miércoles, 25 de septiembre de 2019

“Un pobre llamado Lázaro” (Lucas 16,19-31) Domingo XXVI del Tiempo durante el año.







«¿Me atreveré a exponerle la situación lamentable y realmente digna de lástima de nuestra Patria? El gobierno dividido por las disensiones; las ciudades y las provincias asoladas por las guerras civiles; los pueblos fragmentados en facciones; las aldeas, las villas, los más pequeños rincones destruidos, arruinados e incendiados; los campesinos sin poder recoger lo que sembraron y sin poder sembrar nada para los años siguientes. Los soldados se entregan impunemente a toda clase de desmanes. Los pueblos no sólo se ven expuestos a las rapiñas y a los actos de bandolerismos, sino incluso a los asesinatos y a toda clase de torturas. Los habitantes del campo que no han muerto por las armas están muriendo de hambre. (…) Es muy poco oír y leer estas cosas; sería menester verlas y comprobarlas con los propios ojos» [1]
Esto que hemos escuchado es un pasaje de una carta fechada el 16 de agosto de 1652. Un sacerdote francés escribía así al Papa Inocencio Décimo presentándole la catastrófica situación de su país. Aquel hombre, que fallecería ocho años después, el 27 de setiembre de 1660, es hoy conocido como San Vicente de Paúl.

No era la primera vez que ponía su mirada entristecida e indignada sobre la miseria humana. Él mismo había nacido en un hogar muy humilde. Como sacerdote fue encontrando cara a cara, a lo largo de su vida, diversas situaciones generalizadas de pobreza: los niños abandonados, los enfermos sin atención, los presos, los necesitados de toda índole, en una Francia dividida entre una minoría llena de riquezas y una multitud de hambrientos y desamparados.

Vicente veía a su alrededor gente que se desentendía totalmente de esas situaciones, mirando hacia otro lado. Vio también a quienes en algún momento habían sentido esa preocupación por los más pobres, abandonar todo esfuerzo. Sin embargo, fue encontrando de a poco corazones abiertos y manos deseosas de trabajar en favor de los más necesitados. Con aquellos hombres y mujeres fundó la congregación de los padres lazaristas y la de las hijas de la Caridad.

La realidad era tan desbordante que Vicente advirtió que la ayuda espontánea no era eficaz. Alcanzaba a aquellos que eran más despiertos, más audaces o más vivos, pero, en cambio, no llegaba a quienes estaban en los más bajos niveles de pobreza. Había que asistir a los necesitados, pero esa asistencia tenía que ser organizada. Así le escribe a uno de los encargados de llevar socorro:
“convendrá que escriba usted los nombres de esas pobres gentes, a fin de que, cuando llegue la hora de hacer la distribución, se les pueda dar esa ayuda, y no para otras personas que quizá puedan prescindir de ella. Pues bien, para distinguirlos bien, habría que verlos en sus casas, para conocer de cerca a los más necesitados y a los que no lo son tanto. Pero como es imposible que pueda hacer usted solo tantas visitas, puede usted utilizar algunas personas piadosas y prudentes, que acudan personalmente a los pobres, y que le informen sinceramente de la situación de cada uno.” [2]
Implementando éstas y otras prácticas similares, San Vicente se convirtió en uno de los fundadores de lo que hoy se llama “Trabajo Social”, disciplina que se propone el “abordaje de problemas sociales, desde la práctica y con los sujetos involucrados en ella, apuntando a la mejora de su calidad de vida y al desarrollo de sus potencialidades” [3].

La búsqueda de eficacia no ahogó lo fundamental: el espíritu con el que ir al encuentro del pobre.
“Al servir a los pobres, se sirve a Jesucristo” [4].
“El mismo quiso nacer pobre, recibir en su compañía a los pobres, servir a los pobres, ponerse en lugar de los pobres hasta decir que el bien y el mal que les hacemos lo toma como hecho a su misma persona. No hay ninguna diferencia entre amarlo a Él y amar a los pobres.” [5]

Traemos hoy todo esto, porque el viernes 27 celebramos la memoria de San Vicente de Paúl; pero también porque nos prepara para escuchar el evangelio de este domingo, la parábola del pobre Lázaro y el rico. Jesús presenta así la situación:
Había un hombre rico que se vestía de púrpura y lino finísimo y cada día hacía espléndidos banquetes. A su puerta, cubierto de llagas, yacía un pobre llamado Lázaro, que ansiaba saciarse con lo que caía de la mesa del rico.
Un hombre cubierto de lino, otro cubierto de llagas. Uno comiendo sobradamente, otro pasando hambre. Un gran contraste, una gran distancia… pero a la vez, cercanía: uno está dentro, otro a la puerta.
A los dos les llega la muerte y esto invierte las situaciones:
El pobre murió y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham. El rico también murió y fue sepultado.
En la morada de los muertos, en medio de los tormentos, levantó los ojos y vio de lejos a Abraham, y a Lázaro junto a él. Entonces exclamó: «Padre Abraham, ten piedad de mí y envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en el agua y refresque mi lengua, porque estas llamas me atormentan».
Aquel que no se preocupaba de lo que caía de su mesa abundante, de aquello con lo que tanto ansiaba saciarse Lázaro, pide ahora que caiga en su lengua al menos una gota de agua.
Abraham le explica que eso no es posible. Aquella distancia que los separó en la tierra, distancia que hubiera podido franquearse, se ha convertido en un gran abismo que ya no es posible atravesar.
El rico pide entonces a Abraham que envíe a Lázaro a prevenir a sus cinco hermanos, para que no caigan también en ese lugar de tormento.
En la respuesta de Abraham está una clave de esta parábola:
Abraham respondió:
«Tienen a Moisés y a los Profetas; que los escuchen».
El rico insiste: si alguno de los muertos va a verlos, se arrepentirán. Pero Abraham es terminante:
«Si no escuchan a Moisés y a los Profetas, aunque resucite alguno de entre los muertos, tampoco se convencerán».
De eso se trata: de escuchar la Palabra de Dios, trasmitida por Moisés y los profetas y, ahora, para nosotros, escuchar a Jesús, Verbo encarnado, la Palabra misma de Dios hecha hombre. Por supuesto, escuchar quiere decir mucho más: responder a esa Palabra con un cambio de vida, con un esfuerzo de conversión, poniendo en práctica la Palabra.

Frente a este evangelio tan inquietante… ¿qué hacemos hoy en la Diócesis de Melo? Pienso inmediatamente en las Obras sociales San Martín y Picapiedras, en la Heladera solidaria de Treinta y Tres, en la pastoral penitenciaria, en las Fazendas de la Esperanza… y otras iniciativas de solidaridad en las distintas parroquias.

La pobreza tiene diferentes rostros. Existen programas de ayuda tanto desde el Estado como desde la sociedad civil. Para todos los que queremos hacer algo por y con los más pobres, hay varios retos: por un lado, llegar a aquellos que están en las situaciones más difíciles, más marginales… invisibles… escondidos... hasta indocumentados.  Por otra parte, superar el asistencialismo y la clientelización; ayudar a que las personas salgan de su situación de pobreza y dependencia, descubriendo y poniendo en obra sus propias capacidades de superación.
Para los cristianos, el desafío mayor lo seguimos encontrando en las palabras de San Vicente,
Al servir a los pobres, se sirve a Jesucristo.
Palabras que son eco de las del mismo Jesús:
Lo que ustedes hicieron con cada uno de mis hermanos más pequeños, a mí me lo hicieron (Mateo 25,40).

Amigas y amigos, que nos animen como palabras finales, las que dirige san Pablo a Timoteo en la segunda lectura de este domingo:
“hombre de Dios: practica la justicia, la piedad, la fe, el amor, la constancia, la bondad. Pelea el buen combate de la fe, conquista la Vida eterna, a la que has sido llamado”.
Gracias a todos por su atención. Que el Señor los bendiga y hasta la próxima semana si Dios quiere.


[1] El texto original ha sido modificado levemente. La cita original puede leerse en: http://pauleszaragoza.org/san-vicente-de-paul-y-los-pobres-de-su-tiempo/
[2] Carta al hermano Juan Parré, responsable de los socorros fronterizos, tomada de página web ya citada.
[3] Universidad de la República, Uruguay, Licenciatura en Trabajo Social:
[4] Carta a las Hijas de la Caridad, página web ya citada.
[5] Texto de San Vicente, tomado de
https://www.cristianismeijusticia.net/sites/default/files/pdf/es194_0.pdf

jueves, 19 de septiembre de 2019

El administrador deshonesto (Lucas 16,1-13). XXV Domingo del Tiempo durante el año.





El administrador citó, de a uno, a los deudores de su patrón. A cada uno le mostró el vale que había firmado reconociendo su deuda. En su presencia, hizo otro por una cantidad menor y rompió el antiguo. Más o menos así podríamos interpretar lo que cuenta Jesús en una de las parábolas más extrañas del evangelio:
Llamó uno por uno a los deudores de su señor y preguntó al primero: "¿Cuánto debes a mi señor?" "cien batos de aceite", le respondió.
El administrador le dijo: "Toma tu recibo, siéntate en seguida, y anota cincuenta".
Después preguntó a otro: "Y tú, ¿cuánto debes?" "cien coros de trigo", le respondió.
El administrador le dijo: "Toma tu recibo y anota ochenta".
Posiblemente estas deudas vinieran de una relación de aparcería: los deudores trabajaban en las tierras del señor y debían darle parte de su cosecha.
Batos y coros son medidas hebreas antiguas. Son cantidades grandes. Cien batos serían más o menos 3.500 litros de aceite. Este deudor tiene a su cargo un olivar importante. El administrador le hace un descuento de 50% de lo que debe.
El otro deudor planta trigo y debe cien coros de grano. No es una medida de peso, sino de capacidad. Equivale a unos 350 litros. En trigo con buen peso promedio, un coro pesaría unos 280 kilos. 100 coros serían 28 toneladas de trigo. Un productor de trigo de hoy esperaría cosechar 4 toneladas por hectárea… no serían los resultados de aquella época en una tierra sin grandes extensiones cultivables y con dificultades de riego. Este deudor seguramente trabaja sobre bastante más que siete hectáreas. El descuento del 20% de su deuda es una quita importante.
Nosotros nos podemos perder entre estos números y sus equivalencias, pero imaginemos a los oyentes de Jesús. Para ellos esas medidas y cantidades son familiares y se dan cuenta de que el administrador está haciendo grandes favores, rebajando esas deudas.

¿Y todo esto por qué? Vayamos al comienzo de la parábola:
Había un hombre rico que tenía un administrador, al cual acusaron de malgastar sus bienes. Lo llamó y le dijo: "¿Qué es lo que me han contado de ti? Dame cuenta de tu administración, porque ya no ocuparás más ese puesto".
El administrador pensó entonces: "¿Qué voy a hacer ahora que mi señor me quita el cargo? ¿Cavar? No tengo fuerzas. ¿Pedir limosna? Me da vergüenza.
¡Ya sé lo que voy a hacer para que, al dejar el puesto, haya quienes me reciban en su casa!"
Viéndose a punto de perder su trabajo, el administrador puso manos a la obra para hacerse de amigos y lo hizo de la forma que hemos visto: rebajando las deudas de algunos de los deudores de su señor. Su objetivo era claro: tener quienes lo reciban en sus casas, porque pronto él se verá en la calle. La parábola concluye narrando que:
el señor alabó a este administrador deshonesto, por haber obrado tan hábilmente.
A esto, Jesús agrega un consejo:
Gánense amigos con el dinero de la injusticia, para que el día en que éste les falte,
ellos los reciban en las moradas eternas.
Esto último que dice Jesús nos pone a los oyentes en situación de administradores. Si pensamos que lo que tenemos es nuestro y únicamente nuestro, estamos olvidando quién es el verdadero dueño y señor de todo lo creado: Dios, el mismo Creador. Nosotros hemos recibido esos bienes y nuestra tarea es administrarlos. ¿Qué se espera de un administrador?
“Lo que se espera de un administrador es que sea fiel” (1 Corintios 4,2)
dice San Pablo.

¿Fieles a quién? Al dueño de los bienes para el cual trabajamos. Fieles a Dios. El problema se presenta cuando olvidamos de quién hemos recibido los bienes, cuando consideramos “esto es mío y solo mío”. Allí ya no servimos a Dios: servimos al dinero.
Jesús llama a utilizar todo lo que hemos recibido de Dios con desapego y generosidad, atentos especialmente a los menos favorecidos. Ese será el tema de la parábola del pobre Lázaro, que Jesús cuenta a continuación de ésta y que escucharemos el domingo siguiente. Al llegar a la morada eterna, el rico, que fue indiferente al pobre que estaba a su puerta, se encontrará en un lugar de tormento, separado totalmente de Lázaro, que está junto al Padre Abraham en la presencia de Dios. El rico no administró sus bienes de manera apropiada para ser recibido por el pobre Lázaro en la morada eterna.

Jesús habla de usar “el dinero de la injusticia”. La injusticia es la condición inhumana en la que sobreviven muchos seres humanos, que ocupan la mayor parte de su día en conseguir su escaso alimento, agua potable y leña; que no tienen una vivienda decorosa, ni adecuada atención de salud ni posibilidades de educación.
Las Naciones Unidas marcaron objetivos de desarrollo sostenible para el año 2030.
Los cuatro primeros son: el fin de la pobreza, hambre cero, salud y bienestar y educación de calidad.
El mundo está lejos de alcanzar esas metas y, a pesar de algunos avances, ha experimentado retrocesos causados por las guerras, los desastres naturales y los daños ambientales. El Papa Francisco nos ha llamado a asumir nuestra responsabilidad en el cuidado de la Casa Común, recordando que
“los más graves efectos de todas las agresiones ambientales los sufre la gente más pobre”. (Laudato Si')
En la segunda lectura de este domingo, Pablo exhorta a
que se hagan peticiones, oraciones, súplicas y acciones de gracias por todos los hombres, por los soberanos y por todas las autoridades, para que podamos disfrutar de paz y de tranquilidad, y llevar una vida piadosa y digna.
En Uruguay (y el mismo día en Argentina) pronto tendremos elecciones nacionales. No olvidemos que estamos eligiendo administradores de los bienes de nuestros pueblos, de los bienes que hemos recibido de Dios. Quienes se postulan a los diferentes cargos nos han presentado a los ciudadanos una solicitud de empleo. Nuestros impuestos pagan sus sueldos: trabajarán para todos nosotros. Recordemos que son seres humanos; todos tienen errores o fallas, más o menos graves. No son mesías ni salvadores: no les pidamos lo imposible. Busquemos a quienes consideremos más capaces de cuidar los bienes de todos, sin dejar atrás a quienes caminan más lentamente en nuestro acelerado mundo. La seguridad, la defensa, la justicia, la recaudación impositiva son funciones que el Estado no puede delegar en nadie; pero el desarrollo necesita también de una buena educación, salud, empleo, cuidado del medio ambiente. ¿Qué nos proponen los candidatos? Y, sobre todo ¿Qué podemos esperar realmente?

Finalmente, la palabra “administrador” en el Nuevo Testamento se refiere también a la administración de los bienes espirituales. Nos toca especialmente a todos los que tenemos un ministerio en la Iglesia, ya sean ministros laicos o ministros ordenados: diáconos, sacerdotes, obispos; pero también a todo fiel cristiano, como dice la carta de Pedro:
“Cada uno viva según la gracia recibida, poniéndola al servicio de los otros, como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios” (1 Pedro 4,10).
Amigas y amigos, miremos los bienes materiales y espirituales que hemos recibido. No se nos han dado para que los guardemos bajo el colchón, sino para que los utilicemos inteligente y, sobre todo, amorosamente, en el servicio a Dios y a nuestro prójimo.
Gracias por su atención; que el Señor los bendiga y hasta la próxima semana si Dios quiere.

jueves, 12 de septiembre de 2019

“Corrió a su encuentro, lo abrazó y lo besó” (Lucas 15,1-32). Domingo XXIV del Tiempo Ordinario.







Corría el año 1978 cuando al conductor  de un programa radial de Montevideo, dedicado a pasar viejos éxitos musicales  se le ocurrió organizar una fiesta con música de los años 60 y 70. Era la víspera del 25 de agosto, fiesta de la independencia. Así nació “La noche de la nostalgia”. Su creador registró el nombre como marca, pero se hizo tan popular que, en el año 2004, el parlamento estableció por ley  la denominación de la “Noche de la Nostalgia” a la noche del 24 de agosto.

Como todos los años, el pasado 24 se vivió la preocupación de muchos por que la fiesta tuviera final feliz, sin ningún episodio luctuoso; pensando, sobre todo, en prevenir accidentes de tránsito.
Sin embargo, hubo una muerte no prevista; posiblemente inevitable, ya que se trató de la muerte súbita de una bebé  que quedó a cargo de su hermana de 12 años, mientras su madre salió a trabajar en la noche. Había en la casa otros dos hermanos más chicos y nadie más. No había padre. La madre dijo que se había decidido a salir “porque estaba sin plata”.
La muerte de la bebé desencadenó todo un proceso. En algún momento apareció el padre. Le preguntaron si no contribuía al menos con una pensión alimenticia. Contestó que “la madre sabía que podía pedirle si necesitaba algo”. Más o menos como en el tango Mano a mano:
si precisás una ayuda, si te hace falta un consejo,
pero tal vez no tanto como esto:
acordate de este amigo que ha de jugarse el pellejo
pa'ayudarte en lo que pueda cuando llegue la ocasión.
Este domingo el evangelio nos presenta la parábola conocida como el hijo pródigo, que trata de un muchacho que abandonó la casa paterna para encontrarse muy pronto en una situación de dificultad extrema:
el hijo menor recogió todo lo que tenía y se fue a un país lejano, donde malgastó sus bienes en una vida licenciosa. Ya había gastado todo, cuando sobrevino mucha miseria en aquel país, y comenzó a sufrir privaciones.
La parábola sigue vigente, porque siempre hay un hijo que se va de casa, no en las condiciones deseables, para empezar su propia vida, sino rompiendo el corazón de quienes lo aman.
Sin embargo, en algunas familias del Uruguay de hoy el que se ha ido de la casa es el padre.
No sólo se ha ido, lo que puede entenderse por distintas razones, sino que muchas veces se ha desentendido, no solo de una esposa o compañera con la que ya no se quieren, sino también de los hijos que juntos trajeron al mundo… y eso ya es otra historia.
Cada noticia de un papá ausente, como el que ya no estaba en esa casa, ni en la Noche de la Nostalgia ni en ninguna otra, agrega un “sesgo de confirmación” a la idea de que el padre “no sirve para mucho” o “no sirve para nada”. La imagen del padre está muy desvalorizada.

No es fácil vivir la paternidad. Yo conocí a mi padre, pero él no conoció al suyo, de modo que no tuvo ningún modelo para seguir. Aun así, formó una familia y lo vimos junto a nuestra madre hasta que la muerte los separó. He visto a otros hombres, dentro de mi familia y mis amigos, que han sabido ser verdaderos padres para sus propios hijos, pero también para hijos ajenos, con los que a veces empezó la experiencia de paternidad, antes de tener los propios.

El rol del padre no es sólo el de ser proveedor. Ese es un rol que puede ser compartido y aún sustituido por el trabajo de la madre. Mucho más que eso, así como varón y mujer se complementan para engendrar una vida nueva, así también tienen que seguir complementándose para cuidar con amor de ese ser que han traído al mundo. Los seres humanos nacemos con una fragilidad notable. Necesitamos muchísimo cuidado desde el principio. Pensemos solamente el poco tiempo que necesita un potrillito para estar de pie y salir trotando y, en cambio, cuántos meses necesitamos nosotros para que nuestras piernas estén firmes y podamos dar nuestros primeros pasos vacilantes… y eso no quiere decir que allí ya no haya que cuidarnos tanto, sino todo lo contrario…

Proteger la vida… pero también educar. En los libros de pedagogía suele aparecer en el primer capítulo el origen de la palabra educación, con dos posibles raíces latinas: educare y exducere. educare tiene relación con todo lo que es criar, nutrir, alimentar. Desde luego, no solo desde el punto de vista físico, sino también en el aspecto afectivo, intelectual y espiritual. Todo lo que la madre y el padre pueden dar a su hijo.

Es muy interesante también la otra raíz: exducere que nos habla de sacar, llevar o conducir desde dentro hacia afuera. Esto significa ayudar al hijo a descubrir y a poner en acto sus capacidades, a desarrollar las diferentes posibilidades que tiene dentro.
Muchas veces los padres tienen sus expectativas respecto a sus hijos y tratan de alimentarlos para ese resultado que esperan alcanzar… pero los hijos traen sus propias capacidades e inclinaciones, que hay que descubrir, valorar y ayudar a que emerjan, a que salgan para su plena realización… aunque sean muy diferentes de las que sus padres esperaban…

Pero hay algo único, especial, que solo la madre y el padre pueden dar y es el amor propio de cada uno de ellos. Amor de madre y amor de padre.
El Padre de la parábola es un padre amoroso. Cada día esperaba el regreso del hijo que se había marchado, hasta que se produjo y entonces...
Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió profundamente; corrió a su encuentro, lo abrazó y lo besó.
Pero ese amor también está dirigido al otro hijo, el mayor, el que tampoco ha sabido reconocer el amor de su padre. Cuando ese hijo no quiere entrar a celebrar la vuelta de su hermano, el padre sale a buscarlo y le dice:
“Hijo mío, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo. Es justo que haya fiesta y alegría, porque tu hermano estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado".
Ése es el Padre Dios. Ése es el Padre que no abandona a sus hijos.
Del amor de ese Padre nos habla el Papa Francisco, recordando que
En su Palabra encontramos muchas expresiones de su amor:
(…) a veces se presenta como esos padres afectuosos que juegan con sus niños: como lo describe el profeta Oseas: «Con cuerdas humanas los atraía, con lazos de amor, y era para ellos como los que alzan a un niño contra su mejilla» (Os 11,4).
A veces se presenta cargado del amor de esas madres que quieren sinceramente a sus hijos, con un amor entrañable que es incapaz de olvidar o de abandonar: como dice por boca de Isaías: «¿Acaso olvida una mujer a su niño de pecho, sin enternecerse con el hijo de sus entrañas? Pues, aunque ella se olvidara, yo no te olvidaré» (Is 49,15). (Christus vivit, 114.)
Gracias, amigas y amigos, por su atención. Dios no se olvida de nosotros.
No nos olvidemos nosotros de aquellos que queremos o deberíamos querer más.
Que el Señor los bendiga y hasta la próxima semana si Dios quiere.

martes, 10 de septiembre de 2019

10 de setiembre: Día de la Educación Católica


10 DE SETIEMBRE - DÍA DE LA EDUCACIÓN CATÓLICA
Hoy renovamos nuestro compromiso 
de ser mensajeros de Jesús
a través de una educación
que impulsa proyectos de vida con sentido.
  Un saludo fraterno a todos los que día a día, 
ponen el corazón en esta tarea.

AUDEC
Asociación Uruguaya de Educación Católica

lunes, 9 de septiembre de 2019

“Bautizados y enviados”. Encuentro diocesano de catequistas en Aceguá.






 


Con 52 participantes se realizó el domingo 8 de setiembre, en la fronteriza localidad de Aceguá, Cerro Largo, el encuentro anual de catequistas de la Diócesis de Melo (Cerro Largo y Treinta y Tres).

El tema elegido coincide con el lema con que el Papa Francisco convocó para el próximo octubre un Mes Misionero Extraordinario. También fue el lema propuesto por el Oficio Catequístico Nacional para la celebración del Día Nacional de la Catequesis en Uruguay.

A lo largo de la jornada, con aportes del Oficio Catequístico Diocesano y del P. Jorge Osorio, párroco de Aceguá y Buen Pastor, las catequistas fueron profundizado en el significado de la consagración bautismal que hace de cada bautizado miembro del Cuerpo de Cristo y, como él, Sacerdote, Profeta y Rey.
El capítulo 4 de la exhortación apostólica Christus vivit, del Papa Francisco, fue el eje conductor de otro momento de reflexión, a partir de las “tres gratas verdades de Dios que debemos anunciar”: un Dios que es amor; Cristo te salva y El Espíritu da vida.
El “envío” y la misión están presentes en la catequesis que es “constructora de comunidad en torno a Jesucristo”, como subrayó en sus palabras de bienvenida Mons. Heriberto Bodeant.
“¿Cómo presentamos hoy la Buena Noticia a aquellos que quieren ser cristianos?” fue la pregunta que guio el último trabajo en grupos y que fue respondida en forma lúdica y festiva.

Estuvieron presentes integrantes del Equipo Coordinador de Catequesis de la vecina diócesis brasileña de Bagé, y del Oficio Catequístico Diocesano de Tacuarembó.

Fue una jornada intensa, marcada por la fraternidad y la alegría, así como por la cálida acogida de las catequistas y la comunidad de Aceguá que participó en la Eucaristía final.

martes, 3 de septiembre de 2019

El que no renuncie a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo (Lucas 14, 25-33). Domingo XXIII del Tiempo Ordinario.








“Primera vez en mi vida que termino algo” dijo Jonathan, mientras recibía su diploma. Le estaban entregando la acreditación de haber concluido un año de rehabilitación en una comunidad terapéutica. Había llegado allí tras sucesivos fracasos en sus intentos de dejar su adicción a las drogas. Cuando pidió el ingreso le informaron de las reglas. Le recalcaron que el ingreso era su propia decisión. Él había llegado con mucha presión de algunos familiares (otros ya lo daban por perdido) y de algunos amigos (otros no eran realmente amigos ni gente recomendable). Jonathan se vio ante la decisión. Leyó aquellas normas de convivencia y de responsabilidad y firmó, asumiendo su compromiso. Así empezó su caminata. Al principio, en forma errática… perdido, desconcertado. Poco a poco fue agarrando el ritmo. Pronto se encontró entre aquellos que recibían y ayudaban a un nuevo compañero que, como él, llegaban dispuestos a intentarlo todo por salir adelante. Con el diploma en la mano, recordó los momentos de crisis… la forma sorpresiva en que abandonó la casa un compañero que parecía ir tan bien… el cambio de responsable a mitad de camino… la ansiedad que le dejó una visita familiar con malas noticias… todo se había ido superando. La batalla se había ganado. La lucha continuaría afuera, pero con nuevas herramientas, nuevas capacidades, pero, sobre todo, sintiendo que ahora sí, su vida tenía sentido.
¿Quién de ustedes, si quiere edificar una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, para ver si tiene con qué terminarla? No sea que, una vez puestos los cimientos, no pueda acabar y todos los que lo vean se rían de él, diciendo: "Este comenzó a edificar y no pudo terminar".
¿Y qué rey, cuando sale en campaña contra otro, no se sienta antes a considerar si con diez mil hombres puede enfrentar al que viene contra él con veinte mil? Por el contrario, mientras el otro rey está todavía lejos, envía una embajada para negociar la paz.
Estas palabras de Jesús están llenas de sentido común. Porque… ¿cuántas veces nos metemos en compromisos que no podemos cumplir, empezamos a realizar planes sin contar con recursos, o nos ponemos en problemas por gastar lo que no tenemos?

Aunque podemos tomar estas consideraciones de Jesús para nuestra vida práctica, en realidad Él apunta mucho más lejos. Jesús está hablando de quién puede ser y quién no puede ser su discípulo. Jesús llama, pero hacerse su discípulo es tomar una decisión, hacer un compromiso. Hay que ver si estamos dispuestos a asumir todo lo que eso significa, más todavía que lo hizo Jonathan con su terapia.

Jesús habla mientras va en camino. Se dirige a Jerusalén. Camina hacia su pasión, su cruz, su muerte y resurrección. Ha tomado esa decisión. No volverá otro año a peregrinar a Jerusalén como hizo tantas otras veces. Es un viaje sin regreso.

Gran cantidad de gente camina junto a Jesús. El evangelio ofrece muchas escenas donde Jesús habla mientras camina; pero aquí lo vemos detenerse y darse vuelta. Jesús hace un alto para ponerse de cara a la multitud que lo sigue y hablarle. Quiere dejar algo en claro: una cosa es caminar con Él, escuchándolo con gusto, viendo sus milagros o esperando recibir uno… Otra cosa es seguir a Jesús. Para eso él pone condiciones.
Cualquiera que venga a mí y no me ame más que a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y hermanas, y hasta a su propia vida, no puede ser mi discípulo. El que no carga con su cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo.
Y aquí podemos agregar la que está al final de las comparaciones de la torre y el ejército que leíamos antes:
cualquiera de ustedes que no renuncie a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo.
Notemos que Jesús dice mi discípulo. Para un maestro no es lo mismo decir “los alumnos” que “mis alumnos”. Mi discípulo indica una relación personal. El discípulo define su identidad no con relación a un contenido, a una materia de estudio, sino en la relación con el Maestro.

La primera condición que pone Jesús para seguirlo es ponerlo primero y posponer los otros amores. La lista que hace Jesús tiene siete renglones: empieza por el padre, la madre y el último es la propia vida, el propio “yo”. No se trata de abandonar ni descuidar el amor a los miembros de la familia, sino de subordinar todos esos amores al amor de Jesús; eso llevará a amarlos a todos de otra manera: a amarlos desde el amor de Jesús.

La renuncia a la propia vida se entiende con la frase que sigue: “el que no carga su propia cruz…”. Amar desde el amor de Jesús es, nada menos, que amar desde la Cruz, desde la entrega total de la vida, sin falsedad ni traición. Cargar la propia cruz es poner los pies en las huellas de Jesús, tratando de reproducir sus actitudes cada vez que hacemos algo en la vida, con su misma entrega de amor.

La frase continúa: “el que no carga su propia cruz y me sigue”. Porque no se puede seguir a Jesús sin la cruz, sin ese despojamiento que identifica completamente con el Maestro, ahora resucitado, por los caminos de la vida. Desde ahí se entiende que el discípulo “renuncie a todo lo que posee”.

Las dos parábolas del que construye la torre y del rey que va a la guerra toman ahora su sentido más profundo. Son un llamado a no tomar las cosas a la ligera sino aprender a discernir conjugando realismo y sabiduría. Jesús no quiere desalentarnos, sino animarnos, darnos coraje. Es posible seguir a Jesús; pero hay que estar dispuestos a pagar el precio, con desprendimiento y generosidad de corazón. La decisión de seguir a Jesús exige un compromiso total, sin vuelta atrás. En todo momento, el discípulo tiene que estar dispuesto a dejar todo lo que tiene por seguir al Maestro. Por eso Jesús dice: “cualquiera de ustedes que no renuncie a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo”.

Todo esto puede parecer irreal, imposible, absurdo… pero Jesús ya no está hablando a los Doce, que, literalmente, lo han dejado todo para ir con Él. ¿Cómo entender esa renuncia hoy? ¿Cómo entenderla desde la vida de la mayoría de los cristianos, fieles laicos que trabajan, que tienen una familia? Se lo pregunté a un amigo y me dijo:
“yo creo que empieza por darme cuenta de que lo que tengo no viene solo de mi esfuerzo y mi trabajo, sino que ha sido posible con la ayuda de Dios… en eso el Evangelio me llama a la gratitud y al desapego, a no agarrarme de las cosas y a compartir lo que tengo. Eso puede consistir en ayudar a alguien en un momento difícil de salud o de trabajo, en colaborar con una obra social o con la comunidad parroquial, en tener una atención especial con familiares o amigos en momentos importantes… en fin: la vida de cada día te va presentando muchas oportunidades que te llaman a ser generoso con tu tiempo, con tu cariño o con algo de tus bienes materiales”.
Amigas y amigos, para seguir a Jesús hay que estar dispuestos al desapego y a la generosidad. Hay que medir bien hasta dónde estamos dispuestos a llegar. Parece difícil, pero es Jesús quien se puso primero, y lo llevó hasta desapegarse de su propia vida.
Gracias por su atención. Que el Señor los bendiga y hasta la próxima semana si Dios quiere.