El Salmo 23 es una de las alabanzas del Salterio más conocidas y amadas. Se trata de un cántico de confianza y, al mismo tiempo, de alegre profesión de fe. Quien lo reza lo hace como perteneciente al pueblo de Israel, al cual el Señor le ha prometido por medio de los profetas que sería su Pastor. El autor proclama su felicidad personal por saberse protegido en el Templo, lugar de refugio y de gracia, pero quiere al mismo tiempo transmitir la presencia del Señor a los demás con el ardor de su experiencia.
“El Señor es mi pastor, nada me puede faltar”.
La imagen del pastor y del rebaño es muy significativa en toda la literatura bíblica. Para comprenderla tenemos que considerar los áridos desiertos rocosos de Medio Oriente. El pastor guía su rebaño que se deja conducir dócilmente, porque sin él se perdería y moriría. Las ovejas deben aprender a confiar en él, escuchando su voz. Él es sobre todo su constante compañero de viaje.
“El Señor es mi pastor, nada me puede faltar”.
Este salmo nos invita a robustecer nuestra relación íntima con Dios experimentando su amor. Alguno podrá preguntarse: ¿cómo es que el autor llega a decir “nada me puede faltar”? Nuestra experiencia cotidiana no deja de conocer problemas y desafíos, de salud, familiares, laborales… sin olvidar los enormes sufrimientos que viven hoy muchísimos hermanos y hermanas por la guerra, las consecuencias del cambio climático, las migraciones y la violencia.
“El Señor es mi pastor, nada me puede faltar”.
Acaso la clave de lectura esté en el versículo en el que se lee “porque tú estás conmigo” (Salmo 23, 4). Se trata de la certidumbre en el amor de un Dios que nos acompaña siempre y nos hace vivir la existencia de una manera diferente. Escribía Chiara Lubich:
“Una cosa es saber que podemos recurrir a un Ser que existe, que siente piedad por nosotros, que ha pagado por nuestros pecados, y otra es vivir y sentirse en el centro de las predilecciones de Dios, con el consecuente desvanecimiento de todo miedo que frena, de toda soledad, de todo sentimiento de orfandad, de toda incertidumbre. La persona sabe que es amada y cree con todo su ser en este amor. A él se abandona confiada y lo quiere seguir. Las circunstancias de la vida, tristes o alegres, son iluminadas por una razón de amor que las ha querido o permitido” .
“El Señor es mi pastor, nada me puede faltar”.
Pero quien ha llevado a su plenitud esta hermosa profecía es Jesús que, en el evangelio de Juan, no duda en autodefinirse como el “buen Pastor”. La correspondencia con este pastor está caracterizada por una relación personal e íntima:
“Yo soy el buen Pastor: conozco a mis ovejas y mis ovejas me conocen a mí” (Juan 10, 14-15).
Él las conduce a las pasturas de su Palabra que es vida, en particular la Palabra que contiene el mansaje encerrado en el “Mandamiento nuevo” que, al ser vivido, hace “visible” la presencia del Resucitado en la comunidad reunida en su nombre, en su amor .
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