jueves, 25 de julio de 2019

«Señor, enséñanos a orar» (Lucas 11,1-13). Domingo XVII del Tiempo Ordinario.






Hay un momento en la vida en que sentimos la necesidad de conectar con nuestras raíces. Cuando hemos crecido con nuestros padres, cuando hemos escuchado la historia familiar, ese es el momento de ahondar nuestro conocimiento, de llegar a capas más profundas; de comprender las razones de algunas decisiones y de algunos sufrimientos de nuestros ancestros.

Es, en cambio, más difícil y muchas veces angustioso, recuperar esa memoria -en definitiva, recuperar la propia identidad- para quienes no han conocido a alguno o a ninguno de sus progenitores o su relación con ellos quedó cortada por la separación o la temprana orfandad. Las historias de cada uno de los hijos e hijas de los desaparecidos en dictaduras, buscando reencontrar sus orígenes son verdaderamente dramáticas. También lo son las de muchos niños abandonados, adoptados o separados de sus padres por la guerra, el exilio o la migración.

La relación con el padre, en particular, es a veces difícil. Hoy es para muchos un ausente, incluso aunque no se haya ido. No tiene la inmediata cercanía de la madre. Un buen padre, junto a una buena madre, es un tesoro enorme y, aunque no tenga precio, su valor se acrecienta con la escasez, como sucede con todo.
“Quizás la experiencia de paternidad que has tenido no sea la mejor; tu padre de la tierra quizás fue lejano y ausente o, por el contrario, dominante y absorbente. O sencillamente no fue el padre que necesitabas. No lo sé.”
Así se expresa el Papa Francisco en su mensaje Cristo Vive, dirigido a los jóvenes. Reconoce esta experiencia difícil de muchos jóvenes de hoy en la relación con su padre.

¿Cómo vivió Jesús la relación con su padre? Los cristianos creemos que Jesús es el Hijo de Dios y nos revela a Dios como Padre… pero el Hijo de Dios, al hacerse hombre, nace de una madre virgen, pero encuentra aquí también un padre, en la figura de José, esposo de María. Jesús será reconocido por su gente como “el hijo del carpintero”. Reconocerlo como Hijo de Dios será otro paso, un paso que solo es posible dar en la fe.

El evangelio de hoy nos presenta la oración que Jesús enseñó a sus discípulos, el padrenuestro. La oración, tal como la rezamos hoy, la encontramos en el evangelio de Mateo; pero aquí estamos en el evangelio de Lucas. La versión de Lucas es más breve, y puede sorprendernos que la invocación que enseña aquí Jesús no es “Padre nuestro”, sino simplemente “Padre”. Así llama él a su Padre Dios y así nos invita a llamarlo nosotros, reconociéndolo como nuestro Padre.

Sin salir del evangelio de Lucas, encontramos muchas referencias de Jesús a Dios Padre. Podríamos empezar por una que se encuentra hacia el centro del evangelio, en el capítulo diez:
Nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.
Jesús habla con plena conciencia de que Él es el Hijo de Dios y eso le da un conocimiento íntimo del Padre que nadie tiene ni puede alcanzar; pero, precisamente para eso ha venido Jesús: para revelar quién es Dios realmente, para mostrar el rostro del Padre.

La primera manifestación de ese conocimiento de Jesús acerca de su padre Dios, la encontramos en el episodio en que Jesús se queda en el templo de Jerusalén después de una peregrinación. María y José, al descubrir su ausencia, vuelven a buscarlo.
La madre le dice:
“tu padre y yo te buscábamos angustiados”.
Jesús le contesta:
“¿por qué me buscaban? ¿no sabían que yo debía estar en la casa de mi Padre?”.
Aquí quedan contrapuestos el padre de la tierra y el Padre Dios. Jesús comienza a manifestar quién es él realmente.

Lucas nos presenta también distintos momentos de oración de Jesús.
Su oración está dirigida al Padre:
“Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, pues así te ha parecido bien.”
Y eso, aún en los momentos más dramáticos.
En el Huerto de los Olivos, momentos antes de ser apresado:
«Padre, si quieres, aparta de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya». (22,42)
En el momento en que lo crucifican:
«Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen» (23,34)
En el momento de su muerte:
«Padre, en tus manos pongo mi espíritu» (23,46)

Cuando los discípulos de Jesús le piden
«Señor, enséñanos a orar, como enseñó Juan a sus discípulos». (11,1)
La respuesta de Jesús es la enseñanza del Padrenuestro.
Como decíamos antes, Lucas nos trae una versión breve de la oración de Jesús.
«Padre, santificado sea tu Nombre,
que venga tu Reino,
danos cada día nuestro pan cotidiano;
perdona nuestros pecados,
porque también nosotros perdonamos
a aquellos que nos ofenden;
y no nos dejes caer en la tentación».
En lugar de “Padre nuestro”, Jesús comienza diciendo simplemente “¡Padre!”.
¿Cómo llamaba Jesús a su Padre en su propia lengua?
Jesús hablaba arameo. Ése era su idioma. En arameo “padre” se dice ‘ab; pero Jesús utilizaba el diminutivo: ‘abbá. Podríamos traducirlo como papá, papito, papi… es la forma en que los niños llamaban a su padre, expresando a la vez cariño, respeto y obediencia.

Jesús nos asegura:
“el que no reciba el Reino de Dios como niño, no entrará en él”. (18,17)
Pues bien, él mismo se hace niño al nombrar a su Padre de esa manera tan tierna, propia de un niño que confía en el amor de su padre.

Al enseñarnos a decir “¡padre, abbá!” junto con Él, Jesús nos anima a nosotros, sus discípulos, a reconocernos también como hijos del mismo Padre Dios. De allí surge la fraternidad humana, que quedará expresada en forma más completa al agregar “nuestro”: “Padre nuestro”, como aparece en el evangelio de Mateo.

Retomo el mensaje de Francisco a los jóvenes:
“… “Dios te ama”. Si ya lo escuchaste no importa, te lo quiero recordar: Dios te ama. Nunca lo dudes, más allá de lo que te suceda en la vida. En cualquier circunstancia, eres infinitamente amado. (…)
“lo que puedo decirte con seguridad es que puedes arrojarte seguro en los brazos de tu Padre divino, de ese Dios que te dio la vida y que te la da a cada momento. Él te sostendrá con firmeza, y al mismo tiempo sentirás que Él respeta hasta el fondo tu libertad.”
Gracias, amigas y amigos por su atención. Que el Señor los bendiga y hasta la próxima semana si Dios quiere.

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