jueves, 8 de octubre de 2020

“Inviten a todos los que encuentren” (Mateo 22,1-14). Domingo XXVIII durante el año.

 

Hace poco recibí a una pareja que me contó los planes que estaba haciendo para su casamiento… en estos tiempos de pandemia.
Lo más difícil, me explicaba el novio, es elegir a quién invitar a la fiesta. En otro tiempo, el problema podría ser cuántos invitar; ahora no: por los protocolos con que funcionan los salones de fiestas, tenemos un número muy limitado de personas... y eso deja fuera a muchos que nos gustaría invitar, de modo que debemos elegir a los más cercanos y, aún así…

Cuando alguien nos invita a una boda, un aniversario, un cumpleaños, está diciéndonos que significamos algo importante en su vida y que quiere hacernos participar de ese momento feliz.
Cuando respondemos a la invitación haciéndonos presentes, correspondemos a ese sentir de quien nos ha invitado. Y cuando nos es realmente imposible participar, buscamos la manera de hacer llegar nuestro saludo de una forma especial, cuidada, que exprese nuestros sentimientos y nuestros mejores deseos para los amigos que no podemos acompañar en ese día especial.

En el evangelio de este domingo, otra vez Jesús se dirige a los sumos sacerdotes y a los ancianos, es decir, a las autoridades de su pueblo, por medio de una parábola:
El Reino de los Cielos se parece a un rey que celebraba las bodas de su hijo.
Inmediatamente se habla de la invitación y la reacción de los invitados.
Envió entonces a sus servidores para avisar a los invitados, pero estos se negaron a ir.
La primera invitación es respondida con una negativa, pero eso podía entrar dentro de cierta forma de cortesía, una especie de “Señor, yo no soy digno…”. No es una negativa definitiva y los invitados han quedado avisados. Por eso, de parte de quien invita, la cortesía pide una segunda invitación a la hora misma del banquete:
De nuevo envió a otros servidores con el encargo de decir a los invitados: «Mi banquete está preparado; ya han sido matados mis terneros y mis mejores animales, y todo está a punto: Vengan a las bodas».
Pero ahora sí, de forma terrible, se manifiesta el rechazo:
Ellos no tuvieron en cuenta la invitación, y se fueron, uno a su campo, otro a su negocio; y los demás se apoderaron de los servidores, los maltrataron y los mataron.
¿Qué nos recuerda esto? La parábola que escuchamos el domingo pasado nos hablaba de aquellos viñadores homicidas, que mataron a algunos de los enviados por el dueño de la viña y, finalmente, mataron al hijo de éste. Jesús está recordando el rechazo sufrido por los enviados de Dios, los profetas. Aquí no se trata del reclamo de los frutos debidos, sino de una invitación que es rechazada totalmente, matando a los servidores. Jesús anuncia el castigo que sobrevendrá sobre aquellos que hayan ejercido la violencia contra los enviados de Dios.
Al enterarse, el rey se indignó y envió a sus tropas para que acabaran con aquellos homicidas e incendiaran su ciudad.
Sin embargo, la fiesta no se canceló. Todo estaba preparado. Había que invitar a otros. Así, dijo el rey:
«El banquete nupcial está preparado, pero los invitados no eran dignos de él. Salgan a los cruces de los caminos e inviten a todos los que encuentren».
Los servidores salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, buenos y malos, y la sala nupcial se llenó de convidados.
La invitación fue hecha con total gratuidad. No hubo selección previa. No hubo límites. Vienen “todos los que encontraron” los servidores. Llama la atención que hay “buenos y malos” …  ¿Qué significa eso? ¿Quedará todo así? ¿Da lo mismo?

Esta expresión “buenos y malos” la encontramos al comienzo del evangelio, en el capítulo 5. Allí dice:
“Amen a sus enemigos y rueguen por los que los persigan, para que sean ustedes hijos de su Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos y llover sobre justos e injustos”. (Mateo 5,44-45)
Los dones de Dios, signo de su amor, se ponen a disposición de todos. Y a todos se dirige el llamado. Más aún, recordemos el énfasis que pone Jesús:
“no he venido a llamar a justos, sino a pecadores” (Mateo 9,13).
Pero la respuesta al llamado es la conversión. Y es eso lo que expresa el traje de fiesta, motivo de una breve parábola que se funde con la que acabamos de comentar.
Cuando el rey entró para ver a los comensales, encontró a un hombre que no tenía el traje de fiesta. "Amigo, le dijo, ¿cómo has entrado aquí sin el traje de fiesta?". El otro permaneció en silencio. Entonces el rey dijo a los guardias: «Atenlo de pies y manos, y arrójenlo afuera, a las tinieblas. Allí habrá llanto y rechinar de dientes».
Para los estudiosos de la Biblia siempre ha sido complicado explicar algo que parece incongruente: ¿cómo se le pide que venga con traje de fiesta a alguien que ha sido encontrado por los caminos?
En el evangelio de Lucas (14,15-24) encontramos también la parábola de los invitados al banquete, pero no aparece al final esta otra del traje de fiesta.

El evangelio de Mateo nace en una comunidad en salida misionera, en crecimiento. Hay una preocupación de que la invitación “a buenos y malos” pueda inducir a error, haciendo pensar que no cuenta la conducta que cada uno tenga. Otras parábolas nos dicen que sí, que cuenta, a la hora del juicio. Leemos en el capítulo 13 de Mateo:
Al fin del mundo saldrán los ángeles, separarán a los malos de entre los justos y los echarán en el horno de fuego; allí será el llanto y el rechinar de dientes. (Mateo 13,49-50)
Es en esa línea que se añade la parábola del traje de fiesta a la parábola de la gran cena: para subrayar la necesidad de la conversión.
Porque muchos son llamados, pero pocos son elegidos.

Esa es la conclusión de Jesús. Es la advertencia final. La invitación es abierta, generosa, sin exclusión; las puertas del Reino de Dios se abren para todos; pero hay que entrar de corazón en él.

Días pasados, el Papa Francisco dio a conocer su encíclica Fratelli Tutti, “Hermanos todos”, sobre la fraternidad y la amistad social. No se trata simplemente de ser amable con los demás… Francisco recurre a la parábola del buen samaritano para mostrarnos lo que significa la fraternidad a la que nos llama Jesús, en un mundo lastimado y cerrado:

Ante tanto dolor, ante tanta herida, la única salida es ser como el buen samaritano. Toda otra opción termina o bien al lado de los salteadores o bien al lado de los que pasan de largo, sin compadecerse del dolor del hombre herido en el camino. La parábola nos muestra con qué iniciativas se puede rehacer una comunidad a partir de hombres y mujeres que hacen propia la fragilidad de los demás, que no dejan que se erija una sociedad de exclusión, sino que se hacen prójimos y levantan y rehabilitan al caído, para que el bien sea común.
Amigas y amigos: Dios nos llama hoy y siempre a entrar en su Reino reconociendo en los demás, especialmente en aquellos golpeados por la vida, a esos hermanos y hermanas que Dios nos ha dado. Recibiéndolos y ayudándolos a sanar, recibimos al mismo Jesús. No rechacemos su invitación.
Gracias por su atención. Más que nunca, sigamos cuidando unos de otros. Que el Señor los bendiga y hasta la próxima semana si Dios quiere.

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