miércoles, 2 de marzo de 2022

Miércoles de Ceniza: homilía


Queridas hermanas, queridos hermanos:

Hoy, miércoles de Ceniza, estamos comenzando el tiempo de Cuaresma. Dentro de unos días se cumplirán dos años desde que fue declarado el estado de emergencia sanitaria en el Uruguay; es decir, dos años de pandemia.

En este tiempo, que todavía no ha concluido pero que, no tan rápidamente como quisiéramos, va de a poco resumiéndose, nos vimos muchas veces privados de participar comunitariamente en nuestras habituales celebraciones.

El gesto que vamos a realizar hoy, la imposición de las cenizas, es un gesto comunitario, que pide nuestra presencia. No podemos recibir las cenizas a la distancia. No podemos hacerlo fuera del marco de esta celebración que le da su sentido.

El tiempo de Cuaresma nos llama a la conversión, que puede ser para algunos un total cambio de vida; pero nadie debe sentirse excluido de ese llamado. La conversión no es solo un hecho puntual, por grande que sea; es también un proceso, una progresiva profundización de nuestra vida cristiana.

Cada uno de nosotros tiene sus motivos para pedir perdón. Nadie escapa a la realidad del pecado, lo quiera reconocer o no.
El pecado, en sus muchas formas y en sus muy distintos grados de gravedad, daña, rompe, la relación de cada uno de nosotros con Dios, con sus hermanos, consigo mismo y con la Creación.

Nuestras faltas nos alejan del Padre: rompen o al menos debilitan nuestra filiación, es decir, nuestra relación amorosa de hijas e hijos del Padre Dios.
Dañan, deterioran o aún rompen, nuestra fraternidad, nuestra relación de hermanos y hermanas llamados a vivir en el amor. Destrozan los vínculos de solidaridad.
Nuestras faltas nos dividen interiormente, instalando dentro de nosotros el conflicto de quien quiere servir de corazón al Señor, pero al mismo tiempo se encuentra frente a su debilidad, sus incoherencias, sus caídas.
Nos separan también del resto de la Creación, de este mundo con todas sus otras criaturas, esta casa común que estamos llamados a cultivar y cuidar.
 
Frente a esa realidad de ruptura, de división, que en mayor o menor medida está presente en nuestra vida; frente a esa manera de actuar que va contra el proyecto del Padre, el tiempo de Cuaresma nos llama a acercarnos comunitariamente a Dios, aceptando los caminos que se nos ofrecen para volvernos de corazón a Él y a los hermanos.

En el Evangelio de hoy, Jesús nos propone tres gestos a realizar “en lo secreto”, que cada uno de nosotros puede hacer de la mejor manera que pueda: privarnos de parte de nuestro alimento y abstenernos también de gustos y ociosidades inútiles; redoblar la oración y compartir nuestros bienes con los hermanos más necesitados.

Aunque realicemos esos gestos en forma privada, esas acciones tienen también una dimensión comunitaria. Las hacemos en cuanto miembros de la Iglesia, del Cuerpo de Cristo, en solidaridad unos con otros y con todos los que en el mundo nos presentan el rostro sufriente del Señor.
En particular, el recibir juntos, públicamente, estas cenizas, como signo de penitencia, nos ayuda a recorrer solidariamente el camino de conversión. Nos hacen sentir que no estamos solos en ese camino, porque no sólo el Señor nos acompaña, sino porque nos invita a recorrerlo como hermanos, como Pueblo suyo, como familia suya a la que Él quiere salvar.

En estos próximos domingos, Jesús nos guiará en este camino, para que en Él venzamos al maligno y crezcamos en fidelidad al proyecto del Padre. Junto a los discípulos, subiremos con Jesús al monte de la transfiguración para contemplar su rostro glorioso y escuchar con Él la voz del Padre. Descubriremos como Jesús, testigo de la misericordia del Padre, nos ofrece un tiempo de gracia para que demos los frutos que su amor nos hace capaces de producir. Escuchando a Jesús podremos regresar a la casa del Padre, dejarnos rodear por su abrazo, por su amor, que nos transforma y nos devuelve el lugar de hijos e hijas que hemos perdido. Finalmente, él nos llamará a tomar conciencia de nuestros propios pecados antes de pretender condenar a quien él no condena, pero le dice “vete y no peques más”.

Que podamos todos aprovechar este tiempo de gracia, encontrándonos a lo largo de esta Cuaresma una y otra vez con el Señor que nos ofrece su perdón, nos da la posibilidad de convertirnos, de renovar en Él toda nuestra vida, para celebrar después su Pascua, como pueblo que ha renacido del agua y de la sangre que brotan de su corazón traspasado. Y en todo este tiempo, no nos cansemos de rezar por la paz. Así sea.

+ Heriberto

No hay comentarios: