domingo, 24 de enero de 2021

Misa - III Domingo durante el año.

Homilía

Jesús les dijo “síganme” y aquellos cuatro pescadores dejaron todo y lo siguieron.
La escena que nos pinta Marcos es bien conocida. La hemos escuchado muchas veces. Cantamos canciones que se refieren a este momento en que Jesús, pasa, llama y ellos lo siguen con toda decisión.

¿Cuántas veces nos ha ocurrido de querer llegar a un lugar determinado sin saber bien el camino? Si alguien conocido se ofrece a guiarnos, lo seguimos con gusto. Sabemos a dónde vamos y confiamos en nuestro guía.

En cambio, ¿a dónde llevaba Jesús a esos cuatro pescadores que lo siguieron con tanta decisión? “¡Síganme!” El llamado de Jesús es a ir caminando detrás de él. No les dice a dónde va, no anuncia ningún lugar. En cambio, les hace una promesa un poco enigmática: “yo los haré pescadores de hombres”.

Yo creo que Marcos ha querido transmitirnos lo esencial: Jesús llama, ellos escuchan su llamado y lo siguen. Pero… ¿no habrá habido otros encuentros antes de este llamado? Posiblemente sí… el domingo pasado leímos en el evangelio de Juan un relato donde algunos discípulos, entre ellos los hermanos Andrés y Simón, se encontraron con Jesús y estuvieron con él. Fue Andrés quien lo conoció primero y después le dijo a Simón: “hemos encontrado al Mesías”.

Tal vez sucedió así… se dieron algunos encuentros en los que se fueron conociendo y, no mucho después, el llamado y el comienzo del seguimiento de Jesús.

Sea como haya sido, la manera tan decidida con que los discípulos dejan todo para ir con Jesús muestra una gran confianza. Confianza en Él, en Jesús, pero también una gran confianza en Dios. Jesús (que es el Hijo de Dios, aunque ellos no lo saben todavía) Jesús trae para ellos una forma nueva de presencia y de cercanía de Dios. Algo que ellos van a ir conociendo y profundizando, pero que, de alguna manera ya pueden ver en ese hombre que los ha llamado.

Es solamente con esa confianza que los discípulos pueden lanzarse a seguir a Jesús sin saber a dónde van. Pero ese es el camino de la fe: salir a la vida confiando en Dios, confiando en que Él nos llevará al mejor destino. Con esa fe y esa confianza emprendió el camino Abraham, el padre de los creyentes, de quien se dice que “salió sin saber a dónde iba”. Igual que Abraham, los discípulos dejan su mundo: la casa de sus padres, su trabajo, para ir con Jesús.

¿Eran conscientes aquellos primeros discípulos de las consecuencias de seguir a Jesús?
Seguramente no. Simplemente confiaron en Él.

Esa confianza debieron renovarla en un momento crucial.
Los discípulos se iban haciendo sus ideas.
Esperaban un gran triunfo de Jesús. Cuando Jesús les anuncia su pasión y su muerte (también les anuncia su resurrección, pero parece que ese anuncio hubiera quedado como apagado por el impacto del primero) …cuando Jesús les anuncia su pasión y su muerte, los discípulos rechazan semejante idea. Simón Pedro, uno de los dos primeros en seguir a Jesús, lo lleva aparte y se pone a reprenderlo. Es allí donde Jesús le dice a los Doce, pero también a toda la gente que iba con Él: “Si alguno quiere venir detrás de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame” (Marcos 8,34).

Ser cristiano es seguir a Jesús. Esa es nuestra vocación, el llamado que Jesús nos hace a todos. Él también dice a cada uno de nosotros “¡sígueme!” Seguir a Jesús no siempre significa hacer lo que hicieron los primeros discípulos, que dejaron todo y fueron con Él.
Cada cristiano está llamado a seguir a Jesús desde su estado de vida: soltería, matrimonio, paternidad, maternidad, viudez, consagración, sacerdocio y también desde su situación particular de familia, de trabajo, de participación en la sociedad…
De todos modos, seguir a Jesús siempre significa un desprendimiento, un desapego de mi propia manera de ver y entender las cosas, es decir, dejar de pensar que todo tiene que ser como yo digo y tratar de ver cómo quiere Dios que sean las cosas.
Más aún, Jesús llama a un desapego hasta de la propia vida: “niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame”.

Seguir a Jesús es seguir a una persona, no a una doctrina. La doctrina nos ayuda a conocer, a clarificar ideas, a no quedarnos en sensaciones y sentimientos; pero no se puede seguir a alguien sin establecer una relación personal, sin conocerlo como persona, sin relacionarse con él.
Ya no somos esos privilegiados que vieron a Jesús caminando delante de ellos…
Nosotros nos encontramos con Jesús meditando su Palabra, que encontramos en el Evangelio; le hablamos y lo escuchamos en la oración; lo sabemos presente cuando estamos reunidos en comunidad; lo recibimos en los sacramentos… y nos dejamos conmover por su rostro sufriente en el rostro de hermanos y hermanas que pasan necesidades materiales y espirituales.

Jesús es radical. Eso quiere decir que no es alguien que se va por las ramas, sino que su camino en la vida tiene raíces profundas. Sus raíces están en el amor del Padre, que lo ha enviado.
Es radical, pero no es un fanático.
Tampoco quiere que se le siga con fanatismo, sino con la misma radicalidad que Él vive; porque todo en Él nos reenvía al Padre, como la misma oración que él nos enseñó. Lo que mueve a Jesús es el amor. No cualquier cosa a la que llamemos “amor”, sino el amor que Él recibe del Padre, el amor con que Él ama al Padre, el amor que se vuelve compasión y misericordia hacia nosotros. Seguir a Jesús es embarcarnos en ese amor. No es sentimentalismo. Es entrega, que puede llegar a ser total, como la suya, porque “nadie ama más que aquel que da la vida por los amigos”.

Por eso cuesta seguir de verdad a Jesús. Hay quienes lo rechazaron y quienes todavía lo rechazan. Pero también hay quienes lo miraron con simpatía, se sintieron llamados… pero no se animaron. Lo vieron pasar y seguir su camino, pero allí se quedaron, inmóviles… No es fácil. Sin embargo, los cuatro pescadores de aquella primera hora pudieron dejarlo todo, porque confiaron en Él. Jesús sigue pasando, sigue llamando… Renovemos nuestra confianza en Él para seguirlo cada día, hoy y siempre.

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