jueves, 30 de septiembre de 2021

Casarse en el Señor (Mc 10,2-16; cf. 1 Corintios 7,39). Domingo XXVII durante el año.

“Casarse en el Señor” es una expresión que utiliza san Pablo para referirse al matrimonio cristiano. Mirando a través de los siglos y en las diferentes culturas, pueden observarse numerosas variaciones sobre lo que significa el matrimonio. Sin embargo, hay elementos comunes: el bien de los cónyuges y la generación y la educación de los hijos. Esa realidad humana es convertida por Jesús en un sacramento que se da entre bautizados.
De eso habla el evangelio de este domingo a partir de algunos fariseos que se acercan a Jesús y, para ponerlo a prueba, le preguntan:

«¿Es lícito al hombre divorciarse de su mujer?»
Lo de ponerlo a prueba hace pensar que se consideraba a Jesús un disidente, alguien que se apartaba de la práctica oficial. Sin embargo, la respuesta de Jesús los remite al fundamento de la vida de su pueblo:
«¿Qué es lo que Moisés les ha ordenado?»
Los fariseos respondieron:
«Moisés permitió redactar una declaración de divorcio y separarse de ella».
Esa respuesta se refiere a un pasaje del Deuteronomio que dice:
«Si un hombre toma una mujer y se casa con ella, y resulta que esta mujer no halla gracia a sus ojos, porque descubre en ella algo que le desagrada, le redactará una declaración de divorcio, se la pondrá en su mano y la despedirá de su casa.» (Deutoronomio 24,1)
Jesús no niega que exista ese texto, pero explica su porqué:
«Moisés les dio esta prescripción debido a la dureza del corazón de ustedes».
A continuación, Jesús indica dónde quería llegar:
«Desde el principio de la creación, "Dios los hizo varón y mujer". "Por eso, el hombre dejará a su padre y a su madre, y los dos no serán sino una sola carne". De manera que ya no son dos, "sino una sola carne"».
Jesús va al principio, al momento de la creación, al plan original de Dios para el hombre y la mujer, tal como aparece en el libro del Génesis. Varón y mujer son complementarios. Uniéndose en cuerpo y alma alcanzan una plenitud que no tiene ninguno de ellos por separado. A las palabras del Génesis, Jesús agrega su ley, la que debe observar todo cristiano:
«Que el hombre no separe lo que Dios ha unido»
La discusión con los fariseos quedó cerrada allí; pero los discípulos tenían dudas y, ya en la casa, volvieron a preguntar sobre el tema. En su respuesta, Jesús introduce el concepto de adulterio:
«El que se divorcia de su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra aquella; y si una mujer se divorcia de su marido y se casa con otro, también comete adulterio».
El sacramento del matrimonio no es una simple ceremonia, una especie de servicio que se contrata para dar marco a un acontecimiento social. El esposo y la esposa que se casan “en el Señor” intercambian un consentimiento, un compromiso de por vida; aquello de “hasta que la muerte nos separe”. Ese “sí” solo puede darse en forma verdadera con plena libertad y conciencia de lo que se está asumiendo. Pero no son solamente los novios quienes se unen. Hay una acción de Dios: Dios los une. Por eso dice Jesús: lo que Dios ha unido, no lo separe el hombre.
Es verdad, muy poca gente se casa hoy, no solo en la Iglesia, sino también en el registro civil. Muchas parejas viven una especie de pacto para convivir, acompañarse, quererse… mientras todo esté bien. El camino que Jesús propone a los esposos es diferente y así lo expresa el consentimiento que se dan mutuamente, en el que cada uno manifiesta que quiere recibir al otro como esposo, a la otra como esposa y promete “serle fiel en lo favorable y en lo adverso, en salud o enfermedad, amarle y respetarle durante todos los días de su vida”.
Parece imposible… pero nada es imposible para Dios si lo dejamos actuar en nuestros corazones.

Mes de las Misiones

Octubre es el Mes de las Misiones. Próximamente tendremos la posibilidad de colaborar con esta actividad esencial de la vida de la Iglesia en la colecta del DOMUND, día de la Jornada Mundial de las Misiones, que se celebra el Domingo 24 de octubre, con un lema tomado del libro de los Hechos de los Apóstoles: «No podemos dejar de hablar de lo que hemos visto y oído» (Hechos 4,20)

En esta semana

El lunes 4 recordamos a San Francisco de Asís. Después de una juventud despreocupada, encontró a Cristo, sobre todo en los pobres y necesitados y comenzó a vivir tomando el evangelio como regla. Fundó la orden de los Frailes Menores y, junto con Santa Clara, la Orden de las Hermanas Pobres, es decir, las Clarisas. En nuestra diócesis hay dos parroquias que lo tienen como patrono: la de Joaquín Suárez y la de ciudad Líber Seregni, en el municipio de Colonia Nicolich, en la que se recuerda con cariño a sacerdotes franciscanos que estuvieron allí en otro tiempo. Hay también una capilla en la Ciudad de La Costa. De la espiritualidad franciscana nos dan testimonio los monasterios de las Hermanas Clarisas de San José de Carrasco y las Clarisas Capuchinas de Echeverría, cerca de la ciudad de Canelones.

El miércoles 6 se recuerda a San Bruno, fundador de los monjes cartujos. Los cartujos toman su nombre de Chartreuse, el lugar donde san Bruno se instaló con sus primeros seguidores, en los Alpes franceses. Los monjes cartujos siguen la regla de san Benito con algunos añadidos propios que la hacen aún más austera, conjugando tiempos fuertes de soledad con momentos de vida comunitaria, siempre dando prioridad al silencio, la contemplación y la oración.

El jueves 7 de octubre celebramos a la Virgen del Rosario. La celebración de este día es una invitación para todos a meditar los misterios de Cristo, en compañía de la Virgen María, que estuvo asociada de un modo especialísimo a la encarnación, la pasión y la gloria de la resurrección del Hijo de Dios. Cuando rezamos el Rosario, es bueno seguir la invitación que nos hace quien lo guía, cuando dice, con estas o similares palabras “en el primer misterio… contemplamos”. De eso se trata: mientras vamos desgranando las avemarías, contemplar, meditar, pasar por el corazón la acción salvadora de Dios que se manifiesta en cada uno de los misterios.
Decía hace años san Juan Pablo II en su carta apostólica “el Rosario de la Virgen María”

“el motivo más importante para volver a proponer con determinación la práctica del Rosario es por ser un medio sumamente válido para favorecer en los fieles la exigencia de contemplación del misterio cristiano (…)
El Rosario forma parte de la mejor y más reconocida tradición de la contemplación cristiana. Iniciado en Occidente, es una oración típicamente meditativa y se corresponde de algún modo con la «oración del corazón», u «oración de Jesús», surgida sobre el humus del Oriente cristiano.”
No puedo imaginar hoy mejor manera de cerrar nuestro programa que invitarlos a rezar juntos:
Dios te salve, María,
llena eres de gracia.
El Señor es contigo.
Bendita tú eres entre todas las mujeres
y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús.
Santa María, madre de Dios,
ruega por nosotros pecadores,
ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.

Gracias, amigas y amigos por su atención. Que los bendiga Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.

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