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viernes, 4 de julio de 2025

Setenta y dos misioneros (Lucas 10,1-12.17-20). Domingo XIV durante el año.

Después de una sucesión de domingos de fiesta, volvemos al tiempo durante el año, el tiempo en el que, siguiendo este año el evangelio de Lucas, vamos acompañando a Jesús y a sus discípulos, atentos a los dichos y hechos del Señor, con el deseo y la disposición de llevar la Palabra a nuestra vida, de ponerla en práctica. Hoy nos encontramos con todo un envío misionero.

Como todos sabemos, desde el comienzo de su misión, Jesús reunió un grupo de doce discípulos “para que estuvieran con él y para enviarlos a predicar”. El evangelio de hoy comienza contándonos que Jesús agrega a otro grupo, más grande, de discípulos:

El Señor designó a otros setenta y dos, además de los Doce, y los envió de dos en dos para que lo precedieran en todas las ciudades y sitios adonde Él debía ir. (Lucas 10,1)

El número de setenta y dos es como una multiplicación de los doce: seis veces doce. Si el número de doce es fácilmente referible a las 12 tribus de Israel, el número de 72 tiene su correspondencia en el capítulo 10 del libro del Génesis, que es una especie de catálogo de las naciones de la tierra, a partir de los hijos de Noé. Si bien en el evangelio la misión sigue realizándose en la tierra de Jesús, el número 72 está anunciando que esa misión continuará y se extenderá por el mundo, como luego va a contar el mismo Lucas en los Hechos de los Apóstoles.

Jesús los designó; es decir, no solo los llamó, sino que les dio lo que hoy llamaríamos “un nombramiento”, un encargue oficial, formal, de una tarea. Al decir “además de los Doce”, Jesús está marcando una diferencia entre los dos grupos. La designación tiene una clara finalidad: el envío como misioneros. De dos en dos, porque dos testigos dan más credibilidad a lo que se anuncia. Hay también un plan de misión. Jesús los envía a prepararle el camino: van a las ciudades y sitios donde Él va a ir después.

Jesús les da una serie de instrucciones. La primera es la de orar, a partir de una realidad que se impone:

«La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos. Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para la cosecha.» (Lucas 10,2)

La realidad que se impone no es solo la enormidad de la tarea, sino, sobre todo, la urgencia. La cosecha tiene su tiempo. Cuando llega el momento, se debe cosechar sin demora; de no hacerlo, el fruto se pierde. Jesús está desarrollando su misión pero sabe que su tiempo será breve. Más trabajadores harán posible que su mensaje llegue a más personas.

Esa petición de Jesús ha quedado en la memoria de la Iglesia. Más allá de pequeños cambios en la formulación, todos tenemos presente ese pedido: “rueguen al dueño de los sembrados que envíe obreros a la mies”. Hoy sentimos de forma acuciante la falta de sacerdotes y de otros servidores de la comunidad eclesial, incluso de catequistas. Eso nos motiva a la oración; pero nuestra oración como Iglesia no tiene que limitarse sólo a las necesidades de nuestra parroquia o capilla; tenemos que hacerla con el corazón abierto, pensando en la Iglesia en toda su dimensión: en la diócesis, en el país, en el mundo.

¡Vayan! Yo los envío como a ovejas en medio de lobos. No lleven dinero, ni provisiones, ni calzado, y no se detengan a saludar a nadie por el camino.
Al entrar en una casa, digan primero: "¡Que descienda la paz sobre esta casa!" Y si hay allí alguien digno de recibirla, esa paz reposará sobre él; de lo contrario, volverá a ustedes. (Lucas 10,3-6)

“Vayan”: después de la oración, la acción, ponerse en salida, no quedarse quietos. Pero esa salida supone también asumir riesgos, “en medio de lobos”; supone también una actitud de desprendimiento y de confianza en la Providencia; y, finalmente, ir a lo suyo, sin perder tiempo en saludos triviales.

Pero los discípulos sí llevan un saludo, y éste es el de la paz. No es un saludo convencional, de mera cortesía. El saludo que ofrecen los discípulos tiene forma de intercesión: que descienda la paz sobre esta casa es una invocación a Dios, para pedir el don de la paz para esa familia. La paz es un signo de la cercanía del Reino de Dios. Ese don puede ser recibido o rechazado; pero si así sucede, si encuentran rechazo, los discípulos seguirán su camino en paz.

Junto al saludo de la paz, el mensaje de los discípulos se expresa con varias actitudes y con el anuncio del Reino:

Permanezcan en esa misma casa, comiendo y bebiendo de lo que haya, porque el que trabaja merece su salario. No vayan de casa en casa. En las ciudades donde entren y sean recibidos, coman lo que les sirvan; curen a sus enfermos y digan a la gente: "El Reino de Dios está cerca de ustedes". (Lucas 10,7-9)

Jesús les dijo que partieran sin llevar nada, confiados en la Providencia. Los misioneros tienen que aceptar lo que la Providencia les ofrece, a través de las personas con las que se encuentran. Primera actitud, entonces, sencillez en la vida y en el trato con la gente; una acción sanadora: “curen a sus enfermos” y un anuncio: "El Reino de Dios está cerca de ustedes".

La presencia y el anuncio de los discípulos puede ser aceptado o rechazado. El rechazo no debe desesperar a los discípulos. Tienen la libertad para irse, pero tratarán de hacer comprender la responsabilidad que tiene el haber rechazado la Palabra.

La misión, bien vivida, culmina en la alegría:

Los setenta y dos volvieron y le dijeron llenos de gozo: «Señor, hasta los demonios se nos someten en tu Nombre». (Lucas 10,17)

No se trata solo de vivir la alegría del momento, la alegría que pasa después de que se ha compartido los logros realizados. Jesús invita a una alegría más profunda y permanente:

«Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo. Les he dado poder para caminar sobre serpientes y escorpiones y para vencer todas las fuerzas del enemigo; y nada podrá dañarlos. No se alegren, sin embargo, de que los espíritus se les sometan; alégrense más bien de que sus nombres estén escritos en el cielo» (Lucas 10,18-20)

La alegría interior, la alegría que permanece indestructible, es la que viene de reconocer haber sido llamados por Dios a seguir a su Hijo. La alegría de ser discípulos. Recordemos esa canción que tantas veces cantamos: “Señor, tú me llamas, por mi nombre, desde lejos… por mi nombre, cada día, tú me llamas”. Recuperemos la memoria de nuestro bautismo, el momento en que fuimos llamados por nuestro nombre. Ese nombre quedó escrito en el corazón de Dios Padre. Creceremos en alegría en la medida en que respondamos más y mejor al llamado que el Padre vuelve a hacernos cada día, para seguir a su Hijo como discípulos misioneros.

En esta semana

El viernes 11 es la fiesta de San Benito, Abad. El monasterio Santa María, Madre de la Iglesia, de las hermanas benedictinas, celebra a su santo patrono. Les recuerdo que el monasterio es uno de los lugares jubilares de nuestra diócesis, donde es posible obtener la indulgencia plenaria, comulgando, confesándose antes o después y rezando por las intenciones del Santo Padre. El 11, a las 16:30, celebraremos la Misa con vísperas.

Gracias, amigas y amigos por su atención. Que los bendiga Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.

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