viernes, 12 de julio de 2019

"¿Quién es mi prójimo?" (Lucas 10,1-12.17-20). XV Domingo del Tiempo Ordinario, ciclo C






Solferino

El pasado 24 de junio, hace ya casi tres semanas, no solo recordamos a san Juan Bautista, no solo se cumplieron 84 años de la muerte de Carlos Gardel, sino que hubo otro aniversario: 160 años de la batalla de Solferino. Creo que a poca gente le dice algo ese nombre y esa fecha, 24 de junio de 1859, salvo que sean personas que conozcan la historia de la organización humanitaria cuya idea inicial surgió allí.
Solferino es una pequeña localidad situada en el norte de Italia. Allí fue derrotado el ejército del imperio austrohúngaro por fuerzas de Napoleón III y Víctor Manuel II, en la lucha por la unificación de Italia. 38.000 soldados de ambos bandos quedaron tendidos en el campo de batalla, muertos o agonizantes. Atardeciendo aquel día, llegó un suizo llamado Enrique Dunant. Profundamente conmovido por todos aquellos heridos que no recibían ninguna asistencia, logró organizar a la población civil, especialmente mujeres jóvenes, para atender a todos los caídos que aún vivían, sin importar a qué ejército pertenecían. Un grupo de esas mujeres concibió un lema inspirador: Tutti fratelli (todos somos hermanos). A partir de esa experiencia, Dunant iría madurando la idea que lo llevaría a la fundación de la Cruz Roja.

“¿Quién es mi prójimo?”

“¿Quién es mi prójimo?” es la pregunta que, en el evangelio de este domingo, le hace a Jesús un doctor de la Ley. Prójimo, la palabra que usamos hoy en español, viene del latín proximus. De esa misma palabra deriva “próximo”. Prójimo y próximo expresan cercanía, vecindad, pero prójimo tiene otra carga, porque hay un mandamiento de amar al prójimo.
Precisamente por ahí empezó el diálogo de Jesús con aquel hombre conocedor de la Palabra de Dios, que se acercó y le dijo:
- «Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la Vida eterna?»
- «¿Qué está escrito en la Ley? ¿Qué lees en ella?»
- «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con todo tu espíritu, y a tu prójimo como a ti mismo».

Ahí llega la pregunta: “¿Quién es mi prójimo?”. La pregunta del doctor de la Ley parece pedir límites. ¿hasta dónde llega mi obligación de amar? ¿a quién puedo considerar mi prójimo?

La familia y el clan

Hay una primera unidad humana que es la familia, el grupo unido por lazos de sangre o de adopción. La familia israelita era grande; no sólo porque había numerosos hijos, sino porque se formaba en torno al patriarca, un anciano con el que todos estaban emparentados… más que familia, era un clan.
En el libro de Isaías leemos:
“No te cierres a tu propia carne”, “no te escondas de tu hermano de sangre” (58,7).
Es un llamado a no olvidarse de la propia familia. Así comprendemos lo de “la caridad bien entendida empieza por casa”, es decir, por nuestra familia, por aquellos con quienes formamos esa comunidad de vida. Aquí prójimo se hace sinónimo de pariente, de hermano… miembro del clan…

Las 12 tribus y el Pueblo de Israel

Hay un grupo más amplio que el clan: la tribu. El Pueblo estaba formado por las 12 tribus, cada una de las cuales reconocía como origen a uno de los hijos de Jacob, llamado también Israel. Es un parentesco más difuso, pero conduce a los miembros de las tribus a mirarse unos a otros como familia, como parientes, en tanto descendientes de Abraham, Isaac y Jacob. Prójimo aquí es ya el miembro del mismo pueblo.
Es fácil criticar esto diciendo: “al final se ayudan solo entre ellos” … mejor es preguntarme hasta dónde estoy yo dispuesto a ayudar a los de mi propia familia o a mis propios compatriotas.

El extranjero pobre y necesitado

Pero el círculo se sigue ampliando. En el Antiguo Testamento, cuando se menciona a las personas que más necesitan ayuda, se repite un trío sobre el que Dios tiene una atención especial: el huérfano, la viuda y el extranjero
“[Dios] hace justicia al huérfano y a la viuda, y muestra Su amor al extranjero dándole pan y vestido” (Deuteronomio 10,18; también Zacarías 7,10; salmo 146,9).
“Muestren amor al extranjero, porque ustedes fueron extranjeros en la tierra de Egipto”
(Deuteronomio 10:19)
Se trata del extranjero que habita en medio del Pueblo de Israel… el que ha llegado como inmigrante, movido por la escasez y el hambre, como habían llegado un día los mismos israelitas a tierra de Egipto.
Podemos pensar también nosotros hoy… ¿qué pasa con los emigrantes en el mundo… qué pasa con los que estamos recibiendo aquí nomás, entre nosotros? ¿Qué disposición encuentran de nuestra parte?

Entonces...

¿Quién es mi prójimo, entonces? Mi pariente; mi compatriota; el inmigrante… así podría haber contestado Jesús, pero lo hizo de otra forma. Contó la parábola del buen samaritano.
«Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó y cayó en manos de unos ladrones, que lo despojaron de todo, lo hirieron y se fueron, dejándolo medio muerto. Casualmente bajaba por el mismo camino un sacerdote: lo vio y siguió de largo. También pasó por allí un levita: lo vio y siguió su camino. Pero un samaritano que viajaba por allí, al pasar junto a él, lo vio y se conmovió. Entonces se acercó y vendó sus heridas, cubriéndolas con aceite y vino; después lo puso sobre su propia montura, lo condujo a un albergue y se encargó de cuidarlo. Al día siguiente, sacó dos denarios y se los dio al dueño del albergue, diciéndole: "Cuídalo, y lo que gastes de más, te lo pagaré al volver".
¿Cuál de los tres te parece que se portó como prójimo del hombre asaltado por los ladrones?»

El samaritano que se hizo prójimo

No por casualidad, Jesús eligió un samaritano como ejemplo de amor al prójimo. Lanzó así un desafío. Los judíos y los samaritanos no se hablaban. Los samaritanos -que viven aún en el Israel moderno, aunque no llegan al millar- eran considerados como una especie de intrusos, que creían en el mismo Dios que los israelitas, pero a su manera… Precisamente, esa persona considerada ajena, extraña, es la que se deja mover por la compasión y asiste al herido. Esa es la actitud que debe imitar quien quiera vivir el amor al prójimo. Las mujeres que proclamaron “todos somos hermanos” en el campo de Solferino pertenecen a esa clase de personas. Ellas y el anónimo samaritano nos siguen enseñando a cruzar los compartimientos y las fronteras que nos ponemos a la hora de ver a quién ayudar y a quien no.

La exigencia del amor

Los uruguayos sabemos vivir esa solidaridad en los momentos de urgencia y emergencia. Los pedidos de ayuda encuentran respuesta, a veces muy generosa, frente a inundaciones, tornados y accidentes. También, a pesar de egoísmos y conflictos, sabemos vivir el amor en el día a día, con aquellos con quienes convivimos. A veces es necesario recordar que no siempre amar y hacer el bien consiste en complacer demandas… el amor de Jesús es un amor exigente; no porque quiera quitarle nada a quien ama, sino porque quiere que cada uno de nosotros sea lo mejor que puede ser y cada uno dé al mundo lo mejor que puede ofrecer.

Gracias, amigas y amigos por su atención. Que el Señor los bendiga, que puedan disfrutar de un buen domingo en familia o entre amigos. Hasta la próxima semana si Dios quiere.


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