sábado, 22 de agosto de 2015
Inauguración de la Fazenda de la Esperanza Femenina Betania - Palabras de Mons. Heriberto
Hace seis años, el primero de agosto de 2009, en una mañana friísima, en Cerro Chato, con un viento que bajaba la sensación térmica a… no sé cuánto bajo cero, inaugurábamos la Fazenda de la Esperanza “¿Quo Vadis?”. Ahora tenemos que decir la fazenda masculina, porque estamos inaugurando esta segunda casa, la Fazenda de la Esperanza femenina Betania, en Melo.
Ese día en Cerro Chato había mucha gente que hoy está aquí, otra gente que no está y quiero recordar, y alguien que tampoco pudo estar ese día ni éste, pero yo quiero nombrar primero, que es mi predecesor, Monseñor Luis del Castillo, porque él es quien abrió la puerta a la Fazenda de la Esperanza. Yo recogí, en aquel momento, lo que él sembró. Yo acababa de llegar a la Diócesis y me tocó inaugurar esa casa sin saber mucho qué era.
En un momento empezamos a buscar un lugar para esta casa. Llegamos incluso a hacer algunas gestiones, algunos pedidos… de repente pusimos una cara de piedra para presentarnos ante el dueño de algún campo, pero no logramos ablandarlo. Pero surgió esta casa, que quedó libre por unas circunstancias dolorosas. Pero ni lo que había aquí se perdió, porque la obra de los Voluntarios de la Esperanza que estaba en esta casa continúa en su propia casa, del otro lado, en chacras de Melo, y aquí están ellos también, acompañándonos en esta inauguración y la esperanza continúa, porque pasamos de los Voluntarios de la Esperanza a la Fazenda de la Esperanza.
Esta casa, sobre todo, es una puerta abierta. No es solamente un lugar para estar, sino un lugar a través del cual entrar. Un lugar que se abre para todo aquél que está buscando una salida, que está buscando dejar una situación de adicción, una situación de opresión interior, una situación de oscuridad en su vida. Esta casa es esa puerta abierta hacia la luz.
Una puerta que se abre, sí, para quienes viven aquí en Melo… A mí me preguntaron mucho si había una necesidad particular en Melo para que esta casa estuviera. Yo diría que no más que en otros lugares del Uruguay, porque, desgraciadamente, el flagelo de la adicción está presente en todas partes. Pero esta casa que se abre en Melo no es sólo para quienes están en Melo, en Cerro Largo o en Treinta y Tres (pensamos en la Diócesis…) sino para todo el Uruguay, para la región y aún para el mundo.
Esta casa se abre con jóvenes que están ya en su camino de recuperación; una viene de Argentina, otra viene de Brasil. Con ellas, esta casa comienza a recibir a gente que está en su proceso. Y a ellas se irán sumando otras que, tal vez, comenzaron en otra parte y continúan aquí u otras que comiencen aquí y luego sigan en alguna otra de las casas, porque la Fazenda de la Esperanza es una gran familia, con muchas casas, que pueden recibir en ellas a quienes entran en este ámbito y quieren hacer este camino de un año.
Y estamos poniendo esta casa bajo la protección de María Reina. Aquí estamos bajo la imagen de María Auxiliadora, esta imagen tan querida aquí en Melo, cuya devoción los salesianos y las salesianas nos ayudaron a comprender y a vivir. Pero María Auxiliadora es una imagen de María coronada, María Reina. ¡Qué ella reine en los corazones de todos!
Bien… quiero dejar lugar a quienes van a hablar en nombre de la Fazenda y de la casa. Quiero agradecer a las misioneras, que están terminando hoy su misión, y decirles ¡gracias! y que vayan en paz, a continuar su misión hacia donde las llamen. Gracias a todos los que colaboraron de muchísimas formas. Algunos que vinieron a dar tiempo y horas de trabajo. Otros que trabajaron para reunir las cosas necesarias para la casa. Otros que hicieron su aporte económico. Son muchísimas personas, gracias a Dios. Una de las cosas que yo dije cuando pedía esta ayuda es que “si cada uno pone un poquito, entre todos hacemos mucho… ¡y es mejor así!”. Que esto que hemos podido dar nos una mucho entre nosotros y nos una a esta casa.
Pero, también, quienes han dado, quienes han dado de su tiempo, quienes han dado de sus bienes, quienes han dado de su corazón, saben que no sólo han dado, sino que también han recibido… ¡y mucho!
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