+ Heriberto
La oportunidad perdida
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Hay tres cosas que no vuelven:
la flecha lanzada, la palabra dicha,
y la oportunidad perdida. |
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W. Barclay
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En aquella tarde de verano del año 57,
los parlantes callejeros anunciaban la proyección de la película Arroz Amargo con Sofía Loren (*) y Silvana
Mangano, como oportunidad única, para esa noche.
En el mismo día, el camión de la Junta
Municipal había regado las entoscadas calles, aplacando el polvo y paliando
algo el agobiante calor, así que con mi esposo resolvimos concurrir al Cine al
aire libre en la calle Montevideo, disfrutar el espectáculo y la frescura que
suponíamos traería la noche..
A poco de iniciada la acción, se acercó
el acomodador para informarnos que me llamaban del Hospital para una
emergencia. Dejando que mi esposo siguiera solo con el “Arroz”, acudí al
llamado.
La vieja sala de operaciones en el actual
pasillo del teléfono estaba pronta. Doña Margarita (Margarita Damasco de
García) se afanaba en los mínimos detalles. Sobre una vitrina había colocado un
ventilador y bajo él una fuente con hielo, buscando refrescar el pesado y
tormentoso ambiente.
En la salita contigua los dos cirujanos
se preparaban, ofreciendo vivo contraste.. El Dr. José Levín con el torso
desnudo y el Dr. Carlos Fischer con camiseta afelpada, cuyas mangas lucía
arrolladas por encima de los codos, procedían al enérgico cepillado de manos y
antebrazos, mientras a través de los respectivos tapabocas hacían breves
comentarios.
El paciente con un cuadro de apendicitis
aguda, estaba sujeto de manos y piernas a la mesa y mientras Doña Margarita
ayudaba a los médicos a vestir la túnica estéril, atársela en la espalda y
ofrecerles los guantes, preparé la anestesia consistente en una inyección de
Pentotal seguida de la careta con éter, como era el uso de la época.
Pese al sistema de “refrigeración” de
Doña Margarita, el calor era sofocante y por los mal ajustados cierres de las
banderolas comenzaron a ingresar a la sala miríadas de pequeños insectos
verdes, atraídos por la intensa luz de la lámpara que pendía sobre la mesa de
operaciones.
En aquella época las lamparillas
utilizadas para esa gran lámpara eran comunes, por lo que, además de luz
irradiaban calor. Los insectos que hacían contacto caían abrasados sobre las
cabezas de los cirujanos, inclinados sobre el paciente, y sobre sus espaldas.
El Dr. Fischer con su camiseta afelpada no se daba por enterado, en cambio el
Dr. Levín se estremecía cada vez que uno o varios insectos caían en las
aberturas que quedaban entre uno y otro lazo de la túnica atada en la espalda.
Bastaba ese gesto para que Doña Margarita corriera con una compresa mojada a
solucionar el problema.
Localizado tras laboriosa búsqueda el muy
escondido apéndice y resuelto satisfactoriamente el motivo de la intervención,
ambos cirujanos levantaron sus cabezas y los insectos caían en la aún abierta
cavidad abdominal.
El Dr. Fischer emitía un shhhhh tratando
de espantarlos acompañándose de un gesto de la mano.
El Dr. Levín se limitó a pedir suero a
Doña Margarita; suero que ella misma preparaba en la antigua farmacia y
esterilizaba en un autoclave calentado con dos primus de doble boquilla, y que
durante la operación mantenía tibio al baño María. Mientras Doña Margarita
regaba abundante suero, el aspirador manejado por el Dr. Levín se llevaba el suero
del lavado y los insectos que habían caído Entonces el Dr. Levín nos dio “su
clase”.
“Supongamos -dijo- que tuviéramos aquí
millones de bacterias. Con el lavado las hemos reducido a cientos de miles
primero, a miles después y con otro litro de suero las llevamos a sólo unos
pocos cientos. Pero sigamos lavando y tal vez quede solo una decena o ninguna,
pero por las dudas espolvoreamos abundante polvo antibiótico y no necesitamos
dejar tubos de drenaje porque ya no quedan rastros de infección”.
A su vez el Dr. Fischer también nos dio
su clase. “Mire Nurse -me dijo- Ud. se habrá asombrado de que en este día de
calor yo use camiseta. Pues sí, la uso invierno y verano. En invierno me evita
el frío y en verano absorbe la transpiración. Yo no sufrí las molestias por el
calor y los insectos que sufrió nuestro joven cirujano y tampoco suelo
resfriarme”.
La operación había terminado y salí a
sala de espera. Allí estaba mi esposo y compañero de toda una vida y juntos
emprendimos el regreso a casa acompañados por la luz de las estrellas y los
zumbidos de los numerosos insectos de todo tipo que parecían presagiar la
lluvia refrescante que anhelábamos.
Nunca más tuve oportunidad de ver “Arroz
Amargo”, que no fue más que ficción. En cambio, sí tuve oportunidad real de formar
parte de un equipo de trabajo, con la invalorable e incansable Doña Margarita y
con dos grandes médicos cirujanos, cada uno en un extremo opuesto de su carrera
profesional, pero ambos responsables y prestos a cualquier hora si se trataba
de salvar una vida.
Años más tarde regresaba una fría madrugada a
mi casa en el auto del Dr. Zeballos. Había administrado anestesia ligera para
solucionar un parto de mellizos que “venían de pie”, atendido por el Dr.
Zeballos. Se llaman Jesús y David...
A pesar de la hora, el Doctor me manifestó
que no estaba cansado, porque cuando las cosas salen bien, no importa lo que se
haya luchado: el cuerpo siente el optimismo del ánimo y descansa sin necesidad
de ayuda, por la sola satisfacción de haber contribuido a que alguien sea
feliz. Y así era, en efecto.
María
del Carmen F. de Bodeant
(*) En realidad, en esa película no actuaba Sofía Loren; sí Silvana Mangano.
3 comentarios:
Hermosa entrega de amor y profesionalidad! !!! De Humanidad , Gratuidad!!!!!
Un beso grande para ti Beto!!! Siempre estás en la historia de nuestro pueblo !!! Gracias a tu mamá que también como nosotros hacemos feliz a alguien cuando luchamos por la vida!!!! Trabajo en la salud y tengo conciencia de lo vivido por ella y contigo supo hacer felices a unos cuantos! !!!!
Hermoso relato, mi entrañable profesora de Biología, la confidente ideal en épocas de dictadura cuando dicto clases para nosotros y nos enseño a pensar libremente.
Se extraña, los grandes siempre se extrañan, pero nunca se olvidan.
Silvia Borba
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