domingo, 19 de enero de 2014

"Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo"


Homilía, segundo domingo del tiempo ordinario, ciclo A,
19 de enero de 2014.


El domingo pasado celebramos la fiesta del Bautismo del Señor, cerrando así el Tiempo de Navidad e iniciando el llamado Tiempo Ordinario o Tiempo durante el año.
En esa ocasión escuchamos el relato del Bautismo de Jesús en el Evangelio de Mateo; hoy seguimos contemplando este misterio de la vida del Señor, pero lo hacemos bajo la perspectiva del Evangelio según San Juan.
San Juan no nos relata directamente el Bautismo de Jesús, sino que pone el relato en boca de Juan el Bautista, el testigo privilegiado de ese momento de la vida de Jesús.
¿Quién es Juan el Bautista? El mismo San Juan destaca desde el comienzo el papel especial del Bautista. En el primer capítulo, el prólogo de su evangelio, San Juan presenta al Bautista de este modo:
 
Hubo un hombre, enviado por Dios: se llamaba Juan.
Este vino para un testimonio, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por él.
No era él la luz, sino quien debía dar testimonio de la luz. (Jn 1,6-7)

“Vino para dar testimonio”. Ésa es la misión de Juan el Bautista: ser testigo, es decir, estar presente, ver, y declarar, dar su testimonio.
Y eso es lo que hace el Bautista al tomar hoy la palabra: dar testimonio de Jesús. Juan relata el Bautismo de Jesús y hace tres afirmaciones fundamentales sobre quién es Jesús y cuál es su misión. Esto es lo que dice Juan el Bautista sobre Jesús:
  • Él es el Hijo de Dios
  • Él es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo
  • Él es el que bautiza con el Espíritu Santo
1) Jesús es “el Hijo de Dios”. El Bautista nos habla de “un hombre que me precede” y nos dice “el existía antes que yo”. San Lucas nos informa que Jesús y el Bautista eran primos, y que Juan nació seis meses antes que Jesús, y con esa diferencia celebramos ambos nacimientos: 24 de junio y 25 de diciembre, respectivamente, más allá de la cuestión de las fechas precisas en que hayan ocurrido. Juan es mayor, pero reconoce a Jesús como quien lo precede, como quien existía antes que él, porque reconoce el origen divino de Jesús. Jesús es la Palabra eterna del Padre, el Hijo de Dios que se ha hecho hombre.

2) Jesús es el Cordero de Dios. Esta es la afirmación con la que Juan introduce su testimonio. Es una afirmación muy fuerte, mucho más fuerte de lo que parece. Decir de Jesús que es el Cordero de Dios significa darle el carácter de víctima, víctima para un sacrificio. Desde la Pascua del Antiguo Testamento, la liberación del pueblo de Israel por la intervención salvadora de Dios, cada familia celebraba la memoria de ese acontecimiento comiendo el cordero pascual.
En tiempos de Jesús, los corderos para la cena pascual eran sacrificados en el templo, de donde la gente los llevaba a sus casas para preparar la cena.
En otros momentos del año se practicaban otros sacrificios. El cordero era una de las víctimas preferidas, considerada como una especial ofrenda para Dios. Cuando alguien ofrecía un cordero u otro animal en sacrificio, esto era una forma de ofrecerse a sí mismo, de ofrecer a Dios su propia vida, a través de esa víctima que era inmolada. Por lo tanto, quien hace el sacrificio es, fundamentalmente, la persona que presenta la víctima.

Pero Juan dice que Jesús es el Cordero de Dios. Esto da vuelta las cosas: no es el hombre el que presenta la víctima adecuada, sino que es Dios quien provee. Y la víctima es el Hijo de Dios, Dios mismo...
¿Para qué ese sacrificio? Jesús es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Esa es la razón de su muerte. En Jesús se manifiesta el amor extremo de Dios hacia la humanidad pecadora, amor que llega hasta entregar a su propio Hijo para que nos unamos a Él en una nueva Pascua: ya no es el paso de la esclavitud a la libertad, sino el paso de la muerte, fruto del pecado, a la vida, fruto del amor de Dios.

3) Finalmente, Juan nos dice que Jesús es el que bautiza con el Espíritu Santo. Cada vez que celebramos en la Iglesia uno de los siete sacramentos, el Espíritu Santo tiene su rol. Es el santificador, el que obra en nosotros para darnos la posibilidad de ser santos, como Dios mismo es santo, para que podamos llegar a la presencia de Dios.
Juan nos dice que él bautizaba con agua, indicando que su bautismo era un signo de purificación, de preparación, pero que no era el bautismo definitivo. Nosotros seguimos bautizando con agua, pero, a partir del Bautismo de Jesús, el Bautismo que recibimos trae también la fuerza del Espíritu Santo, que nos hace miembros del cuerpo de Cristo, hijos del Padre y templos del mismo Espíritu Santo.
Juan el Bautista fue testigo y no se calló. Sus palabras y su vida fueron testimonio de lo que Él vio, creyó y vivió.

Nosotros, bautizados en el Espíritu Santo estamos llamados también a ser testigos de Jesús.
Por eso, cada día buscamos ahondar nuestra relación con el Señor, conocerlo y amarlo más profundamente, para poder hablar, actuar, vivir, como sus testigos.
Al igual que Juan el Bautista, es posible que nuestro testimonio pueda resultar molesto, choque con la indiferencia y aún con la oposición.
Pero los testigos del Cordero de Dios no venimos a amenazar ni a imponer: venimos a manifestar el amor de Dios que hemos conocido en Jesús.
En uno de sus primeros mensajes, el Papa Francisco nos recordaba “la Misericordia cambia el mundo”. Jesús, Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, sigue ofreciéndonos, a nosotros y a todo el mundo, el amor misericordioso, el amor que nace en las entrañas del Padre. De ese amor somos testigos. Así sea.

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