signo y lugar de encuentro entre cristianos de diferentes confesiones y aún de personas de diferentes religiones. Distintas generaciones de jóvenes han pasado por allí, incluidos algunos uruguayos que han ido como voluntarios para diferentes servicios.

Taizé es un fruto del Espíritu Santo. La comunidad invita a los visitantes a orar y a meditar juntos la Palabra de Dios. Hay una serie de cantos, sencillos y hermosos, que se van repitiendo con facilidad, para animar y acompañar la oración.

Para este domingo en que celebramos la solemnidad de Pentecostés, la venida del Espíritu Santo, podemos invocar la presencia del Espíritu cantando con la comunidad de Taizé: Veni Sancte Spiritus ¡Ven, Espíritu Santo! (Invito a escuchar el audio o a ver el video que se encuentra en esta misma página)


¿Qué trae al mundo el Espíritu Santo? ¿Para qué invocarlo? La semana pasada lo presentábamos como Aquel que guía a la Iglesia, el que conduce la comunidad de los discípulos de Jesús… pero ¿es esto solo un tema eclesiástico? ¿Qué pasa con el mundo? ¿Qué le ofrece el Espíritu Santo? ¿Para qué pedir su presencia en el mundo (y en la Iglesia, que está también en este mundo)?

Con esta oración compuesta por el P. José Antonio Pagola, les invito a pedir la presencia del Espíritu Santo para todos los que queremos seguir a Jesús y para toda la familia humana que también lo necesita.


Ven Espíritu Santo.
Sin Ti, nuestra lucha por la vida termina sembrando muerte, nuestros esfuerzos por encontrar felicidad acaban en egoísmo amargo e insatisfecho.

Ven Espíritu Santo.
Sin Ti, nuestro «progreso» no nos conduce hacia una vida más digna, noble y gozosa. Sin Ti, no habrá nunca un «pueblo unido» sino un pueblo constantemente vencido por divisiones, rupturas y enfrentamientos.

Ven Espíritu Santo.
Sin Ti, seguiremos dividiendo y separándolo todo: Norte y Sur, Oriente y Occidente, primer mundo y tercer mundo, izquierdas y derechas, creyentes y ateos, clérigos y pueblo, hombres y mujeres. Recuérdanos que todos venimos de las entrañas de un mismo Padre y todos estamos llamados a la comunión gozosa y feliz en Él.

Ven Espíritu Santo.
Renueva nuestro amor al mundo y a las cosas. Enséñanos a cuidar esta tierra que nos has regalado como casa común entrañable donde pueda crecer la familia humana. Sin Ti, nos la seguiremos disputando agresivamente, buscaremos cada uno nuestra «propiedad privada» y la iremos haciendo cada vez más inhóspita e inhabitable.

Ven Espíritu Santo.
Enséñanos a entendernos, aunque hablemos lenguajes diferentes. Si tu ley interior de Amor no nos habita, seguiremos la escalada de la violencia absurda y sin salida.

Ven Espíritu Santo.
Enséñanos a orar. Sin tu calor y tu fuerza, nuestra liturgia se convierte en rutina, nuestro culto en rito legalista, nuestra plegaria en palabrería.

Ven Espíritu Santo.
Enséñanos a creer. Sin tu aliento, nuestra fe se convierte en ideología de derecha o de izquierda, nuestra religión en triste «seguro de vida eterna». Recuérdanos todo lo que nos ha dicho Jesús. Condúcenos al evangelio.

Ven Espíritu Santo.
Ven a mantener dentro de la Iglesia el esfuerzo de conversión. Sin tu impulso, toda renovación termina en anarquía, involución, cansancio o desilusión.

Ven Espíritu Santo.
Ven a alegrar nuestro mundo tan sombrío. Ayúdanos a imaginarlo mejor y más humano. Ábrenos a un futuro más fraterno, limpio y solidario. Enséñanos a pensar lo que todavía no se ha pensado y a construir lo que todavía no se ha construido.

Ven Espíritu Santo.
Entra hasta el fondo de nuestras almas. Mira el vacío del hombre si Tú le faltas por dentro. Mira el poder del pecado cuando Tú no envías tu aliento.

Ven Espíritu Santo.
Ven Señor y dador de vida. Pon en los hombres gozo, fuerza y consuelo, en sus grandes y pequeñas decisiones, en sus miedos, luchas, esperanzas y temores.

Ven Espíritu Santo.
Enséñanos a creer en Ti como ternura y cercanía personal de Dios, como fuerza y poder de Gracia que puede conquistar nuestro interior y dar vida a nuestra vida.

Ven Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor. Amén.

Amigas y amigos: con esta solemnidad de Pentecostés llegamos al final del Tiempo Pascual. El Espíritu Santo está y seguirá presente. No dejemos de invocarlo para que nos ayude a comprender y a practicar la Palabra de Jesús, siempre en comunión.

Los espero próximamente para asomarnos juntos al misterio de la Santísima Trinidad. Que el Señor los bendiga y hasta la semana que viene, si Dios quiere.