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lunes, 30 de junio de 2025
sábado, 28 de junio de 2025
San Pedro y San Pablo, Apóstoles: “Conservé la fe” (2 Timoteo 4, 6-8.17-18)
“Pedro fue el primero en confesar la fe,
Pablo, el insigne maestro que la interpretó;
aquél formó la primera Iglesia con el resto de Israel,
éste la extendió entre los paganos llamados a la fe.”
(Prefacio de la solemnidad de San Pedro y San Pablo)
Así describe el prefacio de la Misa de hoy la doble misión de Pedro y Pablo en la Iglesia. Cada uno de ellos tiene su propia fiesta en el calendario litúrgico: el 25 de enero se celebra “La conversión de San Pablo” y el 22 de febrero “La Cátedra de San Pedro”. Ambas celebraciones tienen la categoría de fiesta; pero aquí en el hemisferio sur, ocurren en pleno verano y a veces no llegan a tener el destaque que merecerían. Sin embargo, San Pedro y San Pablo se celebra como solemnidad, que en la liturgia es la categoría mayor, por encima de la fiesta. La Iglesia ha querido dar más relieve a esa celebración conjunta que a la celebración por separado de cada uno de ellos.
Si buscamos imágenes de los dos apóstoles, veremos que Pablo suele ser representado con una espada entre las manos. Según la tradición, Pablo murió mártir, pero no crucificado, sino decapitado, ya que era ciudadano romano:
El tribuno fue a preguntar a Pablo: «¿Tú eres ciudadano romano?». Y él le respondió: «Sí».
El tribuno prosiguió: «A mí me costó mucho dinero adquirir esa ciudadanía». «En cambio, yo la tengo de nacimiento», dijo Pablo. (Hechos 22,27-28)
Efectivamente, Pablo era natural de la ciudad de Tarso, que había sido incorporada a Roma y por eso quienes nacían en ella tenían derecho a la ciudadanía. La espada en las manos de Pablo hace alusión a su martirio, pero también a su prédica incansable, porque, como dice la carta a los Hebreos
“la Palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que cualquier espada de doble filo” (Hebreos 4,12).
La imagen de Pedro es reconocible por otro signo: las llaves. Eso corresponde a las palabras de Jesús:
«Yo te daré las llaves del Reino de los Cielos. Todo lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo» (Mateo 16,19)
Ahora bien, cuando buscamos imágenes en las que aparezcan los dos apóstoles, podemos encontrarlos sosteniendo entre los dos el edificio de una iglesia. Si los doce apóstoles son “columnas de la Iglesia”, Pedro y Pablo lo son por excelencia.
Los dos tienen muy diferentes historias de vida antes de conocer a Cristo. El encuentro con el Señor cambiará sus vidas; pero se producirá de manera muy diferente para cada uno.
Pedro era de Galilea, la región judía a mayor distancia del templo de Jerusalén, “Galilea de los gentiles”, con mucha presencia de gente de otras naciones. Allí solían gestarse los alzamientos contra Roma. Una periferia sospechosa. En esa Galilea, en Nazaret, creció Jesús. Pedro es llamado directamente por el maestro y lo sigue, junto con su hermano Andrés, dejándolo todo. Pedro y Jesús hablan arameo, con el mismo acento galileo; pero eso no garantiza que Pedro entienda e interprete bien todo lo que Jesús dice, como vemos repetidamente en el Evangelio. La conversión de Pedro, que significó su adhesión a un Mesías sufriente, fue un largo proceso, que culminó después de la muerte y resurrección de Jesús, cuando éste le preguntó:
“Pedro ¿me amas más que estos?” (Juan 21,15)
Pablo, como dijimos, había nacido en Tarso, al sur de lo que hoy es Turquía, ciudad ubicada en la encrucijada de importantes rutas y con una tradición cultural en el campo de la filosofía. Sin embargo, a pesar, o tal vez por vivir en ese ambiente cosmopolita, Pablo se aferra de modo fanático a las tradiciones judías de los fariseos. Él se presenta como “fariseo, hijo de fariseos”. Su encuentro con Jesús será ya con el Resucitado… y será fulminante, como lo cuenta él mismo:
En el camino y al acercarme a Damasco, hacia el mediodía, una intensa luz que venía del cielo brilló de pronto a mi alrededor. Caí en tierra y oí una voz que me decía: «Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?». Le respondí: «¿Quién eres, Señor?», y la voz me dijo: «Yo soy Jesús de Nazaret, a quien tú persigues». (Hechos 22,6-8)
Volvamos al prefacio, para ver el porqué de lo que allí se dice. “Pedro fue el primero en confesar la fe”. Los tres evangelios sinópticos presentan ese importante momento. El relato más completo lo encontramos en Mateo:
«Y ustedes, les preguntó, ¿quién dicen que soy?».
Tomando la palabra, Simón Pedro respondió: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo». (Mateo 16,15-16)
También el evangelio de Juan presenta, en otro contexto, la confesión de fe de Pedro.
Jesús preguntó entonces a los Doce: «¿También ustedes quieren irse?».
Simón Pedro le respondió: «Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de Vida eterna. Nosotros hemos creído y sabemos que eres el Santo de Dios». (Juan 6,67-69)
Continúa el prefacio diciendo que Pablo fue el insigne maestro que interpretó la fe. Allí está todo el cuerpo de escritos paulinos, sus epístolas. Aunque están ubicadas después de los evangelios, las cartas de Pablo fueron redactadas antes de que los evangelios recibieran su redacción final. En ese sentido, son los escritos más antiguos del Nuevo Testamento y en ellos, Pablo vuelve una y otra vez sobre el misterio pascual, la muerte y resurrección de Cristo como centro de nuestra fe.
Volviendo a Pedro, el prefacio dice que “formó la primera Iglesia con el resto de Israel”. Allí tenemos que remitirnos al acontecimiento de Pentecostés, nacimiento de la Iglesia, en torno al grupo de los Doce, encabezado por Pedro. Es la primera comunidad, en Jerusalén.
De Pablo, dice a continuación el prefacio, “extendió [la Iglesia] entre los paganos” y ahí tenemos su infatigable labor como evangelizador.
Pedro también anunció la fe al mundo pagano, aunque encontraba más dificultades y resistencias interiores que las que podía sentir Pablo, como lo muestran las palabras que dirige al centurión Cornelio, cercano a la fe de Israel, pero de origen pagano.
Ustedes saben que está prohibido a un judío tratar con un extranjero o visitarlo. Pero Dios acaba de mostrarme que no hay que considerar manchado o impuro a ningún hombre. (Hechos 10,28)
La segunda lectura de hoy nos trae un pasaje que escribe Pablo a su discípulo Timoteo, donde el apóstol siente cercano el final su misión y de su vida:
Querido hijo:
Ya estoy a punto de ser derramado como una libación, y el momento de mi partida se aproxima: he peleado hasta el fin el buen combate, concluí mi carrera, conservé la fe.
(2 Timoteo 4,6-7)
Ahí está el corazón del apóstol que ha pasado por mil pruebas, que siempre ha encontrado que Dios lo sostuvo en su debilidad y ahora puede decir: “conservé la fe”.
Que en este día renovemos, también nosotros, nuestra fe en Jesucristo muerto y resucitado; esa fe que Pedro fue el primero en confesar y que Pablo interpretó como maestro; esa fe por la cual ellos llegaron a dar la vida por Cristo y que hace que hoy, con alegría, les rindamos, juntos, la misma veneración.
Óbolo de San Pedro.
No olvidemos que este fin de semana, en todo el mundo se realiza la colecta del óbolo de San Pedro, nuestra forma de participar en la misión del Papa, tanto en sus obras de caridad como en la labor evangelizadora.
Gracias, amigas y amigos, por su atención. Feliz fiesta de San Pedro y San Pablo. Que los bendiga Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.
Inmaculado Corazón de María. Vivir la Esperanza siendo Familia. Lucas 2,41-51.
viernes, 27 de junio de 2025
Consagración al Sagrado Corazón de Jesús. Misa en el Monasterio de la Visitación de Santa María, Progreso Canelones.
Homilía de Mons. Heriberto
- Estamos en el Año Jubilar 2025, convocado bajo el lema “La esperanza no defrauda”.
- Culmina hoy, en Paray-le-Monial, el Jubileo por los 350 años de las apariciones de Jesús a Santa Margarita María Alacoque; un año y medio que nos ha llamado cada día a la reparación al Corazón de Jesús con la consigna “Devolver amor por amor”.
- En el bicentenario de aquellas apariciones, nuestro beato Jacinto Vera celebró la consagración de Uruguay al Corazón de Jesús. A 150 años de aquel acto de amor, queremos hoy renovar esa consagración en nuestra Iglesia diocesana.
- También en este día se celebra la jornada de oración por la santificación de los sacerdotes, establecida hace 30 años por san Juan Pablo II.
“Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna” (Juan 3,16).
“… sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, él, que había amado a los suyos que quedaban en el mundo, los amó hasta el fin.” (Juan 13,1).
“… la prueba de que Dios nos ama es que Cristo murió por nosotros cuando todavía éramos pecadores” (Romanos 5,8 - segunda lectura).
«Mi divino Corazón está tan apasionado de amor por los hombres, y por ti en particular, que no pudiendo ya contener en sí mismo las llamas de su caridad ardiente, le es preciso comunicarlas por tu medio, y manifestarse a todos para enriquecerlos con los preciosos tesoros, que te descubro».
“Tengo sed, ardo por el deseo de ser amado”;“No recibo más que ingratitud e indiferencia”.
“¿cómo podrán estos actos de reparación consolar a Cristo, que dichosamente reina en los cielos?”
“nos ayuden en el camino de la salvación” (cf. Prefacio común IV).
“amar a Dios, a quien no ve, el que no ama a su hermano, a quien ve” (1 Juan 4,20).
“como una víctima viva, santa y agradable a Dios” (Romanos 12,1).
León XIV a jóvenes y participantes en el Día Internacional de Lucha contra las Drogas: "El mal se vence juntos... Dios nos creó para estar juntos."
Pero Dios es grande y nos acompañará. ¡Gracias por su presencia!
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días y bienvenidos!
Agradezco a quienes hicieron posible este encuentro, que de muchas maneras nos lleva al corazón del Jubileo, un año de gracia en el que a cada persona se le reconoce su dignidad, a menudo menoscabada o negada. La esperanza es para ustedes una palabra rica en historia: no es un eslogan, sino la luz redescubierta a través del gran trabajo. Quisiera repetirles, pues, ese saludo que transforma el corazón: ¡La paz sea con ustedes! En la tarde de Pascua, Jesús saludó así a los discípulos encerrados en el cenáculo. Lo habían abandonado, creían haberlo perdido para siempre, tenían miedo y estaban decepcionados; algunos ya se habían ido. Pero es Jesús quien los encuentra, quien viene a buscarlos de nuevo. Entra tras las puertas cerradas, donde están como enterrados vivos. Les trae paz, los recrea con el perdón, les infunde: es decir, infunde el Espíritu Santo, que es el aliento de Dios en nosotros. Cuando falta el aire, cuando no hay horizonte, nuestra dignidad se marchita. ¡No olvidemos que Jesús resucitado sigue viniendo y trayendo su aliento! A menudo lo hace a través de las personas que van más allá de nuestras puertas cerradas y que, a pesar de todo lo sucedido, ven la dignidad que hemos olvidado o que se nos ha negado.
Queridos amigos, su presencia aquí es un testimonio de libertad. Recuerdo que cuando el Papa Francisco entraba en una cárcel, incluso en su último Jueves Santo, siempre se hacía esta pregunta: «¿Por qué ellos y no yo?». Las drogas y las adicciones son una prisión invisible que ustedes, de diferentes maneras, han conocido y combatido, pero todos estamos llamados a la libertad. Al encontrarme con ustedes, pienso en el abismo de mi corazón y de todo corazón humano. Es un salmo, es decir, la Biblia, que llama «abismo» al misterio que habita en nosotros (cf. Salmo 63,7). San Agustín confesó que solo en Cristo la inquietud de su corazón encontró paz. Buscamos la paz y la alegría, tenemos sed de ellas. Y muchas decepciones pueden decepcionarnos e incluso aprisionarnos en esta búsqueda. Miremos a nuestro alrededor, sin embargo. Y leamos en los rostros de los demás una palabra que nunca traiciona: juntos. El mal se vence juntos. La alegría se encuentra juntos. La injusticia se combate juntos. El Dios que nos creó y nos conoce a cada uno de nosotros —y es más íntimo de mí que yo mismo— nos creó para estar juntos. Por supuesto, también hay vínculos que hieren y grupos humanos en los que falta libertad. Sin embargo, incluso estas dificultades solo pueden superarse juntos, confiando en quienes no se benefician a nuestra costa, en quienes podemos encontrarnos y nos brindan una atención desinteresada.
Hoy, hermanos y hermanas, libramos una lucha que no puede abandonarse mientras a nuestro alrededor haya alguien preso en diversas formas de adicción. Nuestra lucha es contra quienes hacen de las drogas y cualquier otra adicción —pensemos en el alcohol o el juego— su inmenso negocio. Existen enormes concentraciones de intereses y organizaciones criminales ramificadas que los Estados tienen el deber de desmantelar. Es más fácil luchar contra sus víctimas. Con demasiada frecuencia, en nombre de la seguridad, se ha librado y se libra una guerra contra los pobres, llenando las cárceles con quienes son solo el último eslabón de una cadena de muerte. Quienes sostienen la cadena, en cambio, logran tener influencia e impunidad. Nuestras ciudades no deben liberarse de los marginados, sino de la marginación; no deben limpiarse de los desesperados, sino de la desesperación. ¡Qué hermosas son las ciudades que superan la desconfianza malsana e integran a quienes son diferentes, y que hacen de esta integración un nuevo factor de desarrollo! ¡Qué hermosas son las ciudades que, incluso en su diseño arquitectónico, están llenas de espacios que conectan, relacionan y fomentan el reconocimiento del otro! (Francisco, Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium, 210).
El Jubileo nos muestra la cultura del encuentro como camino hacia la seguridad, nos invita a restituir y redistribuir la riqueza acumulada injustamente, como camino hacia la reconciliación personal y civil. «En la tierra como en el cielo»: la ciudad de Dios nos compromete a profetizar en la ciudad de los hombres. Y esto —lo sabemos— también puede conducir al martirio hoy. La lucha contra el narcotráfico, el compromiso educativo con los pobres, la defensa de las comunidades indígenas y migrantes, la fidelidad a la doctrina social de la Iglesia se consideran subversivos en muchos lugares.
Queridos jóvenes, no son espectadores de la renovación que nuestra Tierra tanto necesita: son protagonistas. Dios obra grandes cosas con quienes libera del mal. Otro salmo, tan querido por los primeros cristianos, dice: «La piedra desechada por los constructores se ha convertido en piedra angular» (Sal 117,22). Jesús fue rechazado y crucificado a las puertas de su ciudad. Sobre él, piedra angular sobre la que Dios reconstruye el mundo, ustedes también son piedras de gran valor en la construcción de una nueva humanidad. Jesús, el rechazado, los invita a todos, y si se sentían rechazados y acabados, ya no lo están. Los errores, el sufrimiento, pero sobre todo el deseo de vida que traen, los convierten en testigos de que el cambio es posible.
La Iglesia los necesita. La humanidad los necesita. La educación y la política los necesitan. Juntos, por encima de toda dependencia que nos degrade, haremos prevalecer la infinita dignidad impresa en cada uno de nosotros. Esa dignidad, por desgracia, a veces solo brilla cuando se pierde casi por completo. Entonces llega una sacudida y queda claro que levantarse es cuestión de vida o muerte. Pues bien, hoy toda la sociedad necesita esa sacudida, necesita su testimonio y la gran labor que realizan. De hecho, todos tenemos la vocación de ser más libres y humanos, la vocación a la paz. Esta es la vocación más divina. Avancemos juntos, pues, multiplicando los espacios de sanación, encuentro y educación: caminos pastorales y políticas sociales que empiezan en la calle y nunca dan a nadie por perdido. Y recen también para que mi ministerio esté al servicio de la esperanza de las personas y de los pueblos, al servicio de todos. Los encomiendo a la guía maternal de María Santísima. Y los bendigo de corazón. ¡Gracias!
Tomado de: Las palabras del Papa León XIV que todo drogadicto, ex drogadicto y personas que les tratan deben leer | ZENIT - Español. Traducción del original en lengua italiana realizado por el director editorial de ZENIT.
Sagrado Corazón de Jesús. “Él repara mis fuerzas” Salmo 22 (23)
jueves, 26 de junio de 2025
Palabra de Vida: Construir la casa sobre la roca. Mateo 7,21-29.
miércoles, 25 de junio de 2025
Palabra de Vida: “Por sus frutos… los reconocerán” (Mateo 7,15-20)
lunes, 23 de junio de 2025
Palabra de Vida: “¿Qué llegará a ser este niño?” (Lucas 1,57-66.80).
Deja tu tierra (Génesis 12,1-9).
sábado, 21 de junio de 2025
Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo. A la manera de Melquisedec (Génesis 14,18-20 - Salmo 109,1-4)
“Tú eres sacerdote para siempre, a la manera de Melquisedec”. Así reza la antífona del salmo que encontramos en la liturgia de la palabra de este domingo. Acerquémonos hoy a ese personaje de tan extraño nombre, cuyo sacerdocio anuncia el sacerdocio de Cristo.
Al acercarnos a la Palabra de Dios hay una dificultad frecuente, que podríamos denominar Antiguo Testamento versus Nuevo Testamento. No es difícil poner frente a frente las dos grandes partes de la Biblia, presentando al Dios del Antiguo Testamento como un Dios terrible, que infunde terror, en total contraste con la dulzura de Jesús. Sin embargo, a lo largo de toda la Escritura se va manifestando tanto la exigencia como la misericordia de Dios, no como actitudes contradictorias, sino como aspectos diferentes y complementarios del amor del Padre, manifestado en su Hijo.
Tengamos también en cuenta que la Palabra de Dios es el relato de una revelación que se va dando en la historia; una revelación que va avanzando, hasta alcanzar su plenitud en Jesucristo, la palabra definitiva del Padre.
Para entender ese desarrollo nos ayuda el concepto de tipos y antitipos. Los tipos se refieren aquí a los personajes que, de alguna manera preparan, anuncian, son imagen -todavía borrosa- de los antitipos, que son los personajes que realizan plenamente lo que solo aparecía entre la niebla, como la que tenemos alrededor, en el día en que hacemos esta grabación.
Así, el José del libro del Génesis, que interpreta los sueños, es tipo de José, esposo de María, que es guiado por Dios por medio de sueños.
Judit, entre muchas otras mujeres del Antiguo Testamento, es tipo (no el único) de María, la madre de Jesús. En Uruguay lo aplicamos a la Virgen de los Treinta y Tres, renovando la devoción iniciada hace 200 años, en un episodio que contribuyó a cimentar nuestra Patria. En la liturgia de su leemos un pasaje del libro de Judit y tomamos como salmo responsorial el cántico a ella dedicado, con la antífona:
Bendita seas, porque salvaste al pueblo en peligro (cf. Judit 15,8-10 y 13ab.19-20)
Veamos la primera lectura de hoy:
Melquisedec, rey de Salem, que era sacerdote de Dios, el Altísimo, hizo traer pan y vino, y bendijo a Abram, diciendo:
«¡Bendito sea Abram de parte de Dios, el Altísimo, creador del cielo y de la tierra! ¡Bendito sea Dios, el Altísimo, que entregó a tus enemigos en tus manos!»
Y Abram le dio el diezmo de todo. (Génesis 14,18-20)
Hoy, celebración del Cuerpo y Sangre de Cristo, lo primero que salta a la vista es que Melquisedec “hizo traer pan y vino”. Antes se dijo que era sacerdote y después se relata que bendijo a Abrám; por eso entendemos que ese pan y ese vino eran una ofrenda al Dios Altísimo.
En esto encontramos ya una diferencia con los sacrificios que solían practicarse en aquel tiempo y que continúan a lo largo del Antiguo Testamento, donde la ofrenda principal -había otras- era un animal, frecuentemente un cordero, que era sacrificado.
Siglos después de este episodio, en el templo de Jerusalén los sacerdotes sacrificaban los corderos que las familias presentaban y que, luego del sacrificio ritual, llevaban a sus casas donde lo asaban y lo comían en familia, pero… como un banquete sagrado.
No se dice que el pan y el vino que presentó Melquisedec fuera a ser comido o bebido, pero no es una suposición aventurada pensar que así se hiciera.
Lo llamativo para los primeros cristianos que releían este pasaje del Génesis es esa figura de “sacerdote” que trae “pan y vino” y bendice en nombre de Dios. No es tan difícil relacionar esto con la última cena de Jesús, vista como una acción sacerdotal; pero… no del sacerdocio antiguo, sino de un sacerdocio nuevo, completamente distinto.
La segunda mención de Melquisedec en el Antiguo Testamento la encontramos en el salmo 109, con el que comenzamos esta reflexión:
El Señor lo ha jurado y no se retractará:
«Tú eres sacerdote para siempre, a la manera de Melquisedec». (Salmo 109/110, 4)
Pero aquí seguimos todavía entre la bruma. ¿Quién es ese “sacerdote para siempre”?
Es en la carta a los Hebreos donde se retoma la figura de Melquisedec y se la aplica a Cristo.
De él no se menciona ni padre ni madre ni antecesores, ni comienzo ni fin de su vida: así, a semejanza del Hijo de Dios, él es sacerdote para siempre. (Hebreos 7,3)
El autor de Hebreos resalta el misterio que envuelve la figura del antiguo personaje, porque no se da de él la habitual información que encontramos sobre otras figuras. No se menciona padre ni madre, no hay genealogía, no hay datos biográficos… no hay comienzo ni fin: “es sacerdote para siempre”. La omisión de la genealogía es extraña para un sacerdote del Antiguo Testamento. Para ser reconocido como sacerdote, según la Ley de Moisés, hay que demostrar que se viene de una familia sacerdotal. Con Melquisedec estamos ante algo distinto, de otro orden.
Pero, notemos un detalle nada menor: el autor de Hebreos da vuelta la comparación; no es el Hijo de Dios semejante a Melquisedec sino que éste es semejante a Cristo, en cuanto que no aparece un final, un término de su sacerdocio. No olvidemos: Melquisedec es solo una figuración, un anticipo de lo que en Cristo será la plena realidad.
Pero hay otros elementos en la figura de Melquisedec que son anuncio de Cristo… empezando por su nombre y su título, rey de Salem. Así lo explica el autor de Hebreos:
… el nombre de Melquisedec significa, en primer término, «rey de justicia» y él era, además, rey de Salem, es decir, «rey de paz». (Hebreos 7,2)
La justicia y la paz eran los dones que se esperaban del rey-mesías. A la condición de sacerdote, se suma la de rey de justicia y paz. Melquisedec, como sacerdote-rey, es anuncio de Cristo glorificado, sumo sacerdote sentado en su trono, a la derecha del Padre.
Volvamos a la carta a los Hebreos:
… Jesús, como permanece para siempre, posee un sacerdocio inmutable.
De ahí que él puede salvar en forma definitiva a los que se acercan a Dios por su intermedio, ya que vive eternamente para interceder por ellos. (…) Él no tiene necesidad, como los otros sumos sacerdotes, de ofrecer sacrificios cada día, primero por sus pecados, y después por los del pueblo. Esto lo hizo de una vez para siempre, ofreciéndose a sí mismo. (Hebreos 7,24-27)
Los sacerdotes del Nuevo Testamente participamos del sacerdocio de Cristo. No ofrecemos nuevos sacrificios, sino que, por el ministerio que hemos recibido, invocamos al Espíritu Santo para que se vuelva a hacer presente, en forma no cruenta, el sacrificio que Cristo realizó “de una vez para siempre, ofreciéndose a sí mismo” y lo hacemos rezando así:
[Padre] te pedimos que santifiques estos dones
con la efusión de tu Espíritu,
de manera que se conviertan para nosotros
en el Cuerpo y la Sangre
de Jesucristo, nuestro Señor. (Plegaria Eucarística II)
Todos los bautizados participamos del sacerdocio de Cristo ofreciendo al Señor nuestra vida familiar, laboral, social y aún nuestros sufrimientos, vivido todo ello en el Espíritu, haciéndolo una ofrenda espiritual que se une a la ofrenda del cuerpo del Señor.
Al celebrar esta solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo, donde en muchas parroquias haremos la consagración al Sagrado Corazón de Jesús, vayamos al encuentro del Señor reconociendo y agradeciendo su amor y su presencia y plenamente dispuestos a “devolver amor por amor”, a poner en todo lo que hacemos amor a Dios y al prójimo, respondiendo al amor que brota del corazón traspasado de Jesús.
Que los bendiga Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.
En esta semana
21 de junio de 1764: Bautismo de José Gervasio Artigas.
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Folio 209/v, Libro I de Bautismos, Parroquia de la Inmaculada Concepción y de los Santos Apóstoles Felipe y Santiago, Montevideo ("Iglesia Matriz") |
El texto de la partida
[firmado] Dr Pedro Garcia.
La anotación al margen
Fecha de nacimiento y nombre
Hijo legítimo
Vecinos de Montevideo
Óleos
Padrino
El sacerdote que administró el Bautismo
¿Quién firma esta partida?
“La transcripción de la partida de Artigas no fue realizada por el presbítero Doctor Pedro García de Zúñiga sino por el presbítero Pedro Pagola en o después de agosto de 1793, cuando el prócer ya tenía casi treinta años. Pagola, en vez de dejar constancia de la transcripción, prefirió firmar aquellas partidas bautismales imitando lo mejor posible las firmas de García de Zúñiga y [Joseph Nicolás] Barrales”. (Universidad Católica del Uruguay, 2022, p. 63).
Conclusiones
Palabra de Vida: Animados por la Esperanza, buscar el Reino de Dios. Mateo 6,24-34.
jueves, 19 de junio de 2025
Palabra de Vida: “Ustedes oren de esta manera” (Mateo 6,7-15)
martes, 17 de junio de 2025
Palabra de Vida: Hacer el bien para gloria de Dios. Mateo 6,1-6.16-18.
lunes, 16 de junio de 2025
Palabra de Vida: “Amen a sus enemigos” (Mateo 5,43-48)
domingo, 15 de junio de 2025
“No recibir en vano la gracia de Dios” (2 Corintios 6,1-10)
Oración de Consagración al Sagrado Corazón de Jesús.
Junio, Mes del Sagrado Corazón de Jesús. Oración de Consagración.
Adaptación de la oración del beato Jacinto Vera, primer obispo del Uruguay para la Consagración del Uruguay al Sagrado Corazón de Jesús, 1875.
Oración rezada en la renovación de la consagración. 12 de junio de 2025, Santuario Nacional del Sagrado Corazón, Cerrito de la Victoria, Montevideo, Uruguay.
viernes, 13 de junio de 2025
Nicea y la Santísima Trinidad. “Todo lo que es del Padre es mío” (Juan 16,12-15). Solemnidad de la Santísima Trinidad.
Todo lo que es del Padre es mío. (Juan 16,15)
«Todavía tengo muchas cosas que decirles, pero ustedes no las pueden comprender ahora. Cuando venga el Espíritu de la Verdad, Él los introducirá en toda la verdad, porque no hablará por sí mismo, sino que dirá lo que ha oído y les anunciará lo que irá sucediendo. (Juan 16,12-13)
«un pueblo reunido en virtud de la unidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo»(Concilio Vaticano II, Lumen Gentium, 4)
Hermanos y hermanas, quisiera que este fuera nuestro primer gran deseo: una Iglesia unida, signo de unidad y comunión, que se convierta en fermento para un mundo reconciliado. (18 de mayo de 2025, homilía en el inicio de su ministerio petrino)
La Yapa
- El jueves pasado, en el santuario nacional del Sagrado Corazón de Jesús, en el Cerrito de la Victoria, hicimos la renovación de la consagración del Uruguay al Sagrado Corazón, celebrada por el beato Jacinto Vera hace 150 años. Esta consagración se replicará ahora en cada parroquia del Uruguay, en fechas que pueden ser el próximo domingo, solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo, o el día del Sagrado Corazón, viernes 27 de junio o el fin de semana siguiente, 28 y 29.
- El jueves 19 conmemoramos el nacimiento de nuestro héroe nacional, José Artigas. Es también el día del abuelo. Nuestras felicitaciones por ese día a todos los abuelos y abuelas.
- Entre los santos de la semana destaca San Luis Gonzaga, quien, renunciando a una herencia de príncipe, ingresó a la compañía de Jesús. Apenas adolescente, falleció en Roma, durante una epidemia, en el año 1591, a consecuencia de haber asistido a numerosos enfermos contagiados.
13 de junio: San Antonio de Padua. Maestro de oración.
jueves, 12 de junio de 2025
miércoles, 11 de junio de 2025
Palabra de Vida: Ser buenos, llenos del Espíritu Santo. Hechos 11,21b-26.13,1-3. San Bernabé, apóstol.
lunes, 9 de junio de 2025
Palabra de Vida: “Así debe brillar ante los ojos de los hombres la luz que hay en ustedes, a fin de que ellos vean sus buenas obras” (Mateo 5,13-16)
María, Madre de la Iglesia: «Aquí tienes a tu madre» (Juan 19,25-27)
sábado, 7 de junio de 2025
Palabra de Vida: Fieles a la unidad, llevar la esperanza. Juan 21,20-25.
viernes, 6 de junio de 2025
¡Ven, Espíritu Creador! (Salmo 103). Solemnidad de Pentecostés
Cincuenta días -a eso hace alusión la palabra griega “Pentecostés”- cincuenta días después de Pascua, celebramos la venida del Espíritu Santo.
En los evangelios de los domingos recientes, encontraremos distintas formas en las que se anuncia esa Presencia de Dios.
Hace quince días, escuchábamos estas palabras de Jesús:
«… el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi Nombre, les enseñará todo y les recordará lo que les he dicho.» (Juan 14,26 – VI Domingo de Pascua)
Un versículo que nos dice mucho. Primero, el título de “paráclito”, palabra griega que se traduce literalmente al latín como “advocatus”, de donde viene nuestra palabra “abogado”; pero esta expresión enfatiza el hecho de que el Espíritu Santo puede ser llamado (vocatus) para que esté a nuestro lado (ad). Así suelen comenzar las oraciones al Espíritu Santo, como un llamado: “Ven, Espíritu Santo”.
Y no es lo mismo que cuando decimos “Ven, Señor Jesús”; en ese caso, estamos pidiendo al Señor que realice su venida definitiva, como profesamos en nuestra fe: “De nuevo vendrá con gloria…”
En cambio, cuando decimos “Ven, Espíritu Santo”, estamos pidiendo socorro, ayuda inmediata. Lo necesitamos aquí y ahora…
Jesús dice “el Padre [lo] enviará en mi Nombre”, asegurándonos que tendremos el auxilio que necesitamos… pero ¿en qué casos llamar al Espíritu Santo? Seguimos leyendo lo que dice Jesús: “les enseñará todo y les recordará lo que les he dicho.”
Los discípulos de Jesús, cristianos, bautizados, somos, muchas veces, puestos a prueba en nuestra fe.
Podemos encontrarnos con personas que no creen o tienen creencias muy distintas a las nuestras, gente que nos contradice, que nos considera irracionales, que se burla de nuestra fe. Pero también podemos ser puestos a prueba en nuestro interior, cuando no comprendemos lo que está sucediendo o nos dejamos ahogar por las preocupaciones del mundo o seducir por las tentaciones que se nos presentan.
Frente a esas pruebas, ahí está nuestro abogado, el Espíritu Santo, para ayudarnos a recordar y comprender las palabras de Jesús.
El domingo pasado, antes de su Ascensión, Jesús decía a los discípulos:
«Yo les enviaré lo que mi Padre les ha prometido. Permanezcan en la ciudad, hasta que sean revestidos con la fuerza que viene de lo alto» (Lucas 24,49)
Aquí Jesús dice que Él mismo enviará “lo que el Padre les ha prometido”. Como surge de lo que viene después en el libro de los Hechos, está hablando del Espíritu Santo. De distintas maneras se expresa que ese don llega del Padre y del Hijo, “de lo alto”, desde el trono mismo de Dios.
Los discípulos, dice Jesús, serán “revestidos con la fuerza que viene de lo alto”. Esa fuerza dynamin, en griego, es el poder propio de Dios (Padre todopoderoso). El Espíritu Santo nos hace participar del poder de Dios para que podamos actuar, para que podamos realizar sus obras, para que podamos hacer el bien.
Son muchos los símbolos del Espíritu Santo y las palabras que nos ayudan a describir su acción. Recordemos como cuenta el libro de los Hechos de los Apóstoles la venida del Espíritu en Pentecostés:
De pronto, vino del cielo un ruido, semejante a una fuerte ráfaga de viento, que resonó en toda la casa donde se encontraban. (Hechos 2,2)
El viento, fuerte y ruidoso, como en la manifestación de Dios en el monte Sinaí, antes de entregar a Moisés las tablas de la Ley. El viento, “soplo de Dios viviente”, como dice una conocida canción.
En el evangelio de Juan, Jesús resucitado sopla sobre sus discípulos diciéndoles: “reciban el Espíritu Santo” (Juan 20,22).
Viento que impulsa, que empuja las velas, que permite a la barca de la Iglesia navegar “mar adentro” en la misión.
Sopla Señor, sopla fuerte,
envolveme con tu brisa.
Y en tu Espíritu renovame,
hazme libre en tu sonrisa.
El relato de Pentecostés continúa con otro signo:
Entonces vieron aparecer unas lenguas como de fuego, que descendieron por separado sobre cada uno de ellos. Todos quedaron llenos del Espíritu Santo… (Hechos 2,3-4a)
El fuego. Es la energía transformadora que se manifiesta en los profetas. Juan el Bautista anuncia que Cristo "bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego" (Lucas 3,16). Jesús manifiesta como un profundo anhelo "Yo he venido a traer fuego sobre la tierra, ¡y cómo desearía que ya estuviera ardiendo!" (Lucas 12,49). En Pentecostés el fuego del Espíritu llega a los discípulos. Orando al Espíritu Santo hoy pedimos:
“¡Ven Espíritu Santo! Llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor”.
Un hermoso himno litúrgico comienza diciendo “Ven Espíritu Creador” (Veni Creator Spiritus). ¿Por qué “Creador”? Cuando pensamos en la Creación, solemos pensarla como obra del Padre… sin embargo, las personas de la Trinidad nunca actúan solas. El Hijo es el Verbo, la Palabra que el Padre pronuncia: “Dios dijo: «Que exista la luz». Y la luz existió.” (Génesis 1,3). Pero en el versículo anterior del relato de la creación leemos:
“… el soplo de Dios se cernía sobre las aguas.” (Génesis 1,2)
No se trata solamente de que el Espíritu estuvo y actuó en la Creación, como algo de un pasado remoto.
Dios no abandona la creación, sino que la sostiene, la conduce, la renueva. A eso hace alusión el salmo 103, que hace parte de la Liturgia de la Palabra de hoy:
Señor, Dios mío (…) la tierra está llena de tus criaturas!
Si les quitas el aliento, expiran y vuelven al polvo.
Si envías tu aliento, son creados, y renuevas la superficie de la tierra.
Salmo 103 (104),29-30
El Espíritu Creador visita las almas de los fieles, derrama sus dones, llena con su gracia los corazones que él mismo ha creado. Es así que pedimos:
“Oh Señor, envía tu Espíritu que renueve la faz de la tierra”.
Con la plena revelación del Espíritu Santo, Dios nos permite asomarnos a su misterio: un solo Dios, tres personas, comunidad de amor. La Santísima Trinidad, que celebraremos el próximo domingo y cuya bendición invocamos ahora: que los bendiga Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.
Consagración al Sagrado Corazón de Jesús
Esto será, como hemos dicho, este jueves, 12 de junio de 2025, en la Misa que se celebrará a las 16 horas, en el Santuario nacional del Cerrito de la Victoria, en Montevideo.
Ese día, desde las 10 de la mañana sacerdotes y diáconos estarán participando del Jubileo del Clero, en el Colegio de los Hermanos Misericordistas, al pie del Cerrito.
En el calendario de la semana tenemos también:
- Miércoles 11: San Bernabé, apóstol.
- Viernes 13: San Antonio de Padua, patrono de dos parroquias de la diócesis de Canelones y de varias capillas. Ese viernes acompañaré en su fiesta a la comunidad de pueblo San Antonio, que comienza a las 14:30 con la procesión, seguida de la Misa.
- El próximo domingo, 15 de junio, Santísima Trinidad, estaré en la parroquia de Shangrilá, celebrando su fiesta patronal, con Misa a las 10 de la mañana.
Esto es todo por hoy. Gracias, amigas y amigos por su atención. Hasta la próxima semana, si Dios quiere.
Palabra de Vida: Amar con el amor de unidad (Juan 21,15-19)
jueves, 5 de junio de 2025
Palabra de Vida: “Que todos sean uno” (Juan 17,20-26)
miércoles, 4 de junio de 2025
Palabra de Vida: Construir la unidad. Juan 17,11b-19.
martes, 3 de junio de 2025
Palabra de Vida: Orar pidiendo la Unidad. Juan 17,1-11a
lunes, 2 de junio de 2025
«Ni siquiera hemos oído decir que hay un Espíritu Santo» (Hechos 19,1-8)
domingo, 1 de junio de 2025
Palabra del Mes, junio 2025: “Denles de comer ustedes mismos” (Lc 9, 13)
Estamos en un lugar solitario cerca de Betsaida, en Galilea. Jesús está hablando del Reino a la muchedumbre. El maestro había ido allí con los apóstoles para que descansasen después de su larga misión por aquella región, en la que habían predicado la conversión “anunciando la Buena Noticia y curando enfermos en todas partes” (Lc 9, 6). Cansados, pero con el corazón rebosante, contaban lo que habían vivido.
Sin embargo, la gente se entera y acude. Jesús acoge a todos: escucha, habla, cuida. La muchedumbre aumenta. Se acerca la noche y empiezan a tener hambre. Los apóstoles se dan cuenta y le proponen al maestro una solución lógica y realista: “Despide a la gente para que vayan a los pueblos y aldeas del contorno y busquen alojamiento y comida”. Después de todo, Jesús ya había hecho mucho… Pero Él les responde:
“Denles de comer ustedes mismos.”
Se quedan desconcertados. Es impensable: solo tienen cinco panes y dos peces para varios miles de personas; no es posible encontrar lo necesario en la pequeña Betsaida, y tampoco tendrían dinero para comprarlo.
Jesús quiere abrirles los ojos. Conmovido por las necesidades y los problemas de las personas, se dispone a dar una solución. Y lo hace partiendo de la realidad y valorando lo que hay. Es cierto, lo que tienen es poco, pero les encomienda una misión: ser instrumentos de la misericordia de Dios, que piensa en sus hijos. El Padre interviene, y sin embargo, los necesita. El milagro requiere nuestra iniciativa y nuestra fe, que de ese modo crecerá.
“Denles de comer ustedes mismos.”
A la objeción de los apóstoles, Jesús responde ocupándose, pero les pide que hagan su parte, aunque sea pequeña. No la desdeña. No resuelve el problema en lugar de ellos. El milagro sucede, pero requiere que participen con todo lo que tienen, con lo que han podido conseguir y han puesto a disposición de Jesús para todos. Esto implica algún sacrificio y confianza en Él.
El maestro parte de la situación para enseñarnos a ocuparnos, juntos, los unos de los otros. Ante las necesidades de los demás no valen excusas (“no nos compete”; “no puedo hacer nada”; “tienen que apañarse, como hacemos todos” …). En la sociedad que Dios ha pensado, son bienaventurados quienes dan de comer a los hambrientos, quienes visten a los pobres y van a ver a quienes lo necesitan (cf. Mt 25, 35-40).
“Denles de comer ustedes mismos.”
La narración de este episodio nos recuerda la imagen del banquete que describe el libro de Isaías, un banquete que Dios mismo ofrece a todas las gentes, cuando Él “enjugará las lágrimas de todos los rostros” (Is 25, 8). Jesús manda que se sienten en grupos de cincuenta, como en las grandes ocasiones. Siendo Hijo, se comporta como el Padre, lo cual subraya su divinidad.
Él mismo lo dará todo hasta hacerse alimento por nosotros en la Eucaristía, el nuevo banquete de la comunión.
Ante tantas necesidades como surgieron en la pandemia del covid-19, la comunidad de los Focolares de Barcelona creó un grupo a través de las redes sociales en el que comparten las necesidades y ponen en común bienes y recursos. Y es impresionante ver cómo circulan muebles, alimentos, medicinas, electrodomésticos… Porque “solos podemos hacer poco –dicen–, pero juntos se puede hacer mucho”. Aún hoy, el grupo Fent família contribuye a que nadie entre ellos pase necesidad, como en las primeras comunidades cristianas (cf. Hch 4, 34).
Silvano Malini y equipo de Palabra de Vida