jueves, 11 de junio de 2020

Entregado por nosotros. Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo.





Hornear pan en casa. Una de las cosas que, en estos días, muchos han hecho por primera vez, entre tantas otras que nunca habíamos hecho.
El pan es un alimento muy antiguo. La expresión bíblica
“ganarás el pan con el sudor de tu frente” (Génesis 3,19)
nos está diciendo que el pan ya era conocido en tiempos lejanos, pero también que ya era considerado un símbolo de todos los alimentos.

Detrás de un simple pan hay muchas tareas: no solo amasar, leudar, hornear, sino todo lo previo, todo lo que significa llegar a producir un poco de harina y otros ingredientes.
En la Misa decimos que el pan -y el vino- que ofrecemos son “fruto de la tierra y del trabajo de los hombres” y es verdad. De mucho trabajo.

Este domingo celebramos la solemnidad del santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo. Con ella volvemos a la última cena. Jesús les dijo a sus discípulos que iban a celebrar la Pascua. En la cena pascual se hacía una serie de ritos y oraciones y se iba comiendo distintos alimentos: el principal era el cordero. Pero en el marco de esa cena, Jesús introdujo algo nuevo: partió el pan y lo presentó a sus discípulos, diciendo: “tomen y coman todos de él, porque esto es mi cuerpo”. Luego les pasó el vino diciendo “tomen y beban todos de él, porque éste es el cáliz de mi sangre”.

Cuerpo y sangre… normalmente, están juntos. La sangre circula dentro del cuerpo llevando oxígeno y nutrientes a todas las células. Si la sangre sale del cuerpo, si nos desangramos, sobreviene la muerte. La sangre es vida y así era percibida en el mundo bíblico:
“la vida de la carne está en la sangre” (Levítico 17,11).
Al presentar así, por separado, el pan como “mi cuerpo” y el vino como “mi sangre”, Jesús está anticipando su muerte. Está anunciando que su sangre se separará de su cuerpo, que va a morir. Pero al mismo tiempo, les dice a sus discípulos que coman su cuerpo y beban su sangre. Los quiere hacer participar de lo que se viene, porque su muerte va a ser un sacrificio.

¿Qué es un sacrificio? Hoy, humanamente hablando, hacer un sacrificio es renunciar a un bien para alcanzar un bien mayor para sí mismo o para otros. Conservar la salud exige sacrificios. El deportista se sacrifica para alcanzar un mejor rendimiento. Los padres se sacrifican por sus hijos.

Pero la palabra tiene un origen religioso. De diferentes formas, los sacrificios hacen parte de casi todas las expresiones religiosas que ha conocido la humanidad. Sacrificar significa hacer que una cosa se haga sagrada. Entregarle a Dios una ofrenda: un objeto, un fruto de la cosecha, un animal del rebaño o, incluso, una vida humana.

En la antigua religión de Israel, el mundo del que viene Jesús, había varios tipos de sacrificios. Uno de ellos, que nos interesa especialmente, es el sacrificio de comunión (Levítico, capítulo 3). Se podía hacer como un acto de agradecimiento y unión con Dios o como cumplimiento de una promesa. Lo que tiene de particular es que la víctima se repartía en tres: una parte para Dios, otra para los sacerdotes y otra para el o los oferentes, que la comían como una cosa santa.
Para Dios se reservaba la sangre, que era derramada alrededor del altar; la grasa y parte de las vísceras, que eran quemadas sobre el altar. Estaba claramente mandado:
“Ustedes no comerán nada de grasa ni de sangre” (Levítico 3,16) 
porque esa es la parte de Dios. Lo demás se asaba y se comía. Comer era importante, porque comiendo se participaba del sacrificio.

La última cena tiene algo de aquello de
“un padre de familia, que saca de su tesoro cosas nuevas y cosas viejas” (Mateo 13,52). 
Cena pascual, sacrificio de comunión: cosas viejas que los discípulos conocen. Todo eso, que pertenece a la primera alianza, ha preparado el camino para lo nuevo que trae Jesús: la nueva alianza sellada con su sangre (Mateo 26,28).

Los sacrificios y el sacerdocio de Israel y, en general, el antiguo testamento, son como una prefiguración, una imagen a veces borrosa, una sombra de lo que será la realidad definitiva que Jesús trae. El grupo de creyentes que ofrecía un sacrificio de comunión en el templo, sin duda vivía un profundo momento de unión con Dios, al comer de lo que ellos habían ofrecido; pero Jesús cambia todo porque es él quien se ofrece, es él quien se sacrifica y es él el quien se da a comer para que alcancemos la unión con Él.

Además de partir el pan y de entregar por separado su cuerpo y su sangre, las palabras de Jesús dan sentido a esos gestos. Mencionamos “tomen y coman, tomen y beban; esto es mi cuerpo, esta es mi sangre”. Pero Jesús dice que su cuerpo “será entregado por ustedes”

¿Por quién será entregado Jesús? “Entregado” tiene muchos sentidos: es entregado por Judas a las autoridades judías. Es entregado por éstas a la autoridad romana. Eso es verdad, pero eso es el plano humano. No estamos equivocados cuando decimos que es Jesús quien se entrega:
“Me amó y se entregó por mí” (Gálatas 2,20), 
dice san Pablo.
Pero no se dice quien entrega a Jesús. Se dice “será entregado”. Es una voz pasiva. Muchas veces, en el Evangelio, esa voz pasiva está indicando veladamente la acción de Dios.
“Felices los afligidos, porque serán consolados” (Mateo 5,5). 
Dios los consolará.
“Hijo, tus pecados te son perdonados” (Marcos 2,5). 
Dios te perdona.

Así, Jesús es “el entregado”.
  • Los hombres lo entregan a la muerte por rencor y envidia.
  • Jesús entrega su vida por todos y cada uno.
  • El Padre entrega a su Hijo para que los hombres tengan vida en Él.

También dice Jesús:
Mi cuerpo será entregado por ustedes. Mi sangre será derramada por ustedes y por muchos.
Esta expresión, “por ustedes” puede tener dos sentidos:
Uno es “en lugar de ustedes”. Los suplentes de un equipo de fútbol tienen bien claro ese uso. Fulano entra por Mengano. Mengano salió, Fulano entra a jugar en lugar de él.
Si pensamos en qué cancha entró Jesús, más que a jugar a jugarse por nosotros, a jugarse en lugar de nosotros, nos estremecemos. No es lo mismo mirarlo recorrer el via crucis y morir en el calvario pensando “pobre, lo que le pasó” que pensando “él está donde iba a estar yo”. Jesús se entrega por nosotros: en tu lugar, en mí lugar, en el lugar de cada uno de nosotros.

“él soportaba nuestros sufrimientos y cargaba con nuestras dolencias… fue traspasado por nuestras rebeldías y triturado por nuestras iniquidades. El castigo que nos da la paz recayó sobre él y por sus heridas fuimos sanados”. (Isaías 53,4a.5)
El otro sentido de ese por es “en favor de ustedes”.
Dijimos que un sacrificio es la renuncia a un bien para alcanzar un bien mayor: en Jesús, es la renuncia a la propia vida para que nosotros tengamos vida en Él.

El crucifijo en nuestras Iglesias está para recordarnos eso:
  • que el Padre nos ha amado tanto como para entregar a su propio Hijo para que nos salvemos por Él;
  • que el Hijo nos ha amado tanto como para dar su propia vida para que nosotros tengamos vida;
  • que el Espíritu de Amor, el Espíritu del Padre y el Hijo, que es amor, hace posible que Jesús esté presente con su cuerpo y con su sangre para alimentar nuestra fe, nuestra esperanza y nuestro amor.
Amigas y amigos, no podemos recibir la Eucaristía sin vivir en el amor; pero no cualquier amor, cualquier sentimentalismo, sino en el amor de Jesús, que se jugó por nosotros, que dio su vida por nosotros. Y el amor de Jesús se vive con Él, dando la vida cada día, aún en nuestros gestos más pequeños.

Gracias por su atención. Que el Señor los bendiga y hasta la próxima semana si Dios quiere.

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