miércoles, 14 de noviembre de 2012

Catequesis de Benedicto XVI en el año de la Fe (5) El mundo, el hombre, la fe

Albert Einstein dijo que en las leyes de la naturaleza
"se revela una razón tan superior, que todo pensamiento racional
y las leyes humanas son una reflexión comparativamente muy insignificante"

Queridos hermanos y hermanas:
El miércoles hemos reflexionado sobre el deseo de Dios que el ser humano lleva en lo más profundo de sí mismo. Hoy me gustaría continuar y profundizar este aspecto, meditando con ustedes brevemente sobre algunas maneras de llegar a conocer a Dios.
Debo mencionar, sin embargo, que la iniciativa de Dios precede siempre a cualquier acción del hombre, y también en el camino hacia Él, es Él el primero que nos ilumina, nos orienta y nos guía, respetando siempre nuestra libertad. Y siempre es Él quien nos hace entrar en su intimidad, revelándonos y dándonos la gracia de poder acoger en la fe esa revelación. No olvidemos nunca la experiencia de san Agustín: no somos nosotros los que poseemos la Verdad después de haberla buscado, sino que es la verdad la que nos encuentra y nos toma.
Sin embargo, hay formas que pueden abrir el corazón del hombre al conocimiento de Dios, hay indicios que llevan a Dios. Por supuesto, a menudo se corre el riesgo de ser deslumbrado por el brillo del mundo, que nos hace menos capaces de viajar esas rutas o leer esos signos. Sin embargo, Dios no se cansa de buscarnos, es fiel al hombre que ha creado y redimido, se mantiene cerca de nuestras vidas, porque nos ama. Y esta es una certeza que nos debe acompañar todos los días, a pesar de que ciertas mentalidades difundidas hacen más difícil para la Iglesia y para el cristiano comunicar la alegría del Evangelio a todas las criaturas y conducir a todos al encuentro con Jesús, único Salvador del mundo. Esta, sin embargo, es nuestra misión, es la misión de la Iglesia y cada creyente debe vivirla con alegría, sintiéndola como propia, a través de una vida verdaderamente animada por la fe, marcada por la caridad, en el servicio a Dios y a los demás, y capaz de irradiar esperanza. Esta misión brilla especialmente en la santidad a la que todos estamos llamados.
Hoy --lo sabemos--, no faltan las dificultades y las pruebas para la fe, a menudo mal entendida, protestada, rechazada. San Pedro decía a sus cristianos: "Estén siempre dispuestos a dar respuesta, pero con mansedumbre y respeto, a todo el que les pida razón de la esperanza que hay en sus corazones" (1 Pe. 3,15). En el pasado, en Occidente, en una sociedad considerada cristiana, la fe era el ambiente en el que nos movíamos; la referencia y la pertenencia a Dios fueron, en su mayoría, parte de la vida cotidiana. Más bien, era aquel que no creía, el que debía justificar su incredulidad. En nuestro mundo, la situación ha cambiado y, cada vez más, el creyente debe ser capaz de dar razón de su fe. El beato Juan Pablo II, en la encíclica Fides et Ratio, hizo hincapié en que la fe se pone a prueba en estos tiempos, atravesada por formas sutiles e insidiosas de ateísmo teórico y práctico (cf. nn. 46-47).
A partir de la Ilustración, la crítica a la religión se ha intensificado; la historia se ha caracterizado también por la presencia de sistemas ateos, en los que Dios se consideraba una mera proyección de la mente humana, una ilusión, y el producto de una sociedad ya distorsionada por muchas enajenaciones. El siglo pasado fue testigo de un fuerte proceso de secularismo, en nombre de la autonomía absoluta del hombre, considerado como medida y artífice de la realidad, pero reducido en su ser creado "a imagen y semejanza de Dios". En nuestros tiempos hay un fenómeno particularmente peligroso para la fe: hay una forma de ateísmo que se define como "práctico", en el que no se niegan las verdades de la fe o los rituales religiosos, sino que simplemente se consideran irrelevantes para la existencia cotidiana, separados de la vida, inútiles. A menudo, por lo tanto, se cree en Dios de una manera superficial y se vive "como si Dios no existiera" (etsi Deus non daretur). Al final, sin embargo, esta forma de vida es aún más destructiva, porque conduce a la indiferencia hacia la fe y hacia la cuestión de Dios.
En realidad, el hombre separado de Dios, se reduce a una sola dimensión, aquella horizontal; y justamente este reduccionismo es una de las causas fundamentales de los totalitarismos que han tenido consecuencias trágicas en el siglo pasado, así como de la crisis de valores que vemos en la realidad actual. Oscureciendo la referencia a Dios, también se ha oscurecido el horizonte ético, para dejar espacio al relativismo y a una concepción ambigua de la libertad, que en lugar de liberadora, termina por atar al hombre a los ídolos. Las tentaciones que Jesús enfrentó en el desierto antes de su vida pública, representan aquellos "ídolos" que fascinan al hombre, cuando va más allá de sí mismo.
Cuando Dios pierde su centralidad, el hombre pierde su justo lugar, no encuentra más su lugar en la creación, en las relaciones con los demás. No se ha disminuido lo que la sabiduría antigua evoca como el mito de Prometeo: el hombre cree que puede llegar a ser él mismo "dios", dueño de la vida y la muerte.
Ante esta realidad, la Iglesia, fiel al mandato de Cristo, no cesa de afirmar la verdad sobre el hombre y sobre su destino. El Concilio Vaticano II afirma claramente así: "La razón más alta de la dignidad humana consiste en la vocación del hombre a la unión con Dios. Desde su mismo nacimiento, el hombre es invitado al diálogo con Dios. Existe pura y simplemente por el amor de Dios, que lo creó, y por el amor de Dios, que lo conserva. Y solo se puede decir que vive en la plenitud de la verdad cuando reconoce libremente ese amor y se confía por entero a su Creador".(Gaudium et Spes, 19).
¿Qué respuestas está llamada a dar ahora la fe, con "gentileza y respeto", al ateísmo, al escepticismo y a la indiferencia frente la dimensión vertical, de modo que el hombre de nuestro tiempo pueda seguir cuestionándose sobre la existencia de Dios y a recorrer los caminos que conducen a Él? Me gustaría mencionar algunos aspectos, que provienen de la reflexión natural, o del mismo poder de la fe. Quisiera resumirlo muy brevemente en tres palabras: el mundo, el hombre, la fe.
La primera: el mundo. San Agustín, que en su vida ha buscado durante mucho tiempo la Verdad y se aferró a la Verdad, tiene una página bella y famosa, en la que dice así: "Interroga a la belleza de la tierra, del mar, del aire enrarecido que se expande por todas partes; interroga la belleza del cielo..., interroga todas estas realidades. Todas te responderan: míranos y observa cómo somos hermosas. Su belleza es como un himno de alabanza. Ahora bien, estas criaturas tan hermosas, que siguen cambiando, ¿quién las hizo, si no que es uno que es la belleza de modo inmutable?"(Sermo 241, 2: PL 38, 1134). Creo que tenemos que recuperar y devolver al hombre contemporáneo la capacidad de contemplar la creación, su belleza, su estructura. El mundo no es una masa informe, sino que cuanto más lo conocemos y más descubrimos sus maravillosos mecanismos, más vemos un diseño, vemos que hay una inteligencia creadora. Albert Einstein dijo que en las leyes de la naturaleza "se revela una razón tan superior, que todo pensamiento racional y las leyes humanas son una reflexión comparativamente muy insignificante" (El mundo como lo veo yo, Roma 2005). Una primera manera que conduce al descubrimiento de Dios es contemplar con ojos atentos a la creación.
La segunda palabra: el hombre. Siempre san Agustín, quien tiene una famosa frase que dice que Dios está más cerca de mí que yo a mí mismo (cf. Confesiones, III, 6, 11). A partir de aquí se formula la invitación: "No vayas fuera de ti, entra en ti mismo: en el hombre interior habita la verdad" (De vera religione, 39, 72). Este es otro aspecto que corremos el riesgo de perder en el mundo ruidoso y disperso en el que vivimos: la capacidad de pararnos y mirar en lo profundo de nosotros mismos, y de leer esta sed de infinito que llevamos dentro, que nos impulsa a ir más allá y nos refiere a Alguien que la pueda llenar.
El Catecismo de la Iglesia Católica afirma así: "Con su apertura a la verdad y a la belleza, con su sentido del bien moral, con su libertad y la voz de su conciencia, con su aspiración al infinito y a la dicha, el hombre se interroga sobre la existencia de Dios" (n. 33).
La tercera palabra: la fe. Sobre todo en la realidad de nuestro tiempo, no debemos olvidar que un camino hacia el conocimiento y el encuentro con Dios es la vida de fe. El que crea se une con Dios, está abierto a su gracia, a la fuerza del amor. Así, su existencia se convierte en un testimonio no de sí mismo, sino de Cristo resucitado, y su fe no tiene miedo de mostrarse en la vida cotidiana, está abierta al diálogo que expresa profunda amistad para el camino de cada hombre, y sabe cómo abrir luces de esperanza a la necesidad de la redención, de la felicidad y del futuro.
La fe, de hecho, es un encuentro con Dios que habla y actúa en la historia y que convierte nuestra vida cotidiana, transformando en nosotros mente, juicios de valor, decisiones y acciones concretas. No es ilusión, escape de la realidad, cómodo refugio, sentimentalismo, sino que es el involucramiento de toda la vida y es proclamación del Evangelio, Buena Nueva capaz de liberar a todo el hombre. Un cristiano, una comunidad donde son laboriosos y fieles al designio de Dios que nos ha amado primero, son una vía privilegiada para aquellos que son indiferentes o dudan acerca de su existencia y de su acción. Esto, sin embargo, pide a todos a hacer más transparente su testimonio de fe, purificando su vida para que sea conforme a Cristo. Hoy en día muchos tienen una comprensión limitada de la fe cristiana, porque la identifican con un mero sistema de creencias y de valores, y no tanto con la verdad de un Dios revelado en la historia, deseoso de comunicarse con el hombre cara a cara, en una relación de amor con él.
De hecho, el fundamento de toda doctrina o valor es el acontecimiento del encuentro entre el hombre y Dios en Cristo Jesús. El cristianismo, antes que una moral o una ética, es el acontecimiento del amor, es el aceptar a la persona de Jesús. Por esta razón, el cristiano y las comunidades cristianas, ante todo deben mirar y hacer mirar a Cristo, el verdadero camino que conduce a Dios.

sábado, 10 de noviembre de 2012

En camino hacia el XXVIII Encuentro de Diócesis de Frontera: Chapecó, Brasil, 2013

Parroquia Divino Espíritu Santo, ciudad de Dionisio Cerqueira
La ciudad de Dionisio Cerqueira, en la Diócesis de Chapecó (Santa Catarina, Brasil) recibirá, del 20 al 22 de mayo de 2013, a los miembros de unas diecisiete diócesis de Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay, que desde hace veinte años participan en los "Encuentros de Diócesis de Frontera".

Este XXVIII encuentro (al principio se hacían dos encuentros por año) estará dedicado a la temática relacionada con el mundo juvenil, ante la perspectiva de la realización unos meses después de la Jornada Mundial de la Juventud, en Río de Janeiro.

En el estilo en que habitualmente se presenta el tema, haciendo alusión al encuentro de vecinos, la invitación dice:
“Los vecinos se encuentran para compartir y reflexionar sobre situaciones que amenazan la vida y el futuro de la juventud: desafíos y propuestas pastorales.” 

Junto a ese tema hay un texto bíblico inspirador, del Evangelio de Marcos 5,22-24.35-43, que narra la forma en que Jesús vuelve a la vida a una jovencita, diciéndole « Talitá kum », que quiere decir: «Muchacha, a ti te digo, levántate».

Dionisio Cerqueira es una ciudad de unos 15.000 habitantes. Limita al norte con el municipio de Barracão (9.700 habitantes, Estado de Paraná, Diócesis de Palmas-Francisco Beltrão) y al oeste con la ciudad argentina de Bernardo de Irigoyen (5.500 habitantes, Provincia de Misiones, Diócesis de Puerto Iguazú). La zona es conocida como “Tres Fronteras”.

miércoles, 7 de noviembre de 2012

Catequesis de Benedicto XVI en el año de la Fe (4) Educarse en el deseo ensancha el alma y la hace más capaz de recibir a Dios

El Greco, El caballero de la mano en el pecho.
"El deseo de Dios está inscripto en el corazón del hombre."

Queridos hermanos y hermanas:

El camino de reflexión que estamos haciendo juntos en este Año de la fe nos lleva a meditar hoy sobre un aspecto fascinante de la experiencia humana y cristiana: el hombre porta en sí mismo un misterioso anhelo de Dios. De una manera significativa, el Catecismo de la Iglesia Católica se abre con la siguiente declaración:
"El deseo de Dios está inscrito en el corazón del hombre, porque el hombre ha sido creado por Dios y para Dios; y Dios no cesa de atraer al hombre hacia sí, y sólo en Dios encontrará el hombre la verdad y la dicha que no cesa de buscar" (n. 27).

Tal declaración, que aún hoy en muchos contextos culturales parece bastante aceptable, casi obvia, podría parecer más bien una provocación en la cultura secularizada occidental. Muchos de nuestros contemporáneos podrían, de hecho, objetar que no sienten nada de ese deseo de Dios. Para amplios sectores de la sociedad, Él no es el esperado, el deseado, sino más bien una realidad que pasa desapercibida, frente a la cual no se debería hacer ni siquiera el esfuerzo de comentar. De hecho, lo que hemos definido como "el deseo de Dios", no ha desaparecido por completo, y se ve aún hoy en día, en muchos sentidos, en el corazón del hombre.

El deseo humano tiende siempre a ciertos bienes concretos, a menudo espirituales, y sin embargo, se encuentra de frente a la cuestión de qué es realmente "el" bien, y por lo tanto, a confrontarse con algo que es distinto de sí mismo, que el hombre no puede construir, pero que está llamado a reconocer. ¿Qué puede realmente satisfacer el deseo del hombre?

En mi primera encíclica Deus Caritas Est, traté de analizar cómo esta dinámica se realiza en la experiencia del amor humano, experiencia que en nuestra época es más fácilmente percibida como un momento de éxtasis, fuera de sí mismo, como un lugar donde el hombre se sabe atravesado por un deseo que lo supera. A través del amor, el hombre y la mujer experimentan de un modo nuevo, el uno gracias al otro, la grandeza y la belleza de la vida y de la realidad. Si lo que experimento no es una mera ilusión, si realmente deseo el bien del otro como un bien también mío, entonces debo estar dispuesto a des-centrarme, para ponerme a su servicio, hasta la renuncia de mí mismo.
La respuesta a la pregunta sobre el sentido de la experiencia del amor pasa por tanto, a través de la purificación y la sanación de la voluntad, requerida por el bien mismo que se quiere del otro. Debemos practicar, prepararnos, incluso corregirnos para que aquel bien pueda ser realmente querido.

El éxtasis inicial se traduce así en peregrinación, "camino permanente, como un salir del yo cerrado en sí mismo hacia su liberación en la entrega de sí y, precisamente de este modo, hacia el reencuentro consigo mismo, más aún, hacia el descubrimiento de Dios" (Encíclica Deus Caritas Est, 6). A través de este camino, el hombre podrá gradualmente profundizar el conocimiento del amor que había experimentado al principio.

Y se irá vislumbrando también el misterio de lo que es: ni siquiera el ser querido, de hecho, es capaz de satisfacer el deseo que habita en el corazón humano, es más, tanto más auténtico es el amor por el otro, más se deja abierta la pregunta sobre su origen y su destino, sobre la posibilidad de que eso vaya a durar para siempre.

Así, la experiencia humana del amor tiene en sí un dinamismo que conduce más allá de sí mismo, es la experiencia de un bien que lleva a salir de sí mismo y a encontrarse de frente al misterio que rodea a toda la existencia.

Consideraciones similares se pueden hacer también con respecto a otras experiencias humanas, tales como la amistad, la experiencia de la belleza, el amor por el conocimiento: todo bien experimentado por el hombre, va hacia el misterio que rodea al hombre mismo; cada deseo se asoma al corazón del hombre, se hace eco de un deseo fundamental que nunca está totalmente satisfecho.

Sin lugar a dudas que de tal deseo profundo, que también esconde algo enigmático, no se puede llegar directamente a la fe. El hombre, después de todo, sabe lo que no lo sacia, pero no puede imaginar o definir lo que le haría experimentar la felicidad que trae como nostalgia en el corazón. No se puede conocer a Dios solo a partir del deseo del hombre. De este punto de vista permanece el misterio: es el hombre el buscador del Absoluto, un buscador a pequeños e inciertos pasos. Y, sin embargo, ya la experiencia del deseo, el "corazón inquieto" como lo llamaba san Agustín, es muy significativo. Eso nos dice que el hombre es, en el fondo, un ser religioso (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 28), un "mendigo de Dios".

Podemos decir, en palabras de Pascal: "El hombre supera infinitamente al hombre" (Pensieri, 438; ed. Chevalier; ed. Brunschvicg 434). Los ojos reconocen los objetos cuando son iluminados por la luz. De ahí el deseo de conocer la misma luz que hace brillar las cosas del mundo y que les da el sentido de la belleza.

En consecuencia, debemos creer que es posible aún en nuestro tiempo, aparentemente refractario a la dimensión trascendente, abrir un camino hacia el auténtico sentido religioso de la vida, que muestra cómo el don de la fe no es absurdo, no es irracional. Sería muy útil para este fin, promover una especie de pedagogía del deseo, tanto para el camino de aquellos que aún no creen, como para aquellos que ya han recibido el don de la fe. Una pedagogía que incluye al menos dos aspectos. En primer lugar, aprender o volver a aprender el sabor de la alegría auténtica de la vida. No todas las satisfacciones producen en nosotros el mismo efecto: algunas dejan una huella positiva, son capaces de pacificar el ánimo, nos hacen más activos y generosos.

Otras en cambio, después de la luz inicial, parecen decepcionar las expectativas que había despertado y dejan detrás de sí amargura, insatisfacción o una sensación de vacío. Educar desde una edad temprana para saborear las alegrías verdaderas, en todos los ámbitos de la vida, esto es, la familia, la amistad, la solidaridad con los que sufren, la renuncia del propio yo para servir al otro, el amor por el que carece de conocimientos, por el arte, por la belleza de la naturaleza, todo lo que signifique ejercer el sabor interior y producir anticuerpos efectivos contra la banalización y el abatimiento predominante hoy.

Incluso los adultos necesitan descubrir estas alegrías, desear las realidades auténticas, purificándose de la mediocridad en la que se hallan envueltos. Entonces será más fácil evitar o rechazar todo aquello que, aunque en principio parezca atractivo, resulta ser bastante soso, fuente de adicción y no de libertad. Y por tanto hará emerger ese deseo de Dios del que estamos hablando.

Un segundo aspecto, que va de la mano con el anterior, es nunca estar satisfecho con lo que se ha logrado. Solo las alegrías verdaderas son capaces de liberar en nosotros esa ansiedad que lleva a ser más exigentes --querer un bien superior, más profundo--, para percibir más claramente que nada finito puede llenar nuestro corazón.

Por lo tanto vamos a aprender a someternos, sin armas, hacia el bien que no podemos construir o adquirir por nuestros propios esfuerzos; a no dejarnos desalentar de la fatiga y de los obstáculos que provienen de nuestro pecado.

En este sentido, no debemos olvidar que el dinamismo del deseo está siempre abierta a la redención. Incluso cuando nos envía por caminos desviados, cuando sigue paraísos artificiales y parece perder la capacidad de anhelar el verdadero bien. Incluso en el abismo del pecado no se apaga en el hombre aquella chispa que le permite reconocer el verdadero bien, para saborearlo, iniciando así un camino de salida, al cual Dios, con el don de su gracia, no deja de dar su ayuda. Todos, por otra parte, tenemos necesidad de seguir un camino de purificación y de curación del deseo. Somos peregrinos hacia la patria celestial, hacia aquel pleno bien, eterno, que nada nos podrá arrebatar jamás.

No se trata, por lo tanto, de sofocar el deseo que está en el corazón del hombre, sino de liberarlo, para que pueda alcanzar su verdadera altura. Cuando en el deseo se abre la ventana hacia la voluntad de Dios, esto ya es un signo de la presencia de la fe en el alma, fe que es una gracia de Dios. Decía siempre san Agustín:
"Con la expectativa, Dios amplía nuestro deseo, con el deseo, ensancha el alma y dilatándola la vuelve más capaz" (Comentario a la Primera Epístola de Juan, 4,6: PL 35, 2009).

En esta peregrinación, sintámonos hermanos de todos los hombres, compañeros de viaje, incluso de aquellos que no creen, de los que están en busca, de los que se dejan interrogar con sinceridad sobre el propio deseo de verdad y de bien. Recemos, en este Año de la fe, para que Dios muestre su rostro a todos aquellos que lo buscan con corazón sincero. Gracias.

martes, 6 de noviembre de 2012

Encuentro de los sacerdotes Fidei Donum de la Diócesis de Brescia en La Paloma, Uruguay





Desde anoche se encuentran en la Diócesis de Maldonado sacerdotes de la Diócesis de Brescia, Italia, acompañados por su Obispo, Mons. Luciano Monari. 
Se trata de sacerdotes misioneros "Fidei Donum" que prestan ayuda pastoral en Brasil, Venezuela, Ecuador, Argentina y Uruguay. 
Dos de ellos fueron nombrados obispos, uno en Ecuador y otro en Brasil. 
La elección de la Diócesis de Maldonado se debe a la presencia allí de los Padres Santo Bacherassi y Tonino Zatti, que estuvieron también en la Diócesis de Melo. 
Esta mañana Mons. Rodolfo Wirz les dio la bienvenida. A continuación, Mons. Heriberto Bodeant, que concurrió a agradecer la presencia de algunos sacerdotes de Brescia durante mucho tiempo en Melo, les presentó las orientaciones pastorales de la CEU y la Sra. Nené Noguez, de la Vicaría Pastoral, les presentó la pastoral de la Diócesis de Maldonado. 
Los sacerdotes continuarán su encuentro hasta el sábado por la mañana, en jornadas matizadas por la reflexión, la oración y la gratuidad del encuentro fraterno.

sábado, 3 de noviembre de 2012

Decreto sobre Indulgencias con motivo del Año de la Fe en la Diócesis de Melo


HERIBERTO ANDRÉS BODEANT FERNÁNDEZ,
POR LA GRACIA DE DIOS Y DE LA SEDE APOSTÓLICA,
OBISPO DE MELO EN URUGUAY

En su Carta Apostólica en forma de Motu Proprio “Porta Fidei”, el Papa Benedicto XVI ha recordado “la exigencia de redescubrir el camino de la fe para iluminar de manera cada vez más clara la alegría y el entusiasmo renovado del encuentro con Cristo” (n. 2).

Con el fin de "desarrollar en sumo grado en cuanto sea posible en esta tierra la santidad de vida y de obtener, por lo tanto, en el grado más alto la pureza del ama, será útil el gran don de las Indulgencias", dice la Penitenciaría Apostólica en el Decreto del 14 de setiembre de 2012 por el que "se enriquece del don de las Sagradas Indulgencias particulares ejercicios de piedad durante el Año de la Fe".

En aplicación de dicho Decreto de la Penitenciaría Apostólica para nuestra Diócesis de MELO, por el presente,

DECRETO

Que podrán lucrar la Indulgencia Plenaria de la pena temporal por los propios pecados o en sufragios de las almas de los fieles difuntos, todos los fieles verdaderamente arrepentidos, que cumplan las tres condiciones siguientes:
  1. se hayan confesado debidamente
  2. hayan comulgado sacramentalmente
  3. oren por las intenciones del Sumo Pontífice:

A.- Aquellos fieles que participen en las siguientes celebraciones diocesanas:

-          17 de marzo de 2013, V Domingo de Cuaresma: Peregrinación a la Cruz del Cerro Largo.
-          27 de marzo de 2013, Miércoles Santo: Celebración de la Misa Crismal.
-          Octubre de 2013 (fecha a determinar) Eucaristía en la Fiesta Diocesana en honor a Nuestra Señora del Pilar, Patrona de la Diócesis.

En estas tres celebraciones impartiré, de acuerdo a lo indicado en el citado Decreto de la Penitenciaría Apostólica, la Bendición Papal con la Indulgencia plenaria, lucrable por parte de todos los fieles que reciban tal Bendición con devoción.

B.- Aquellos fieles que participen en la Eucaristía en las fiestas patronales de cada una de las parroquias.

C.- En los siguientes días, en todas las parroquias, los participantes de la Eucaristía:

-          en celebraciones de inicio del Mes de María (8 de Noviembre de 2012 y 2013, Nuestra Señora de los Treinta y Tres) y clausura del Mes (Solemnidad de la Inmaculada Concepción de María, 8 de diciembre de 2012);
-          en la Solemnidad de la Natividad del Señor (25 de diciembre de 2012);
-          en el Domingo de Pascua de Resurrección (31 de marzo de 2013);
-          en la Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo (Corpus Christi, 2 de junio de 2013)
-          y en la Solemnidad de Jesucristo Rey del Universo (Domingo 24 de noviembre de 2013), clausura del Año de la Fe.

D.- Cada vez que los fieles visiten la Santa Iglesia Catedral en la ciudad de Melo y la Parroquia Nuestra Sra. de los Treinta y Tres en la homónima ciudad, y los templos Parroquiales en las demás ciudades y pueblos y allí participen en alguna celebración sagrada o, al menos, se detengan en un tiempo de recogimiento meditando la Palabra de Dios y concluyendo con el rezo del Padre Nuestro, la Profesión de Fe en cualquiera de sus formas legítimas y las invocaciones a la Santísima Virgen María y/o Patronos.

E.- Cada vez que participen en al menos tres lecciones o conferencias sobre los Documentos del Concilio Vaticano II o sobre el Catecismo de la Iglesia Católica en cualquier iglesia o lugar idóneo.

F.- Un día, durante el Año de la Fe, elegido por cada fiel, para realizar una visita al baptisterio o lugar en el que recibió el Sacramento del Bautismo y allí renueve las promesas bautismales en cualquier forma legítima.

G.- En cuanto a aquellos fieles verdaderamente arrepentidos que por graves motivos no puedan participar de las solemnes celebraciones jubilares, como es el caso de los enfermos, ancianos y encarcelados, lucrarán la Indulgencia Plenaria con las mismas condiciones, si, unidos con el espíritu y el pensamiento a los fieles presentes, particularmente en los momentos en que las palabras del Sumo Pontífice o del obispo diocesano se transmitan por televisión y radio, recitan en el lugar que se encuentren, el Padrenuestro, la Profesión de Fe en cualquier forma legítima, y otras oraciones conforme a las finalidades del Año de la Fe, ofreciendo sus sufrimientos o los malestares de la propia vida.

Para que todos los fieles puedan acceder al Sacramento de la Penitencia PIDO a los sacerdotes que organicen y den a conocer los horarios en que se les atenderá en la sede penitencial. Con motivo de las celebraciones diocesanas y de las fiestas patronales, pueden también organizarse celebraciones penitenciales comunitarias, en las que se ayude a los fieles a un adecuado examen de conciencia, la comunidad exprese en forma comunitaria su pedido de perdón y se asegure la presencia de varios sacerdotes para hacer posible la confesión y absolución en forma individual.

Publíquese el presente Decreto.

En Melo, a 3 de Noviembre de 2012.
[firmado y sellado]
+ Heriberto, Obispo de Melo

Por mandato de S.E. Rvdma.
[firmado]
Pbro. Dr. Freddy Martínez,

Canciller y Vicario General

Mons. del Castillo pide ayuda para Santiago de Cuba devastada por el huracán Sandy



En estos días asistimos con estupor a las imágenes emitidas en los informativos de TV que dan cuenta de la tremenda ferocidad del huracán Sandy  en su paso por New York y otras ciudades norteamericanas. Sin embargo, poco se dice actualmente de las secuelas que ha dejado el huracán al atravesar Santiago de Cuba (Cuba) y Haití, países que no cuentan con la infraestructura y el dinero de EE.UU. para emprender la reconstrucción.
Mons. Luis del Castillo, Obispo emérito de Melo, quien se encuentra como misionero desde hace dos años en Santiago de Cuba, ha dado señales de vida desde el único lugar de la ciudad que cuenta aún con internet y pide ayuda para dar respuesta a los problemas más urgentes de la población y la reconstrucción y refacción de las Iglesias que han quedado verdaderamente en ruinas.

Las donaciones en dinero podrán hacerse a la cuenta en dólares del Banco Comercial- Caja de Ahorros N° 006 – 0239212700 a nombre de Serapio Luis del Castillo.


Compartimos el texto del mensaje enviado por Mons. Luis del Castillo


“Santiago está totalmente destruida. Todos los techos de tejas o de chapas volados. Templos destruidos. Todos los árboles arrancados de cuajo, caídos sobre las casas o atravesando todas las calles. No hay energía eléctrica ni teléfonos. Escasea el agua y las posibilidades de cocinar. Faltan alimentos. No hay refrigeradores para conservarlos.
Cuadrillas de otras provincias trabajan para restablecer lo que se pueda.
El ánimo de la gente es increíble. La frase mas escuchada: ‘¡estamos vivos!’
Les escribo desde el hotel Meliá, el único lugar en la ciudad con internet.
Vamos a visitar a todos los exalumnos jesuitas del Colegio Dolores para conocer las necesidades más urgentes. Pensamos organizar una ayuda de emergencia en alimentos y medicinas. Más tarde nos ocuparemos de los techos y las paredes.
Enviaré fotos de como quedó el techo de nuestra paroquia en Vista Alegre. De la iglesia vecina de Sueño quedó sólo la pared del fondo con el crucifijo. De las otras parroquias que atendemos en San Vicente, de madera, todo quedó en el piso. De El Cristo volaron todas las tejas. El Caney perdió el techo.
Es el momento de la solidaridad y la reconstrucción.
En casa alojamos dos familias de casas totalmente destruidas.
Los vecinos se ayudan para remover escombros, recuperar chapas y tapar lo que se pueda”.

viernes, 2 de noviembre de 2012

A veinte años del fallecimiento del P. José Bader SAC (Palottino)

El P. Bader, sacerdote palottino, nacido en Alemania, fue durante muchos años párroco de Santísimo Sacramento, Vergara. El sitio de Facebook Raíces Vergarenses publicó este recuerdo que compartimos con los lectores de nuestro blog, apreciando que los vergarenses guarden su memoria, sin borrar algunos aspectos chocantes de su personalidad, pero tratando de entender una personalidad marcada por el sufrimiento y a la vez un sacerdote que supo entregarse con todas sus fuerzas a su grey. Sigue el texto publicado en Raíces...


Vergara, 2 de noviembre del 2012.
Hoy se cumplen 20 años de la desaparición física del Padre José Bader. Y como ustedes podrán apreciar este sitio de Raices Vergarenses, que es amplio y es objetivo y que respeta todos los tipos de opiniones de sus amigos, más allá de lo que piensan y/o creen quienes lo integramos, hoy, lo recuerda por dos motivos esenciales. Como un referente histórico que marcó una época en Vergara y como un sacerdote, que en ejercicio de su ministerio, recorrió ranchos y caseríos olvidados (como los de las Sierras del Yerbal en la 4ta. Sección) llevando a ellos la palabra de Dios.
Llegó a Vergara en los finales de los años 60, para suplantar al sacerdote polaco José Chuzinsky, quien por destino del ministerio eclesiástico se iba para el Departamento de Canelones.
José Bader, que era nacido en Alemania, vivió intensamente la locura de la Segunda Guerra Mundial y fue preso para un campo de concentración, porque su progenitor era un militar de alto rango y estaba en contra de los opresores nazis. Logró escapar de ese campo de concentración, en compañía de otro amigo con quien huyeron a campo traviesa, seguidos de cerca por sus captores, quienes lograron dar alcance al otro y ultimarlo con una ráfaga de metralleta.
Nubes de callada tristeza, embargaron para siempre a ese sacerdote, que muchas veces rompió la calma y esgrimió más de una vez gestos y hechos que lo distanciaron de muchas personas y a raiz de esas acciones asumidas, fue criticado y denostado por muchos.
Sin embargo, enseñó a varios muchachos vergarenses diversos oficios culturales y técnicos, les dio trabajo en la construcción del Centro Pallotti y los guió por la vida, como un verdadero amigo.
Quizás las huellas que le había dejado la Segunda Guerra Mundial, luchaban desde el exterior a "brazo partido", con un corazón pujante, que estaba entregado a las manos de Dios.
Quienes estuvimos junto a él siendo niños, viajando como acompañantes en la moto negra BMW, ayudándolo a dar misa en la capilla de don Ricardo Druilliet, o llevando el Evangelio a los ranchos pobres de Vergara, nunca llegamos a comprender esos largos silencios que le rodeaban y esas "rabietas" repentinas que afloraban en el momento menos pensado.
Tuvo un gran amigo en Vergara, con quien compartió muchas tardes, conversando en el idioma natal y recordando vivencias comunes de una lejana Alemania, donde la muerte les había seguido los pasos muy de cerca, disfrazada con el tétrico atavío de dos guerras. Ese amigo de Bader, se llamaba Paul Sóder y no era otro que "El alemán Paulo", "El alemán de los perros", esposo de doña Margarita Cela. Un siete oficios, que había sido soldado de infantería del ejército alemán en la Primera Guerra Mundial, que estuvo presente en Verdún, cuando los combatientes alemanes y franceses cayeron muertos a montones y que había sido herido por tiros de Máuser en el maxilar superior y en la pierna derecha. Caído en el campo de batalla, mientras los estruendos de la guerra se adueñaban del entorno, una nube de gas lacrimógeno trataba de asfixiar el campo y los "lanzallamas" vomitaban su fuego destructor, un perro de rescate lo encontró y lo sacó a rastras, salvándole la vida providencialmente. Paulo murió en Vergara, muy anciano, en el año 1978. Con él también, se le fue el amigo, el coterráneo y el confidente al Padre Bader.....
Años después, un 2 de noviembre 1992, en horas de la tarde y mientras el Dr. Reolón atendía en el Centro Auxiliar de Vergara al Padre Bader, un ataque cardíaco se lo llevó físicamente. Esa mañana, había dado la misa, en el Cementerio de Vergara y muchos lo notaron "como cansado".... 
Controversial o no controversial. Querido o no querido. Respetando los pensamientos de todos y cada uno, de nuestros amigos virtuales, en el acierto o en el error, este sitio no puede ni debe, estar ajeno a su recuerdo. 
Texto: Jorge Muniz.