viernes, 4 de abril de 2025

AFRONTAR CON AMOR EL FINAL DE LA VIDA. Aporte al debate y reflexión pública sobre la eutanasia.


El fundamento que sostiene nuestras opciones

1. La dignidad de la persona se fundamenta en el mismo hecho de pertenecer a la especie humana. Decir que es “digna” es el mejor modo de expresar su valor absoluto, único e insustituible, que no se pierde en ninguna circunstancia y es independiente de cualquier condición. Este principio de la igual dignidad de todo ser humano es plenamente reconocible por la sola razón, y constituye el fundamento de los derechos humanos.  Para nosotros, los creyentes, Dios “ama infinitamente a cada ser humano” y “con ello le confiere una dignidad infinita” (1).

El valor de la vida de cada persona es un don que trasciende la mera existencia física. La vida humana es el fundamento, la condición necesaria para adquirir todos los bienes, la fuente que posibilita toda actividad humana y toda convivencia social. La vida es bella e irrepetible pero, al mismo tiempo, es limitada y la acompañan diversos sufrimientos así como la muerte. Necesitamos fortalecer una conciencia social que acoja, proteja, promueva y acompañe a cada persona en toda su existencia, incluida la etapa final de su vida terrena, a través de la fundamental ayuda de la familia, la medicina paliativa y la genuina experiencia espiritual.

Nuestro esperanzador SÍ

2. Valoramos enormemente la forma de accionar de la medicina paliativa. Lo propio de ella es cuidar, aliviar y consolar, humanizando el proceso de la muerte de forma profesional, afectuosa y cercana, con el paciente y su familia. Ella es la mejor expresión de lo que en lo profundo del corazón desean la mayoría de las personas que no quieren ver sufrir a un ser querido y tampoco quitarle la vida. 

3. La sedación paliativa es una indicación médica científica y éticamente correcta, que se plantea cuando los pacientes padecen síntomas no controlables (refractarios) que les provocan un sufrimiento intenso. La misma consiste en la disminución deliberada del nivel de conciencia del enfermo mediante la administración de fármacos apropiados, por vía y en dosis adecuadas. Exige un control clínico permanente del efecto buscado y requiere para su inicio el consentimiento explícito o implícito del paciente o, en caso de incapacidad, delegado en un familiar directo. Los cuidados básicos (alimentación, hidratación, aseo, cambios posturales) pueden continuarse y ser periódicamente evaluados.

4. Destacamos la autonomía responsable como un elemento fundamental en referencia a la dignidad de la persona. El ser humano -por naturaleza- es libre y se perfecciona en su ejercicio.  Basar la dignidad de la persona únicamente sobre su autonomía constituye una visión antropológica reducida. La misma enfermedad, la medicación y otras circunstancias limitan necesariamente la capacidad de decisión de la persona. Además la eutanasia implica actos que no se circunscriben solo al paciente, siempre involucra a otros, con posibles daños.

Nuestro firme NO

5. No es éticamente aceptable la obstinación terapéutica que consiste en la instauración de medidas de tratamiento no indicadas, ineficientes, desproporcionadas o extraordinarias con el fin de querer prolongar la vida del paciente a toda costa, sabiendo que no se proporciona un real beneficio (2). Ya está estipulada por el Derecho la posibilidad de que una persona decida no recibir tratamiento médico ante una enfermedad terminal (Ley 18.473, que regula la voluntad anticipada, del 2009).

6. Tampoco es éticamente aceptable causar la muerte de un enfermo. Tal como lo establece la Asociación Médica Mundial y el Código de Ética Médica (Ley Uruguaya 19.286 de 2014), en su artículo 46 (que actualmente se quiere derogar, cf. proyecto de ley art 9), la eutanasia activa, entendida como “la acción u omisión que acelera o causa la muerte de un paciente, es contraria a la ética de la profesión”. El médico nunca debería ser partícipe de una conducta que cause activamente la muerte a otro ser humano. Matar al enfermo no es ético ni siquiera para evitarle el dolor y el sufrimiento, aunque él lo pida expresamente, en cambio, sí lo es la “sedación paliativa” como se mencionó previamente. Ni el paciente, ni el personal sanitario, ni los familiares tienen el derecho de decidir o provocar la muerte de una persona. En última instancia, esa acción constituye un homicidio llevado a cabo en contexto clínico.

La ley y sus consecuencias negativas

7. Nuestra sociedad necesita apoyar las leyes que prevengan y desestimulen cualquier género de eutanasia. Valoramos las leyes que han permitido el acceso universal a programas de salud mental, a la medicina paliativa y al sistema nacional de cuidados, pero aún es preciso desarrollar programas que faciliten su cumplimiento y la accesibilidad real a toda la población.

8. Jurídicamente, un proyecto en favor de la eutanasia implica cambiar el valor fundamental de la vida humana y su carácter de ser un derecho humano básico que no se puede disponer, ni renunciar (indisponible e irrenunciable). Esto es contrario a la Constitución y a los instrumentos internacionales de Derechos Humanos. 

9. Se induce a error y se abre la puerta a una cadena de violaciones de la dignidad de la persona humana cuando se pretende legalizar la eutanasia, manipulando el lenguaje para pretender “naturalizar” la eutanasia. 

El proyecto de ley habla de muerte “digna”, muerte “natural” (cf. art 1.2.10.11), aunque en la realidad sea la acción opuesta a la primera exigencia de la dignidad moral, que es valorar la vida. Modifica en su artículo 10 la ley 18.335 (art.17) (3), eliminando “anticipar la muerte por cualquier medio” (y abriendo así el camino a la eutanasia), pero dejando el de “morir en forma natural”. Y, para que no se considere que la eutanasia viola el derecho a morir con dignidad, en el artículo 11 se establece: “A todos los efectos, la muerte por eutanasia será considerada como muerte natural”.  

La experiencia en otros países demuestra que, una vez establecida la discriminación legal entre vidas con valor social (irrenunciables) y otras sin calidad de vida suficiente (“con grave y progresivo deterioro de su calidad de vida”, art. 2° del proyecto) a las que se les ofrece matarlas, esto conduce a formas indirectas de presión hacia el paciente. Además refuerzan el miedo y el estigma hacia la muerte natural, dejan entrever que el sistema de salud no está preparado y entran en contradicción con las políticas de prevención del suicidio, tema sumamente preocupante en el Uruguay de hoy. Cada vez son más las vidas que se consideran sin valor, “eutanasiables”, en un efecto de pendiente resbaladiza (4).

Una dimensión esencial

10. En las enfermedades graves y más aún cuando se acerca la muerte, las personas se encuentran, por lo general, especialmente necesitadas y deseosas de múltiples apoyos, así como de asistencia religiosa. Se trata de un hecho coherente con la naturaleza espiritual del ser humano constatado a nivel sociológico. La Iglesia, servidora de la humanidad, quiere ofrecer la luz de la vida eterna que emana de Cristo muerto y resucitado, capaz de llenar de fe, esperanza y amor las situaciones más complejas y, en muchas ocasiones, dolorosas de la existencia humana. Solo así podremos llegar con paz y dignidad a expresar en el momento final sentimientos confiados y palabras similares a aquellas de Jesucristo en su agonía: “Padre, en tus manos, encomiendo mi espíritu” (Lc 23,46).

Como obispos del Uruguay hemos querido sintetizar nuestro aporte en esta importante problemática moral. Invocamos la protección de Dios para que ilumine a los representantes del Pueblo a fin de que legislen a la luz de la dignidad de la persona y los Derechos Humanos. Del mismo modo le pedimos que oriente y fortalezca a todas las personas de buena voluntad, al personal de la salud, a las comunidades cristianas y a las familias, para que cuiden y respeten el valor incondicional de las personas que se acercan al final de la vida (5).

Florida, 4 de abril de 2025.
Los Obispos del Uruguay.

(1) Declaración Dignitas infinita, sobre la dignidad humana. Dicasterio para la Doctrina de la Fe, 2 de abril de 2024.
(2) Catecismo de la Iglesia Católica 2278.
(3) Que define el derecho de los pacientes a “morir con dignidad” entendiéndolo como “morir en forma natural…evitando en todos los casos anticipar la muerte por cualquier medio utilizado con ese fin”.
(4) En el proyecto de ley ya se percibe esta pendiente resbaladiza: en el artículo 2º incluye enfermedades crónicas, degenerativas e incluso condiciones de salud incurables. Da un plazo de discernimiento de pocos días. No hay una comisión de profesionales especializados que den garantías previas. La comisión evalúa después de la muerte si la eutanasia fue conforme a la ley. No habla de otro alivio que no sea la muerte.
(5) Para una mayor profundización cf. Documento de la CEU, “Afrontar el final de la vida”, junio 2020.

Sinodalidad y defensa de la Vida. Culminó asamblea de la Conferencia Episcopal del Uruguay.


Desde el lunes 31 de marzo al viernes 4 de abril estuvieron reunidos en Florida los obispos miembros de la Conferencia Episcopal del Uruguay (CEU).

En esta asamblea ordinaria asumieron las nuevas autoridades, elegidas en noviembre del año pasado: Mons. Milton Tróccoli, obispo de Maldonado-Punta del Este-Minas es el nuevo presidente. El Cardenal Daniel Sturla, arzobispo de Montevideo y Mons. Heriberto Bodeant, obispo de Canelones, continúan en sus respectivos cargos de vicepresidente y secretario general, ya que fueron reelectos.

También asumen, a partir de esta asamblea, los obispos presidentes de los diferentes Departamentos y Comisiones de la CEU, así como los respectivos secretarios ejecutivos de cada uno de esos organismos.

La asamblea comenzó con un retiro orientado por Mons. Bodeant, en referencia al Sagrado Corazón de Jesús, considerando la celebración del sesquicentenario de la consagración de Uruguay al Sagrado Corazón celebrada en 1875 por el beato Jacinto Vera.

Los obispos prepararon un mensaje como aporte al debate y reflexión pública sobre la Eutanasia, titulado “Afrontar con amor el final de la vida”, que se está distribuyendo a la prensa y a nuestras comunidades.

La CEU cuenta con Orientaciones Pastorales aprobadas para el trienio 2021-2023. Habían sido prorrogadas hasta 2024. Para este año, se consideró dar especial atención a las actividades locales, diocesanas y nacionales con motivo del Año Jubilar y prolongar la vigencia de las actuales Orientaciones, poniendo énfasis en la segunda de ellas:

“Fortalecer la vida y los procesos comunitarios, generando y promoviendo en nuestras comunidades la cultura del encuentro, buscando crecer en sinodalidad.” 

Como sinodalidad debe entenderse nuestro caminar juntos como Pueblo de Dios, bajo la guía del Espíritu Santo, que nos abre caminos nuevos en la comunión, la participación y la misión. “Crecer en sinodalidad” es especialmente pertinente en este año, en que, concluido el Sínodo sobre la sinodalidad (2023-2024), corresponde asumir la recepción de su documento final y acompañar el camino hacia la Asamblea Eclesial universal, programada para el año 2028.

Dos son las convocatorias nacionales con motivo del Año Santo: el jueves 12 de junio, renovación de la consagración del Uruguay al Sagrado Corazón de Jesús y Jubileo de los Sacerdotes; el 9 de noviembre, peregrinación nacional a la Virgen de los Treinta y Tres, en el bicentenario de la devoción a la patrona del Uruguay. Los obispos reiteran la invitación a todos los fieles, ya difundida en noviembre del año pasado. Es bueno recordar, también, que las nueve diócesis del Uruguay han designado numerosos lugares sagrados que los fieles pueden visitar en cualquier momento del año jubilar.

El Nuncio Apostólico en el Uruguay, Mons. Gianfranco Gallone, visitó la asamblea el martes 1, acompañado por el nuevo Secretario de la Nunciatura, Mons. John Kallarackal. El representante pontificio y los obispos tuvieron un diálogo sobre la vida de la Iglesia en el Uruguay.

El Lic. Hernán Bonilla, de CED, presentó a los obispos un panorama de la situación socio-económica del mundo y el Uruguay.

Durante estos días los obispos recibieron a los responsables de diversos departamentos y comisiones de la Conferencia Episcopal:

  • Catequesis, destacándose el inicio del curso de formación de catequistas del Instituto Catequístico del Uruguay (ICU), que ya se está realizando, con una muy buena respuesta.
  • Animación Bíblica de la Pastoral, anunciando la publicación de subsidios bíblicos para este año.
  • Sector Palabra de Dios, que ofrecerá este año un curso sobre la Esperanza en el mes de septiembre, en el marco del Año Jubilar.
  • Misiones, con el informe del sexto Congreso Americano Misionero, que tuvo lugar en noviembre del año pasado en Puerto Rico.
  • Comisión Nacional de Prevención de abusos, que está preparando un encuentro de referentes diocesanos y de los organismos eclesiales, a realizarse en mayo de este año.
  • Informe de la reunión zonal de Cono Sur convocada por el CELAM, en preparación a la Asamblea que tendrá lugar este año en Río de Janeiro. Participó la secretaría de la CEU, así como representantes de Pastoral Social-Cáritas y Pastoral Juvenil.
  • También fue presentado el balance anual de la Conferencia Episcopal, por el ecónomo de la CEU, Juan Pablo Cibils, quien se jubila este año y a quien los obispos expresaron su agradecimiento por sus catorce años de buen servicio.

jueves, 3 de abril de 2025

No te condeno (Juan 8,1-11). V Domingo de Cuaresma.

 El lunes 17 de marzo, en la Catedral de Montevideo, se celebró una velada de oración organizada por la Confraternidad Judeo-Cristiana, con la presencia del presidente de la república y de otras autoridades, para orar por el nuevo gobierno. Hubo una lectura bíblica, tomada del primer libro de los Reyes, donde se encuentra la oración en la que el joven rey Salomón pide a Dios el don de la sabiduría para poder gobernar a su pueblo (1Re 3,5-15). ¿Gobernar? Escuchemos que es lo que pide Salomón:

Concede a tu servidor un corazón comprensivo, para juzgar a tu pueblo, para discernir entre el bien y el mal. De lo contrario, ¿quién sería capaz de juzgar a un pueblo tan grande como el tuyo?». (1 Reyes 3,9)

Es interesante notar que Salomón pide la sabiduría para juzgar. No habla de legislar o de ejecutar trabajos. Es que la Ley ya estaba dada, recibida de Dios por Moisés y cada uno de los miembros del pueblo debía ponerla en práctica. Sin embargo, no siempre era claro cómo correspondía aplicar la ley, tanto cuando era trasgredida como cuando se presentaban conflictos entre los miembros del pueblo de Dios. Allí era necesario juzgar y para eso Salomón no solo pide discernir entre el bien y el mal sino, antes que nada, tener un corazón comprensivo.

El evangelio de hoy nos presenta una situación en la que se quiere colocar a Jesús en la posición de juez, que debe indicar cómo se debe aplicar la ley de Moisés:

Los escribas y los fariseos le trajeron a una mujer que había sido sorprendida en adulterio y, poniéndola en medio de todos, dijeron a Jesús: «Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. Moisés, en la Ley, nos ordenó apedrear a esta clase de mujeres. Y tú, ¿qué dices?» (Juan 8,3-5)

¿A qué ley se refieren los escribas y fariseos? Leemos en el libro del Levítico:

Si un hombre comete adulterio con la mujer de su prójimo, los dos serán castigados con la muerte. (Levítico 20,10 cf. Deuteronomio 22,22-24)

No puede dejar de llamarnos la atención el hecho de que el hombre adúltero, mencionado en primer lugar por la ley, no esté aquí. Pero no sabemos la causa. Por otra parte, dicen los estudiosos, que la pena de muerte no solía aplicarse. De todos modos, no faltaba una exposición pública que equivalía a una especie de “muerte civil” de la persona. De hecho, esa exposición es la que se está dando allí, ante Jesús.

Pero aquí no se trata en primer lugar de la mujer. Se trata de Jesús y de su prédica: “Y tú, ¿qué dices?”, le inquieren, “para ponerlo a prueba”.

La respuesta de Jesús es un gesto silencioso:

Jesús, inclinándose, comenzó a escribir en el suelo con el dedo. (Juan 8,6)

El silencio invita a la calma, a la reflexión… pensemos en Salomón pidiendo “un corazón comprensivo para juzgar a tu pueblo”. Pero el gesto no produce ese efecto, de modo que Jesús se pone de pie y rompe el silencio:

Como insistían, se enderezó y les dijo: «El que no tenga pecado, que arroje la primera piedra.» (Juan 8,7)

Esta palabra de Jesús pone a cada uno en confrontación consigo mismo. El corazón se hace comprensivo del pecado del otro cuando se encuentra con sus propias faltas, con su propia fragilidad. Cuando se encuentra con su propia miseria. Los primeros en retirarse fueron los ancianos, dando muestra de reencontrarse con la sabiduría que se espera ver en quienes tienen ya muchos años.

Quedan ahora en la escena solamente Jesús y la mujer. Hay un breve diálogo entre ellos. Jesús pregunta dónde están los acusadores y si alguien la ha condenado. “Nadie, Señor” es la respuesta de ella. A continuación, Jesús le dice:

«Yo tampoco te condeno. Vete, no peques más en adelante» (Juan 8,11)

“Yo tampoco te condeno”. Se ha interpretado esto como un perdón y un perdón sin más, ya que no hay de parte de la mujer ninguna expresión de arrepentimiento, como la que escuchamos el domingo pasado en boca del hijo pródigo: “Padre, pequé contra el cielo y contra ti; ya no merezco ser llamado hijo tuyo…” Tampoco es esta mujer la pecadora arrepentida que lavó los pies de Jesús con sus lágrimas, los secó con sus cabellos y se los ungió con perfume.

Esta mujer no ha tenido un momento de reflexión. Ha sido sorprendida in fraganti, apresada y llevada hasta Jesús, envuelta en la vergüenza y el miedo. No estaba en las mejores condiciones de hacer un perfecto “acto de contrición” ni otra expresión de arrepentimiento.

“¿Dónde están tus acusadores?” pregunta Jesús. “Yo tampoco te condeno”. ¿Con eso está diciendo Jesús que todo está bien, que “no pasa nada”, que da lo mismo actuar de una manera o de otra? No. El pecado, en cualquiera de sus formas es un mal porque destruye la vida de la persona que lo comete. Destruye sus relaciones con Dios, con los demás y consigo misma. El mal que hago a los otros me afecta también a mí. Destruye mi vida. Por eso importa mucho la palabra final de Jesús: “no peques más”. No vuelvas a caer. No repitas el error de arruinarte la vida.

Recordemos estas palabras del profeta Ezequiel, que Jesús está poniendo en práctica y que tanto bien nos hace recordar en cada Cuaresma:

«Juro por mi vida –oráculo del Señor– que yo no deseo la muerte del malvado, sino que se convierta de su mala conducta y viva. ¡Conviértanse, conviértanse de su conducta perversa! (Ezequiel 33,11)

Dios no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva. Jesús no acepta ser puesto como juez de una justicia humana vindicativa, es decir, una justicia que establece una forma de venganza de la sociedad sobre el miembro que ha hecho daño. 

Podríamos decir, en cambio, que Jesús se hace juez de una justicia divina restaurativa, que busca llevar a cada persona humana a la plenitud de la vida, restaurando su relación en armonía con Dios, con los demás, con la Casa Común y consigo misma.

Esta página del evangelio, una vez más, nos invita a encontrarnos en los personajes que se nos presentan: en la mujer pecadora, en sus acusadores, en los ancianos que fueron los primeros en retirarse… o en el corazón de Jesús, para ser testigos de su misericordia.

Semana Santa. Misa Crismal.

El 13 de abril es Domingo de Ramos, comienzo de la Semana Santa, en la que celebramos aquello que está en el centro de nuestra fe: la muerte y resurrección de Cristo.

Cada parroquia ha preparado ya su programa de celebraciones; pero quiero destacar la Misa Crismal que, en nuestra diócesis, se celebrará el miércoles santo, a las 9:30 de la mañana, en la Catedral de Canelones. Esa Misa será uno de los momentos de encuentro diocesano en el Año Jubilar. Participar en ella, habiéndose confesado o haciéndolo poco después, comulgando y rezando por las intenciones del Santo Padre, permite recibir la indulgencia plenaria para sí mismo o para una persona fallecida.

Gracias, amigas y amigos por su atención. Que los bendiga Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.

lunes, 31 de marzo de 2025

José Ceriani, nuevo diácono permanente para la Diócesis de Canelones.


Queridos hermanos y hermanas:

En este cuarto domingo de cuaresma, nos convoca el Señor para seguirlo en nuestro camino hacia la Pascua, en este Año Santo y hoy, de manera especial, para participar en la ordenación diaconal de José Miguel Ceriani Peregalli, miembro de esta comunidad parroquial del Santísimo Salvador.

El evangelio que acabamos de escuchar nos pone ante el Padre Misericordioso. Las parábolas de Jesús son siempre una invitación a que nos ubiquemos dentro de ellas, identificándonos con alguno de sus personajes.

El hijo menor, que se aleja, en todo sentido -tanto en la distancia física como en la distancia espiritual- que se aleja de la casa del Padre, es la primera figura que nos llama la atención.

La forma en que se da cuenta de su pecado, su arrepentimiento, la manera en que piensa reconocer ante su padre esa falta: “padre, pequé contra el cielo y contra ti, ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus servidores”, la podemos hacer nuestra con la oración que nos propone el papa Francisco en el comienzo de Evangelii Gaudium, “La alegría del Evangelio”. El papa nos dice: 

“Éste es el momento para decirle a Jesucristo: «Señor, me he dejado engañar, de mil maneras escapé de tu amor, pero aquí estoy otra vez para renovar mi alianza contigo. Te necesito. Rescátame de nuevo, Señor, acéptame una vez más entre tus brazos redentores». ¡Nos hace tanto bien volver a Él cuando nos hemos perdido!” (EG 1)

El hijo menor nos muestra el camino de regreso hacia la Casa del Padre. Todos somos como el hijo menor. No es necesario que nos hayamos alejado tanto, que tanto nos hayamos separado de Dios: toda falta, todo pecado, nos aleja del Padre. La Cuaresma es una permanente invitación a volver a Dios.

Figura más compleja es el hijo mayor. Él nunca se fue. Al contrario, se quedó, trabajando para su padre, como dice él: “sin desobedecer jamás ni una sola de tus órdenes”. Sin embargo, cuando regresa su hermano, nos muestra un corazón endurecido. Si el hijo menor, al pedir su parte de la herencia y marcharse de la casa, mató al padre en su corazón, el hermano mayor mató en su corazón al hermano que se fue de casa.

Jesús dirige esa parábola a los escribas y fariseos, aquellos personajes religiosos que se sentían seguros ante Dios por su estricta observancia de la Ley, pero que miraban con desprecio a los pecadores, a la masa de los condenados.

Tal vez tengamos que mirarnos también nosotros en el espejo del hermano mayor y ver que nuestro propio corazón muchas veces se cierra también al hermano. Todos somos, también, el hermano mayor.

Finalmente, el Padre. El padre misericordioso. Misericordioso con sus dos hijos. El padre pudo ver desde lejos la llegada del hijo menor, porque, seguramente, todos los días salía a mirar el camino, con la esperanza de ver regresar a su hijo. Un día, esa esperanza se vio colmada y celebró con alegría ese regreso.

Pero cuando el hermano mayor no quiso entrar a participar de la fiesta, el padre salió de nuevo, ahora a buscar a su otro hijo, llamándolo a entrar, a alegrarse con él y a reconciliarse con su hermano.

La comunión, la fiesta de la Eucaristía, no es un encuentro individual con Dios: Él y yo, yo y Él y no importa más nada. Es un encuentro personal y comunitario. La comunión es unión con Cristo y unión en Él con los hermanos. No es posible una plena reconciliación con Cristo sin reconciliación con los hermanos.

Por eso, también podemos sentirnos llamados a identificarnos con el Padre misericordioso: a ponernos en su corazón, a llenarnos de su deseo de llegar a una humanidad reconciliada en el amor. Todos podemos pedir ese corazón de padre y de madre que quiere reunir a sus hijos en el amor.

Y la palabra de Dios, en este domingo, ¿qué nos dice sobre la ordenación diaconal de José? Sabemos que el diácono no tiene el ministerio del sacramento de la reconciliación, que es propio del sacerdote. En la segunda lectura, san Pablo habla de ese ministerio, pero también de la “palabra de la reconciliación”. Esa palabra, nos dice san Juan Pablo II, le ha sido confiada a toda la comunidad de los creyentes, a todo el conjunto de la Iglesia de manera de “hacer todo lo posible para dar testimonio de la reconciliación y llevarla a cabo en el mundo” (RP, 8). Reconciliación con Dios, consigo mismo, con los hermanos y con todo lo creado. Reconciliación que pasa por la conversión del corazón y la victoria sobre el pecado, a través de estos medios que nos recuerda el papa Juan Pablo:  

“el escuchar fiel y amorosamente la Palabra de Dios, la oración personal y comunitaria y, sobre todo, los sacramentos, verdaderos signos e instrumentos de reconciliación entre los que destaca —precisamente bajo este aspecto— el que con toda razón llamamos Sacramento de reconciliación o de la Penitencia” (RP, 8)

Junto a toda la Iglesia, el diácono participa también en este ministerio de la reconciliación, como testigo de la misericordia de Dios y al invitar a la escucha de la Palabra, a la oración y a la práctica de los sacramentos.

Diácono significa “servidor” y eso marca una particular configuración con Cristo, que se hizo servidor de todos: lavó los pies de sus discípulos y llevó su servicio hasta el extremo de su entrega, al dar su vida en la cruz por nosotros y por nuestra salvación.

Y esa palabra “servidor” nos trae de nuevo al evangelio de hoy. El hijo que regresa piensa en pedir al padre ser tratado como uno de sus servidores; no como un hijo, sino como un servidor. 

El hijo mayor le reclama al padre que siempre lo ha servido obedientemente… el también se ve a sí mismo como servidor. Pero no es así como los quiere el padre. El padre no quiere servidores, sino hijos, herederos de una herencia eterna, inagotable.

Los hijos se ven como servidores porque no han conocido el amor del Padre, el amor inmenso, gratuito, misericordioso. No se sirve al Padre ni se sirve a Cristo desde la esclavitud, sino desde la libertad que Él mismo nos ha dado, la libertad de los hijos e hijas de Dios, que nos lleva a darnos a Él en el amor.

José eligió como lema para su ordenación las palabras de María: “hagan todo lo que Él les diga” (Juan 2,5). Ella, que se define a sí misma como la servidora, más aún, la esclava del Señor, lo hace como hija amada del Padre. Lo hace desde su libertad, desde su sí. 

Damos gracias por el sí que José ha dado al llamado del Señor. Que nuestra Madre interceda por él para que viva plenamente su diaconado, escuchando y poniendo en práctica la Palabra del Señor y acompañando en ese camino a la comunidad que desde hoy comenzará a servir en este ministerio que nuestra Iglesia diocesana, por la imposición de manos y la oración del Obispo, le va a confiar. Así sea.

miércoles, 26 de marzo de 2025

“Tu hermano estaba muerto y ha vuelto a la vida” (Lucas 15,1-3.11-32). IV Domingo de Cuaresma.

El Evangelio de este domingo es sumamente conocido. Es la parábola comúnmente llamada “del hijo pródigo”, un nombre que ha recorrido mucho camino. Creo que, además, muchos no conocemos ni usamos ese adjetivo, “pródigo”, si no es en referencia a este pasaje del evangelio de Lucas:

Un hombre tenía dos hijos. El menor de ellos dijo a su padre: "Padre, dame la parte de herencia que me corresponde." Y el padre les repartió sus bienes. Pocos días después, el hijo menor recogió todo lo que tenía y se fue a un país lejano, donde malgastó sus bienes en una vida licenciosa. (Lucas 15,11-13)

Es que “pródigo”, según el diccionario de la Real Academia Española, significa exactamente eso: “Dicho de una persona: Que desperdicia y consume su hacienda en gastos inútiles, sin medida ni razón.”

Se ha propuesto también el nombre de “Parábola de los dos hijos”, ya que ambos tienen su papel en el relato. Sin embargo, tanto “el hijo pródigo” como “los dos hijos” dejan en la sombra al verdadero personaje central, que es el padre. El nombre más justo y adecuado de esta parábola es “el padre misericordioso”. Pero no nos adelantemos.

¿Cómo se nos presenta la relación de estos dos hijos con su padre? El comienzo de la parábola, que ya hemos escuchado, nos muestra una acción terrible de parte del hijo menor: pedir la parte de su herencia mientras su padre vive y alejarse de la casa paterna. En nuestras historias familiares, algunas de otros tiempos, no falta algún padre que haya dejado de hablar con alguno de sus hijos o hijas porque hizo algo que para él ha estado muy mal. Incluso, algunos mantuvieron esa actitud hasta su muerte. Son historias estremecedoras. Pero aquí tenemos un hijo que está tratando a su padre como si ya hubiera muerto y se va de su presencia, como para no verlo nunca más.

La parábola continúa contándonos que ese hijo menor perdió toda su fortuna y entonces recordó cómo se vivía en la casa de su padre. Pero, notémoslo, en su añoranza no aparece su condición de hijo, sino que recuerda cómo vivían los trabajadores de su padre y decide volver y pedir ese lugar, el de siervo:

Entonces recapacitó y dijo: "¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, y yo estoy aquí muriéndome de hambre!" Ahora mismo iré a la casa de mi padre y le diré: "Padre, pequé contra el Cielo y contra ti; ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros." (Lucas 15,17-19)

Así, aquel joven caído en la miseria emprende el regreso. Su padre lo recibe -volveremos sobre eso- y organiza una fiesta para celebrar que ha vuelto. El hermano mayor, que se ha quedado junto al padre, regresa de trabajar en el campo y oye la música. Cuando pregunta qué pasa, le explican:

"Tu hermano ha regresado, y tu padre hizo matar el ternero engordado, porque lo ha recobrado sano y salvo." (Lucas 15,27)

El hijo mayor encara al padre con reproches. Pero ¿qué le reprocha?

"Hace tantos años que te sirvo sin haber desobedecido jamás ni una sola de tus órdenes, y nunca me diste un cabrito para hacer una fiesta con mis amigos. ¡Y ahora que ese hijo tuyo ha vuelto, después de haber gastado tus bienes con mujeres, haces matar para él el ternero engordado!" (Lucas 15,29-30)

“Hace tantos años que te sirvo”… el hijo mayor no se presenta como hijo: se presenta como servidor, servidor fiel que ha obedecido siempre a su patrón y no se siente adecuadamente recompensado: “nunca me diste un cabrito…”

Veamos ahora la actitud del padre ante sus hijos.

Notemos lo que sucede en el momento en que el hijo menor va llegando a la casa:

Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió profundamente, corrió a su encuentro, lo abrazó y lo besó. (Lucas 15,20)

“Cuando todavía estaba lejos…” El padre no estaba dentro de la casa, sino mirando hacia el camino. No era algo casual: cada día esperaba; cada día sostenía la esperanza del regreso de su hijo. Cuando lo ve no espera a que llegue: corre a su encuentro; lo abraza y lo besa. El padre ama con amor de madre: no importa lo que el hijo ha hecho; antes que nada, es su hijo y lo ama.

Al abrazo y el beso, se suman otros gestos:

"Traigan enseguida la mejor ropa y vístanlo, pónganle un anillo en el dedo y sandalias en los pies. Traigan el ternero engordado y mátenlo. Comamos y festejemos, porque mi hijo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y fue encontrado." (Lucas 15,22-24)

Podríamos pensar que esas distintas atenciones: vestido, anillo, sandalias y comida especial son una simple expresión de cariño y alegría. Lo son, pero más aún, los distintos detalles tienen su significado.

La mejor ropa es el traje de fiesta, la vestimenta larga, que usa el invitado de honor, a diferencia del servidor, que lleva vestimenta corta. Al hijo que ha regresado no se le preguntará “¿cómo has entrado aquí sin el traje de fiesta?” (Mateo 22,12) ya que es el padre mismo quien hace que le pongan el traje.

El anillo no es un adorno. El anillo sirve como sello y es signo de autoridad. Con el anillo, el padre vuelve a darle al hijo lo que había perdido, la parte de los bienes de su padre. Aquí comenzamos a ver que la herencia aquí representada no es material y por eso es inagotable.

Las sandalias son la señal del hombre libre. Los esclavos iban descalzos.

El padre no quiere de sus hijos que sean siervos ni esclavos, sino personas libres… ¡hijos e hijas! que responden a su amor con amor, desde su libertad.

Pero no nos olvidemos del hermano mayor. Al enterarse de que se daba una fiesta por el regreso de su hermano,

Él se enojó y no quiso entrar. (Lucas 15,28a)

¿Qué hace el padre entonces? Así como salía a esperar el regreso del hijo menor…

Su padre salió para rogarle que entrara (Lucas 15,28b)

El padre sale a buscar a sus hijos. Los quiere a los dos. Quiere el reencuentro entre ellos. Quiere que el hermano mayor reconozca al menor como “mi hermano” y no como “ese hijo tuyo”…

¿Cuál es el significado definitivo de esta parábola? Pues, decirnos: “así es Dios”. Con ese amor nos ama, con ese amor misericordioso, que se compadece de todos nuestros pecados y extravíos, de todo el mal con que dañamos a los demás y nos dañamos a nosotros mismos. Con ese amor con que nos espera siempre y anhela nuestro reencuentro con Él.

Es justo que haya fiesta y alegría, porque tu hermano estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado. (Lucas 15,32)

Las parábolas de Jesús nos invitan a reconocernos en sus personajes. Habrá quien se halle bien como el hijo menor que vuelve y experimente el consuelo de encontrar al Padre Misericordioso. Habrá quien sienta que ha actuado como hermano mayor, y rogará para convertirse y cambiar su corazón endurecido. Y no está mal que alguien se sienta como el Padre, que espera y sale, que busca construir un puente para el reencuentro de quienes necesitan reconciliarse con él y entre sí.

En esta semana

Desde el lunes 31 estará reunida en Florida la asamblea de la Conferencia Episcopal del Uruguay. Les pido su oración por este encuentro en que los Obispos compartimos nuestros desvelos pastorales por el Pueblo de Dios que peregrina en las nueve diócesis de Uruguay.

Miércoles 2: un santo tal vez poco conocido entre nosotros, San Francisco de Paula, patrono de Calabria, en Italia. Un hombre de penitencia, que basó su espiritualidad en la práctica cuaresmal. Un buen compañero para nuestro itinerario en este tiempo.

Gracias, amigas y amigos, por su atención. Que los bendiga Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.

lunes, 24 de marzo de 2025

viernes, 21 de marzo de 2025

«Yo soy el Dios de tu padre, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob.» (Éxodo 3,1-8a.13-15). III Domingo de Cuaresma.

En todas las religiones, montes y montañas han sugerido al hombre un camino hacia Dios. Al subir físicamente, es posible vivir también una elevación espiritual. Aquí mismo, en Uruguay ¿cuántos hemos subido más de una vez al cerro del Verdún, coronado por la imagen de María Inmaculada y cómo nos ha ayudado en nuestra vida de fe?

En el primer domingo acompañamos a Jesús en sus tentaciones, donde no faltó la subida a un monte; en el segundo domingo, fuimos con Él y tres de sus discípulos al Tabor, para contemplarlo transfigurado. En este domingo, acompañamos a Moisés, a quien Dios ha llamado para conducir a su Pueblo a la liberación, en su subida al Horeb, la montaña santa.

En la lectura encontramos a Moisés llevando una vida que podríamos calificar de “bien encaminada”. Moisés, siendo hebreo, fue, sin embargo, educado en Egipto como un príncipe. Después de matar a un egipcio que maltrataba a su pueblo, Moisés dejó aquella vida y se instaló en el desierto, donde se casó y trabajó para su suegro. Todo parecía llevarlo a dejar atrás su vida en Egipto y el sufrimiento de su pueblo, esclavizado y maltratado.

Sin embargo, como muchas veces sucede, no podemos borrar de nuestro corazón aquello que ha marcado profundamente nuestra vida. Tal vez por eso…

Moisés, que apacentaba las ovejas de su suegro Jetró, el sacerdote de Madián, llevó una vez el rebaño más allá del desierto y llegó a la montaña de Dios, al Horeb. (Éxodo 3,1)

“Más allá del desierto”… Moisés salió de su rutina. Salió de los caminos habituales. Tampoco fue a cualquier lugar, a cualquier cerro: fue al Horeb, “la montaña de Dios”. 

Lo esperaba algo sorprendente:

Allí se le apareció el Ángel del Señor en una llama de fuego, que salía de en medio de la zarza. Al ver que la zarza ardía sin consumirse, Moisés pensó: «Voy a observar este grandioso espectáculo. ¿Por qué será que la zarza no se consume?» (Éxodo 3,2-3)

No tardaremos en saber que esa zarza ardiendo es una manifestación de Dios. Pero ¿por qué Dios eligió esa manera de manifestarse a Moisés? Tal vez ese fuego que no se apaga está reflejando lo que arde en el corazón de Moisés. El recuerdo del sufrimiento de su pueblo sigue siendo para él algo ardiente, algo que quema dentro.

Y llega la manifestación de Dios, que se va dando paso a paso. El primer paso es llamar a Moisés por su nombre:

Cuando el Señor vio que él se apartaba del camino para mirar, lo llamó desde la zarza, diciendo: «¡Moisés, Moisés!». «Aquí estoy», respondió él. (Éxodo 3,4)

El segundo paso de la revelación de Dios es hacerle saber a Moisés en dónde está entrando y con qué actitud debe hacerlo:

«No te acerques hasta aquí. Quítate las sandalias, porque el suelo que estás pisando es una tierra santa.» (Éxodo 3,5)

Y en un tercer momento, llega la revelación explícita:

«Yo soy el Dios de tu padre, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob.» (Éxodo 3,6a)

Ante esto, así como se había descalzado ante la indicación de Dios, Moisés hace por sí mismo otro gesto de respeto:

Moisés se cubrió el rostro porque tuvo miedo de ver a Dios. (Éxodo 3,6b)

Y aquí llega el motivo por el que Dios lo ha llamado:

El Señor dijo: «Yo he visto la opresión de mi pueblo, que está en Egipto, y he oído los gritos de dolor, provocados por sus capataces. Sí, conozco muy bien sus sufrimientos. Por eso he bajado a librarlo del poder de los egipcios y a hacerlo subir, desde aquel país, a una tierra fértil y espaciosa, a una tierra que mana leche y miel.» (Éxodo 3,7-8)

Esta lectura se ubica en este tiempo porque, no lo olvidemos, la Cuaresma es camino hacia la Pascua. En el pasaje que acabamos de escuchar, Dios está anunciando la Pascua de Israel, el Pésaj, que consistirá en la intervención de Dios para la liberación del poder de los egipcios y la entrada en la Tierra Prometida. La Pascua, dentro de la cual se sella la primera alianza, será el gran acontecimiento del Pueblo de Israel, celebrado hasta hoy como una gran fiesta por la comunidad israelita.

Dios se ha identificado ya como “el Dios de los padres”, el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob. El Dios que hizo alianza con Abraham y lo bendijo, y mantuvo esa bendición para su hijo Isaac y su nieto Jacob. Dios se define a través de esa relación que él mismo estableció con esos tres hombres y sus familias, los tres grandes ancestros del pueblo de Israel.

Pero Moisés pregunta cuál es el nombre de Dios. Como respuesta, recibe estas palabras:

«Yo soy el que soy.» Luego añadió: «Tú hablarás así a los israelitas: "Yo soy" me envió a ustedes.» (…) Este es mi nombre para siempre, y así será invocado en todos los tiempos futuros.» (Éxodo 3,14-15)

La cuestión del nombre de Dios así revelado, ha producido… no digamos algunos libros, sino enormes bibliotecas. Se han propuesto otras traducciones -no olvidemos que partimos de un texto en hebreo- pero en nuestra lectura actual se ha preferido la tradición literal: “yo soy el que soy”, que corresponde a “yo soy el que es”, “yo soy el existente”. Eso significa que Dios es el único verdadero existente, en el sentido de que existe por sí mismo, que su existencia no le ha sido dada por nadie. Aquí es donde los niños suelen preguntar “y a Dios ¿quién lo creó?” y la respuesta es que él “es el que es”, el creador de todo.

Esa manera en la que Dios se presenta cuando Moisés quiere saber su nombre nos suena un poco abstracta, hasta filosófica… pero Dios repite permanentemente que Él es “el Dios de tus padres”. Para Moisés y los israelitas, eso tiene sentido, un sentido profundo. Es el Dios que los ha acompañado en su historia, en la historia de esa familia que dio origen al pueblo de Israel.

¿Y para nosotros? ¿Tiene también sentido? Recuerdo una frase que me marcó mucho, en un libro que proponía una guía de lectura bíblica. Decía su autor: “la historia de la salvación es la historia de un alma: la tuya”. Encontrarme con la historia de la salvación, con los relatos en los que voy conociendo la relación de Dios con su pueblo: con Abraham, con Isaac, con Jacob, ahora con Moisés, me ayuda a reconocer la presencia y la acción de Dios en mi vida, a recordar o a tomar conciencia de mi propia historia de salvación, de mi propio lugar en ella. Como a Moisés, Dios me ha llamado por mi nombre… Que recordar todo esto mantenga o encienda en cada uno de nuestros corazones el ardor de la fe para participar de la misión de la Iglesia en el mundo.

En esta semana

Desde el lunes estarán reunidos en Buenos Aires delegados de las Conferencias Episcopales del Cono Sur, preparando la próxima asamblea del Consejo Episcopal Latinoamericano, CELAM, que se realizará en mayo de este año. Oremos para que esos trabajos sean fructuosos para nuestro caminar como Iglesia.

Martes 25: Solemnidad de la Anunciación de María. Oramos por los Niños por nacer, para que su gestación llegue felizmente a término y sean recibidos con amor de familia. Saludamos a las Hermanitas de la Anunciación en su día de fiesta.

Domingo 30: José Ceriani, un nuevo diácono permanente para nuestra diócesis será ordenado por Mons. Heriberto en la parroquia de Tala. Oremos por este hermano que se pone al servicio de la comunidad en este ministerio.

Gracias amigas y amigos por su atención. Que los bendiga Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.

miércoles, 19 de marzo de 2025

martes, 18 de marzo de 2025

Celebración interreligiosa para orar por los nuevos gobernantes. Palabras de Mons. Heriberto.





El lunes 17 de marzo se realizó en la Catedral de Montevideo una velada de oración interreligiosa por el nuevo gobierno, organizada por la Confraternidad Judeo-Cristiana.

La celebración fue presidida por los co-presidentes de la Confraternidad: Rabino Daniel Dolinsky (Nueva Congregación Israelita), Pastor Dr. Jerónimo Granados (Iglesia Evangélica del Río de la Plata) y el Cardenal Daniel Sturla, SDB, acompañados por el Reverendo Gonzalo Soria (Iglesia Anglicana) y Mons. Heriberto Bodeant. Estuvieron también presentes otros obispos uruguayos: Mons. Jourdan, Mons. Antúnez, Mons. Wolcan y Mons. Sanguinetti.

Del nuevo gobierno participaron el Presidente Yamandú Orsi, el Pro secretario de presidencia y el ministro de Relaciones Exteriores, así como otros ministros y algunos legisladores.

En el centro de la oración estuvo la lectura de la Palabra de Dios, tomada del primer libro de los Reyes 3,5-15, en el cual aparece la oración del joven rey Salomón pidiendo el don de la sabiduría para poder gobernar a su pueblo.

A continuación de la lectura, hubo tres intervenciones: el rabino, el pastor y Mons. Heriberto.

Como gesto, se invitó al Presidente a encender una vela, como signo de esperanza y búsqueda de la luz.

La celebración finalizó con la bendición que se encuentra en el libro de los Números 6.24-26, que fue impartida por los cinco religiosos, con sus manos extendidas sobre la asamblea.

Transcribimos las palabras de Mons. Heriberto

En la lectura que hemos escuchado, el joven Salomón pide el don de la sabiduría para poder gobernar adecuadamente a su pueblo. Pide, fundamentalmente, el don de “discernir entre el bien y el mal” para ser “capaz de juzgar a un pueblo tan grande” (en realidad, menos numeroso que el nuestro). Salomón es un creyente y reconoce en el Creador la fuente de todo bien. A él le pide la sabiduría para realizar el bien.

El bien, el bien común, aquello que deseamos que todas y cada una de las personas puedan alcanzar y realizar, tiene en nuestro tiempo el nombre de desarrollo.

Desde la tradición católica, sin perjuicio de que otros puedan compartir la misma convicción, creemos que la vida humana es el fundamento de todos los bienes, la fuente y condición necesaria de toda actividad humana y de toda convivencia social. Por eso entendemos el desarrollo como el paso de condiciones de vida menos humanas a condiciones más humanas, en un proceso de crecimiento, de ascensión.

Crecemos en humanidad, entre otras cosas, cuando se asegura para todos una buena atención de salud, oportunidades para acceder a vivienda y trabajo dignos, defensa ante la amenaza de la inseguridad y la violencia, así como protección de la vida humana en su etapa de gestación y acompañamiento y cuidado en sus momentos de sufrimiento, hasta su final natural.

El horizonte de nuestra vida no se cierra en el poseer. Nos desarrollamos en humanidad desde lo profundo del corazón, revirtiendo el egoísmo que nos mutila, abriéndonos al prójimo, al vecino, y construyendo nuevos vínculos sociales basados en el servicio mutuo, la cooperación en el bien común y la voluntad de paz, atendiendo particularmente a los más frágiles y vulnerables, para que nadie sea dejado atrás.

Y ese desarrollo, ese pasaje a condiciones de vida aún más humanas se hace más completo cuando se integra la dimensión espiritual, cuando nos abrimos a la trascendencia, reconociendo los valores supremos y, para quienes somos creyentes, a Dios mismo, fuente y fin de todos los valores.

Hacemos votos para que nuestro pueblo, en su pluralidad, con el concurso de nuestro presidente y de todos los demás que han sido elegidos o designados para desempeñar cargos de gobierno, busque y encuentre los caminos de concordia para avanzar en su desarrollo pleno, su desarrollo integral. Así sea.

viernes, 14 de marzo de 2025

“Maestro, ¡qué bien estamos aquí!” (Lucas 9,28b-36). II Domingo de Cuaresma.

“Zona de confort” es una expresión que desde hace algunos años se ha ido abriendo camino y ha entrado en nuestras conversaciones. Se la define como un estado mental en el que una persona se siente cómoda y segura, evitando riesgos y ansiedad. En la zona de confort, uno se siente bien… pero, a veces, eso se hace a costa de negarse a ver algunas luces amarillas de advertencia, algunas señales de que estamos caminando en una falsa seguridad. Ahí la zona de confort se vuelve como una zona de evasión…

En el Evangelio de hoy encontramos esas palabras de Pedro que tomamos hoy como título y que parecen sugerir que Pedro quiere crear una zona de confort:

«Maestro, ¡qué bien estamos aquí! Hagamos tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.» (Lucas 9,33)

Pedro, Santiago y Juan habían sido llevados por Jesús a una montaña, que hoy se identifica con el monte Tabor, ubicado en la antigua Galilea. Jesús los llevó allí “para orar”, como dice el evangelista Lucas. Sin embargo, los discípulos van a vivir una experiencia que motivará el deseo de Pedro de quedarse allí, de prolongar ese momento:

Mientras [Jesús] oraba, su rostro cambió de aspecto y sus vestiduras se volvieron de una blancura deslumbrante. Y dos hombres conversaban con él: eran Moisés y Elías, que aparecían revestidos de gloria y hablaban de la partida de Jesús, que iba a cumplirse en Jerusalén. (Lucas 9,29-31)

La visión que tienen Pedro y sus compañeros en el Tabor es enormemente gratificante. Literalmente se podría decir que están “tocando el cielo con las manos”. Pero esa visión tiene una finalidad y así lo ha entendido la Iglesia, como lo expresa el prefacio de este segundo domingo de Cuaresma, en el que se manifiesta que Jesús reveló a sus discípulos el esplendor de su gloria, 

... para que constara, con el testimonio de la Ley y los Profetas,
que, por la pasión, debía llegar a la gloria de la resurrección.
(Prefacio, II domingo de Cuaresma)

El sentido, pues, de la experiencia que Jesús hace vivir a sus discípulos, es prepararlos para el gran escándalo de la cruz. El rostro que contemplan los discípulos en el monte, ese rostro transfigurado, se volverá irreconocible en la pasión, deformado por el sufrimiento y cubierto de sangre, sudor y polvo.

Así lo había anunciado el profeta Isaías en uno de los cánticos del servidor sufriente:

Muchos quedaron horrorizados a causa de él, porque estaba tan desfigurado que su aspecto no era el de un hombre y su apariencia no era más la de un ser humano (Isaías 52,14)

Pero el profeta anunciaba también el triunfo del servidor:

Sí, mi Servidor triunfará: será exaltado y elevado a una altura muy grande. (Isaías 52,13)

Para los discípulos, la contemplación a la que han tenido acceso genera en ellos el deseo de eternizar ese momento; pero la eternidad no ha llegado todavía. Deberán bajar con Jesús del monte, para seguir el camino hacia Jerusalén: el camino que lleva a la pasión y a la muerte, pero también a la resurrección y a la vida, a través de la cruz.

Después de referirnos las palabras de Pedro, qué bien estamos aquí, hagamos tres carpas, el evangelista nos advierte “Él no sabía lo que decía” (Lucas 9,33). Inmediatamente se produce un cambio en el escenario:

Mientras hablaba, una nube los cubrió con su sombra y al entrar en ella, los discípulos se llenaron de temor. Desde la nube se oyó entonces una voz que decía: «Este es mi Hijo, el Elegido, escúchenlo.» Y cuando se oyó la voz, Jesús estaba solo. (Lucas 9,34-36)

Ahí terminó el episodio. Volviendo sobre pasajes anteriores del evangelio, comprendemos mejor lo que quiso hacer Jesús. Ocho días antes, Él había dicho:

«El hijo del hombre debe sufrir mucho, ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser condenado a muerte y resucitar al tercer día». (Lucas 9,21)

Lo mismo vale para los discípulos. A continuación dice Jesús:

«El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz cada día y me siga. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá y el que pierda su vida por mí, la salvará». (Lucas 9,23-24)

Jesús no llevó a los discípulos al Tabor como una especie de “recreo”, de descanso, sino a vivir una fuerte experiencia de Dios que los animara a superar el escándalo de la pasión y a llevar su propia cruz.

Llevar la cruz es asumir el dolor y el sufrimiento que nos ha tocado. No es resignación ni masoquismo: es creer que si morimos con Cristo, es decir, si unimos nuestro dolor a su Pasión, viviremos con Él. Las pruebas, las tribulaciones, las dificultades que experimentamos tienen su superación en la Pascua. Nuestra vida se hace pascual cuando vamos transitando esos momentos de muerte y resurrección hasta llegar un día a compartir en forma definitiva la muerte y resurrección del Señor.

Este domingo, Jesús nos invita también a nosotros a subir al monte a orar. Quedémonos con Él en el silencio, en la contemplación de su rostro, en su presencia en la Eucaristía, siempre buscándolo a Él. No se trata de construir una “zona de confort” donde evadirnos y olvidarnos de nuestra cruz, sino de encontrar en el Señor la fuerza para seguir cada día caminando con Él en esperanza, como Pueblo de Dios que marcha hacia la Pascua.

En esta semana

Miércoles 19. Solemnidad de San José, esposo de la Virgen María. Nos confiamos a este gran patriarca, custodio del Redentor y de su Madre, siempre disponible para poner de inmediato en obra todo lo que Dios le pidió, que no fue poco.

Jueves 20. Nuestro Obispo emérito, Monseñor Alberto Sanguinetti celebra los quince años de su ordenación episcopal. Lo hará en la catedral de Canelones, comenzando por el rezo de Vísperas, a las 18:30, seguido de la Santa Misa.

Gracias, amigas y amigos por su atención. Sigamos profundizando nuestro camino de Cuaresma, camino de esperanza, con la bendición de Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.