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viernes, 15 de agosto de 2025

Una nube de testigos. Hebreos 12,1-4. XX Domingo durante el año.


Decía san Pablo VI:
"El hombre contemporáneo escucha más a gusto a los que dan testimonio que a los que enseñan, o si escuchan a los que enseñan, es porque dan testimonio" (Evangelii Nuntiandi, 41)
“¡Urgente! Se necesitan ejemplos de vida que convenzan”, 
reclamaban los jóvenes católicos uruguayos en la décimo cuarta jornada nacional de la juventud, allá por el año 1992.

En la segunda lectura de este domingo encontramos el pasaje de la carta a los Hebreos que hemos tomado como título de esta reflexión: 
“… estamos rodeados de una verdadera nube de testigos”. (Hebreos 12,1)
¿A qué se refiere esto? En el capítulo anterior de la carta se repasa la lista de los grandes creyentes que fueron apareciendo a lo largo de la historia de la salvación, comenzando por Abraham, nuestro padre en la fe y su esposa Sara.

De Abraham se dice:
“obedeciendo al llamado de Dios, partió hacia el lugar que iba a recibir en herencia, sin saber a dónde iba” (Hebreos 11,8) 
y con respecto a su esposa:
“Sara recibió el poder de concebir, a pesar de su edad avanzada, porque juzgó digno de fe al que se lo prometía” (Hebreos 11,11). 
Más adelante aparece esta referencia a Moisés:
“por la fe (…) se mantuvo firme como si estuviera viendo al Invisible” (Hebreos 11,27).
La carta a los Hebreos es un escrito del Nuevo Testamento. Recurre a los grandes hombres y mujeres creyentes del Pueblo de Dios, en los que los cristianos, que comenzaban a dar testimonio de la muerte y resurrección de Jesús, encontraban ejemplos inspiradores.

Poco a poco, la Iglesia comenzó a venerar la memoria de sus propios testigos: los primeros en ver a Jesús resucitado, entre quienes fueron adelante las mujeres, como María Magdalena, “apóstol de los apóstoles”. Encabezados por Pedro, los Doce se completan de nuevo con la elección de Matías. Se agrega la enorme figura de Pablo, unida a la de Pedro por el martirio que ambos sufrieron en Roma.

Los mártires son los testigos por excelencia. “Mártir” significa “testigo”; pero la palabra pasó a aplicarse a quienes escribieron su testimonio derramando su sangre y entregando su vida por Jesús. San Esteban fue el primero de ellos. 
Al extenderse el cristianismo dentro del imperio romano y comenzar las persecuciones, hubo mujeres entre los mártires, tanto madres como vírgenes. En el canon romano se nombra a siete de ellas: Felicidad y Perpetua, Águeda (VM), Lucía (VM), Inés (VM), Cecilia (VM), Anastasia.

A lo largo de su historia, la Iglesia ha visto acrecentarse la “nube de testigos”, ya que por obra del Espíritu Santo, que fue derramando sus diversos dones, muchos hombres y mujeres encontraron distintas formas de santidad en el seguimiento de Cristo.

Después de los que vivieron el bautismo de sangre y a medida que cesaron las persecuciones, la comunidad eclesial puso su atención en quienes tomaron la radical decisión de dejar sus bienes y retirarse a lugares desiertos, para dedicarse a la oración y a la penitencia. El pueblo encontraba en ellos consejo, oraciones y ayuda y su forma de vida fue percibida como una nueva forma de martirio. 

Algunos de esos ermitaños iniciaron una vida en comunidad. San Antonio Abad (+356) es el más famoso de ellos y es considerado el padre de la tradición monacal cristiana que sería después enriquecida por las reglas de san Agustín (+430) y de san Benito (+547). 

Otro grupo importante de los primeros santos, a veces también mártires, es el de los Padres de la Iglesia, desde el siglo I hasta mediados del siglo VIII, en el período conocido como “la era patrística”. Ellos dejaron numerosos escritos en los que vemos cómo se desarrolla la comprensión de la fe y cómo se organiza la iglesia desde sus orígenes. Mencionemos algunos, de distintos momentos: Ignacio de Antioquía (+c.109), Justino (+c.162-168), Ireneo de Lyon (+202), Juan Crisóstomo (+407); Jerónimo (+420), traductor de la Sagrada Escritura; Agustín (+430), a quien ya hemos mencionado; Gregorio Magno (+604). Entre los últimos encontramos a los hispanos Isidoro de Sevilla (+636) e Ildefonso (+667).

A finales de la edad Media, en la que se dieron muchos santos entre monjes y monjas, resaltan las figuras de fundadores como Domingo (+1221), Francisco (+1226) y Clara de Asís (+1253)… 

En el siglo XVI la dolorosa fractura de la reforma protestante trajo como contrapartida una gran reforma católica. De ese torbellino surgieron figuras como las de Ignacio de Loyola (+1556), Teresa de Jesús (+1582), Juan de la Cruz (+1591), Carlos Borromeo (+1584), Francisco de Sales (+1622), Juana de Chantal (+1641), Vicente de Paúl (+1660). En ese contexto fue canonizado san Isidro Labrador (+1172), que vivió en el siglo XII.

Y ya no hay más tiempo… vienen los santos misioneros, los del siglo XIX, los del siglo XX, los santos de América Latina… con todos ellos, la nube de testigos se hace inmensa.  Cuántas formas distintas de santidad, cuántos nombres queridos se fueron sumando: Teresita de Lissieux, la Madre Teresa, el Padre Pío, Juan Pablo II, Óscar Romero… nuestra Francisca Rubatto, nuestro beato Jacinto y pronto san Carlos Acutis…

Pero el pasaje de la carta a los Hebreos que leemos hoy nos señala lo que nunca debemos olvidar y siempre tiene que estar en el centro, ya que la vida de los santos y santas no tiene sentido sino en Él: Jesucristo.
Fijemos la mirada en el iniciador y consumador de nuestra fe, en Jesús, el cual, en lugar del gozo que se le ofrecía, soportó la cruz sin tener en cuenta la infamia, y ahora «está sentado a la derecha» del trono de Dios. (Hebreos 12,2)
Los testigos no llaman la atención sobre sí mismos, sino sobre Aquel que ellos han visto, tocado, conocido y amado profundamente. Los santos son testigos de Jesucristo. Si los seguimos, ellos nos llevarán a Jesús. Es también lo que hace la reina de los santos, la Santísima Virgen María: llevarnos a Jesús. A Jesús por María. 

Si no llegamos a Jesús con los santos y santas, es porque nos hemos quedado en ellos y no hemos comprendido o ha sido distorsionado su mensaje. 

Al Padre Pío, San Pío de Pietrelcina, se le han atribuido extraños poderes y relaciones que nada tienen que ver con aquel que estuvo en el centro de su vida: Jesucristo. 

Si nos perdemos en la nube, el autor de la carta a los Hebreos nos reorienta. Los santos nos animan en la lucha de nuestro caminar por la fe; guiándonos para que tengamos los ojos del corazón fijos en Jesús. Así concluye la segunda lectura de hoy:
Piensen en Aquél que sufrió semejante hostilidad por parte de los pecadores, y así no se dejarán abatir por el desaliento. Después de todo, en la lucha contra el pecado, ustedes no han resistido todavía hasta derramar su sangre. (Hebreos 12,3-4)
Con ese pensamiento y con nuestro corazón en Jesucristo, iniciador y consumador de nuestra fe, cerramos esta reflexión que nos invita a nunca consentir ni el desaliento ni la desesperanza, porque para nosotros la esperanza no es ni una idea ni un sentimiento; es una persona y tiene un nombre: es Jesús.

Gracias, amigas y amigos. Que los bendiga Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.

En esta semana

  • Domingo 17, San Jacinto de Cracovia, patrono de la parroquia de San Jacinto.
  • Lunes 18, Santa Elena, patrona de una de las capillas de Catedral y de un colegio de Ciudad de la Costa.
  • Miércoles 20, San Bernardo, abad y doctor de la Iglesia
  • Jueves 21, San Pío X, “el papa de la catequesis”, patrono de otra de las capillas de Catedral
  • Viernes 22, en la octava de la solemnidad de la Asunción, María Reina
  • Domingo 24, Día Nacional de la Catequesis, que se celebra habitualmente en el domingo más próximo a la memoria de San Pío X.

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