lunes, 31 de enero de 2022

Misa en la Capilla San Juan Bosco, Canelón Chico. Homilía.

En cuanto empezamos a leer algo sobre la vida de Don Bosco, nos encontramos con el sueño que tuvo a los nueve años. Un sueño que marcó profundamente su vida y que lo llevó a poner su camino bajo la guía de Jesús y de su Madre. (1)

Pensando en ese sueño tan especialmente inspirador, recordaba algunas canciones muy conocidas que también hablan de sueños… curiosamente, me encontré que más bien hablan de sueños, ilusiones, esperanzas que pueden quedar frustrados… La “Zamba de mi esperanza” habla del “sueño, sueño del alma / que a veces muere sin florecer…”. En “Río de los pájaros”, muy poéticamente se habla de “camalotes de esperanza / que se va llevando el río”.

Por eso, muchas veces no queremos hacernos ilusiones; borramos nuestros sueños y bajamos nuestras expectativas y esperanzas. A eso le llamamos realismo.

Sin embargo, es muy difícil vivir sin sueños y esperanzas. Sin ellos, la vida queda metida dentro de un pozo, en la penumbra o en la oscuridad… y cuando en esa situación no se ve una salida, entramos en la depresión.


Necesitamos los sueños que empiezan a darle forma a la esperanza. Don Bosco vio realizado su sueño y eso nos anima a soñar también nosotros.

Pero ¿cómo fue posible que ese sueño se realizara?
Leyendo los primeros pasos del joven Juan vemos que la vida no fue fácil para él. El Martirologio Romano, que resume en forma muy breve la vida de los santos, no deja de mencionar que tuvo “una niñez áspera”. Perdió muy temprano a su padre. En su mundo no se valoraba la lectura y el estudio a los que él se sentía llamado. Se le hizo necesario buscar los medios para realizar lo que había soñado e hizo para ello muchos sacrificios. Trabajó desde temprana edad en los establos de la familia Moglia, a 8 km de su pueblo. Más tarde, estuvo pidiendo limosna para poder pagar sus estudios en el seminario de Chieri, donde empezó la educación secundaria.

Entonces, una primera respuesta que podríamos dar a esa pregunta, cómo fue posible que el sueño de Don Bosco se realizara, la encontraríamos en su personalidad, su fuerza de voluntad, su espíritu de sacrificio, unido al apoyo de su madre y después de sacerdotes como san José Cafasso, que lo guiaron y aconsejaron.

Si bien esto es cierto, estaríamos leyendo la vida de san Juan Bosco de una forma recortada, sin tener en cuenta una dimensión mucho más profunda. No se trata de un sueño de realización personal, de un proyecto individual. Tampoco se trata de algo que pertenezca únicamente a esta vida y a este mundo. Se trata de un sueño que lo llama a poner su vida en manos de Dios. No es el sueño de un niño para su propia vida, sino el sueño de Dios para la vida de ese niño, que se hará hombre y llegará a ser el santo cuya vida hoy recordamos y celebramos con el corazón agradecido.

Es viéndolo desde esa perspectiva como podemos entender mejor porqué se realizó y se sigue realizando, el sueño de Don Bosco. Aquel sueño de niño, que él comprendió a su tiempo, encaminó su vida al servicio del proyecto de Dios, ubicó su vida en relación con el Plan de Salvación de Dios. De una manera especial, Dios le confió los jóvenes y, entre ellos, los jóvenes pobres, para que, por medio de la educación ofrecida, siempre con amor y suavidad, ellos pudieran desarrollar sus capacidades, vivir y trabajar dignamente y poner sus propias vidas en manos de Jesús y de María.

San Juan Bosco supo dar su “sí” al proyecto de Dios. Y ese “sí”, en el que, sin quitarle libertad, ya estaba presente la Gracia de Dios, abrió el camino para que el Espíritu Santo trabajara y moldeara su corazón de “Padre y maestro de la Juventud”. Ese corazón del que sale este consejo, que él escribió para sus hermanos salesianos, pero que todos podemos recoger y asumir cuando debemos actuar como educadores:

Decía Don Bosco en una de sus cartas:

“Mantengamos sereno nuestro espíritu, evitemos el desprecio en la mirada, las palabras hirientes; tengamos comprensión en el presente y esperanza en el futuro, como nos conviene a unos padres de verdad, que se preocupan sinceramente de la corrección y enmienda de sus hijos.”  (2)
En resumen: soñar, actuar; ¡siempre amar!… y confiar en Jesús y María.

Damos gracias por la presencia, el testimonio y el servicio de la Familia Salesiana en nuestra diócesis. Confiamos a la intercesión de su fundador a todos sus miembros y pedimos al Señor que envíe a los Salesianos de Don Bosco y a las Hijas de María Auxiliadora, así como a los numerosos laicos y laicas que participan con distintos grados de compromiso, firmes y santas vocaciones que continúen haciendo realidad en el mundo de hoy el sueño que Dios tuvo para Don Bosco, sus hijos e hijas. Así sea.

(1) Fue el primero de 159 sueños que se conocen.

(2) De las cartas de San Juan Bosco, presbítero, (Epistolario, Turín 1959, 4, 201-203). Oficio de Lecturas del 31 de enero.



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