miércoles, 24 de abril de 2019

“Señor mío y Dios mío” (San Juan 20,24-29). Domingo de la Misericordia / Mártires riojanos.







“Poner el dedo en la llaga”. Es una expresión que muchas veces usamos cuando en una conversación alguien toca un punto sensible o dice una verdad incómoda: “metió el dedo en la llaga”, es decir, lo colocó allí donde duele, donde está la herida.

Este sábado en Argentina, en La Rioja, serán beatificados cuatro hombres asesinados en esa provincia en 1976: Carlos de Dios Murias, fraile franciscano conventual y Gabriel Longueville, sacerdote misionero francés, asesinados el 18 de julio; Wenceslao Pedernera, laico, padre de familia, asesinado el 24 de julio y Mons. Enrique Angelelli, obispo de La Rioja, el 4 de agosto.

Al igual que San Óscar Romero, obispo mártir de El Salvador, asesinado en 1980, canonizado el año pasado, estos cuatro mártires riojanos murieron en un complejo contexto político, de creciente violencia. Allí, como hombres de fe, los cuatro buscaron servir a la verdad del Evangelio y defender la dignidad de la persona humana. Calumniados y amenazados, no se dejaron envolver por el odio; por amor a Cristo sufriente, presente en sus hermanos, tuvieron posiciones claras y valientes de cara a las injusticias: “metieron el dedo en la llaga” y eso les costó la vida. Serán beatificados en el marco de la Pascua, en la víspera del Domingo de la divina misericordia.
Qué vivan los cuatro mártires Enrique y sus compañeros
Carlos, Gabriel, Wenceslao en la tierra y en el cielo
Felices los perseguidos por practicar la justicia
Con su lucha y con su ofrenda traen la buena noticia.
(Himno para la ceremonia de beatificación)
Precisamente, el evangelio de este domingo nos habla de alguien que manifestó su deseo de “poner el dedo en la llaga”: pero en otro sentido; quería tocar las llagas de Cristo. Se trata de santo Tomás, uno de los apóstoles. Un discípulo ausente cuando Jesús resucitado apareció por primera vez ante el grupo que lo había acompañado en sus tres años de misión.
Tomás, uno de los Doce, de sobrenombre el Mellizo, no estaba con ellos cuando llegó Jesús. Los otros discípulos le dijeron: «¡Hemos visto al Señor!»
La reacción que tiene Tomás ante lo que le cuentan nos recuerda otro dicho, todavía más corriente: “ver para creer”. (Digamos, entre paréntesis, que tendríamos que revisar esa convicción popular, porque ¿cuánto hay realmente de verdad en lo que vemos hoy? ¿cuántas noticias falsas, cuántas afirmaciones sin fundamento pasan continuamente por las pantallas ante nuestra mirada? Realmente necesitamos mucho más que abrir los ojos para verificar la verdad, para distinguir lo verdadero de lo falso. Cierro paréntesis.)

Tomás quiere algo más que ver: él quiere tocar, palpar.
Él les respondió: «Si no veo la marca de los clavos en sus manos, si no pongo el dedo en el lugar de los clavos y la mano en su costado, no lo creeré.»
El evangelio no nos hace esperar. Nos lleva inmediatamente al domingo siguiente, segundo domingo de Pascua, el que hoy llamamos, a iniciativa de san Juan Pablo II, “Domingo de la Divina Misericordia”.
Ocho días más tarde, estaban de nuevo los discípulos reunidos en la casa, y estaba con ellos Tomás. Entonces apareció Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio de ellos y les dijo: «¡La paz esté con ustedes!»
Luego dijo a Tomás: «Trae aquí tu dedo: aquí están mis manos.
Acerca tu mano: Métela en mi costado.
En adelante no seas incrédulo, sino hombre de fe.»
Tomás no hace ninguno de esos gestos y, en cambio, responde:
“¡Señor mío y Dios mío!”,
Esas palabras son una maravillosa profesión de fe. No obstante, Jesús le dice (y nos dice a nosotros)
«Ahora crees, porque me has visto. ¡Felices los que creen sin haber visto!»
Todo parece muy simple. Sin embargo, no lo es tanto (tampoco es tan complicado). Veamos.
A partir del momento en que Tomás ve a Jesús ¿qué sucede? ¿Tomás cree o Tomás sabe? ¡No es lo mismo! Cuando nos han contado un hecho, la cuestión está en creer o no creer lo que nos relatan. Cuando vemos el hecho, cuando nos pellizcamos para convencernos de que no estamos soñando, cuando pedimos que otros nos confirmen que es verdad lo que vemos, lo sabemos. Ya no hace falta creer. Pero Jesús no le dice "ahora sabes", sino "ahora crees". Tomás ha dado un paso en la fe. Sí: ha visto a Jesús resucitado; pero también ha creído, y por eso dice "Señor mío y Dios mío”.

Y si no, vayamos al final del evangelio según San Mateo (18,16-20). Allí se dice que
"Al verlo, se postraron delante de él; sin embargo, algunos todavía dudaron".
Así es. Todos vieron a Jesús resucitado. Algunos dudaron; pero los que creyeron, de inmediato se postraron ante Él.

¿Qué es lo que se ve y lo que no se ve en estos encuentros con Jesús? San Gregorio Magno lo explicaba así:
Lo que [Tomás] creyó superaba a lo que vio. En efecto, un hombre mortal no puede ver la divinidad. Por esto lo que él vio fue la humanidad de Jesús, pero confesó su divinidad al decir: ¡Señor mío y Dios mío! Él, pues, creyó (...) ya que, teniendo ante sus ojos a un hombre verdadero, lo proclamó Dios, cosa que escapaba a su mirada. 
Siglos más tarde, Santo Tomás de Aquino (otro Tomás) lo expresaba en forma aún más sintética:
Tomás vio al hombre y las cicatrices, y a partir de esto, creyó en la divinidad del resucitado.
Los creyentes de hoy estamos entre los bienaventurados que Jesús señala. Somos "los que creen sin haber visto". Pero eso es la fe. No es ciega, no es irracional. Es un salto que va más allá de los límites de nuestros sentidos, para abrirnos a una nueva dimensión de la existencia: la vida divina.

El acto de fe de Tomás lo repetimos en la Eucaristía, al contemplar el Cuerpo de Cristo en la Hostia consagrada y, con Tomás, reconocerlo diciendo "Señor mío y Dios mío".

Con la misma fe estamos llamados a reconocer también el rostro de Cristo sufriente en hermanos y hermanas que están sumergidos en el dolor, la miseria, el duelo, la marginación… Como lo hicieron los mártires riojanos, reconocer y servir a Cristo sufriente en los hermanos.

Dios nuestro, concédenos reconocerte como nuestro Señor y nuestro Dios y manifestar esa fe con nuestras obras y nuestra vida, sirviéndote en los hermanos, a ejemplo del apóstol Tomás y de los mártires riojanos.

Gracias, amigas y amigos por su atención. Que el Señor los bendiga y hasta la próxima semana si Dios quiere.


No hay comentarios: