domingo, 1 de mayo de 2016

Enfoques Dominicales: Día de los Trabajadores - Fiesta de San José Obrero

La sagrada familia en el taller de Nazareth
   Melchor Pérez Holguín, Potosí, Bolivia, S. XVIII

Este domingo 1° de mayo es el día de los trabajadores y es también la fiesta de San José Obrero.

Aquí, en Melo, tenemos una parroquia dedicada a San José, aquel trabajador de Galilea que fue en la tierra el padre del Hijo de Dios. Jesús no se avergonzó de ser llamado “el hijo del carpintero”. Vaya, entonces, para la comunidad de San José Obrero, donde hoy tuvimos ya la celebración de la Misa, un cordial saludo, así como a su párroco, el P. Miguel Hutchings.

A fines del siglo XIX, en plena revolución industrial, los obreros luchaban por la reducción de la jornada de trabajo. Pasar de jornadas de hasta 12 o 14 horas, a una jornada de 8 horas.

En el marco de esa reivindicación, el 1º de mayo de 1886, hace hoy 130 años, 200.000 trabajadores de los Estados Unidos fueron a la huelga. Ese día, en la ciudad de Chicago 80.000 trabajadores se manifestaron en la calle.

Las movilizaciones continuaron en los días siguientes. Una bomba mató a varios policías y llevó al arresto de cuatro de los principales dirigentes sindicales, posteriormente  juzgados y condenados a muerte, sin que hubiera verdaderas pruebas de su culpabilidad. Hoy son recordados como “los mártires de Chicago” y la jornada del primero de mayo quedó establecida entre los trabajadores y un feriado reconocido por muchos países, como el nuestro. Es una jornada de memoria y reivindicaciones sociales y laborales.

En el año 1955 el Papa Pío XII instituyó la fiesta de San José Obrero, para que el Santo Custodio de la Sagrada Familia “sea para todos los obreros del mundo, especial protector ante Dios, y escudo para tutela y defensa en las penalidades y en los riesgos del trabajo”.

Claro que la mirada de la Iglesia sobre el mundo del trabajo en los tiempos modernos había comenzado mucho antes… En 1891 el Papa León XIII, el mismo que seis años más tarde crearía la Diócesis de Melo, entregaba su carta Rerum Novarum. Rerum Novarum quiere decir “las cosas nuevas”, pero el subtítulo de la carta es clarísimo: “sobre la situación de los obreros”. El Papa señalaba allí que “un número sumamente reducido de opulentos y adinerados ha impuesto poco menos que el yugo de la esclavitud a una muchedumbre infinita de proletarios.”

De esta forma se iniciaba lo que hoy llamamos “Doctrina social de la Iglesia”, que se ha continuado con la enseñanza de los Papas.

En ese desarrollo tuvo un papel muy importante San Juan Pablo II, especialmente con su carta Laborem Excercens, sobre el trabajo humano, a 90 años de aquella primera carta de León XIII.

Aquí en Melo tuvimos el privilegio de escuchar al propio Juan Pablo II, cuando nos visitó el domingo 8 de mayo de 1988, en la explanada del barrio La Concordia, donde todavía se puede leer en los muros del fondo: “Juan Pablo II, el mundo del trabajo te saluda”. El mundo del trabajo, porque a ese mundo iba dirigido el mensaje del Papa para ese día.

Mons. Roberto Cáceres recibió a Juan Pablo II con una acabada demostración de su capacidad de oratoria, hablando sin papeles con total fluidez, con una gran calidez y con su espíritu siempre lleno de optimismo y esperanza.

El Papa entregó su mensaje en el que recordó el valor del trabajo humano, a través del cual “la persona se perfecciona a sí misma, obtiene los recursos para sostener a su familia, y contribuye a la mejora de la sociedad en la que vive. Todo trabajo es testimonio de la dignidad del hombre, de su dominio sobre la creación, y cualquier trabajo honrado es digno de aprecio” subrayó el Santo Padre.

A partir de esa valoración del trabajo humano, Juan Pablo II llamó a todos los fieles católicos y a todos los uruguayos de buena voluntad a instaurar una “civilización del trabajo”, un proyecto cuya realización exige, entre otras cosas “un esfuerzo educativo de las jóvenes generaciones en las virtudes del trabajo y en la práctica de la espiritualidad que le es propia (Laborem Exercens, 24-27)”.

Tuvo también palabras para quienes poseen la tierra y otras clases de bienes, recordando que “que sobre toda propiedad privada, ‘grava una hipoteca social’ que les obliga a procurar que sus propiedades rindan en beneficio de la colectividad.”

A los empresarios recordó que “la prioridad del trabajo sobre el capital convierte en un deber de justicia... anteponer el bien de los trabajadores al aumento de las ganancias.”

Expresó su cercanía a quienes se dedican a la actividad sindical recordando la posición de la doctrina de la Iglesia que considera que su fin es “la lucha por la justicia social, por los justos derechos de los hombres del trabajo según las distintas profesiones... pero no es una lucha ‘contra los demás’”.

No se olvidó de los trabajadores rurales, pidiendo que pueda acceder a condiciones de vida que eviten que el campo se siga vaciando.

Finalmente, destacó “la importancia de valorar socialmente las funciones que con abnegación y entrega, desempeñan en sus casas, las madres de familia”. “Con esto deseo hacer patente el reconocimiento y homenaje que se debe a la mujer uruguaya.”

El mensaje de Juan Pablo II concluyó invitándonos a contemplar a Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios, pero también “el hijo del carpintero”. Él “santificó la noble realidad del trabajo humano, desarrollando, durante la mayor parte de su vida, la humilde labor de un artesano. Jesús nos enseñó, de este modo, a valorar el trabajo en función del amor con que lo hagamos.”
 
+ Heriberto

No hay comentarios: