Del libro "Levadura, fuego y sal",
entrevista de Tomás Sansón a Mons. Roberto Cáceres.
-Vamos a referirnos a uno de los momentos más emblemáticos
de la historia reciente de la Iglesia en el Uruguay: la visita de Juan Pablo II
al país, particularmente a la ciudad de Melo. ¿Puede evocar aquel
acontecimiento?
-En primer lugar recordemos que ya había venido a Uruguay.
Su primera visita fue en 1987, muy corta por cierto. Estuvo en la Catedral con
los sacerdotes, religiosos y religiosas. Al otro día prosiguió viaje a Chile;
pero no sin antes prometer volver al año siguiente. Celebró la Eucaristía en
Tres Cruces, a la cual concurrió una cantidad impresionante de gente, no
obstante el tiempo lluvioso.
En 1988 volvió. Fue recibido en el Estadio Centenario
primero; luego en la Universidad Católica, donde era Rector Mons. Luis del
Castillo SJ. Esa noche me volví en Núñez, para amanecer en Melo y recibirlo.
-¿Por qué la ciudad de Melo fue una de las elegidas para que
viniera el Papa?
-La propuesta de los
lugares que el Papa visitaría correspondió a la CEU. La idea fue elegir las
sedes más antiguas y distantes, por eso Montevideo y luego las viejas Diócesis
sufragáneas de Melo y Salto. También se eligió Florida por estar allí el
santuario de la Virgen de los Treinta y Tres, Patrona de Uruguay. Yo quedé muy
agradecido, como Obispo de Melo, del honor que nos otorgaba la Conferencia
Episcopal, y la confianza que nos dispensaba al pueblo todo de Cerro Largo y
Treinta y Tres.
En Salto hubo una Eucaristía, y en Melo una Liturgia de la
Palabra, en la que el actual Beato Juan Pablo II dirigió un mensaje al Mundo
del Trabajo y oró por él. Asistió el Presidente Julio María Sanguinetti con su
esposa.
-¿Cómo fueron los preparativos?
-Varios meses antes se formó una Comisión
Interdepartamental, presidida por los Intendentes de Cerro Largo, Rodolfo Nin
Novoa, y de Treinta y Tres, Wilson Elso Goñi. A ambos le debe la Diócesis
nuestro reconocimiento, en particular a la Intendencia de Treinta y Tres, que
formó un equipo de asesores para concurrir a reuniones en Melo siempre que fue
necesario. Recuerdo el empuje que nos daban… porque había que tener todo
pronto. Se había incluso exagerado en la seguridad.
En un principio se manejó la posibilidad de que el acto
fuera en el Parque Zorrilla, porque era emblemático desde el punto de vista
religioso, en cuanto que allí se celebró el Congreso Eucarístico de 1944. Pero
fue descartado por una simple cuestión climática: el 18 de enero se desató una
lluvia tal que inundó todo. Yo nunca lo había visto inundado. ¡Quedó bajo agua!
Inmediatamente convocamos una reunión
extraordinaria de la Comisión para buscar un nuevo lugar, porque si eso llegaba
a pasar durante la venida del Papa, hacíamos un papelón.
Algunos propusieron San José Obrero; otros hablaban de
hacerlo a lo largo de la Avenida Saviniano Pérez, poniendo el altar donde está
ahora la fuente. Pero fue el Padre Javier Mori el que sugirió el lugar donde
finalmente se hizo, que a ninguno se nos habría ocurrido. Por supuesto que se
consultó al Nuncio, Mons. Andrea Cordero Lanza di Montezemolo, que tenía
experiencia porque había estado en un país centroamericano visitado por el
Papa. Era muy meticuloso… comprendió que en el Parque Zorrilla era imposible,
por la eventualidad de lluvia.
Visitamos el lugar con el Nuncio y él dio su aprobación. Se
empezó a trabajar para poner el estrado. La Intendencia ofreció los
arquitectos, la construcción del altar… Todo. Mientras tanto, el coro municipal
preparó los cantos. Se hizo un proyecto de escenario que satisfizo a la
Comisión.
-¿Podría recordar aquel 8 de mayo de 1988?
-La noche previa el Papa durmió en la Nunciatura. Nos fuimos
al aeropuerto a esperarlo. Estaban el Intendente de Cerro Largo, Rodolfo Nin
Novoa, el Intendente de Treinta y Tres, Wilson Elso Goñi, el Presidente
Sanguinetti. Viajó desde Montevideo en avión. Tuvimos un momento de mucha
ansiedad porque estaba nublado y había un poco de suspenso sobre la posibilidad
de que pudiera bajar a tierra, ¡hasta que al fin se supo que aterrizaba!
Estaba el flamante Aeropuerto de Melo colmado de gente,
particularmente la terraza… Hay una foto linda, que quiero mucho, donde está el
Papa asomándose y yo que le abro los brazos para recibirlo. Habíamos puesto una
alfombra roja… Y recuerdo una observación que hizo el P. Javier: ¡el Papa fue
caminando fuera de la alfombra!
Luego teníamos una dificultad: el “papamóvil” que lo
esperaba en el aeropuerto. Yo pensaba que habría sido mejor llevarlo en auto
por campo abierto, porque sabía que iba a ser llamativo que fuera en el
“papamóvil” parado, mirando campo. Incluso, Juan Pablo me comentó la poca
población que había.
La otra idea que se me había ocurrido, pero no la aceptaron
porque la vieron extraña, fue que, al pasar por la cárcel, recién inaugurada,
el Papa hiciera una visita rápida a los presos. Porque él solía visitar las cárceles.
Era algo que habría tenido su resonancia, pero se descartó de plano por no
conocer el Nuncio la vecindad. La cosa se obvió trayendo los presos al paso del
Papa: en la curva que hay saliendo del aeropuerto estaban todos los presos con
custodia. Yo se los indiqué y los bendijo.
Cuando pasamos por el cuartel estaba toda la tropa formada
al frente, y también los bendijo. Pero donde realmente empezó a verse gente fue
en la entrada a Melo, en la calle Herrera. ¡Cada vez más gente y luego una
muchedumbre! Por eso yo le tengo un reconocimiento enorme a Melo, porque el
pueblo acompañó.
Llegamos a la explanada y escuchamos el jingle de Leslie
Muniz: “Un pueblo está de fiesta, un pueblo canta”. Tengo un enorme
agradecimiento por ese jingle, y creo que lo hemos volanteado poco. ¡La poesía,
el contenido y la música, todo es precioso! Lo único era que no nombraba a
Melo, pero después su autor me explicó: se esperaba que pudiera servir para
otras visitas que el Papa hiciera a América.
El Padre Omar Alonso y Sergio Sánchez eran los animadores.
Enfervorizaban a la gente. Ya había un clima positivo, pero ellos lo animaban.
Había obispos brasileños, de Río Grande especialmente,
varios obispos uruguayos. Vino todo el presbiterio.
-Recuerdo que su discurso fue muy comentado…
-Es cierto, pero fue más sonado porque no lo leí. Fue
espontáneo, y no por audacia, ni por salirme de la costumbre de que todo el
mundo lee al dirigirse al Papa. Simplemente que no leo sin lentes, y dije:
“¡Andá, que se me caigan los lentes, que no los encuentre!” Y como el Nuncio me
dijo que era algo muy breve y protocolar, nada de discurso largo, pensé: bueno,
lo que quiero es contextualizar el lugar en el que estamos… Entonces hablé del
barrio, un lugar de gente obrera, de que por esas calles transitaban temprano
trabajadores, empleadas domésticas, por otro lado los galpones… en fin, todo
nos evocaba el mundo del trabajo. Estaba también el cementerio cerca… para mí los que mueren trabajando son mártires,
y bueno, ¡cómo habrían gozado nuestros antepasados si hubieran podido vivir ese día, en que un
Papa nos visitaba! ¿Se lo habría imaginado el Capitán Agustín de la Rosa,
fundador de Melo?
Por eso no lo leí, y parece que fue lo que llamó la
atención, porque salió más natural. El Cardenal Eduardo Martínez Somalo quedó
muy impresionado. Luego me invitó a que hablara en la Nunciatura, con motivo
del cumpleaños de Mons. Estanislao, ese mismo día.
-¿Cómo siguió la celebración?
-Después habló el Papa. Se refirió al mundo del trabajo y
citó un fragmento de la carta encíclica Sollicitudo Rei Socialis, de 1987:
“Sobre todo derecho de propiedad recae una hipoteca”. Se citó a sí mismo. Yo
estuve a punto de mencionarla en mi discurso, pero habría resultado redundante con el mensaje que
el Papa dirigió a la multitud.
Finalizada la ceremonia, al bajar del escenario, Nacho (un
seminarista de la Diócesis en ese momento, y actual sacerdote) le presentó un
balde preparado para plantar allí las raíces de un ibirapitá, el árbol de
Artigas, al que el Papa le echó unas paladas de tierra. Se le explicó a la
multitud este gesto, y resta decir que dicho árbol se trasplantó a Mata y
Oribe, frente a la actual fuente, donde ha crecido sin parar.
De regreso al Aeropuerto me gané un reto del actual cardenal
Roberto Tucci, el que durante años fue el organizador de los viajes papales…
-¿Qué pasó?
-Al salir de la explanada de la Concordia, el Secretario
privado del Papa, Mons. Estanislao me preguntó: “¿Va a pasar por la Catedral?”
Le respondí que no, pues no estaba previsto. Y volvió a preguntarme: “¿Y usted quisiera
que pasara?” Obviamente le respondí que sí… aunque no se había preparado nada
para recibirlo. Hubo, claro, que modificar el trayecto para llegar a la
Catedral.
En la escalinata había un grupo de gente: algunas Hermanas
Salesianas con chicas. El Papa pasó entre la gente que estaba en el atrio.
Entró en la Catedral totalmente vacía, y se hincó en el último banco, y yo
junto a él. Ni siquiera estaba la imagen de la Virgen del Pilar en la
hornacina, porque el P. Javier la había ubicado en el atrio, al punto tal que
el Papa hubo de pasar entre la imagen y una de las columnas. La Catedral
estaba, repito, desierta; el único signo era un tapiz del Papa puesto delante
del ambón. Fue muy desagradable, pero ¡qué le iba a hacer! ¿Decirle a Mons.
Estanislao que no fuera porque no había nada preparado? Me pareció que no
habría sido adecuado.
La visita a la Catedral y el desvío del recorrido previsto
no le gustó al Cardenal Tucci, que venía detrás del “papamóvil”.
En el regreso al aeropuerto se suscitó otro problema, que lo
tuve por mucho tiempo como una especie de frustración, ya que, en mis palabras
de bienvenida le había dicho al Santo Padre que ese día el templo de la
Parroquia del Carmen cumplía 100 años. Mons. Estanislao, que ese día también
cumplía años, había prestado atención, y al doblar el “papamóvil” la Avenida
Saravia, y tomar por Florencio Sánchez, vio la torre del Carmen y me preguntó
si era esa la iglesia que habíamos mencionado. Le dije que sí, y luego de
consultarlo al Papa, empezamos a golpear al chofer para que parara.
Lamentablemente no paró, prosiguiendo la marcha al aeropuerto. Después me
conformé pensando que, seguramente, cuando se detuvo en la Catedral, Mons.
Tucci le dijo al conductor que siguiera el itinerario y no hiciera caso si se
le pedía que parara. De otra forma no se explica que, habiéndole golpeado tanto
el vidrio, éste siguiera por Florencio Sánchez hasta el Aeropuerto. Había una
muchedumbre esperándolo, y tenían todo preparado. Me quedé pensando que tal vez
le habíamos llamado poco al chofer. Después, como compensación, casi como un
desagravio, le ofrecí al Padre Basilio lo que habían dejado como obsequio a la
Diócesis: cáliz, copones, y demás cosas.
Llegamos al aeropuerto, toda la gente despidiéndose… Yo
sabía que el avión bordearía el Cerro
Largo, pero, para que no se apartara y para que el Papa pudiera ver la cruz que
había hecho el P. Javier con la muchachada y la bendijera, quería decirle al
piloto que bordeara el Cerro Largo. Íbamos en el avión, además del Papa, los
obispos que, al medio día, participaríamos en el almuerzo en la Nunciatura.
Estaba hablando con el aviador y vino Mons. Tucci... ¡Me pegó unos gritos!
Seguía mis pasos para que no le cambiara el recorrido… Pensó que la idea de ir
a la Catedral había sido mía. Me increpó. Luego me pidió disculpas pues yo,
callado, volví al asiento.
Al subir al avión el Papa se sentó solo, a la izquierda,
frente a la ventanilla, bien ubicado para que en el camino pudiera ver la cruz.
Yo iba sentado junto al cardenal Agostino Casaroli, Secretario de Estado. En un
momento salió uno de particular de la cabina, y cuando iba a volver me le
acerqué para que le dijera al piloto que bordeara el Cerro Largo. Y otra vez
Tucci, que iba detrás de mí, me volvió a rezongar, cosa que advirtió el Papa.
Cuando estábamos bordeando el Cerro Largo me acerqué al Papa y le pedí que
bendijera la cruz. Lo hizo, pero no sé si la llegó a ver.
Llegamos a Montevideo y enseguida fuimos a la Nunciatura.
Recuerdo que era el cumpleaños de Mons. Estanislao. Estaba Martínez Somalo que
se había quedado bien impresionado con mi discurso, por la espontaneidad, y
quería que hablara de nuevo. Como era el cumpleaños de Mons. Estanislao, me
pidió le dirigiera unas palabras de saludo, lo que al final no se concretó.
Hice bien, ya que habría interferido con el motivo del almuerzo, que era un
encuentro entre Juan Pablo II y los obispos.
Hubo unas palabras de Mons. José Gottardi, como Presidente
de la CEU. La respuesta del Papa, como había poco tiempo, la entregó por
escrito, no la leyó. Esa tarde tenía él la Misa con Ordenaciones Sacerdotales
en Florida.
-¿Qué recuerdos y reflexiones le dejó la visita de Juan
Pablo II?
-Quedé muy contento. Melo fue la única catedral que el Papa
visitó en el interior, y atravesó la ciudad de un extremo a otro, pasando por
todo el centro.
Mi madre amaneció engripada y no pudo ir al acto. Creo que
era por los mismos nervios. Estaba designada para comulgar de manos del Papa.
Lo siguió todo por televisión.
Para la gente fue muy significativo. Al otro día me vino a
ver en el Obispado un muchacho que me dijo que había quedado impactado porque
el Papa lo miró directamente, al pasar por la Avda. A. Saravia.
-¿Qué le pareció la película “El baño del Papa”?
-Es muy interesante. Muestra la equivocada convicción de que
los uruguayos no somos religiosos y que nos iban a sacar del apuro los
brasileños, viniendo en forma masiva. Fue todo lo contrario: se congregaron
miles de personas venidas de la Diócesis. No me llamó la atención que no
vinieran tantos de Brasil, porque antes había estado casi un mes en ese país y
lo habían visto hasta el hartazgo. Atravesó Brasil desde Belén de Pará hasta
Porto Alegre. Todos los días pasaban estas noticias por la televisión. ¡No iban
a venir a verlo a Melo!
No hay comentarios:
Publicar un comentario