miércoles, 22 de octubre de 2014

En camino hacia el 30° Encuentro de Diócesis de Frontera, Encarnación (Paraguay) 2015

 
En la ciudad de Uruguaiana, Río Grande do Sul, se reunió hoy un equipo formado por 14 personas  de las Diócesis de Encarnación, Santo Ângelo, Concordia, Salto, Melo y la iglesia anfitriona, para preparar el 30° encuentro de Diócesis de Frontera que será en Encarnación, Paraguay del 18 al 19 de mayo de 2015. La ciudad paraguaya estará celebrando los 400 años de su fundación por San Roque González, el mártir de las Misiones Jesuiticas que abarcaron parte de los territorios de Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay. Los 50 años de la clausura del Concilio Vaticano II serán motivo de celebración y reflexión, en especial en lo que concierne a la vocación y misión del laico, con testimonios laicales de los cuatro países.
 
De esta forma, los vecinos hemos comenzado la preparación del 30° Encuentro de Diócesis de Frontera, a realizarse en Encarnación, Paraguay, en los días 18, 19 y 20 de mayo de 2015.

Se trata de un acontecimiento siempre muy esperado por todos, teniendo en perspectiva la importancia del encuentro cordial y fraternal de hermanos y hermanas que integran nuestras Iglesias particulares, en el cual se reflexiona sobre temas de relevancia para nuestras acciones pastorales y misioneras.

Pretendemos estrechar los lazos de amistad de nuestros pueblos y compartir problemas y desafíos que nos envuelven y nos afectan. En nombre de la fe cristiana, movimos y sostenidos por el Espíritu Santo, habremos de encontrar caminos viables para nuestras urgencias.

El Concilio Vaticano II continúa desafiándonos a ser una Iglesia auténticamente misionera, que responda positivamente a los anhelos y necesidades de las poblaciones que viven clamando por más vida, libertad, colegialidad, corresponsabilidad, participación y comunión. El Documento de Aparecida, contextualizando aún mejor los desafíos del mismo Concilio, en su número 370, habla con mucho énfasis de tener una conversión pastoral, cuando afirma textualmente:
La conversión pastoral de nuestras comunidades exige que se pase de una pastoral de mera conservación a una pastoral decididamente misionera. Así será posible que “el único programa del Evangelio siga introduciéndose en la historia de cada comunidad eclesial”  (NMI 12) con nuevo ardor misionero, haciendo que la Iglesia se manifieste como una madre que sale al encuentro, una casa acogedora, una escuela permanente de comunión misionera.
Desde estas consideraciones, en la presencia del Señor, fuimos buscando fuerza y luz para encaminarnos, de la mejor manera posible al encuentro del próximo año, a fin de que sea fructuoso para todos nosotros, que buscamos caminar juntos en este rincón del mundo.

Así hemos definido como tema:
Los vecinos se encuentran para compartir, reflexionar y celebrar
la vocación y misión del laico
a partir de la eclesiología del Vaticano II
en tiempos de conversión pastoral
por una vida más plena y digna de nuestros pueblos
 Como texto inspirador hemos tomado el pasaje de Mateo 5,13-16: Sal y Luz de la Tierra:
Ustedes son la sal de la tierra. Mas si la sal se desvirtúa, ¿con qué se la salará? Ya no sirve para nada más que para ser tirada afuera y pisoteada por los hombres.
Ustedes son la luz del mundo. No puede ocultarse una ciudad situada en la cima de un monte. Ni tampoco se enciende una lámpara y la ponen debajo de la mesa, sino sobre el candelero, para que alumbre a todos los que están en la casa.
Brille así su luz delante de los hombres, para que vean sus buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos.
También enmarcarán nuestra reflexión dos textos del Magisterio:
Los seglares, cuya vocación específica los coloca en el corazón del mundo y a la guía de las más variadas tareas temporales, deben ejercer por lo mismo una forma singular de evangelización.
Su tarea primera e inmediata no es la institución y el desarrollo de la comunidad eclesial —esa es la función específica de los Pastores—, sino el poner en práctica todas las posibilidades cristianas y evangélicas escondidas, pero a su vez ya presentes y activas en las cosas del mundo. El campo propio de su actividad evangelizadora, es el mundo vasto y complejo de la política, de lo social, de la economía, y también de la cultura, de las ciencias y de las artes, de la vida internacional, de los medios de comunicación de masas, así como otras realidades abiertas a la evangelización como el amor, la familia, la educación de los niños y jóvenes, el trabajo profesional, el sufrimiento, etc. Cuantos más seglares hayan impregnados del Evangelio, responsables de estas realidades y claramente comprometidos en ellas, competentes para promoverlas y conscientes de que es necesario desplegar su plena capacidad cristianas, tantas veces oculta y asfixiada, tanto más estas realidades —sin perder o sacrificar nada de su coeficiente humano, al contrario, manifestando una dimensión trascendente frecuentemente desconocida— estarán al servicio de la edificación del reino de Dios y, por consiguiente, de la salvación en Cristo Jesús. (Evangelii Nuntiandi, 70)
Los fieles laicos son “los cristianos que están incorporados a Cristo por el bautismo, que forman el pueblo de Dios y participan de las funciones de Cristo: sacerdote, profeta y rey. Ellos realizan, según su condición, la misión de todo el pueblo cristiano en la Iglesia y en el mundo”. Son “hombres de la Iglesia en el corazón del mundo, y hombres del mundo en el corazón de la Iglesia”.
Su misión propia y específica se realiza en el mundo, de tal modo que, con su testimonio y su actividad, contribuyan a la transformación de las realidades y la creación de estructuras justas según los criterios del Evangelio. “El ámbito propio de su actividad evangelizadora es el mismo mundo vasto y complejo de la política, de realidad social y de la economía, como también el de la cultura, de las ciencias y de las artes, de la vida internacional, de los ‘mass media’, y otras realidades abiertas a la evangelización, como son el amor, la familia, la educación de los niños y adolescentes, el trabajo profesional y el sufrimiento”. Además, tienen el deber de hacer creíble la fe que profesan, mostrando autenticidad y coherencia en su conducta.
(Documento de Aparecida, 209-210).

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