jueves, 4 de julio de 2019

“El Reino de Dios está cerca de ustedes” (Lucas 10, 1-12.17-20). Domingo XIV del Tiempo Ordinario.







Hoy en día muchas empresas nos hablan de su misión y visión. A veces las tienen escritas en un lugar visible para el público o en su página de internet. La visión responde a la pregunta “¿qué queremos llegar a ser?”, mientras que la misión responde a “¿Cuál es nuestra razón de ser?”. Los técnicos dicen que establecer cuál es la misión de una empresa le permite a quienes la forman orientar las decisiones y acciones de todos los miembros -de todos los miembros- hacia esa misión; establecer objetivos, formular estrategias y ejecutar tareas coherentes con esa razón de ser.

El 8 de diciembre de 1975, el Papa Pablo VI -san Pablo VI- entregó a los fieles de toda la Iglesia Católica una exhortación cuyo título en latín es Evangelii Nuntiandi, es decir “el anuncio del Evangelio”, sobre la evangelización en el mundo contemporáneo. En 1976 yo era un joven maestro que integraba el Consejo Pastoral de la parroquia de mi pueblo. Ese año, el padre Pierre, nuestro párroco, nos fue animando a leer y a reflexionar sobre ese documento del Papa. Me quedaron de aquellas lecturas y charlas varias ideas, pero, sobre todo, estas palabras que encontramos en el N° 14:
la Iglesia
“existe para evangelizar”;
“la tarea de la evangelización de todos los hombres constituye la misión esencial de la Iglesia”. 
Eso fue para mí especialmente iluminador. Es la razón de ser de la Iglesia, su misión, en la que todos sus miembros estamos llamados a participar. Años después, siendo primero párroco y hoy obispo, he vuelto una y otra vez sobre esas palabras que nos ayudan siempre a discernir sobre lo que estamos haciendo en la Iglesia: esto que hacemos, o que queremos hacer ¿está, o no está, al servicio de la evangelización?

El Evangelio de este domingo nos presenta a Jesús enviando en misión a un grupo grande de discípulos. Recordemos lo que decíamos la semana pasada: Jesús está en camino a Jerusalén, sabiendo que allí le espera la pasión y la cruz. Al enviar este grupo Jesús da varias indicaciones llamativas en distintos aspectos. Muchas de ellas se explican por la urgencia que siente Jesús en que su mensaje llegue al mayor número posible antes de que su vida terrena se consuma.

Los 72, siendo un grupo numeroso, son para él insuficientes, porque la cosecha que deben recoger es grande y puede perderse por falta de operarios:
Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para la cosecha.
Dios es el único que puede enviar esos obreros y, por eso, el único medio es pedírselos a Él con oración perseverante.

Esa misma urgencia le hace decir a Jesús
no se detengan a saludar a nadie por el camino.
No hay que entretenerse en conversaciones ociosas: hay una misión que cumplir.
Una vez que encuentren un lugar donde dormir, les recomienda
No vayan de casa en casa.
No se trata de ir buscando más comodidades, sino de concentrarse en la misión.

¿Cuál es el mensaje que deben llevar los discípulos? Jesús les dice apenas dos frases.

La primera:
Al entrar en una casa, digan primero: “¡Que descienda la paz sobre esta casa!”
La paz de Dios. Shalom; es el saludo normal entre israelitas. Ese es el saludo de Jesús y el saludo indicado a sus discípulos. No es pura fórmula. Es ofrecer de verdad la paz. Jesús comunica a sus discípulos la paz de la que ellos serán portadores. La paz es la primera señal del Reino de Dios. Los discípulos llegan en paz, con mansedumbre de palomas o de ovejas, aunque puedan encontrarse en medio de lobos. Llegan con respeto, con espíritu fraterno, contagiando paz. Hacen sentir que la paz es posible, que es un don que Dios ofrece y comunica a todos, porque todos somos aceptados por Él, a pesar de nuestras fallas y nuestras incoherencias. La reconciliación y la amistad entre los hombres se hace posible en Dios.

La segunda frase es:
digan a la gente: “El Reino de Dios está cerca de ustedes”.
Si leemos con atención los evangelios de Mateo, Marcos y Lucas, veremos que Jesús habla casi permanentemente del Reino de Dios. No es extraño, entonces, que les diga a sus discípulos que eso es lo que tienen que anunciar.

No es un Reino de este mundo: un país o un lugar reservado para Dios. No tiene fronteras. No cuenta con ejército. No hay un rey que ejerza dominio, actuando como dueño de personas y cosas, imponiendo pesadas cargas y usando la violencia para mantener su poder.
Jesús habla, más bien, de “reinado de Dios”. Dios reina cuando se cumple su voluntad. Entramos a su Reino cuando en nuestra vida empezamos a hacer la voluntad de Dios.
En el Padrenuestro pedimos:
“Venga tu Reino”
 y, a continuación:
“hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo”.
La voluntad de Dios no es caprichosa ni arbitraria. Es voluntad de vida y salvación para la humanidad. En el Evangelio de Juan apenas encontramos la palabra “reino”, pero allí Jesús manifiesta que Él ha venido a traernos vida, vida abundante. El reino de Dios es el reino de la Vida, vida plena que viene de Dios mismo.

Toda la humanidad está llamada a entrar en el Reino, empezando por los pobres y los pequeños. Jesús invita a los pecadores al banquete del Reino. Los llama a la conversión, sin la cual no se puede entrar al Reino. Al mismo tiempo, les muestra la Misericordia infinita del Padre. Él mismo se manifiesta como el rostro de la Misericordia, la puerta de la Misericordia.
Para presentar el misterio del Reino, Jesús utiliza las parábolas. Muchas de ellas comienzan diciendo
“El Reino de Dios se parece a...
...a un grano de mostaza, un poco de levadura, etc. Esas comparaciones, llenas de imágenes sencillas y cotidianas son comprensibles, pero no se agotan fácilmente. Leídas una y otra vez, siguen siendo sugestivas para quien las escucha.

Jesús acompaña sus palabras con “milagros, prodigios y signos”, como dice el libro de los Hechos de los Apóstoles (2,22). Los signos que hace Jesús alcanzan a algunos hombres y mujeres a quienes libera de diversas formas del mal: hambre, enfermedad, muerte, injusticia, marginación… a algunos, no a todos, porque son signos proféticos de su misión fundamental, la misión del “Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”: liberar a las personas de la esclavitud del pecado.

A lo que los discípulos tienen que anunciar con palabras, Jesús agrega dos signos: uno, llevar una vida sencilla, yendo livianos de equipaje y aceptando con sencillez la hospitalidad de la gente; dos, curar a los enfermos, signo que Jesús realiza frecuentemente. A su regreso los discípulos reportarán haber sometido hasta los demonios en nombre de Jesús. Han vencido el mal con la fuerza del Evangelio, la buena noticia de Jesús.

Hace un momento recordábamos la oración de Jesús que todos conocemos. Cada vez que la rezamos pedimos al Padre “venga tu Reino”. No podemos decir algo como eso mecánicamente y a toda prisa, sin hacer realmente nuestro lo que estamos pidiendo. Pedir que venga el Reino de Dios expresa el deseo y la esperanza de que el Reinado de Dios vaya transformando la realidad de nuestro mundo. Pedir al Padre que se haga su voluntad no es una actitud resignada, sino nuestra disposición y nuestro compromiso activo para colaborar en que el reinado de Dios se haga realidad. Recemos la oración del Señor, despacio, sintiendo el sabor y el peso de cada palabra y levantando el corazón al Padre en cada petición.

Gracias, amigas y amigos, por su atención. Que el Señor los bendiga y hasta la próxima semana si Dios quiere.

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