Amigas y amigos, llegamos a la última semana del Adviento. El próximo domingo ya será Navidad. Hoy leemos en el evangelio de san Mateo el relato de la anunciación; pero no la anunciación a María, que está en el evangelio de Lucas, sino la anunciación a san José.
Para entender mejor lo que dice este relato, recordemos cómo se celebraba el matrimonio entre los israelitas de aquel tiempo.
Esto se hacía en dos pasos: primero, delante de testigos, los novios daban su consentimiento; segundo, el marido recibía en su casa a la mujer.
Estos dos pasos estaban a veces muy separados en el tiempo, ya que el primero podía y solía hacerse cuando la muchacha tenía 12 o 13 años. Cada uno seguía viviendo en su casa hasta el segundo momento. ¿Podían tener relaciones en ese tiempo intermedio? Legalmente eran esposo y esposa, pero no estaban viviendo juntos. En algunas regiones se aceptaba esa convivencia, en otras no. Tanto Mateo como Lucas nos dicen que María era virgen y, por lo tanto, ella no estaba teniendo esa convivencia con José. Habían dado el primer paso, pero faltaba el segundo: José no la había recibido en su casa.
Vayamos al texto:
Jesucristo fue engendrado así:
María, su madre, estaba comprometida con José y, cuando todavía no habían vivido juntos, concibió un hijo por obra del Espíritu Santo. (Mateo 1,18-24)
A José le llega la noticia de que María está embarazada. ¿Cuál es su reacción?
José, su esposo, que era un hombre justo y no quería denunciarla públicamente, resolvió abandonarla en secreto. (Mateo 1,18-24)
¿Qué significa que José era un hombre justo? Podríamos traducirlo diciendo que era “un hombre de Dios”, “un hombre santo”; porque el hombre justo, para los israelitas, es el hombre que se deja guiar en la vida por la Ley de Dios. Esto es mucho más que cumplir exteriormente una serie de preceptos. Es una adhesión profunda a Dios y a su Palabra, de modo que impregnen toda la vida de la persona. El salmo 1 nos da una buena definición del hombre justo:
Se complace en la ley del Señor y la medita de día y de noche (Salmo 1,2)
Notemos que no dice simplemente “cumple la ley del Señor”: se complace significa que encuentra su felicidad en vivir de acuerdo con la ley de Dios. Es significativo también “la medita de día y de noche”. La persona justa interioriza la ley de Dios, busca entrar en su esencia, en su sentido más profundo.
José se encuentra ante un dilema. Él y María no han convivido y María está embarazada. Ese hijo no es suyo. El consentimiento que José y María se han dado es sagrado y esa realidad desconcertante que ha aparecido lo ha roto. José entiende que no puede dar el segundo paso de su matrimonio, es decir, recibir a María en su casa.
Pero no es solo eso: la ley habilita a José a rechazar públicamente a María, lo que equivale a denunciarla por adulterio, con todas las terribles consecuencias que eso tendría para ella (Cf. Deut 22,20-21). José elige otro camino, que está en el espíritu de la ley: la misericordia. “Abandonarla en secreto” no significa que José desaparezca, sino que rompe el contrato matrimonial inicial sin hacer una manifestación pública que exponga a María.
Lo que José no puede ver todavía es que en su vida y en la de María ha entrado el proyecto de Dios que necesita no solo de la colaboración de María, como Madre de su Hijo, sino también la cooperación de José.
Según nos cuenta san Lucas, María recibió el anuncio del ángel de que iba a ser madre del Hijo de Dios estando bien despierta y tomando la palabra para dar su asentimiento:
«Yo soy la servidora del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho» (Lucas 1,38)
Para José, el anuncio llegará de otra manera:
Mientras pensaba en esto, el Ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: «José, hijo de David, no temas recibir a María, tu esposa, porque lo que ha sido engendrado en ella proviene del Espíritu Santo. Ella dará a luz un hijo, a quien pondrás el nombre de Jesús, porque él salvará a su Pueblo de todos sus pecados».
Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que el Señor había anunciado por el Profeta: La Virgen concebirá y dará a luz un hijo a quien pondrán el nombre de Emanuel, que traducido significa: «Dios con nosotros». (Mateo 1,18-24)
Habiendo recibido en sueños este anuncio, José no responde con palabras, sino poniendo en obra lo que se le ha pedido:
Al despertar, José hizo lo que el Ángel del Señor le había ordenado: llevó a María a su casa. (Mateo 1,18-24)
De esta forma se completa el matrimonio de José y María. A los ojos de los hombres, ellos son esposo y esposa, y el niño que espera María es el hijo de José. Así será conocido Jesús por sus vecinos: “el hijo del carpintero”.
El ángel no solo le ha hablado a José de recibir a María en su casa, sino que le ha señalado una tarea propia del padre: José es quien pondrá el nombre de Jesús al hijo que dará a luz María. Poner el nombre a un niño recién nacido es la forma en que un padre reconoce a ese hijo como suyo, aunque no sea su padre biológico. Es un acto de reconocimiento, que lo hace su padre legal.
Pero no es José quién decide qué nombre llevará el niño. El nombre indicado es Jesús, en hebreo “Yeshuá”. Yeshuá en una forma abreviada de Yehoshuá, es decir, Josué, el nombre del sucesor de Moisés. El significado original del nombre era “Yahveh ayuda”; en tiempos del evangelista Mateo, Yeshuá pasó a significar "Dios salva”.
El nombre de Jesús, pues, es un anuncio de su misión, y así lo explica Mateo: “porque él salvará a su Pueblo de todos sus pecados”.
Ese pueblo llamado a la salvación es la humanidad entera, como en la visión que nos presenta el libro del Apocalipsis:
Miré y había una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, razas, pueblos y lenguas, de pie delante del trono y el Cordero, vestidos con vestiduras blancas y con palmas en sus manos. Y gritan con fuerte voz: «La salvación es de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del Cordero». (Apocalipsis 7,9-10)
Jesús, “Dios salva”, ha venido a salvar a la humanidad entera de todos sus pecados. En su exhortación “Reconciliación y penitencia”, san Juan Pablo II hablaba de “un mundo en pedazos”, en el que se enfrentan naciones contra naciones, los derechos humanos fundamentales son conculcados, la libertad de personas y colectividades es reprimida, campean la violencia y el terrorismo, la discriminación racial, cultural y religiosa; y se ensancha la brecha entre ricos y pobres. Todas estas heridas que arrastra la humanidad, dice el santo Papa, tienen su raíz en una herida en lo más íntimo del hombre. Y concluye:
“Nosotros, a la luz de la fe, la llamamos pecado; comenzando por el pecado original que cada uno lleva desde su nacimiento como una herencia recibida de sus progenitores, hasta el pecado que cada uno comete, abusando de su propia libertad.” (Reconciliación y Penitencia, 2)
El nombre de Jesús es, pues, anuncio de salvación para una humanidad que, a pesar de sus avances en el plano del conocimiento y la tecnología, camina muchas veces sin rumbo porque se encabalga en una falsa autosuficiencia y se cierra al mensaje del Salvador.
Que en esta Navidad y en cada celebración de los misterios de Cristo, todos los creyentes unamos nuestras oraciones y nuestros esfuerzos para que se cumpla la palabra de la Escritura: “Todos los hombres verán la Salvación de Dios” (Lucas 3,6).
Gracias amigas y amigos. Buena semana, en preparación a la Navidad. Que los bendiga Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo.
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