viernes, 19 de junio de 2020

Amor divino, corazón humano. Sagrado Corazón de Jesús.






“Durante muchos años enseñé que el corazón no es más que un músculo de paredes gruesas y contráctiles, que bombea la sangre a través de las arterias para distribuirla por todo el cuerpo…”
más o menos con esas palabras comenzó hablando el viejo profesor (1) de “Anatomía, fisiología e higiene” el día en que se despidió de sus alumnos y colegas del Liceo. Y prosiguió diciendo: “pero hoy siento que el corazón me habla y con él quiero hablarles a ustedes…”

En nuestro mundo el corazón representa el lugar de los sentimientos y emociones. Su figura estilizada es símbolo de amor y amistad y con ese sentido va y viene en muchos mensajes que hoy enviamos y recibimos.

En el mundo bíblico, el corazón es el centro de la persona y representa su intimidad más profunda. Es el lugar de los sentimientos, sí, pero de todos ellos: del amor y la bondad; pero también del odio y la maldad.
“El hombre bueno, del buen tesoro del corazón saca lo bueno, y el malo, del mal tesoro del corazón saca lo malo. Porque de lo que abunda en el corazón habla la boca. (Lucas 6,45)
Por eso, en el libro de los Proverbios aparece esta recomendación:
“Por encima de todo cuidado, guarda tu corazón, porque de él brotan las fuentes de la vida”. Proverbios 4,23
No olvidemos que, en esa visión bíblica,
“la vida de la carne está en la sangre” (Levítico 17,11).
Los antiguos no conocían el sistema circulatorio, pero veían la relación del corazón con la sangre: “de él brotan las fuentes de la vida”, es decir, de él brota la sangre, vida de hombres y animales.

Desde aquí nos acercamos al corazón de Jesús, al que está dedicado el mes de junio y cada primer viernes y cuya solemnidad se celebra este año el viernes 19 y, en algunos lugares, el domingo siguiente.

La devoción al corazón de Jesús comenzó en el siglo XVII, a partir de las visiones de santa Margarita María de Alacoque. En su época se había extendido el movimiento conocido como jansenismo, iniciado algunas décadas antes,
“que predicaba que no tanto ha de amarse a Dios como padre cuanto temérsele como implacable juez” (Pío XI, Miserentissimus Redemptor, 1928).
Frente a esa imagen de un Dios lejano y terrible,
“Jesús mostró su corazón como bandera de paz y caridad desplegada sobre las gentes” (Pío XI, íd.).
¿Qué es lo que nos muestra el corazón de Jesús? Nos muestra un Dios capaz de padecer y de compadecer, de vivir la pasión y la compasión.

Dios no se pone al margen del sufrimiento humano. Se conmueve por la conducta y el destino del hombre. Su sufrimiento lo hace intervenir, lo compromete.
De esto encontramos muchas expresiones, ya desde el libro del Génesis, en las palabras a Caín:
«¿Qué has hecho? Se oye la sangre de tu hermano clamar a mí desde el suelo» (Génesis 4,10)
O en el libro del Éxodo, escuchando el grito de todo un pueblo:
«Los israelitas, gimiendo bajo la servidumbre, clamaron, y su clamor, que brotaba del fondo de su esclavitud, subió a Dios. Oyó Dios sus gemidos, y se acordó Dios de su alianza con Abraham, Isaac y Jacob» (Éxodo 2,23-24).
En Jesús, esta compasión se hace tanto compasión divina como humana:
Al ver a la multitud, sintió compasión de ellos, porque estaban cansados y abatidos, como ovejas que no tienen pastor (Mateo 9,36).
Pero la acción de compadecer de Dios hacia nosotros tiene también otro punto de vista y es el padecer de Dios. Ya en el Antiguo Testamento aparece la queja de Dios frente a la indiferencia humana:
“Me he dejado encontrar por quienes no preguntaban por mí.
Me he dejado hallar por quienes no me buscaban.
Dije “aquí estoy, aquí estoy” a gente que no invocaba mi nombre.
Alargué mis manos todo el día hacia un pueblo rebelde que sigue un camino equivocado”
(Isaías 67,1-2)
El Hijo eterno de Dios se hizo hombre en Jesucristo. En Jesús, Dios no solo hace algo, sino que soporta algo: padece. La acción de Dios va a la par de un sufrimiento de Dios, un sufrimiento por nosotros, un sufrimiento salvador.
Detrás del amor compasivo de Jesús, detrás de su compasión, está su pasión, su entrega en la cruz. Santa Margarita María cuenta que, en una de sus visiones, Jesús le manifestó
"su puro amor, con que había amado hasta el exceso a los hombres, recibiendo solamente de ellos ingratitudes y desconocimiento"
"Eso fue lo que más me dolió de todo cuanto sufrí en mi Pasión, mientras que si me correspondiesen con algo de amor,tendría por poco todo lo que hice por ellos y, de poder ser, aún habría querido hacer más.Mas sólo frialdades y desaires tienen para todo mi afán en procurarles el bien."
Ingratitud, desconocimiento, frialdad, desdén. Estas actitudes humanas, que son a veces nuestras propias actitudes, provocan el reclamo de Jesús… es como una segunda pasión. Jesús va a la cruz sufriendo el rechazo de los hombres que lo condenan a muerte, pero transforma esa muerte en ofrenda de amor… Aun así, hay quienes no se conmueven… y no miremos a los costados: muchas veces nosotros también somos fríos, indiferentes al amor de Dios y eso nos hace también indiferentes al hermano, al prójimo que sufre.

Jesús nos dejó su mandamiento nuevo:
“Ámense unos a otros, como yo los he amado.” (Juan 13,34).
“Como yo los he amado”: con los sentimientos de su corazón. A menudo rezamos diciendo: “Señor Jesús, haz nuestro corazón semejante al tuyo”… se necesita un gran valor y una gran confianza en Dios para pedir eso… pero es lo que nos recomienda san Pablo:
“Tengan entre ustedes los mismos sentimientos que Cristo” (Filipenses 2,5).
Contemplemos nuevamente a Jesús en su pasión, en su entrega por la que “se despojó a sí mismo tomando la condición de servidor” (Filipenses 2,7). Escuchémoslo en la cena después de lavar los pies a sus discípulos:
“les he dado ejemplo, para que también ustedes hagan como yo he hecho con ustedes”. (Juan 13,15)
Hijo de Dios, que quisiste hacerte hombre para poner la inmensidad del amor divino en un corazón humano, haz nuestro corazón semejante al tuyo… un corazón que palpite, que padezca y compadezca, para amar a nuestros hermanos que más sufren, con el mismo amor con que tú nos amaste.
Gracias, amigas y amigos por su atención. Que el Señor Jesús los guarde en su corazón y hasta la próxima semana si Dios quiere.

(1) El profesor, que no era en realidad tan viejo, pero que sí estaba dejando la docencia, era el Dr. José Levín, que fue mi profesor de "Anatomía, Fisiología e Higiene" en el año 1968. El Liceo era el primer Liceo de Young, en su origen creado por iniciativa popular. Muchos de esos profesores, que continuaron cuando el sistema estatal se hizo cargo de la institución, eran profesionales como el Dr. Levín. Actualmente el edificio del viejo Liceo es la Casa de la Cultura de Young y el ahora "Liceo N° 1 - Mario Long" funciona en el local que se habilitó en 1975 como anexo del "liceo viejo".

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