Homilía de Mons. Heriberto
“Jesús pasó haciendo el bien, y curando a todos” (Hch,10,38)
Ese es el lema que Néstor ha elegido para su ordenación diaconal.
Esas palabras están tomadas de la predicación del apóstol Pedro en casa del centurión Cornelio y forman parte del anuncio del núcleo central de nuestra fe a un grupo de paganos; anuncio que tiene su punto culminante en la referencia a la muerte y resurrección del Señor, de la que Pedro se manifiesta testigo junto con otros elegidos. No es menor considerar que este momento es una novedad en la predicación apostólica, que comenzará a dirigirse no ya solo al Pueblo de la Primera Alianza, sino a toda la humanidad, destinataria del mensaje de salvación.
Diácono significa “servidor” y quien recibe este grado del sacramento del orden está llamado a identificarse día a día con Cristo
“que no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud” (Mateo 20,28).
En esas palabras del Señor comprendemos la dimensión más honda de su servicio. "Servir y dar su vida" no son acciones sucesivas, como si dijéramos “primero sanó enfermos, perdonó pecados, anunció el Reino de Dios, etc. y, luego entregó su vida en la cruz”. La entrega del Señor en la Cruz está en continuidad con su vida de servicio; es la culminación de una entrega de vida que comienza ya desde su encarnación, cuando
“Él, que era de condición divina (…) se anonadó a sí mismo, tomando la condición de servidor” (cf. Filipenses 2,6-7).
Podemos así decir que toda la vida de Jesús, desde su encarnación hasta su último suspiro en la cruz es entrega y servicio. Para Él, pues, servir no fue una serie de actividades realizadas en algunos momentos, a modo de quien que, por ejemplo, dedica unas horas en la semana a realizar una tarea voluntaria, como llevar comida a personas en situación de calle o visitando ancianos u otros servicios a la comunidad; actividades, por supuesto, todas muy encomiables. Pero la vida de Jesús está de tal modo unificada, que cada momento de su vida se hace servicio, se hace entrega, se hace comunicación del amor y de la misericordia del Padre. Una entrega libre. Libre, la entrega de Jesús y libre también la entrega de su Madre.
Si la Santísima Virgen, como venimos de recordar el pasado día ocho, solemnidad de la Inmaculada Concepción de María, fue
“preservada de todo pecado (…) en atención a los méritos de la muerte redentora de Cristo” (Oración colecta)
ese don particular que el Padre le otorgó a fin de preparar a su Hijo “una digna morada” (íb.) no significa que, llegado el momento, ella actuara como si hubiese sido programada para ello y no tuviera nada que decidir. María se hace servidora por su decisión. Si ella se refiere a sí misma como ”esclava” es porque ella misma se ha entregado a Dios como tal. San Bernardo nos hace contemplar ese momento de decisión, del cual están pendientes Adán, Abraham, David, los otros patriarcas. Todo el mundo, dice San Bernardo, postrado a sus pies, espera el “sí” de María. Tras el silencio, tan breve como interminable, ella manifiesta:
“Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra” (Lucas 1,38)
El Hijo de Dios verá en su Madre a esa humilde servidora. No solo servidora en la gestación, el alumbramiento y el cuidado maternal de un niño pequeño, sino caminando a lo largo de su vida con su Hijo, guardando y meditando en su corazón cada nuevo misterio. Fue así aprendiendo a continuar entregando a su Hijo al mundo, hasta acompañarlo en la entrega final de la cruz, uniendo al corazón traspasado por la lanza, su propio corazón traspasado por la espada del dolor.
Querido Néstor: el sacramento que vas a recibir, en tu camino al sacerdocio, te une a Cristo Servidor y, al unirte a Él, particularmente en estas vísperas de Nuestra Señora de Guadalupe, te acerca espiritualmente a su Madre, la que sabe partir sin demora para acudir donde se la necesita, la que acompaña a su Hijo crucificado y a todos los crucificados de hoy; la humilde servidora convertida en Reina del Cielo, que intercede por nosotros para que no nos falte el consuelo y la alegría de la fe y que nos recuerda permanentemente, como a Juan Diego: “¿No estoy yo aquí que soy tu madre?”.
Hermanos y hermanas muy queridos, dejémonos todos mirar hoy por la Madre del Señor, que nos envuelve en su ternura y juntos, dentro de instantes, imploremos su intercesión y la de todos los santos para que Néstor pueda vivir en profundidad e integridad su ministerio, de modo que toda su vida se vaya haciendo signo de Cristo Servidor.
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