jueves, 8 de mayo de 2014

Mons. Cáceres evoca la visita de Juan Pablo II a Melo




Del libro "Levadura, fuego y sal", 
entrevista de Tomás Sansón a Mons. Roberto Cáceres.

-Vamos a referirnos a uno de los momentos más emblemáticos de la historia reciente de la Iglesia en el Uruguay: la visita de Juan Pablo II al país, particularmente a la ciudad de Melo. ¿Puede evocar aquel acontecimiento?

-En primer lugar recordemos que ya había venido a Uruguay. Su primera visita fue en 1987, muy corta por cierto. Estuvo en la Catedral con los sacerdotes, religiosos y religiosas. Al otro día prosiguió viaje a Chile; pero no sin antes prometer volver al año siguiente. Celebró la Eucaristía en Tres Cruces, a la cual concurrió una cantidad impresionante de gente, no obstante el tiempo lluvioso.

En 1988 volvió. Fue recibido en el Estadio Centenario primero; luego en la Universidad Católica, donde era Rector Mons. Luis del Castillo SJ. Esa noche me volví en Núñez, para amanecer en Melo y recibirlo.

-¿Por qué la ciudad de Melo fue una de las elegidas para que viniera el Papa?

-La propuesta   de los lugares que el Papa visitaría correspondió a la CEU. La idea fue elegir las sedes más antiguas y distantes, por eso Montevideo y luego las viejas Diócesis sufragáneas de Melo y Salto. También se eligió Florida por estar allí el santuario de la Virgen de los Treinta y Tres, Patrona de Uruguay. Yo quedé muy agradecido, como Obispo de Melo, del honor que nos otorgaba la Conferencia Episcopal, y la confianza que nos dispensaba al pueblo todo de Cerro Largo y Treinta y Tres.

En Salto hubo una Eucaristía, y en Melo una Liturgia de la Palabra, en la que el actual Beato Juan Pablo II dirigió un mensaje al Mundo del Trabajo y oró por él. Asistió el Presidente Julio María Sanguinetti con su esposa.

-¿Cómo fueron los preparativos?

-Varios meses antes se formó una Comisión Interdepartamental, presidida por los Intendentes de Cerro Largo, Rodolfo Nin Novoa, y de Treinta y Tres, Wilson Elso Goñi. A ambos le debe la Diócesis nuestro reconocimiento, en particular a la Intendencia de Treinta y Tres, que formó un equipo de asesores para concurrir a reuniones en Melo siempre que fue necesario. Recuerdo el empuje que nos daban… porque había que tener todo pronto. Se había incluso exagerado en la seguridad.

En un principio se manejó la posibilidad de que el acto fuera en el Parque Zorrilla, porque era emblemático desde el punto de vista religioso, en cuanto que allí se celebró el Congreso Eucarístico de 1944. Pero fue descartado por una simple cuestión climática: el 18 de enero se desató una lluvia tal que inundó todo. Yo nunca lo había visto inundado. ¡Quedó bajo agua! Inmediatamente convocamos   una reunión extraordinaria de la Comisión para buscar un nuevo lugar, porque si eso llegaba a pasar durante la venida del Papa, hacíamos un papelón.

Algunos propusieron San José Obrero; otros hablaban de hacerlo a lo largo de la Avenida Saviniano Pérez, poniendo el altar donde está ahora la fuente. Pero fue el Padre Javier Mori el que sugirió el lugar donde finalmente se hizo, que a ninguno se nos habría ocurrido. Por supuesto que se consultó al Nuncio, Mons. Andrea Cordero Lanza di Montezemolo, que tenía experiencia porque había estado en un país centroamericano visitado por el Papa. Era muy meticuloso… comprendió que en el Parque Zorrilla era imposible, por la eventualidad de lluvia.

Visitamos el lugar con el Nuncio y él dio su aprobación. Se empezó a trabajar para poner el estrado. La Intendencia ofreció los arquitectos, la construcción del altar… Todo. Mientras tanto, el coro municipal preparó los cantos. Se hizo un proyecto de escenario que satisfizo a la Comisión.

-¿Podría recordar aquel 8 de mayo de 1988?

-La noche previa el Papa durmió en la Nunciatura. Nos fuimos al aeropuerto a esperarlo. Estaban el Intendente de Cerro Largo, Rodolfo Nin Novoa, el Intendente de Treinta y Tres, Wilson Elso Goñi, el Presidente Sanguinetti. Viajó desde Montevideo en avión. Tuvimos un momento de mucha ansiedad porque estaba nublado y había un poco de suspenso sobre la posibilidad de que pudiera bajar a tierra, ¡hasta que al fin se supo que aterrizaba!

Estaba el flamante Aeropuerto de Melo colmado de gente, particularmente la terraza… Hay una foto linda, que quiero mucho, donde está el Papa asomándose y yo que le abro los brazos para recibirlo. Habíamos puesto una alfombra roja… Y recuerdo una observación que hizo el P. Javier: ¡el Papa fue caminando fuera de la alfombra!

Luego teníamos una dificultad: el “papamóvil” que lo esperaba en el aeropuerto. Yo pensaba que habría sido mejor llevarlo en auto por campo abierto, porque sabía que iba a ser llamativo que fuera en el “papamóvil” parado, mirando campo. Incluso, Juan Pablo me comentó la poca población que había.

La otra idea que se me había ocurrido, pero no la aceptaron porque la vieron extraña, fue que, al pasar por la cárcel, recién inaugurada, el Papa hiciera una visita rápida a los presos. Porque él solía visitar las cárceles. Era algo que habría tenido su resonancia, pero se descartó de plano por no conocer el Nuncio la vecindad. La cosa se obvió trayendo los presos al paso del Papa: en la curva que hay saliendo del aeropuerto estaban todos los presos con custodia. Yo se los indiqué y los bendijo.

Cuando pasamos por el cuartel estaba toda la tropa formada al frente, y también los bendijo. Pero donde realmente empezó a verse gente fue en la entrada a Melo, en la calle Herrera. ¡Cada vez más gente y luego una muchedumbre! Por eso yo le tengo un reconocimiento enorme a Melo, porque el pueblo acompañó.

Llegamos a la explanada y escuchamos el jingle de Leslie Muniz: “Un pueblo está de fiesta, un pueblo canta”. Tengo un enorme agradecimiento por ese jingle, y creo que lo hemos volanteado poco. ¡La poesía, el contenido y la música, todo es precioso! Lo único era que no nombraba a Melo, pero después su autor me explicó: se esperaba que pudiera servir para otras visitas que el Papa hiciera a América.
           
El Padre Omar Alonso y Sergio Sánchez eran los animadores. Enfervorizaban a la gente. Ya había un clima positivo, pero ellos lo animaban.

Había obispos brasileños, de Río Grande especialmente, varios obispos uruguayos. Vino todo el presbiterio.

-Recuerdo que su discurso fue muy comentado…

-Es cierto, pero fue más sonado porque no lo leí. Fue espontáneo, y no por audacia, ni por salirme de la costumbre de que todo el mundo lee al dirigirse al Papa. Simplemente que no leo sin lentes, y dije: “¡Andá, que se me caigan los lentes, que no los encuentre!” Y como el Nuncio me dijo que era algo muy breve y protocolar, nada de discurso largo, pensé: bueno, lo que quiero es contextualizar el lugar en el que estamos… Entonces hablé del barrio, un lugar de gente obrera, de que por esas calles transitaban temprano trabajadores, empleadas domésticas, por otro lado los galpones… en fin, todo nos evocaba el mundo del trabajo. Estaba también el cementerio cerca…   para mí los que mueren trabajando son mártires, y bueno, ¡cómo habrían gozado nuestros antepasados   si hubieran podido vivir ese día, en que un Papa nos visitaba! ¿Se lo habría imaginado el Capitán Agustín de la Rosa, fundador de Melo?

Por eso no lo leí, y parece que fue lo que llamó la atención, porque salió más natural. El Cardenal Eduardo Martínez Somalo quedó muy impresionado. Luego me invitó a que hablara en la Nunciatura, con motivo del cumpleaños de Mons. Estanislao, ese mismo día.

-¿Cómo siguió la celebración?

-Después habló el Papa. Se refirió al mundo del trabajo y citó un fragmento de la carta encíclica Sollicitudo Rei Socialis, de 1987: “Sobre todo derecho de propiedad recae una hipoteca”. Se citó a sí mismo. Yo estuve a punto de mencionarla en mi discurso, pero   habría resultado redundante con el mensaje que el Papa dirigió a la multitud.

Finalizada la ceremonia, al bajar del escenario, Nacho (un seminarista de la Diócesis en ese momento, y actual sacerdote) le presentó un balde preparado para plantar allí las raíces de un ibirapitá, el árbol de Artigas, al que el Papa le echó unas paladas de tierra. Se le explicó a la multitud este gesto, y resta decir que dicho árbol se trasplantó a Mata y Oribe, frente a la actual fuente, donde ha crecido sin parar.

De regreso al Aeropuerto me gané un reto del actual cardenal Roberto Tucci, el que durante años fue el organizador de los viajes papales…

-¿Qué pasó?

-Al salir de la explanada de la Concordia, el Secretario privado del Papa, Mons. Estanislao me preguntó: “¿Va a pasar por la Catedral?” Le respondí que no, pues no estaba previsto. Y volvió a preguntarme: “¿Y usted quisiera que pasara?” Obviamente le respondí que sí… aunque no se había preparado nada para recibirlo. Hubo, claro, que modificar el trayecto para llegar a la Catedral.

En la escalinata había un grupo de gente: algunas Hermanas Salesianas con chicas. El Papa pasó entre la gente que estaba en el atrio. Entró en la Catedral totalmente vacía, y se hincó en el último banco, y yo junto a él. Ni siquiera estaba la imagen de la Virgen del Pilar en la hornacina, porque el P. Javier la había ubicado en el atrio, al punto tal que el Papa hubo de pasar entre la imagen y una de las columnas. La Catedral estaba, repito, desierta; el único signo era un tapiz del Papa puesto delante del ambón. Fue muy desagradable, pero ¡qué le iba a hacer! ¿Decirle a Mons. Estanislao que no fuera porque no había nada preparado? Me pareció que no habría sido adecuado.

La visita a la Catedral y el desvío del recorrido previsto no le gustó al Cardenal Tucci, que venía detrás del “papamóvil”.

En el regreso al aeropuerto se suscitó otro problema, que lo tuve por mucho tiempo como una especie de frustración, ya que, en mis palabras de bienvenida le había dicho al Santo Padre que ese día el templo de la Parroquia del Carmen cumplía 100 años. Mons. Estanislao, que ese día también cumplía años, había prestado atención, y al doblar el “papamóvil” la Avenida Saravia, y tomar por Florencio Sánchez, vio la torre del Carmen y me preguntó si era esa la iglesia que habíamos mencionado. Le dije que sí, y luego de consultarlo al Papa, empezamos a golpear al chofer para que parara. Lamentablemente no paró, prosiguiendo la marcha al aeropuerto. Después me conformé pensando que, seguramente, cuando se detuvo en la Catedral, Mons. Tucci le dijo al conductor que siguiera el itinerario y no hiciera caso si se le pedía que parara. De otra forma no se explica que, habiéndole golpeado tanto el vidrio, éste siguiera por Florencio Sánchez hasta el Aeropuerto. Había una muchedumbre esperándolo, y tenían todo preparado. Me quedé pensando que tal vez le habíamos llamado poco al chofer. Después, como compensación, casi como un desagravio, le ofrecí al Padre Basilio lo que habían dejado como obsequio a la Diócesis: cáliz, copones, y demás cosas.

Llegamos al aeropuerto, toda la gente despidiéndose… Yo sabía que el avión bordearía   el Cerro Largo, pero, para que no se apartara y para que el Papa pudiera ver la cruz que había hecho el P. Javier con la muchachada y la bendijera, quería decirle al piloto que bordeara el Cerro Largo. Íbamos en el avión, además del Papa, los obispos que, al medio día, participaríamos en el almuerzo en la Nunciatura. Estaba hablando con el aviador y vino Mons. Tucci... ¡Me pegó unos gritos! Seguía mis pasos para que no le cambiara el recorrido… Pensó que la idea de ir a la Catedral había sido mía. Me increpó. Luego me pidió disculpas pues yo, callado, volví al asiento.

Al subir al avión el Papa se sentó solo, a la izquierda, frente a la ventanilla, bien ubicado para que en el camino pudiera ver la cruz. Yo iba sentado junto al cardenal Agostino Casaroli, Secretario de Estado. En un momento salió uno de particular de la cabina, y cuando iba a volver me le acerqué para que le dijera al piloto que bordeara el Cerro Largo. Y otra vez Tucci, que iba detrás de mí, me volvió a rezongar, cosa que advirtió el Papa. Cuando estábamos bordeando el Cerro Largo me acerqué al Papa y le pedí que bendijera la cruz. Lo hizo, pero no sé si la llegó a ver.

Llegamos a Montevideo y enseguida fuimos a la Nunciatura. Recuerdo que era el cumpleaños de Mons. Estanislao. Estaba Martínez Somalo que se había quedado bien impresionado con mi discurso, por la espontaneidad, y quería que hablara de nuevo. Como era el cumpleaños de Mons. Estanislao, me pidió le dirigiera unas palabras de saludo, lo que al final no se concretó. Hice bien, ya que habría interferido con el motivo del almuerzo, que era un encuentro entre Juan Pablo II y los obispos.

Hubo unas palabras de Mons. José Gottardi, como Presidente de la CEU. La respuesta del Papa, como había poco tiempo, la entregó por escrito, no la leyó. Esa tarde tenía él la Misa con Ordenaciones Sacerdotales en Florida.

-¿Qué recuerdos y reflexiones le dejó la visita de Juan Pablo II?

-Quedé muy contento. Melo fue la única catedral que el Papa visitó en el interior, y atravesó la ciudad de un extremo a otro, pasando por todo el centro.

Mi madre amaneció engripada y no pudo ir al acto. Creo que era por los mismos nervios. Estaba designada para comulgar de manos del Papa. Lo siguió todo por televisión.

Para la gente fue muy significativo. Al otro día me vino a ver en el Obispado un muchacho que me dijo que había quedado impactado porque el Papa lo miró directamente, al pasar por la Avda. A. Saravia.

-¿Qué le pareció la película “El baño del Papa”?

-Es muy interesante. Muestra la equivocada convicción de que los uruguayos no somos religiosos y que nos iban a sacar del apuro los brasileños, viniendo en forma masiva. Fue todo lo contrario: se congregaron miles de personas venidas de la Diócesis. No me llamó la atención que no vinieran tantos de Brasil, porque antes había estado casi un mes en ese país y lo habían visto hasta el hartazgo. Atravesó Brasil desde Belén de Pará hasta Porto Alegre. Todos los días pasaban estas noticias por la televisión. ¡No iban a venir a verlo a Melo! 

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