Oración del Hombre y la Mujer de Campo
¡Trinidad Santa!
Al saludarte así,
con la señal de la Cruz que nos cubre,
nos presentamos ante Vos:
somos la gente que trabaja en tus campos,
y desde el amanecer
levantamos nuestro pensamiento
y nuestro corazón hasta Vos,
ofreciéndote nuestro día.
No estamos solos, Señor:
con nosotros te saluda el sol que va apareciendo,
el alegre despertar de los pájaros que cantan,
el rocío que brilla en los potreros,
o la blanca helada que los tapa.
Con nosotros te saludan los compañeros de trabajo,
tus hombres con las manos endurecidas por la tierra
y las caras curtidas por el viento,
con sus corazones sencillos y sus vidas tranquilas.
Con nosotros te saludan los hogares:
las esposas y las madres de tus campos,
que en silencio y con paciencia
cumplen día a día su trabajo
y alientan al hombre con su ejemplo.
Con ellas, están los niños,
que desde su cuna te sonríen
y también los corazones jóvenes
que sueñan con un amor
y esperan en tu ayuda...
¡Oh Dios!
¡Qué grande es nuestra vida de gente de campo!
Nuestra lucha tiene un precio infinito.
Con nuestro rudo trabajo participamos en la Misa,
en aquella Misa que comenzó en el Calvario
y que continúa todos los días en los altares.
Allá en los pueblos, a la misma hora,
los sacerdotes te ofrecen la Hostia blanca
y el vino del Cáliz que en la Consagración
se convierten en el Cuerpo y Sangre de Cristo.
Aquí en los campos, nosotros te ofrecemos cada día
nuestra vida de trabajo, con sus luchas,
sus esfuerzos, sus sudores...
nuestros cuerpos se cansan
y nuestras almas, tantas veces,
en silencio sufren porque se sienten solas.
Todo esto, lo pusimos en el Cáliz, Señor,
y te lo ofrecemos,
para que nuestra vida de campo,
unida así al sacrificio de Cristo
tenga un valor divino.
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