domingo, 11 de septiembre de 2016

Enfoques Dominicales - La misericordia es el corazón de Dios

Hoy, 11 de setiembre, se cumplen 15 años de un acto terrorista que marcó el comienzo del siglo XXI. Sin duda que todos los oyentes recuerdan la destrucción de las torres gemelas de Nueva York, contra las que se estrellaron dos aviones conducidos por terroristas suicidas. La difusión que tuvo este hecho terrible fue enorme. Incluso, la diferencia de tiempo entre los dos ataques hizo que las cámaras trasmitieran en directo el impacto del segundo avión sobre la otra torre.

Muchos vimos después a la gente caer o lanzarse de aquellos pisos altos para encontrar la muerte segura al llegar al suelo. Son imágenes que difícilmente podremos olvidar.

Quince años después, el mundo no está mucho mejor. Muchísimas personas han seguido muriendo, víctimas de diferentes formas de terror. Para quienes identifican terrorismo y mundo musulmán, quiero recordar que miles y miles de esas víctimas son también musulmanes, gente pacífica que es víctima de fanáticos que pretenden justificar en el Corán su afán de destrucción.

En este día parece difícil hablar de la misericordia. Pero de eso nos habla el evangelio de hoy: de la misericordia de Dios. La misericordia de Dios, no como un adorno entre las cualidades de Dios, sino como algo central, profundo, dentro del misterio de Dios. La misericordia es el corazón de Dios.



En las Misas de hoy hemos escuchado o escucharemos la parábola conocida como “del hijo pródigo”, pero que también podría llamarse “de los dos hijos” o, mejor aún, “del padre misericordioso”.

“Pródigo” es una palabra un poco arcaica. Ya no la usamos en la conversación corriente. Ha quedado viva en nuestro idioma por esta parábola, pero muchas veces no entendemos lo que quiere decir. Una persona “pródiga” es una persona que derrocha, que desperdicia, que malgasta lo que tiene en cosas inútiles. Ese es el sentido negativo. También puede decirse en forma positiva, por ejemplo “naturaleza pródiga”, hablando de las cosas buenas que se producen naturalmente: flores, frutos. O se puede decir también de una persona muy generosa, muy dadivosa. Entonces, aquí podremos también hablar de un “padre pródigo”… pero no nos apuremos.

Rembrandt: "El regreso del hijo pródigo"

Estoy mirando un cuadro de Rembrandt, o más bien, una foto de ese cuadro del siglo XVII que está en Rusia, en San Petersburgo. Se llama “el regreso del hijo pródigo” y está basado en este pasaje del evangelio de Lucas.

Lo primero que uno ve es un hombre joven arrodillado, con la cabeza rapada (lo que hace pensar en los piojos, o en un preso), vestido con una ropa andrajosa y sucia, con los pies más descalzos que calzados con unos pedazos de sandalias.

El hombre está arrodillado frente a un anciano de barba, que parece casi ciego, cubierto con un manto rojo. Las dos manos del anciano se apoyan sobre la espalda del muchacho, con mucha ternura. Lo está abrazando y apoyándolo no exactamente contra su pecho, sino más contra su vientre, como si fuera una madre que le está recordando a ese hijo el útero del que salió.

La escena es feliz, porque nos damos cuenta de que ahí hay un reencuentro, una reconciliación. El hijo ha vuelto a casa hecho una miseria, pero el padre lo recibe con cariño, con misericordia, con perdón.

Sin embargo, hay otros personajes en el cuadro. El padre y el hijo están a la izquierda, no en el centro. A la derecha hay un tercer personaje que mira esa escena. Él también tiene barba y un manto rojo, pero es un hombre más joven. Es el hermano mayor. Impresiona su posición rígida. De pie, bien erguido, con las manos entrelazadas, de las que baja un bastón que llega perfectamente vertical hasta el suelo, el hermano mayor mira ese encuentro entre el padre y el más chico. Nada parece conmoverlo.

Rembrandt pintó este cuadro poco tiempo antes de morir, a los 63 años. No es la primera vez que retrataba al hijo pródigo; pero lo había pintado en otra escena. Lo había pintado lejos de su casa, prodigándose, derrochando, gastando en prostitutas el dinero de su padre.

Eso fue parte de la vida de este gran pintor holandés. Hubo un momento en que fue joven, dueño de un gran talento que le permitía ganar mucho dinero… y gastarlo a manos llenas. Fue también un hombre desgraciado, que vio morir a su primera esposa y a casi todos sus hijos y que terminó internando en un manicomio a su segunda compañera.

Pero este hombre encontró la misericordia de Dios. Después de pintar a lo largo de toda su vida innumerables escenas bíblicas, pinta en este “regreso del hijo pródigo” su último autorretrato.
Henri Nouwen, un sacerdote holandés que murió en 1996, compartió en su libro “El regreso del hijo pródigo” la experiencia espiritual que vivió contemplando este cuadro de Rembrandt. En ese breve pero intenso libro, Nouwen nos ayuda a descubrir como Rembrandt está presente en las tres figuras del cuadro: en el hijo menor que vuelve y es perdonado por el padre; en el hermano mayor exigente, que todavía tiene la oportunidad de abrazar también a su hermano y en el padre misericordioso, que se vuelve pródigo en el perdón y la misericordia.

Distintos momentos de la vida de Rembrandt están retratados allí. No son retratos de su rostro, como los muchos que pintó, sino de su alma, del camino de su vida.

Pero allí no está sólo Rembrandt y su experiencia personal y única. Allí está también cada uno de nosotros, hijo o hija alejados del padre Dios, llamados a volver a él; cada uno de nosotros, como hermano o hermana mayor que juzga severamente, pero que tiene siempre la posibilidad de mirarse a sí mismo y a su hermano con la mirada misericordiosa del padre; cada uno de nosotros, como el padre capaz de abrazar con misericordia, un abrazo que tiene la fuerza que puede hacer que el corazón extraviado sienta que por fin ha vuelto a casa.


Estamos transitando los últimos meses de este año de la Misericordia propuesto por el Papa Francisco. Es bueno recordar, precisamente hoy, que el lema de este año es “Misericordiosos como el Padre”. Ojalá que todos hayamos podido experimentar de algún modo a lo largo de este año lo misericordioso que es Dios. Ojalá que nos hayamos dejado tocar por su misericordia. Ojalá que nuestro corazón haya cambiado, al menos un poquito, haciéndonos “misericordiosos como el Padre”. Y si nada de esto sucedió… todavía estamos a tiempo. Como dice Francisco, “dejémonos abrazar por la misericordia de Dios”, porque solo la misericordia puede cambiar al mundo.


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Enfoques Dominicales es un programa que se emite por 1340 AM La Voz de Melo, 
los domingos a las 11:50

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