Recibiendo el cariño de la gente en la celebración de sus Bodas de Oro Sacerdotales, 24.11.1990 |
Antes de venir a la Diócesis de Melo, en 2003, y visitar por primera vez La Charqueada, yo había oído hablar del P. Monteleone y de la obra de La Charqueada, dos nombres que aparecían siempre asociados.
No lo conocí personalmente. Lo fui conociendo a través de los recuerdos que me fue compartiendo la comunidad de Charqueada en mis sucesivas visitas a lo largo de estos cinco años como obispo de la Diócesis de Melo (Cerro Largo y Treinta y Tres).
Así me fueron contando de su llegada con toda sencillez y humildad, con una vieja valija de cartón como único equipaje.
Me contaron que antes de que el llegara, "en Charqueada no había nada" y que todo se fue haciendo con el impulso y la conducción que él supo dar.
Al evocarlo en este aniversario, y nada menos que frente a quienes lo conocieron personalmente, me he preguntado qué aspecto resaltar de su personalidad.
Creo que el aspecto más importante, el que dio sentido a su vida y a su obra fue su condición de sacerdote. Él no era un trabajador social (dicho esto con todo respecto por los trabajadores sociales). Era un sacerdote.
Para quien no es creyente, el sacerdote puede ser visto como el funcionario de una institución religiosa. Es cierto, la Iglesia es una institución; el sacerdote cumple funciones... pero la mirada creyente ve más allá.
La mirada creyente descubre la presencia de Dios; de ese Dios que, como nos lo describe el salmo que rezamos hoy, "es bueno con todos y tiene compasión de todas sus criaturas" (S. 144).
El sacerdote es, ante todo, un creyente, un bautizado, llamado, como todo cristiano, a seguir a Jesucristo en el amor a Dios y al prójimo.
Pero es alguien que ha recibido un llamado especial. Ha sido "tomado de entre los hombres para servirlos en lo que se refiere a Dios" (Hebreos 5,1).
Vicente Monteleone escuchó este llamado y respondió en el ámbito de la congregación salesiana. Un carisma especialmente dirigido a los jóvenes y a los pobres, apuntando a través de la educación a su desarrollo integral.
Con esa visión llegó a Charqueada y allí sintió un segundo llamado, que lo hizo pasar al clero diocesano y quedarse aquí hasta el final de su vida, buscando promover el desarrollo integral de esta comunidad y de cada uno de sus miembros.
Con la comunidad llevó adelante muchos emprendimientos. Algunos terminaron, otros continúan.
Hay cosas que corresponden a un momento determinado y luego pierden significación.
Sin embargo, para continuar en fidelidad a la obra del P. Monteleone en Charqueada, hay que volver a aquéllo que constituyó la razón profunda de su ser y de su hacer: su fe, su espiritualidad.
Creo que Charqueada tiene que recordar y volver a esa fuente. El verdadero desarrollo no se agota en el progreso material. Es más: ese crecimiento material se vuelve un empobrecimiento si ahoga la dimensión espiritual, aquella que nos permite trascendernos, salir de nuestro egoísmo -de nuestra "autorreferencialidad", diría el Papa Francisco- para abrirnos a Dios y a nuestro prójimo, especialmente el más desfavorecido y necesitado, el herido del camino.
La vida espiritual que animó la acción del P. Monteleone estaba muy lejos de ser la búsqueda de una "paz" y una "armonía" de evasión, de aislamiento.
Volvamos al significado del sacerdocio: hacer presente a Cristo Pan de Vida, y hacerse con Él Pan para el Pueblo de Dios, para que todos en Él tengan vida.
Creo que es eso lo que el P. Vicente quiso realizar en Charqueada como sacerdote.
Al celebrar este aniversario, al dar gracias por lo que ha significado su vida, pidamos al Señor poder vivir esa misma fe que lo animó en todos sus emprendimientos en favor de este pueblo. Así sea.
+ Heriberto, Obispo de Melo (Cerro Largo y Treinta y Tres)
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