miércoles, 25 de julio de 2018

Cinco panes y dos peces (Juan 6,1-15). El testimonio del Cardenal Van Thuan





En abril de 1975 Vietnam del Norte invadió Vietnam del Sur, poniendo fin a una guerra que llevaba veinte años.

El 15 de agosto de ese año, el Obispo coadjutor de Saigón, Francisco Javier Nguyen Van Thuan fue arrestado. Así inició un cautiverio que duraría trece años.

Aislado de su rebaño, el pastor tomó una decisión: no viviría esperando la hora de la liberación; por el contrario, procuraría vivir cada momento presente. Más aún, procuraría vivirlo con amor.

Tomando el ejemplo de San Pablo, que desde la prisión escribió a sus comunidades, Van Thuan comenzó -con todas las dificultades imaginables- a escribir cartas a sus diocesanos. Estos mensajes llegaron a formar tres libros que tienen en sus títulos, con algunas variantes, la frase “el camino de la esperanza”.

El Obispo fue liberado en 1988, aunque quedó bajo arresto domiciliario. En 1991 el gobierno vietnamita le permitió viajar a Roma, pero no lo autorizó a regresar a su país.

En 1994 san Juan Pablo II lo nombró presidente del Pontificio Consejo Justicia y Paz y en 2001 lo creó Cardenal.

En 1996, mirando a la preparación al Jubileo del Año 2000, el Papa le pidió que escribiera algunas meditaciones para jóvenes. En febrero del año siguiente, Monseñor Van Thuan presentó su libro “Cinco Panes y Dos Peces”.

El título de ese libro nos remite especialmente al evangelio que escuchamos este domingo. La multiplicación de los panes y los peces, tomada del evangelio según san Juan.

No hay ningún episodio en los evangelios que esté contado tantas veces. No sólo está presente en los cuatro evangelios, sino que Marcos y Mateo nos cuentan una segunda multiplicación, de modo que tenemos seis relatos de este episodio.

Cuando comparamos los relatos en los distintos evangelios, no es difícil darnos cuenta de que algunos detalles son diferentes. Allí aparece la intención del evangelista que quiere mostrarnos un aspecto en especial.

En los relatos que nos ofrecen Mateo, Marcos y Lucas, Jesús pregunta a los discípulos cuántos panes tienen. Cuando leemos el relato del cuarto evangelio, nos damos cuenta de que Juan marca una diferencia.
Al levantar los ojos, Jesús vio que una gran multitud acudía a él y dijo a Felipe:
«¿Dónde compraremos pan para darles de comer?»
Él decía esto para ponerlo a prueba, porque sabía bien lo que iba a hacer.
Felipe le respondió:
«Doscientos denarios no bastarían para que cada uno pudiera comer un pedazo de pan».
Uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro, le dijo: «Aquí hay un niño que tiene cinco panes de cebada y dos pescados, pero ¿qué es esto para tanta gente?»
Efectivamente, los recursos eran muy escasos: un niño que ofrece lo que tenía para su almuerzo. El pan de cebada era el pan de los pobres, más barato que el pan de trigo. Ese tipo de pan aparece también en la primera lectura de este domingo, tomada del segundo libro de los Reyes, donde el profeta Eliseo alimenta a cien hombres con solo veinte panes de cebada.

Únicamente Juan coloca a este niño en su relato. No sólo tiene poca cosa que ofrecer, sino que es apenas un niño… un candidato tan improbable como el jovencito David para enfrentar al terrible gigante Goliat. ¿Qué habría pasado si el niño hubiera pensado “y con esto qué hacemos” y se lo hubiera guardado? Pero el Evangelio suele subrayar el valor escondido en lo poco y lo pequeño… la minúscula semilla de mostaza de la que sale un gran arbusto, la medida de levadura que fermenta toda la masa… las dos pequeñas monedas que dona la viuda, el vaso de agua que alguien ofrece al discípulo de Jesús. Por otra parte, la parábola de los talentos nos hace ver también la peligrosa tentación del que ha recibido un solo talento y lo guarda, en lugar de hacerlo producir, tal vez por pensar que le había tocado poco.

Pero el niño no piensa nada de esto. Deja todo en manos de Jesús y hace posible que Jesús actúe:
Jesús tomó los panes, dio gracias y los distribuyó a los que estaban sentados. Lo mismo hizo con los pescados, dándoles todo lo que quisieron.
En los otros evangelios, Jesús hace repartir el alimento por sus discípulos; aquí es él mismo quien lo entrega. El evangelista Juan quiere así resaltar todo lo que Jesús hizo a partir de lo que el niño le ofreció: sus cinco panes y dos peces.

¿Y qué sucedió con el Obispo Van Thuan? ¿Cuáles fueron los cinco panes y dos peces de los que habla su libro?

En su prisión, Monseñor Van Thuan quiso seguir sirviendo a su pueblo. Así supo encontrar sus cinco panes y dos peces, para ponerlos a disposición de Jesús, en favor de su gente.
En forma muy resumida, estos son:

Primer Pan: vivir el momento presente.
“Aprovecho las ocasiones que se presentan cada día para realizar acciones ordinarias de forma extraordinaria”.
Segundo Pan: distinguir entre Dios y las obras de Dios.
“Me has confiado una misión que no se asemeja a ninguna otra, pero con los mismos objetivos de las demás: ser tu apóstol y testigo”.
Tercer Pan: un punto firme, la oración.
“Breves oraciones, unidas una a otra, forman una vida de oración”.
Cuarto Pan: mi única fuerza, la eucaristía.
“Antes celebraba con patena y cáliz dorados: ahora tu sangre está en la palma de mi mano”.
Quinto Pan: amar hasta la unidad es el testamento de Jesús.
“Amar a los otros como Jesús me ha amado, en el perdón, en la misericordia, hasta la unidad”
Primer Pez: María Inmaculada, mi primer amor.
“Para sentirme unido a Jesús y a todos los hombres, mis hermanos, quiero llamarte Madre nuestra”.
Segundo Pez: elegir a Jesús.
“¿Qué recompensa quieres? Solo a ti, Señor”.
“Quiero ser el muchacho que ofreció todo lo que tenía. Casi nada: cinco panes y dos peces, pero era todo lo que tenía para ser instrumento del amor de Jesús”.


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