domingo, 15 de mayo de 2016

Enfoques Dominicales: Domingo de Pentecostés

Recuerdos de San Juan Pablo II

Estos días pasados estuvieron marcados por dos aniversarios relacionados con San Juan Pablo II: el domingo 8 se cumplieron 28 años de su visita a Melo, en 1988, con su mensaje al mundo del trabajo, del cual hablamos el domingo 1 de mayo.
El viernes pasado, 13 de mayo, día de Nuestra Señora de Fátima, se cumplieron los 35 años del atentado que el Papa sufrió en la plaza de San Pedro. Un periodista del diario italiano La Repubblica recordaba esos hechos de 1981 y decía: “Rezábamos atónitos pensando que el Papa estaba muerto”. Pero no estaba muerto, y fue así que pocos años después lo recibimos dos veces en Uruguay, en 1987 y en 1988.

La promesa del Espíritu Santo

Hoy la Iglesia celebra la solemnidad de Pentecostés, la venida del Espíritu Santo, y a eso quisiera referirme hoy.
Si hay algo que Jesús ha prometido insistentemente, es el don del Espíritu Santo.
Basta leer su discurso de despedida en el Evangelio de Juan:
- «Yo pediré al Padre y él les enviará otro Paráclito... el Espíritu de la verdad» (Jn 14,16.17);
- «El Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, él les enseñará todo» (Jn 14,26);
- «Cuando venga el Paráclito, el Espíritu de la verdad... él dará testimonio de mí» (Jn 15,26);
- «Les conviene que yo me vaya, porque si no me voy, el Paráclito no vendrá a ustedes; pero si me voy, yo lo enviaré a ustedes» (Jn 16,7);
- «Cuando venga él, el Espíritu de la verdad, él los llevará a la verdad plena» (Jn 16,13).
El mismo Evangelio de Juan, en el pasaje que se lee este domingo, nos presenta a Jesús entregando el Espíritu Santo:
«Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: ‘Reciban el Espíritu Santo. A quienes perdonen los pecados, les quedarán perdonados; a quienes se los retengan, les quedarán retenidos’» (Jn 20,22-23).
Y en la primera lectura, de los Hechos de los Apóstoles, escuchamos el relato de Pentecostés:
«Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en un mismo lugar.
De repente vino del cielo un ruido como el de una ráfaga de viento impetuoso, que llenó toda la casa en la que se encontraban.
Se les aparecieron unas lenguas como de fuego que se repartieron y se posaron sobre cada uno de ellos; quedaron todos llenos del Espíritu Santo y se pusieron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse» (Hch 2,1-4).
Vamos a detenernos en algunas de las palabras y de los signos que aparecen en estos pasajes de la Escritura para entender mejor lo que los discípulos están viviendo.

Pentecostés: 50 días

¿Qué quiere decir esta palabra de origen griego? Hace referencia a 50 días (pensemos en “pentágono”, la figura de 5 lados; “penta” = cinco). Son 50 días a partir de la Pascua, de la Resurrección de Jesús. La resurrección de Jesús ocurre en el día que llamamos hoy Domingo (“el día del Señor), que era el día siguiente al séptimo día de la semana, el Sábado. El domingo es el primer día de la semana. Si tomamos siete semanas (una “semana” de semanas) tenemos 49 días. El día siguiente al último sábado, ese primer día de la semana es el día 50: el Pentecostés. Esto pone la venida del Espíritu Santo en relación a la resurrección de Jesús, como un fruto directo de la Pascua. Por eso Jesús había dicho “les conviene que yo me vaya…”

Paráclito: el abogado defensor

En su promesa de la venida del Espíritu, tres veces Jesús llama “Paráclito” al Espíritu Santo. Esta otra palabra griega, tan extraña, tiene un significado muy hermoso. “Para” quiere decir “que está al lado” (pensemos en las líneas “para-lelas”, una al lado de la otra). “Clito” viene de un verbo que significa “llamar”. En latín, esta palabra griega se traduce como “Advocatus”, de la que viene nuestra palabra “abogado”. “Ad”: al lado; “vocatus”: llamado (como en vocación). Con esta palabra, el Espíritu Santo es presentado como Defensor, que habla por nosotros. En el Evangelio de Mateo, Jesús se refiere claramente a esto:
«Por mi causa ustedes serán llevados ante gobernadores y reyes, para que den testimonio ante ellos y ante los gentiles. Pero cuando los entreguen, no se preocupen de cómo o qué van a decir. Lo que tengan que decir se les comunicará en aquel momento. Porque no serán ustedes los que hablarán, sino el Espíritu de su Padre el que hablará en ustedes» (Mt 10,18-20).

El soplo de Dios viviente

“Vino del cielo un ruido como el de una ráfaga de viento impetuoso, que llenó toda la casa”, dice el relato de Pentecostés. El viento, al igual que el fuego, el signo que veremos a continuación, puede ser terriblemente destructor. Todavía recordamos lo que pasó recientemente en Dolores. Pero el viento mueve. En aquellos tiempos de navegación a vela, hacía posible los viajes. Los molinos utilizan su energía. Los discípulos, que habían estado encerrados hasta entonces, se dejarán mover por el viento del Espíritu. Como decía Jesús a Nicomedo: “el viento sopla donde quiere, y oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así es todo el que nace del Espíritu” (Jn 3,8).
Pero en el Evangelio de Juan, Jesús entrega el Espíritu Santo soplando sobre sus discípulos. Este viento es, entonces, el aliento vital de Jesús Resucitado. Pensemos en el relato de la creación: “Entonces Yahveh Dios formó al hombre con polvo del suelo, e insufló en sus narices aliento de vida, y resultó el hombre un ser viviente” (Génesis 2,7). A diferencia de los animales, que también van a ser modelados de barro, Dios comunica al hombre la vida soplando sobre él. El hombre tiene un alma, una dimensión espiritual, que viene del soplo de Dios. El soplo de Jesús comunicando el Espíritu Santo entrega al hombre una vida nueva en el Espíritu.

Corazones encendidos por el fuego del Espíritu

En el relato del libro de los Hechos, el Espíritu Santo se manifiesta como una serie de lenguas de fuego que se posan sobre la cabeza de cada uno de los presentes. Pensemos en el relato de la vocación de Moisés, “el ángel de Yahveh se le apareció en forma de llama de fuego, en medio de una zarza” (Éxodo 3,2).
El fuego del Espíritu enciende en Moisés el ardor interior. Habiendo encontrado a Dios, Moisés queda lleno de un ardor que lo hará mantenerse firme “como si viera al invisible” (Hebreos 11,27).
Los discípulos de Emáus, que han abandonado la comunidad, decepcionados por la muerte de Jesús, sintieron arder sus corazones cuando Jesús, en el camino, les fue explicando las Escrituras (Lucas 24,32).
El don que ha recibido Timoteo por la imposición de las manos de Pablo puede ser “reavivado” (2 Timoteo 1,6) igual que el fuego, a partir de las brasas que arden todavía, escondidas entre las cenizas.

Un nuevo Pentecostés

Así, el Espíritu Santo como abogado esclarece nuestra mente; como fuego hace arder de amor nuestro corazón; como viento nos impulsa. Actúa en lo más profundo de nuestro ser, desarrollando nuestra vida espiritual. Nos lleva a decidir y actuar haciendo en nuestra vida la voluntad de Dios.
Por eso, con los Obispos latinoamericanos reunidos en el santuario de Nuestra Señora Aparecida (Brasil, 2007) decimos:
La Iglesia necesita una fuerte conmoción que le impida instalarse en la comodidad, el estancamiento y en la tibieza, al margen del sufrimiento de los pobres del Continente. Necesitamos que cada comunidad cristiana se convierta en un poderoso centro de irradiación de la vida en Cristo. Esperamos un nuevo Pentecostés que nos libre de la fatiga, la desilusión, la acomodación al ambiente; una venida del Espíritu que renueve nuestra alegría y nuestra esperanza.

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