lunes, 2 de julio de 2018

¿No es acaso el carpintero? (Marcos 6, 1-6a)







Un taller con olor a madera. Un hombre mayor y un jovencito trabajando juntos como padre e hijo. Muy cerca, en la cocina, la madre prepara el almuerzo o se ocupa de otras tareas de la casa. Así nos imaginamos la vida de la sagrada familia de Nazaret. Jesús, María y José, el carpintero.

Como todo aquel que tiene la misión de un padre, José trasmitió a Jesús su profesión, porque como indicaban los rabinos “Quien no enseña un oficio a su hijo es como si le enseñara el bandidaje”.

¿Qué sabemos de ese oficio de san José? Ante todo, José era un artesano, es decir alguien que trabaja por su cuenta, es dueño de sus herramientas o máquinas, fabrica los productos y él mismo los entrega a sus clientes.

La palabra griega del evangelio que tradicionalmente se traduce como carpintero es tektón. Esa palabra tiene otros significados. Carpintero, sí; pero también el que se ocupa de reparaciones varias, o el constructor. La palabra arquitecto viene de ahí. Arqui-tecto significa “el primer tektón”, o sea el que dirige la obra.

En la construcción predominaba la piedra, pero también entraba la madera. Para construir el templo de Jerusalén, los carpinteros prepararon las maderas, que en parte eran de cedro del Líbano. Los pórticos que rodeaban la explanada del templo estaban cubiertos con artesonados de madera de cedro. También se empleó esa misma madera en los cimientos del santuario.

Como en todas las sociedades, hay trabajos que son apreciados y otros que son menospreciados. En el pueblo de Jesús, esa diferencia no estaba marcada por el hecho de trabajar o no con las manos, sino más bien en relación con reglas de pureza o normas morales. Los trabajos menospreciados eran los considerados “sucios” o que se prestaban a prácticas fraudulentas.

En general, el trabajo de los artesanos era apreciado y respetado. Tan respetado que, en Jerusalén, cuando los sacerdotes entraban en procesión hacia el templo, todos se ponían de pie; pero los artesanos, si estaban trabajando, no tenían obligación de hacerlo y no interrumpían su labor.

Otra señal de ese aprecio es que, sorprendentemente para nosotros, muchos escribas o Maestros de la Ley, es decir, los hombres estudiosos de la Palabra de Dios, tenían también su oficio como artesanos. El Talmud, es decir, la enseñanza de los rabinos menciona oficios ejercidos por los Doctores de la Ley, entre los que hay sastres, fabricantes de sandalias, carpinteros, zapateros, curtidores, arquitectos y hasta barqueros.

Entonces, no nos asombremos de que Jesús y también san Pablo hubieran podido dedicarse tanto a un oficio como a estudiar la Sagrada Escritura. Pablo estudió en Jerusalén con grandes maestros fariseos y se ganaba la vida como fabricante de carpas. Un artesano que llevaba consigo sus herramientas y armaba su taller en las calles de cualquier ciudad.

Si bien los Maestros de la Ley eran artesanos, no todo artesano era un conocedor o estudioso de la Palabra de Dios. Por eso, los vecinos de Nazaret se sorprenden cuando regresa Jesús, a quien habían visto crecer entre ellos, dedicado a su oficio de carpintero, convertido en un Maestro que predica, que enseña la Palabra de Dios. Así cuenta san Marcos:
Jesús salió de allí y se dirigió a su pueblo, seguido de sus discípulos. Cuando llegó el sábado, comenzó a enseñar en la sinagoga, y la multitud que lo escuchaba estaba asombrada y decía: «¿De dónde saca todo esto? ¿Qué sabiduría es esa que le ha sido dada y esos grandes milagros que se realizan por sus manos? ¿No es acaso el carpintero…?
Esto que asombra a los conciudadanos de Jesús es, sin embargo, parte del Evangelio. Es “el Evangelio del trabajo”, como solía decir san Juan Pablo II.

¿Qué queremos decir con que es “parte del Evangelio”? No simplemente que está escrito en el Evangelio que Jesús trabajó, sino que el hecho de que Jesús trabajara es parte de la Buena Noticia. El trabajo de Jesús, su acción de trabajar es ya un mensaje, como todo lo que Jesús dice y pone en obra.

San Juan Pablo II, en su visita a Melo hace 30 años, resumió así el mensaje que encierra el trabajo de Jesús:
Jesucristo, el Hijo de Dios, (…) trabajó con sus manos, para enseñarnos cómo debemos comportarnos en nuestro esfuerzo por construir de modo solidario un mundo mejor.
Que con la ayuda de Dios, aprendamos a conocer más y mejor la vida de trabajo de Cristo, “el hijo del carpintero” (Mt 13, 5), que pasó la mayor parte de su existencia terrena compartiendo la vida de cada día con sus hermanos los hombres y ocupando sus años como un trabajador.
El trabajo no es (…) algo que el hombre debe realizar sólo para ganarse la vida; es una dimensión humana que puede y debe ser santificada, para llevar a los hombres a que se cumpla plenamente su vocación de criaturas hechas a imagen y semejanza de Dios.
Por medio del trabajo, la persona se perfecciona a sí misma, obtiene los recursos para sostener a su familia, y contribuye a la mejora de la sociedad en la que vive. Todo trabajo es testimonio de la dignidad del hombre, de su dominio sobre la creación, y cualquier trabajo honrado es digno de aprecio.
Y concluyo todavía con las palabras del Papa polaco en Melo:
Jesucristo, nuestro Señor, es también nuestro guía y modelo. “Todo lo hizo bien” (Mc 7, 37), decían de Él las gentes. Cada uno de nosotros (…) hemos de esforzarnos por seguir sus huellas en el trabajo de cada día.

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