miércoles, 18 de julio de 2018

Aprender y descansar con Jesús (Marcos 6,30-34)





Errar es humano. Es nuestro límite. No lo sabemos todo. Pero lo bueno es que siempre podemos aprender y, muchas veces, es para eso que sirven los errores. Probamos de una forma, ensayamos de otra, hasta que encontramos la manera más satisfactoria. Puede pasar, incluso, que algunas cosas que siempre funcionaron bien, en algún momento ya no sean adecuadas y tengamos que revisarlas y cambiarlas.

Jesús formó un grupo de discípulos “para estar con él” dice el evangelio de Marcos y “para enviarlos a predicar”. Como discípulos están en permanente aprendizaje.

El evangelio de este domingo nos condensa momentos importantes de ese aprendizaje.
Empieza contándonos que los discípulos volvieron de una misión a la que Jesús los había enviado. Una práctica, podríamos decir. Así lo cuenta san Marcos:
“Al regresar de su misión, los Apóstoles se reunieron con Jesús y le contaron todo lo que habían hecho y enseñado.”
Le cuentan a Jesús lo que han hecho. La práctica tiene muchas situaciones imprevistas. Han tenido que desenvolverse, que tomar decisiones. Posiblemente en algunas cosas les ha ido bien, en otras no… contar lo que hicieron permite repensar, decantar, reflexionar. Sólo de esa forma lo vivido se transforma realmente en una experiencia útil.

También le cuentan a Jesús lo que habían enseñado. Uno podría preguntarse porqué le cuentan también eso… ¿acaso no han repetido las enseñanzas de Jesús? Seguramente sí, pero, allí también es importante confrontar con Jesús la forma en que enseñaron. El encuentro con otras personas, con sus preguntas o dificultades para entender lo que se anuncia, hace descubrir aspectos nuevos. Entonces, viene la duda ¿habré explicado bien esto o habré cambiado el sentido del mensaje?

El apóstol Pablo, que no formó parte del grupo de los Doce, a partir de su encuentro con Jesucristo comenzó a predicar el Evangelio. Tres años después de su conversión sintió la necesidad de encontrarse con aquellos que habían caminado junto a Jesús, para ver si lo suyo iba bien rumbeado. Así lo cuenta en su carta a los Gálatas:
«subí a Jerusalén para conocer a Cefas [o sea, a Pedro] y permanecí quince días en su compañía» (Gal 1,18).
Pasó más tiempo y volvió a sentir esa necesidad:
«al cabo de catorce años, subí nuevamente a Jerusalén... y les expuse el Evangelio que proclamo entre los paganos... para saber si corría o había corrido en vano» (Gal 2,1.2).
Humildad de Pablo… necesidad de confrontar con los otros, de ver si lo que está haciendo va en la dirección correcta.

La primera enseñanza de Jesús que encontramos en este pasaje del Evangelio va por ese lado. No cortarse solo. Trabajar en equipo. Referirse a los responsables de las comunidades.

Una segunda enseñanza aparece enseguida, en la invitación de Jesús a ir a un lugar desierto, para descansar un poco. Quienes se dedican a trabajar intensamente con personas que tienen muchas necesidades… médicos, psicólogos, educadores, sacerdotes, corren el riesgo de vaciarse interiormente, algo que en inglés se llama burn out y se traduce como el “síndrome del quemado”. Esto lo sufre una persona que se ha consumido por dentro, que se ha agotado, que no encuentra fuerzas ni motivación para seguir.
Jesús les dijo: «Vengan ustedes solos a un lugar desierto, para descansar un poco». Porque era tanta la gente que iba y venía, que no tenían tiempo ni para comer. Entonces se fueron solos en la barca a un lugar desierto.
Jesús lleva a sus discípulos a descansar, para que la vida de ellos se equilibre, las fuerzas físicas se repongan; pero, sobre todo para que mantengan sus fuerzas espirituales, a partir del encuentro en soledad y en silencio con el mismo Jesús. Ese llamado sigue siendo válido y diríamos, aún más válido y necesario hoy, entre tantas cosas que dispersan y fatigan. Encontrarse con Jesús en la oración, en los sacramentos, estar con Él.
Al verlos partir, muchos los reconocieron, y de todas las ciudades acudieron por tierra a aquel lugar y llegaron antes que ellos.
Al desembarcar, Jesús vio una gran muchedumbre y se compadeció de ella, porque eran como ovejas sin pastor, y estuvo enseñándoles largo rato.
El descanso que propone Jesús a los discípulos se frustra. La gente descubre dónde van y cuando ellos llegan, ya los están esperando. Jesús contempla esa multitud y, lejos de manifestar la más mínima molestia, siente compasión. El evangelio nos describe con una frase la situación que Jesús ve: “estaban como ovejas sin pastor”. A pesar de su necesidad y la de sus discípulos de descanso, Jesús se puso a enseñar a la multitud. Y lo hizo largo rato.

Es posible que la gente esperara otra cosa: sanaciones, milagros… pero Jesús se puso a enseñarles. Son ovejas sin pastor, han perdido el rumbo. La enseñanza de Jesús reorienta, da sentido a la vida. Gracias a esa enseñanza las personas dan un rumbo a su vida y dejan de estar como ovejas que no tienen pastor.


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