miércoles, 17 de julio de 2019

“Te ruego que no pases de largo” (Génesis 18,1-10a). Domingo XVI del Tiempo Ordinario.







A comienzos del año 71, tres muchachos de ciudad pasaron unos días en una estancia en el departamento de Paysandú, cerca de Guichón. Los caseros recibieron a los muchachos como a hijos. Los amigos pronto se encontraron de madrugada desayunando asado de oveja y mate amargo con los peones, montando a caballo por primera vez, acompañando la recorrida por el campo y hasta ayudando a encerrar una majada… hubo más de una caída del caballo y muchos sucedidos para recordar. Se fueron con ganas de volver, pero no se dio.
La amiga de los tres que había arreglado la estadía, esporádicamente les daba alguna noticia de los puesteros, pero no hubo más contacto.
20 años después, Andrés, uno de aquellos muchachos se encontró con un hombre más joven. Era el hijo de los puesteros. Se acordaba de los cuentos de aquella visita y llevó a Andrés a casa de su familia, que ahora vivía en la ciudad. Andrés quedó impresionado por esos recuerdos tan vivos que guardaban quienes lo habían recibido hacía ya tanto tiempo… algo de eso estaba en su memoria, pero necesitó recuperarlo de algún rincón escondido.
La familia que había recibido a los jóvenes había vivido aquello como un acontecimiento, que los hizo salir de su rutina y que fue rememorado una y otra vez, saboreando cada anécdota, junto a tantos hechos que atesoraban en su memoria.

Esta historia me llevó a preguntarme qué es lo que hace que una visita sea eso: un acontecimiento y no un puro compromiso, un trámite, una prestación de servicios… o hasta un fastidio. Las lecturas de este domingo nos traen historias de visitas que dan una respuesta: esas visitas fueron acontecimientos porque hubo un verdadero encuentro, que, además, fue mucho más allá de lo puramente humano.

Un pasaje del libro del Génesis nos presenta a Abraham, patriarca de un clan, acampado en un lugar sombreado, en medio de un gran espacio deshabitado. A la hora de más calor, divisó a tres hombres parados cerca de él. Al verlos corrió hacia ellos ofreciendo su hospitalidad:
«Señor mío, si quieres hacerme un favor, te ruego que no pases de largo delante de tu servidor. Yo haré que les traigan un poco de agua. Lávense los pies y descansen a la sombra del árbol. Mientras tanto, iré a buscar un trozo de pan, para que ustedes reparen sus fuerzas antes de seguir adelante. ¡Por algo han pasado junto a su servidor!»
No son los forasteros los que piden ser recibidos. Es Abraham quien, con un trato marcadamente respetuoso, les ruega que no pasen de largo y espera que ellos le den su consentimiento para atenderlos en la forma especial que él quiere hacerlo. Ofrece en primer lugar una posibilidad reconfortante: lavarse los pies, algo que aprecia cualquier caminante, al igual que el descanso a la sombra. Les anuncia “un trozo de pan”, pero se acerca con tortas “de la mejor harina”, cuajada, leche y “un cordero tierno y bien cebado”. Los viajeros son tres, pero Abraham los trata como a uno solo. En ellos se revela Dios, que está visitando a Abraham para anunciarle que cumplirá la promesa que le ha hecho: Abraham y Sara tendrán un hijo. Dios lo prometió y cumple sus promesas. Abraham recibe muchísimo más que lo que él ha entregado.

De la carpa del nómade Abraham, pasamos a un pueblo en tiempos de Jesús. El evangelio nos cuenta que
una mujer que se llamaba Marta lo recibió en su casa.
Tenía una hermana llamada María.
Vemos a Marta desviviéndose por atender a Jesús, ocupándose en todo lo que ella piensa que necesita su huésped. Mientras tanto,
[María] sentada a los pies del Señor, escuchaba su Palabra.
No pasemos por alto la posición en que está María. No es comodidad ni humillación. Esa posición indica algo. San Pablo cuenta que él fue
Instruido a los pies de Gamaliel (Hechos 22,3)
Esa es la posición del discípulo: sentado a los pies del maestro.
Jesús ha llegado como Maestro. María lo ha reconocido así y por eso está sentada a sus pies, escuchando.

Ante esto, Marta se enfada:
«Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola con todo el trabajo? Dile que me ayude».
Marta hace un reproche: “¿no te importa…?” y luego le dice a Jesús lo que él tiene que hacer: “dile que me ayude”. Marta no se coloca como discípula. Sigue en su lugar de dueña de casa.
La respuesta de Jesús es toda una enseñanza:
«Marta, Marta, te inquietas y te agitas por muchas cosas, y sin embargo, pocas cosas, o más bien, una sola es necesaria. María eligió la mejor parte, que no le será quitada».
Jesús la llama por su nombre, “Marta”, como suele hacer con sus discípulos. Lo hace con cariño, pero también con firmeza.
Le hace ver su situación: Marta se preocupa y se agita. En cambio, el discípulo conoce al Padre Dios y confía en su Providencia. El discípulo trabaja; sí; pero no se preocupa ni se agita porque su atención está dirigida a Dios.
La preocupación de Marta está puesta sobre muchas cosas. Ella se prodiga en los detalles; quiere todo bien hecho, para agradar a su visita.

Jesús no quita importancia al trabajo de Marta, pero marca una jerarquía de valores, jugando con las palabras: muchas cosas, pocas cosas, una sola, la mejor. La mejor y la verdaderamente necesaria es la que ha elegido María, y Marta no se la puede quitar. En cambio, Marta, sí, puede sentarse también a los pies de Jesús y dejar de decirle lo que tiene que hacer y escuchar lo que Él tiene para decirle a ella. Jesús no ha venido a ser servido, sino a servir; no ha venido para que le den lo que a Él no le hace falta, sino para dar, para entregar lo que María, Marta y cada uno de nosotros de verdad necesita.

A veces, como Marta, nos preocupamos por “muchas cosas”, queremos ayudar al otro, pero no nos preguntamos qué es lo que realmente está necesitando, cuáles son sus deseos, sus necesidades más profundas, incluso más allá de lo material. Más que cosas, muchos necesitan -como también nosotros- recibir atención, que se les muestre interés, que se les brinde lo mejor de nuestro tiempo.

Cuando llegamos al corazón del visitante, cuando podemos ofrecerle lo que más necesita, cuando dejamos que él nos comparta de lo suyo, cuando alcanzamos esa comunión, entonces vivimos un encuentro… un acontecimiento que quedará vivo en el recuerdo… Y si no lo sentimos en el momento, un día nos daremos cuenta de que Dios también estaba allí.

Amigas y amigos, gracias por su atención. No dejemos pasar la oportunidad de vivir verdaderos encuentros con los demás y con Jesús. Que cada uno de ellos sea un acontecimiento. Que el Señor los bendiga y hasta la próxima semana si Dios quiere.

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