viernes, 29 de octubre de 2021

“Amarás al Señor, tu Dios... y a tu prójimo como a ti mismo” (Marcos 12, 28b-34). Domingo XXXI durante el año.

 

"Escucha, Israel: el Señor nuestro Dios es el único Señor; y tú amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma, con todo tu espíritu y con todas tus fuerzas"
Con estas palabras, tomadas del libro del Deuteronomio (6,4-5), Jesús responde a la pregunta de un maestro de la Ley, un hombre que diariamente estudia, medita y explica la Palabra de Dios. El hombre había preguntado:
«¿Cuál es el primero de los mandamientos?»
La respuesta de Jesús apunta al centro de la Ley de Dios y me lleva a interrogarme: ¿qué lugar ocupa Dios en mi corazón, en mi alma, en mi mente, en todo mi ser?
Hay quienes dicen no creer en la Iglesia ni en ninguna religión establecida, pero afirman creer en Dios… Sin embargo, ¿qué significa creer en un Dios al que nunca se recuerda, con quien jamás se dialoga, a quien no se escucha, de quien no se espera nada?
Algunos piensan que ya es hora de aprender a vivir sin Dios. Niegan al Creador. Creen que es el ser humano quien se hace a sí mismo. Pensando así, perdemos la hoja de ruta. Desconocemos que sí, hay un plan, hay un proyecto de salvación y estamos invitados a entrar en él.
Para otros, si Dios existe o no… es indiferente. Tanto da: no tiene nada que ver conmigo. Hago mi vida. Que cada uno haga la suya… de la indiferencia hacia Dios pasamos a la indiferencia hacia el prójimo.
Pero Jesús no ha terminado de hablar y continúa diciendo:
«El segundo es: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo".
No hay otro mandamiento más grande que estos.» (Levítico 19,18)
Nuevamente vuelve Jesús a citar la escritura; ahora, el libro del Levítico.
Al unir el amor de Dios con el amor al prójimo Jesús trae una gran novedad. El amor a Dios y el amor al prójimo no son dos cosas distintas. Los dos mandamientos se hacen uno, no se pueden separar. Por eso no dice, en plural, “no hay otros mandamientos más importantes que estos”, sino que, aunque los distingue, los hace uno, en singular: “No hay otro mandamiento más grande que estos”.
No hay dos tipos de amor, uno para Dios y otro para el prójimo, sino que con el mismo amor amamos a Dios y a los hombres.
Podemos llegar a decir que amamos a Dios y, al mismo tiempo, encontrar muchas razones, muchos motivos, para no amar al prójimo. Sin embargo, el Dios verdadero quiere ser amado en los hombres. Es la pregunta que encontramos en la primera carta de Juan:
¿Cómo puede amar a Dios, a quien no ve,
el que no ama a su hermano, a quien ve?
(1 Juan 4,20)
Las dos dimensiones, el amor a Dios y el amor al prójimo, caracterizan al discípulo de Jesús.
Que el Señor nos ayude con su Gracia a crecer cada día en el amor.

Cooperatrices Parroquiales de Cristo Rey

El 31 de octubre de 1943 el P. Francisco de Paula Vallet, fundador de los Cooperadores Parroquiales de Cristo Rey, fundó la rama femenina de la familia cooperatriz, creando las Cooperatrices Parroquiales de Cristo Rey, congregación presente en nuestra diócesis en Villa Guadalupe. Saludamos y felicitamos a las hermanas en este aniversario.

All Hallows Eve = Víspera de Todos los Santos

Este domingo es la víspera de la solemnidad de todos los santos. En inglés, víspera es “eve” y “todos los santos” es “all hallows”. De “all hallows eve”, víspera de todos los santos, se derivó la palabra Halloween, que pasó a tener totalmente otra significación. Recordar el verdadero significado de la palabra puede ayudarnos a vivir este día en su sentido original: preparación a la gran solemnidad del 1 de noviembre.

1 de noviembre: Todos los Santos

El departamento de Canelones tiene una zona popularmente conocida como “el santoral”, ya que sus pueblos tienen nombres de santos: sobre la ruta 6 se suceden Santa Rosa, San Bautista y San Ramón. Hacia uno y otro lado, San Antonio y San Jacinto. Un poco más allá, al oeste, Santa Lucía. Otras ciudades también tuvieron un santo o la virgen en su nombre, pero solo quedó como patrono de sus parroquias, como San Isidro de Las Piedras o Inmaculada Concepción de Pando. La ciudad de Canelones supo llamarse “Villa de Guadalupe” en honor a esa advocación mariana.
Todos estos santos y los patronos de las demás parroquias son recordados y celebrados en su día. Hay muchos otros santos y santas, menos conocidos, cuyos nombres se encuentran en el Martirologio Romano, libro que se publica cada algunos años y en el que podemos encontrar los muchos santos que se recuerdan cada día del año en diferentes lugares del mundo. A ellos se van agregando los nuevos beatos y santos que son reconocidos cada año.
La celebración de todos los santos nos invita a dos cosas: a recordar, con gratitud, a tantos hermanos y hermanas que nos han dado un testimonio de vida cristiana ejemplar, a veces, sellado con su martirio. Algunos de ellos son muy conocidos y populares; otros son anónimos e indocumentados; pero están incluidos en esta evocación.
La segunda invitación de esta fiesta es a profundizar y vivir nuestra vocación bautismal. Los santos y santas son personas maduras en la fe, en quienes el don del Bautismo llegó a su plenitud. A veces no somos conscientes de que el bautismo puso en nosotros la semilla de la santidad. El Dios santo nos llama a ser santos. De una forma hermosa lo expresa san Pablo en su carta a los Efesios (1,3-4):
Bendito sea Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo,
que nos ha bendecido en Cristo
con toda clase de bienes espirituales en el cielo,
y nos ha elegido en él, antes de la creación del mundo,
para que fuéramos santos
e irreprochables en su presencia, por el amor.

2 de noviembre: Todos los Fieles Difuntos.

Para nosotros, creyentes, el 2 de noviembre no es solo un día de recuerdo de quienes ya han muerto, sino una memoria creyente, una memoria de fe. La Iglesia nos invita a pensar en ellos como comunidad; algunos ya junto a Dios en la gloria; otros, todavía en un tiempo de purificación. Unos y otros nos acompañan con su oración. Cuando rezamos por las almas del Purgatorio, oramos por aquellos que aún no han entrado en la presencia de Dios para que pronto puedan ser recibidos en la felicidad eterna. Al llamarlos “fieles” los reconocemos como creyentes, como hermanos y hermanas en la fe, que han creído, como nosotros, en las promesas de Dios y han muerto esperando llegar a su Presencia.

No olvidemos en esta semana a San Martín de Porres, el día 3, patrono de una de las capillas de catedral y el día 4 a San Carlos Borromeo.

Gracias, amigas y amigos, por su atención. Cuídense mucho. Que los bendiga Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.

viernes, 22 de octubre de 2021

"¡Ánimo, levántate! Él te llama" (Marcos 10,46-52). Domingo 30° durante al año.

 

“Sentados al cordón de la vereda… vimos pasar coquetos carnavales…” A veces, como evoca esta vieja canción, puede ser lindo sentarse frente a la calle o frente al camino, para mirar lo que va pasando. Pero ¿qué significa sentarse al costado del camino, cuando uno no ve? Esa es la situación que nos plantea este pasaje del evangelio:

Cuando Jesús salía de Jericó, acompañado de sus discípulos y de una gran multitud, el hijo de Timeo -Bartimeo, un mendigo ciego- estaba sentado junto al camino.
Bartimeo está fuera del camino, detenido en el espacio y en el tiempo, marginado a causa de su ceguera. Sin embargo, no ha perdido la esperanza de encontrar una salida. Al escuchar el rumor de la multitud y enterarse de que es Jesús quien pasa, el ciego grita:
«¡Jesús, Hijo de David, ten piedad de mí!»
Muchos tratan de callarlo, pero él grita más fuerte, hasta que Jesús manda llamarlo. Esto es lo que le transmiten:
«¡Animo, levántate! Él te llama».
“Él te llama”. Jesús ha llamado a muchas personas, empezando por los discípulos que van siempre con Él. Ahora llama a este ciego para que se acerque. Aparentemente, no lo llama para que lo siga, para que siga a Jesús, sino para curarlo; pero la curación verdadera será seguir a Jesús.
En este momento, seguir a Jesús es especialmente dramático. Jesús va hacia Jerusalén, donde sufrirá su pasión y su cruz.
La insistencia de Bartimeo en llamar a Jesús muestra que lo necesita de verdad. Su súplica no sale únicamente de su deseo de recuperar la vista, sino de algo más profundo, posiblemente más profundo que lo que sienten muchos que acompañan a Jesús sin percibir hacia dónde va.
Jesús le pregunta qué quiere y complace su deseo. El ciego recupera la vista, pero su mirada va más allá de las cosas, descubriendo un mundo de fe y esperanza. No vuelve al costado del camino ni se interna en Jericó; no se queda en la alegría del momento, sino que toma una decisión: seguir a Jesús. Lo hará profundamente agradecido, en una actitud muy distinta de la de los discípulos que habían estado discutiendo sobre quién era el más grande.
Este relato nos introduce en el momento más importante de la vida de Jesús: su pasión y muerte en Jerusalén. Hacia allí va también Bartimeo. Ahora que puede ver: ¿será testigo de los acontecimientos del calvario? ¿Verá a Jesús resucitado? No lo sabemos; pero el hecho de que su nombre haya quedado escrito en el evangelio sugiere que su seguimiento de Jesús continuó a partir de allí y por eso su memoria fue guardada por la comunidad.
También nosotros, llamados hoy por Jesús, contemplemos la decisión con la que Bartimeo arrojó su manto y animémonos a desprendernos de las falsas seguridades a las que nos aferramos, para marchar al encuentro de Jesús y seguirlo durante toda nuestra vida.

San Antonio María Claret

Todos los años, en el cuarto domingo del mes de octubre, la Iglesia Católica celebra en todo el mundo la Jornada Mundial de las Misiones, conocida como el DOMUND. Este año coincide con el recuerdo de un santo misionero, Antonio María Claret, patrono de la parroquia de Progreso en nuestra diócesis, fundador de los Hijos del Inmaculado Corazón de María, conocidos como claretianos, congregación que tiene a su cargo la parroquia de Progreso. Vale la pena, entonces, acercarnos hoy a la vida de este obispo misionero.
San Antonio María Claret nació en 1807 y murió en 1870. En 1835 fue ordenado sacerdote para la diócesis de Vic, una ciudad de Cataluña que ha sido llamada “la ciudad de los santos” (*). Allí nacieron varias congregaciones femeninas y masculinas fundadas por santas y santos. Entre ellos destaca Claret.
Muy pronto comenzó su actividad misionera. Primero en su tierra y luego en las Islas Canarias.
En 1850 fue nombrado arzobispo de Santiago de Cuba. La sede llevaba vacante 14 años. Su espíritu misionero encontró un amplio campo de labor. Cuba era todavía colonia española y allí seguía vigente la esclavitud para numerosos afrodescendientes. Claret se dolió de la situación de los esclavos y luchó por cambiar sus condiciones de vida, lo que le trajo fuertes resistencias. Intercedió también por un grupo de cubanos sublevados que habían sido condenados a muerte. En ese marco, sufrió un atentado contra su vida. Aunque no disminuyó por eso su entrega pastoral, debió renunciar y regresó a España.
En Madrid, la reina Isabel II le pidió que fuera su confesor. Claret aceptó, con algunas condiciones: no vivir en palacio, no ser enredado en política y gozar de libertad para seguir misionando.
En 1868 una revolución desterró a la reina y su familia. Claret marchó con ellos a Francia. Casi al final de su vida participó en el Concilio Vaticano I, donde estuvo también nuestro Jacinto Vera. Murió en Francia, en la abadía cisterciense de Fontfroide el 24 de octubre de 1870.
En 1934 fue beatificado por el papa Pío XI y canonizado por Pío XII en 1950.
A comienzos del siglo XX los Claretianos llegaron a Uruguay. En septiembre de 1944 asumieron la parroquia de Progreso que acababa de ser creada. A pedido del arzobispo Mons. Barbieri la parroquia fue dedicada al todavía “Beato Padre Claret”, siendo la primera parroquia del mundo que llevó el nombre del fundador de los claretianos.

Domingo Mundial de las Misiones (DOMUND)

Este domingo se realiza en las parroquias la colecta destinada a las Obras Misionales Pontificias, con sobres que fueron entregados previamente.
Un mensaje sobre esta jornada, a cargo del P. Leonardo Rodríguez, director de OMP y secretario ejecutivo del Departamento de Misiones de la CEU puede verse y escucharse en el video.

Novena de ánimas

Este domingo 24, en muchas de nuestras parroquias comienza la novena de ánimas, que culminará con la recordación de todos los fieles difuntos, el 2 de noviembre.

Asume nuevo obispo de Melo

El sábado 30, a las 16 horas, en la catedral de Melo, Mons. Pablo Jourdan asumirá la conducción pastoral del Pueblo de Dios que peregrina en Cerro Largo y Treinta y Tres. Oremos por la diócesis y su nuevo pastor.

Gracias, amigas y amigos por su atención. Cuídense mucho. Que los bendiga Dios todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.

* Algunos santos, beatos y un venerable de la diócesis de Vic:
San Bernardo Calbó, obispo de Vic (1180-1243),
Santa Joaquina Vedruna (1783-1854), fundadora,
San Francisco Coll, fundador Dominicas de la Anunciata (1812-1875),
Santa Carmen Sallés, concepcionista (1848-1911),
Venerable Juan Collel Cuatrecasas (1864-1921), fundador,
quince Beatos mártires claretianos de Vic (+1936).

martes, 19 de octubre de 2021

Encuentro Diocesano de Canelones - Sínodo 2021-2023 - Santa Misa

 

Apertura de la fase diocesana en Canelones del Sínodo 2021-2023: "Por una Iglesia sinodal: comunión, participación, misión".
Eucaristía con la que se cerró el encuentro diocesano realizado en Villa Guadalupe, Canelones, el domingo 17 de octubre.
Fueron invitados delegados de todas las parroquias de la diócesis.
Laicas y laicos, personas consagradas, diáconos, presbíteros, sacerdotes, así como integrantes de distintos servicios y movimientos diocesanos se hicieron presentes.
Se informó sobre el proceso sinodal y se hizo un ejercicio de participación como anticipo de lo que se hará más adelante en cada comunidad.

Homilía: caminando con Jesús (Marcos 10,35-45)

Jesús y sus discípulos van de camino a Jerusalén. Jesús ha hecho el anuncio de su pasión y van caminando juntos. Pero… ¿qué tan juntos? Porque aquí hay dos que parecen estar haciendo un camino un poco distinto del camino de Jesús… y tal vez los otros diez, también. 

Santiago y Juan se acercan a Jesús y le dicen: “Maestro, queremos que nos concedas lo que te vamos a pedir” y lo que piden es los primeros puestos en el Reino: uno a la derecha y otro a la izquierda.

Jesús les pregunta si saben lo que piden o, más bien, les dice que “no saben lo que piden”. Les pregunta si pueden beber el cáliz que el beberá y recibir el bautismo que él recibirá y ellos contestan “podemos”.
Uno se pregunta si realmente eran conscientes de lo que estaban diciendo, si sabían hacia dónde se dirigía Jesús, a pesar de todo lo que él ya había anunciado. 

Se sentarán a la derecha y a la izquierda… bueno, no exactamente, pero habrá dos hombres: uno a la derecha y otro a la izquierda de Jesús: crucificados, como él. No es ése el puesto en el que pensaban los discípulos; pero Jesús les anuncia, que sí, efectivamente, ellos beberán el cáliz que Jesús beberá y recibirán su mismo bautismo; en su momento pasarán también por la pasión, en la forma que les toque y en el momento que les corresponda; pero no tendrán esos puestos. Eso lo decidirá el Padre.

Los otros diez, entonces, se indignan por el pedido de estos dos discípulos, que -muchos dicen- se han adelantado a lo que los otros hubieran querido hacer antes que ellos.

Pero, entonces: ¿estamos caminando con Jesús o estamos haciendo nuestro propio camino, pensando que vamos con él, pensando que él tiene reservado para nosotros exactamente lo que nosotros queremos… y, sin embargo, no entramos en lo que él realmente quiere? Lo que quiere, no para sí, sino para nosotros.

Ahí está la dificultad permanente de los discípulos. A veces nos asombra el realismo del Evangelio en esto, que no nos esconde, ni nos adorna, ni endulza todas estas dificultades que los discípulos tuvieron en el seguimiento de Jesús. Y no lo hace porque no se trata simplemente de hacer una crónica de lo que fue pasando, sino, precisamente, de mostrarnos como caminar con Jesús y como tenemos permanentemente la tentación de tomar nuestro propio camino, seguir con nuestros propios criterios, con nuestros prejuicios o con nuestra mundanidad, como suele decir el Papa Francisco. 

Entonces, este pasaje del Evangelio nos está invitando a mirar la forma en que caminamos; a caminar realmente con el Señor que nos conduce hacia su Pascua, que nos conduce hacia la vida en Él; sabiendo que la Pascua no es sólo resurrección. La Pascua pasa por la cruz, pasa por la muerte. Pasa por el sepulcro antes de llegar a la vida y abrirnos a la vida para todos.

Jesús corona esta enseñanza con estas palabras; por un lado, habla de los poderosos del mundo: “Ustedes saben que aquéllos a quienes se considera gobernantes, dominan a las naciones como si fueran sus dueños, y los poderosos les hacen sentir su autoridad”. Uno piensa en todo el poder acumulado por el emperador romano o, incluso, el poder que detentaban algunos reyezuelos, que no eran más que vasallos del Imperio Romano, como Herodes. Pero si miramos al mundo de hoy vemos, lamentablemente, muchos ejemplos de quienes se consideran dueños de la vida de los pueblos que dominan, más que gobiernan. Actúan como si fueran sus dueños y hacen sentir su autoridad.

Y aquí viene la enseñanza de Jesús: “Entre ustedes no debe suceder así… el que quiera ser grande, que se haga servidor de ustedes; y el que quiera ser el primero, que se haga servidor de todos.” Por ahí va nuestro caminar con Jesús, en ese servicio. Y sí, servidor, pues podemos pensar en todo el servicio de Jesús. Podemos pensar en cada momento en que él se acerca a alguien en necesidad; el momento en que hace andar a un paralítico, que sana a un enfermo, que devuelve la vista a un ciego, que abre los oídos de un sordo, limpia a un leproso, resucita a un muerto, perdona los pecados. Pero cada uno de esos momentos, además, no es un hecho aislado, sino que es esa entrega constante de Jesús, hecha servicio.
Y por eso corona sus palabras con éstas: “el mismo Hijo del hombre no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud”.

Servir y dar su vida. No son dos cosas distintas. Dar la vida es la culminación del servicio de Jesús.
Todo ese “darse”, permanentemente, se hace definitivo en su entrega en la cruz. Da su vida, el Padre la recibe y le vuelve a dar la vida; pero ahora, ya, una vida nueva, su vida de resucitado que Él quiere comunicarnos a nosotros. Renovamos, entonces, nuestro deseo de seguir caminando con Jesús. 
 
Buscamos cada día ver cómo vamos haciendo ese camino con él, buscando escuchar su Palabra, para que Él nos vaya guiando, dejándonos guiar por el Espíritu Santo; alimentándonos con el Pan de Vida que Jesús nos dejó, alimento de la marcha para el Pueblo de Dios que camina en este mundo que ya no es aquel desierto, pero que es también lugar de prueba, lugar de tentación; pero también lugar de encuentro con el Señor.

jueves, 14 de octubre de 2021

“Servidor de todos” (Marcos 10,35-45) - Domingo XXIX durante el año - Sínodo 2021-2023

«Ustedes saben que aquéllos a quienes se considera gobernantes, dominan a las naciones como si fueran sus dueños, y los poderosos les hacen sentir su autoridad. Entre ustedes no debe suceder así. Al contrario, el que quiera ser grande, que se haga servidor de ustedes; y el que quiera ser el primero, que se haga servidor de todos. Porque el mismo Hijo del hombre no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud». (Marcos 10,35-45)
Solemnes palabras de Jesús. Toda una definición de vida. “No he venido a ser servido sino a servir”.  Más aún; “servir” no significa simplemente -si es que eso es simple- atender a los demás en sus necesidades, prestarles auxilio… Jesús define el servir como “dar su vida en rescate por una multitud”. El servicio fundamental de Jesús es su sacrificio, dar su vida en la cruz. Es la culminación de una vida de entrega, de donación de sí mismo, en la que ha curado enfermos, ha dado la vista a los ciegos, ha hecho andar a los paralíticos, ha limpiado leprosos, ha resucitado a muertos y ha perdonado pecados.
Decir que la muerte de Jesús fue un sacrificio nos hace pensar en sufrimiento, dolor. Sin embargo, Jesús no utiliza esa la palabra. Habla de “dar su vida”. Lo que hace el sacrificio no es el dolor, aunque el dolor pueda estar presente, y mucho. Lo que hace el sacrificio es la entrega, darse, dar su vida. En ese sentido, podemos decir que toda la vida de Jesús ha sido ya un continuo sacrificio, un darse cada día: a su Padre Dios y a las personas que encontró en su caminar por este mundo.

Jesús dice también que da su vida “en rescate por una multitud”. Hablar de rescate sugiere que se paga, que se entrega algo valioso para liberar a un esclavo, un prisionero, alguien que ha sido secuestrado.
Jesús da lo más valioso que tiene: su propia vida. No está pagando ningún precio. El Padre Dios recibe la vida de su Hijo y se la vuelve a dar. No necesita cobrar ningún rescate.
Si pensamos que es Satanás quien tiene aprisionados a los hombres, es de él de quien son rescatados, pero el diablo no recibe ningún pago. Dios no cobra ni paga rescates con la vida de su Hijo. Al contrario, lo ofrece como don gratuito de su amor. Amor a esa humanidad que no encuentra a Dios, que no sabe reconocerlo en Jesús. Jesús va a la muerte por amor a esa humanidad extraviada, esclavizada por el pecado.
Los seres humanos no podemos librarnos solos de la ambición de poder y posesión que nos domina. No podemos hacernos servidores de todos si no somos liberados. La muerte de Cristo en la cruz tiene esa fuerza liberadora. Así lo entendieron finalmente los apóstoles y por eso pudieron enseñarlo, como lo hizo San Pedro y como lo hace la Iglesia hasta hoy:

«Ustedes han sido redimidos de la conducta necia heredada de sus padres; no con algo perecible, oro o plata, sino con una sangre preciosa, la del Cordero inmaculado e intachable: Cristo» (1 Pedro 1,18-19).

Caminando juntos: sínodo 2023

“Por una iglesia sinodal: comunión, participación y misión”. Con ese lema ha sido convocado el sínodo de los Obispos para el año 2023, un proceso al que está llamada a involucrarse toda la Iglesia, todos sus miembros: los laicos y laicas, las personas consagradas, los diáconos, los presbíteros, los obispos y el Papa.
El domingo pasado, el papa Francisco celebró en Roma la inauguración de este camino; este domingo, en todas las diócesis, abrimos la fase diocesana, la etapa que realizará cada diócesis.
Al decir “Sínodo de los Obispos” nos estamos refiriendo a una institución que se creó a partir del Concilio Vaticano II. Cada cierto tiempo, Obispos de todo el mundo, representando a sus conferencias episcopales, se reúnen en Roma a reflexionar y buscar caminos para dar una respuesta desde la Iglesia sobre distintos aspectos de la fe y de la vida.

Sin embargo, los Obispos no llegan allí con su opinión personal. Hay siempre un trabajo previo en el que se busca que participen los miembros de la Iglesia que están más directamente relacionados con el tema a tratar. El momento en que se reúnen los Obispos es un punto de convergencia de ese proceso de escucha y reflexión, llevado a todos los ámbitos de la vida de la Iglesia. Ese camino culmina en la escucha al Obispo de Roma, es decir, al Papa. El Papa es el garante de la obediencia y la conformidad de la Iglesia a la voluntad de Dios, al Evangelio de Cristo y a la Tradición de la Iglesia. El Papa, por voluntad de Dios, es el principio y fundamento perpetuo y visible de unidad, tanto de los obispos como de la multitud de los fieles.

El tema del sínodo de 2023 toca a toda la Iglesia. ¿Qué es una Iglesia sinodal? Sínodo es una palabra griega que significa “caminar juntos”. La pregunta fundamental que queremos hacernos es ésta:

  • ¿Cómo se realiza hoy, a diversos niveles (desde el local al universal) ese “caminar juntos” que permite a la Iglesia anunciar el Evangelio, de acuerdo con la misión que le fue confiada?
  • ¿Qué pasos nos invita a dar el Espíritu Santo para crecer como Iglesia sinodal?
En su homilía del domingo pasado, el papa Francisco nos señalaba tres verbos, tres acciones que son clave en el camino sinodal: encontrar, escuchar, discernir.

Encontrar los rostros, cruzar las miradas, compartir la historia de cada uno; esta es la cercanía de Jesús. Él sabe que un encuentro puede cambiar la vida. Y en el Evangelio abundan encuentros con Cristo que reaniman y curan.
También nosotros, que comenzamos este camino, estamos llamados a ser expertos en el arte del encuentro. No en organizar eventos o en hacer una reflexión teórica de los problemas, sino, ante todo, en tomarnos tiempo para estar con el Señor y favorecer el encuentro entre nosotros.

Escuchar. Un verdadero encuentro sólo nace de la escucha. Cuando escuchamos con el corazón sucede esto: el otro se siente acogido, no juzgado, libre para contar la propia experiencia de vida y el propio camino espiritual.
El Espíritu nos pide que nos pongamos a la escucha de las preguntas, de los afanes, de las esperanzas de cada Iglesia, de cada pueblo y nación. Y también a la escucha del mundo, de los desafíos y los cambios que nos pone delante.
Discernir. El encuentro y la escucha recíproca no son algo que acaba en sí mismo, que deja las cosas tal como están. Al contrario, cuando entramos en diálogo, iniciamos el debate y el camino, y al final no somos los mismos de antes, hemos cambiado.
El sínodo es un camino de discernimiento espiritual, de discernimiento eclesial, que se realiza en la adoración, en la oración, en contacto con la Palabra de Dios.
Jesús nos llama en estos días a vaciarnos, a liberarnos de lo que es mundano, y también de nuestras cerrazones y de nuestros modelos pastorales repetitivos; a interrogarnos sobre lo que Dios nos quiere decir en este tiempo y en qué dirección quiere orientarnos.  

Recemos juntos esta oración por el sínodo:

Estamos ante ti, Espíritu Santo,
reunidos en tu nombre.
Tú que eres nuestro verdadero consejero:
ven a nosotros,
apóyanos,
entra en nuestros corazones.
Enséñanos el camino,
muéstranos cómo alcanzar la meta.
Impide que perdamos
el rumbo como personas
débiles y pecadoras.
No permitas que la ignorancia
nos lleve por falsos caminos.
Concédenos el don del discernimiento,
para que no dejemos que nuestras acciones se guíen
por prejuicios y falsas consideraciones.
Condúcenos a la unidad en ti,
para que no nos desviemos del camino de la verdad y la justicia,
sino que en nuestro peregrinaje terrenal
nos esforcemos por alcanzar la vida eterna.
Esto te lo pedimos a ti,
que obras en todo tiempo y lugar,
en comunión con el Padre y el Hijo
por los siglos de los siglos. Amén.

Santos de la semana

Hoy domingo 17, recordamos a San Ignacio de Antioquía, obispo y mártir; el 18, san Lucas Evangelista; el 19 los mártires Juan de Brébeuf e Isaac Jogues y en el mismo día, San Pablo de la Cruz.

Gracias, amigas y amigos, por su atención. Que los bendiga Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.

viernes, 8 de octubre de 2021

Heredar la vida eterna. (Marcos 10,17-30). Domingo XXVIII durante el año.

 

A veces nos encontramos con una persona a la que tenemos que decirle o pedirle algo importante, pero no nos animamos. Hablamos de cosas sin importancia, se producen algunos silencios y no sale de nosotros lo que queríamos plantear. Y cuando el otro comienza a despedirse, nos damos cuenta de que tal vez no haya otra oportunidad y nos apresuramos a hablar. Tal vez así estaba planteada la situación con la que comienza el evangelio de este domingo:

Jesús se puso en camino. Un hombre corrió hacia Él y, arrodillándose, le preguntó:
«Maestro bueno, ¿qué debo hacer para heredar la Vida eterna?»
El hombre corrió hacia Jesús. Correr no era considerado digno de una persona respetable. Tampoco era adecuado arrodillarse. En nuestra fe de hoy, Jesús es el Hijo de Dios; pero en ese momento era un Maestro; con cierta fama, sí, pero no para tanto. El hombre lo llamó “maestro bueno”. Jesús lo corrigió: “sólo Dios es bueno”. Finalmente, respondió la pregunta:
«Tú conoces los mandamientos: No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no perjudicarás a nadie, honra a tu padre y a tu madre».
El hombre le contestó que todo eso lo había cumplido desde su juventud. En realidad, eso era suficiente. Entonces ¿qué le faltaba? ¿Qué es lo que lo hizo salir corriendo hacia Jesús antes de que el Maestro se fuera? El evangelio nos dice que Jesús lo miró con afecto. Jesús vio la búsqueda interior de ese hombre. Ese hombre quería algo más en su relación con Dios. Y eso es lo que le ofreció Jesús. Jesús le dijo “sígueme”. En otras oportunidades Jesús dijo lo mismo a otros hombres, que dejándolo todo, lo siguieron (cf. Marcos 1,16-20).

Pero Jesús veía un obstáculo para que ese hombre pudiera seguirlo. Ese hombre estaba atado a sus bienes. Tenía que desprenderse de esos apegos para seguir a Jesús. Por eso, Jesús le dijo:
«Sólo te falta una cosa: ve, vende lo que tienes y dalo a los pobres; así tendrás un tesoro en el cielo. Después, ven y sígueme».

Sin embargo, al oír estas palabras, “el hombre se entristeció y se fue apenado, porque poseía muchos bienes”. Desde este final decepcionante, podemos releer la primera lectura de hoy, de la que solo tomo algunos versículos, pero que vale la pena leer detenidamente:

supliqué, y descendió sobre mí el espíritu de la Sabiduría.
La preferí a los cetros y a los tronos,
y tuve por nada las riquezas en comparación con ella.
No la igualé a la piedra más preciosa,
porque todo el oro, comparado con ella, es un poco de arena;
y la plata, a su lado, será considerada como barro.
Seguir a Jesús es desprenderse de las seguridades humanas que dan los muchos bienes y la observancia de la Ley. Jesús ofrece otra manera de ver la vida, de ver las riquezas y de ver la misma religión. Jesús nos llama a seguirlo para entrar con Él en el Reino de Dios y en la Vida Eterna: algo infinitamente más valioso que el oro, la plata, los cetros y los tronos.

Red mundial de oración del Papa

Discípulos misioneros: esa es la intención de oración que nos propone el Papa en octubre, mes de las misiones. Recemos para que cada bautizado participe en la evangelización y esté disponible para la misión, a través de un testimonio de vida que tenga el sabor del Evangelio.

Noticias

Sábado 9 de octubre

Ayer celebró sus bodas de oro sacerdotales en Las Piedras el P. Carlos Díaz, salesiano. Nos unimos a su acción de gracias por esos años de servicio y fidelidad.

Domingo 10 de octubre

Hoy se celebra en Roma la apertura del camino hacia el Sínodo de los Obispos de 2023. Se abre para toda la Iglesia un tiempo de reflexión en el que todos estamos llamados a participar: “Por una Iglesia sinodal: comunión, participación y misión”. El domingo 17, en nuestra diócesis y en todo el mundo, se abrirá la fase diocesana del sínodo. Nosotros lo haremos con un encuentro diocesano en Villa Guadalupe.

No nos olvidemos de felicitar a nuestro Obispo emérito, Mons. Alberto Sanguinetti, que está cumpliendo 76 años.

Martes 12 de octubre

Rodó y Dios: aproximaciones a posiciones de José Enrique Rodó ante Dios. Se trata de un foro organizado por la Comisión de Cultura de la Conferencia Episcopal, con dos paneles moderados por el periodista Jaime Clara, en el Club Católico, Cerrito 475, Montevideo, a partir de las 18:30.

16 de octubre

Día mundial de la alimentación, propuesto por las Naciones Unidas y la FAO, organización de la ONU para la Alimentación y la Agricultura. Desde la Santa Sede suele emitirse un mensaje con motivo de esta jornada. En uno de ellos, el Papa Francisco ha señalado que “el hambre no es sólo una tragedia sino una vergüenza” (2020) y que “Los alimentos que se tiran a la basura son alimentos que se roban de la mesa del pobre, del que tiene hambre” (2013). Unos 1.300 millones de toneladas de comida, la tercera parte de lo que se produce para el consumo humano, se pierde o se desperdicia cada año, según la agencia de alimentos de Naciones Unidas.

Santos de la Semana:

Sábado 9 de octubre

Se celebró la Beatificación de la Madre María Lorenza Longo, que murió en Nápoles en 1542. Fue terciaria franciscana y fundó el primer monasterio de Clarisas Capuchinas, siguiendo la regla de Santa Clara. Saludamos y felicitamos a las Clarisas Capuchinas del Monasterio Santa Clara de Asís, en Etcheverría, Canelones.

Domingo 10 de octubre

San Daniel Comboni es un santo italiano, gran misionero en África. Fundó los padres combonianos para la misión en ese continente. Sin embargo, algunos de esos misioneros llegaron también a América. Uno de ellos, el P. Luis Butera, fundó allí el Movimiento Apostólico de los Misioneros Servidores de la Palabra. Sacerdotes, religiosas y laicas de este movimiento están presentes en nuestra diócesis en las parroquias de Shangrilá, San José de Carrasco y Colonia Nicolich.

Lunes 11 de octubre

Recordamos a San Juan XXIII, el Papa bajo cuyo pontificado fue creada nuestra diócesis, el 25 de noviembre de 1961. Fue también él quien nombró a nuestro primer Obispo, Mons. Orestes Nuti, el 2 de enero de 1962.

Martes 12 de octubre

Saludamos a la Diócesis de Melo, en la fiesta de su patrona, Nuestra Señora del Pilar.

14, 15 y 16 de octubre

No podemos dejar de mencionar, aunque sea rápidamente, a tres grandes santos: el 14, San Calixto, Papa y mártir; el 15, Santa Teresa de Jesús, virgen y doctora de la Iglesia, gran mística y reformadora de la Orden carmelitana. El 16, Santa Margarita María Alacoque, monja salesa que trabajó para propagar el culto al Sagrado Corazón de Jesús, del que era muy devota. Saludamos con motivo de esta fiesta a las hermanas Salesas del Monasterio de la Visitación, en Progreso.

Amigas y amigos, esto es todo por hoy. Gracias por su atención. Sigamos cuidándonos unos a otros. Que los bendiga Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo.

sábado, 2 de octubre de 2021

Octubre, Mes de las Misiones. Mensaje del Papa Francisco para el DOMUND 2021.

 «No podemos dejar de hablar de lo que hemos visto y oído» (Hch 4,20)

Queridos hermanos y hermanas:

Cuando experimentamos la fuerza del amor de Dios, cuando reconocemos su presencia de Padre en nuestra vida personal y comunitaria, no podemos dejar de anunciar y compartir lo que hemos visto y oído. La relación de Jesús con sus discípulos, su humanidad que se nos revela en el misterio de la encarnación, en su Evangelio y en su Pascua nos hacen ver hasta qué punto Dios ama nuestra humanidad y hace suyos nuestros gozos y sufrimientos, nuestros deseos y nuestras angustias (cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. past. Gaudium et spes, 22). Todo en Cristo nos recuerda que el mundo en el que vivimos y su necesidad de redención no le es ajena y nos convoca también a sentirnos parte activa de esta misión: «Salgan al cruce de los caminos e inviten a todos los que encuentren» (Mt 22,9). Nadie es ajeno, nadie puede sentirse extraño o lejano a este amor de compasión.

La experiencia de los apóstoles

La historia de la evangelización comienza con una búsqueda apasionada del Señor que llama y quiere entablar con cada persona, allí donde se encuentra, un diálogo de amistad (cf. Jn 15,12-17). Los apóstoles son los primeros en dar cuenta de eso, hasta recuerdan el día y la hora en que fueron encontrados: «Era alrededor de las cuatro de la tarde» (Jn 1,39). La amistad con el Señor, verlo curar a los enfermos, comer con los pecadores, alimentar a los hambrientos, acercarse a los excluidos, tocar a los impuros, identificarse con los necesitados, invitar a las bienaventuranzas, enseñar de una manera nueva y llena de autoridad, deja una huella imborrable, capaz de suscitar el asombro, y una alegría expansiva y gratuita que no se puede contener. Como decía el profeta Jeremías, esta experiencia es el fuego ardiente de su presencia activa en nuestro corazón que nos impulsa a la misión, aunque a veces comporte sacrificios e incomprensiones (cf. 20,7-9). El amor siempre está en movimiento y nos pone en movimiento para compartir el anuncio más hermoso y esperanzador: «Hemos encontrado al Mesías» (Jn 1,41).

Con Jesús hemos visto, oído y palpado que las cosas pueden ser diferentes. Él inauguró, ya para hoy, los tiempos por venir recordándonos una característica esencial de nuestro ser humanos, tantas veces olvidada: «Hemos sido hechos para la plenitud que sólo se alcanza en el amor» (Carta enc. Fratelli tutti, 68). Tiempos nuevos que suscitan una fe capaz de impulsar iniciativas y forjar comunidades a partir de hombres y mujeres que aprenden a hacerse cargo de la fragilidad propia y la de los demás, promoviendo la fraternidad y la amistad social (cf. ibíd., 67). La comunidad eclesial muestra su belleza cada vez que recuerda con gratitud que el Señor nos amó primero (cf. 1 Jn 4,19). Esa «predilección amorosa del Señor nos sorprende, y el asombro —por su propia naturaleza— no podemos poseerlo por nosotros mismos ni imponerlo. […] Sólo así puede florecer el milagro de la gratuidad, el don gratuito de sí. Tampoco el fervor misionero puede obtenerse como consecuencia de un razonamiento o de un cálculo. Ponerse en “estado de misión” es un efecto del agradecimiento» (Mensaje a las Obras Misionales Pontificias, 21 mayo 2020).

Sin embargo, los tiempos no eran fáciles; los primeros cristianos comenzaron su vida de fe en un ambiente hostil y complicado. Historias de postergaciones y encierros se cruzaban con resistencias internas y externas que parecían contradecir y hasta negar lo que habían visto y oído; pero eso, lejos de ser una dificultad u obstáculo que los llevara a replegarse o ensimismarse, los impulsó a transformar todos los inconvenientes, contradicciones y dificultades en una oportunidad para la misión. Los límites e impedimentos se volvieron también un lugar privilegiado para ungir todo y a todos con el Espíritu del Señor. Nada ni nadie podía quedar ajeno a ese anuncio liberador.

Tenemos el testimonio vivo de todo esto en los Hechos de los Apóstoles, libro de cabecera de los discípulos misioneros. Es el libro que recoge cómo el perfume del Evangelio fue calando a su paso y suscitando la alegría que sólo el Espíritu nos puede regalar. El libro de los Hechos de los Apóstoles nos enseña a vivir las pruebas abrazándonos a Cristo, para madurar la «convicción de que Dios puede actuar en cualquier circunstancia, también en medio de aparentes fracasos» y la certeza de que «quien se ofrece y entrega a Dios por amor seguramente será fecundo» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 279).

Así también nosotros: tampoco es fácil el momento actual de nuestra historia. La situación de la pandemia evidenció y amplificó el dolor, la soledad, la pobreza y las injusticias que ya tantos padecían y puso al descubierto nuestras falsas seguridades y las fragmentaciones y polarizaciones que silenciosamente nos laceran. Los más frágiles y vulnerables experimentaron aún más su vulnerabilidad y fragilidad. Hemos experimentado el desánimo, el desencanto, el cansancio, y hasta la amargura conformista y desesperanzadora pudo apoderarse de nuestras miradas. Pero nosotros «no nos anunciamos a nosotros mismos, sino a Jesús como Cristo y Señor, pues no somos más que servidores de ustedes por causa de Jesús» (2 Co 4,5). Por eso sentimos resonar en nuestras comunidades y hogares la Palabra de vida que se hace eco en nuestros corazones y nos dice: «No está aquí: ¡ha resucitado!» (Lc 24,6); Palabra de esperanza que rompe todo determinismo y, para aquellos que se dejan tocar, regala la libertad y la audacia necesarias para ponerse de pie y buscar creativamente todas las maneras posibles de vivir la compasión, ese “sacramental” de la cercanía de Dios con nosotros que no abandona a nadie al borde del camino. En este tiempo de pandemia, ante la tentación de enmascarar y justificar la indiferencia y la apatía en nombre del sano distanciamiento social, urge la misión de la compasión capaz de hacer de la necesaria distancia un lugar de encuentro, de cuidado y de promoción. «Lo que hemos visto y oído» (Hch 4,20), la misericordia con la que hemos sido tratados, se transforma en el punto de referencia y de credibilidad que nos permite recuperar la pasión compartida por crear «una comunidad de pertenencia y solidaridad, a la cual destinar tiempo, esfuerzo y bienes» (Carta enc. Fratelli tutti, 36). Es su Palabra la que cotidianamente nos redime y nos salva de las excusas que llevan a encerrarnos en el más vil de los escepticismos: “todo da igual, nada va a cambiar”. Y frente a la pregunta: “¿para qué me voy a privar de mis seguridades, comodidades y placeres si no voy a ver ningún resultado importante?”, la respuesta permanece siempre la misma: «Jesucristo ha triunfado sobre el pecado y la muerte y está lleno de poder. Jesucristo verdaderamente vive» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 275) y nos quiere también vivos, fraternos y capaces de hospedar y compartir esta esperanza. En el contexto actual urgen misioneros de esperanza que, ungidos por el Señor, sean capaces de recordar proféticamente que nadie se salva por sí solo.

Al igual que los apóstoles y los primeros cristianos, también nosotros decimos con todas nuestras fuerzas: «No podemos dejar de hablar de lo que hemos visto y oído» (Hch 4,20). Todo lo que hemos recibido, todo lo que el Señor nos ha ido concediendo, nos lo ha regalado para que lo pongamos en juego y se lo regalemos gratuitamente a los demás. Como los apóstoles que han visto, oído y tocado la salvación de Jesús (cf. 1 Jn 1,1-4), así nosotros hoy podemos palpar la carne sufriente y gloriosa de Cristo en la historia de cada día y animarnos a compartir con todos un destino de esperanza, esa nota indiscutible que nace de sabernos acompañados por el Señor. Los cristianos no podemos reservar al Señor para nosotros mismos: la misión evangelizadora de la Iglesia expresa su implicación total y pública en la transformación del mundo y en la custodia de la creación.

Una invitación a cada uno de nosotros

El lema de la Jornada Mundial de las Misiones de este año, «No podemos dejar de hablar de lo que hemos visto y oído» (Hch 4,20), es una invitación a cada uno de nosotros a “hacernos cargo” y dar a conocer aquello que tenemos en el corazón. Esta misión es y ha sido siempre la identidad de la Iglesia: «Ella existe para evangelizar» (S. Pablo VI, Exhort. ap. Evangelii nuntiandi, 14). Nuestra vida de fe se debilita, pierde profecía y capacidad de asombro y gratitud en el aislamiento personal o encerrándose en pequeños grupos; por su propia dinámica exige una creciente apertura capaz de llegar y abrazar a todos. Los primeros cristianos, lejos de ser seducidos para recluirse en una élite, fueron atraídos por el Señor y por la vida nueva que ofrecía para ir entre las gentes y testimoniar lo que habían visto y oído: el Reino de Dios está cerca. Lo hicieron con la generosidad, la gratitud y la nobleza propias de aquellos que siembran sabiendo que otros comerán el fruto de su entrega y sacrificio. Por eso me gusta pensar que «aun los más débiles, limitados y heridos pueden ser misioneros a su manera, porque siempre hay que permitir que el bien se comunique, aunque conviva con muchas fragilidades» (Exhort. ap. postsin. Christus vivit, 239).

En la Jornada Mundial de las Misiones, que se celebra cada año el penúltimo domingo de octubre, recordamos agradecidamente a todas esas personas que, con su testimonio de vida, nos ayudan a renovar nuestro compromiso bautismal de ser apóstoles generosos y alegres del Evangelio. Recordamos especialmente a quienes fueron capaces de ponerse en camino, dejar su tierra y sus hogares para que el Evangelio pueda alcanzar sin demoras y sin miedos esos rincones de pueblos y ciudades donde tantas vidas se encuentran sedientas de bendición.

Contemplar su testimonio misionero nos anima a ser valientes y a pedir con insistencia «al dueño que envíe trabajadores para su cosecha» (Lc 10,2), porque somos conscientes de que la vocación a la misión no es algo del pasado o un recuerdo romántico de otros tiempos. Hoy, Jesús necesita corazones que sean capaces de vivir su vocación como una verdadera historia de amor, que les haga salir a las periferias del mundo y convertirse en mensajeros e instrumentos de compasión. Y es un llamado que Él nos hace a todos, aunque no de la misma manera. Recordemos que hay periferias que están cerca de nosotros, en el centro de una ciudad, o en la propia familia. También hay un aspecto de la apertura universal del amor que no es geográfico sino existencial. Siempre, pero especialmente en estos tiempos de pandemia es importante ampliar la capacidad cotidiana de ensanchar nuestros círculos, de llegar a aquellos que espontáneamente no los sentiríamos parte de “mi mundo de intereses”, aunque estén cerca nuestro (cf. Carta enc. Fratelli tutti, 97). Vivir la misión es aventurarse a desarrollar los mismos sentimientos de Cristo Jesús y creer con Él que quien está a mi lado es también mi hermano y mi hermana. Que su amor de compasión despierte también nuestro corazón y nos vuelva a todos discípulos misioneros.

Que María, la primera discípula misionera, haga crecer en todos los bautizados el deseo de ser sal y luz en nuestras tierras (cf. Mt 5,13-14).

Roma, San Juan de Letrán, 6 de enero de 2021, Solemnidad de la Epifanía del Señor.

FRANCISCO


Santa Teresa del Niño Jesús, Patrona de las Misiones.