sábado, 9 de junio de 2012

Reportaje a Mons. Bodeant en "Ciudad Nueva"

Iglesia
El obispo, hombre de unidad


A comienzos de marzo se realizó en Castel Gandolfo (Roma) el 36º Congreso de Obispos Amigos de los Focolares, que reunió a 75 prelados de 40 países. De Uruguay, participaron Mons. Orlando Romero y Mons. Heriberto Bodeant, quien nos habló de la importancia de estos encuentros de comunión eclesial.

por Silvano Malini

-Monseñor, ¿cómo fue el encuentro de Castel Gandolfo? ¿Qué temas se trataron?  
Fueron cuatro días muy intensos, en un clima de gran fraternidad, buscando vivir el carisma de la unidad: “Padre, que todos sean uno...”. 
Escuchamos numerosos testimonios de la vida de obispos que han vivido situaciones extremas en Libia, Argelia, en la zona de Italia afectada por un reciente terremoto, y otras vivencias más cercanas a las nuestras, muy interesantes. 
Recibimos valiosos aportes de muchos expositores, de matrimonios, jóvenes, sacerdotes, y entre ellos el de María Voce, sucesora de Chiara Lubich, y de la propia Chiara, a través de videos, con toda la fuerza de su palabra. 
También hubo presencias y temas importantes, como por ejemplo el de Mons. Nikola Eterovic, secretario del Sínodo de los Obispos, quien nos hizo una puesta al día de la preparación del Sínodo para la Nueva Evangelización. Una ponencia de mucho peso. Estuvieron algunos cardenales, vinculados al movimiento. Fue una vivencia muy fraterna. 
Al comienzo se nos preguntó qué relación teníamos con los Focolares. Yo me pregunté hasta dónde me puedo considerar un obispo amigo de los Focolares, más allá de que me encuentre alguna vez con algunos de ellos, que comamos juntos etc. 
Un vínculo es el institucional, ya que en la diócesis de Melo está la Fazenda de la Esperanza, que tiene su origen en un sacerdote franciscano y en la espiritualidad de los Focolares, y esto de alguna manera me vincula, si bien la Fazenda es algo con su propia personalidad.
Además, algo muy personal, que hace mucho me llegó, es el testimonio de una focolarina, Isabel Schäffer. Nos conocimos en una misión, antes de mi ordenación, y cuando me ordené invité a todos mis compañeros de misión. Isabel fue, desde el Cerro a Young, me regaló un rosario hermoso, y luego durante años no la vi más. Muchos años más tarde me contó que durante mi ordenación sacerdotal, que la movió mucho, ella se decidió por el camino de la consagración. Nos hemos visto muy poco con ella, pero la siento como una hermana. 
Otra cosa que me acercó bastante fue la historia de ese médico salteño, Alberto Fernández (que fue asesinado en Brasil, y murió testimoniando su fe). Yo estuve en la presentación de su libro, lo leí, y el hecho de que fuera de la campaña, del Salto profundo, fue algo que me llegó mucho. Luego uno podría seguir hilvanando distintos momentos de encuentro.

-¿Qué fue lo que le aportó más?  
Me tocaron sobre todo algunos aspectos de la espiritualidad, que me impresionaron y me hicieron sentir muy a gusto. 
Lo primero es que se trata de una espiritualidad muy evangélica, que es realmente para todos. No es un carisma exquisito, misterioso, sino que su base fuerte es la Palabra de Dios y su sencillez. Primero que todo la Palabra vivida. A menudo uno se queda en la lectura, en entender mejor la Palabra, en descubrir los detalles... Eso está bien, pero si no nos ayuda a vivirla, ¡nos quedamos por la mitad del camino! Entonces ese aspecto, que parecería obvio —Jesús dijo “Quien escucha mi palabra y no la pone en práctica...” etc.— me pareció muy enriquecedor. Y esto yo lo veo en particular en los muchachos de la Fazenda: toman la Palabra de Vida y hacen realmente el esfuerzo de vivirla, y de contarse sus vivencias. 
Después, impacta el enfoque de Jesús Abandonado. En este tiempo en el que hablamos del encuentro con Jesucristo vivo... bueno, Jesucristo también está en el hombre abandonado de hoy. Y uno empieza a mirar de otra forma y a leer desde otra perspectiva la misma Palabra. Es un aspecto muy vigente y muy encarnado. Nos saca de una espiritualidad que podría quedarse en lo lindo, pero no aterrizar en el sufrimiento y en la realidad de muchas personas de hoy. 
Luego, la unidad. Me sentí muy muy identificado. La oración de Jesús “que todos sean uno”, es el anhelo de un obispo, y el anhelo del corazón de Jesús, el construir comunión. 
Y el movimiento aporta la apertura. La unidad va más allá de buscar la comunión dentro de la comunidad, sino que se busca extenderla, agrandarla, y es para esto también que vino Jesús, para llamarnos a todos a esa unión con el Padre. 
Entre otras cosas, se recordó el episodio de los primeros tiempos del movimiento, cuando Chiara y sus primeras compañeras, en medio de la destrucción de la guerra, de los bombardeos, se guarecían en los refugios llevándose tan solo el Evangelio en la mano. Eso me hizo recordar un hecho de hace años en Bella Unión, donde los cristianos estaban en medio del conflicto “con una flor”, decían algunos. Escuchando ese relato, me surgía corregir esa expresión: no es con una flor, es con la Palabra. Frente al conflicto, a la división, al enfrentamiento, sí, estamos en el medio de la batalla con la Palabra que nos guía, nos inspira, nos anima. Estas son algunas de las cosas que he guardado como un pequeño tesoro de ese encuentro. El año próximo se harán encuentros regionales, y espero poder participar nuevamente.

-A la luz de la experiencia que vivió allí, ¿le parece que hay elementos de la espiritualidad de la unidad que a su entender pueden ser de provecho para la vida eclesial, de un sacerdote, de un obispo?
Yo creo claramente que sí. La Palabra vivida obviamente es para todo cristiano, y es fundamental. Como obispo, es fundamental el tema de la unidad. Cuando explico a la gente la misión del obispo, digo que es el que trata de ayudar a vivir la comunión en la diócesis, y la comunión para la misión. Y en la misión, de ayudar al acercamiento, a superar los conflictos, a un mayor entendimiento.

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