Los números ocupan un lugar importante dentro de nuestra vida y no solo los que hacemos cuando llega fin de mes. Hay quienes adoran las matemáticas y quienes no las soportan. Pero los números no dejan de ser sugestivos… muchos de nuestros dichos están en relación con ellos:
- más solo que el uno,
- no hay dos sin tres,
- tres es multitud. Pero también es San Cono.
- Cuatro: cuarteto… de tango,
- Cinco: el pentágono,
- Seis: media docena,
- Siete: los días de la semana, los sacramentos…
con los quinieleros podríamos seguir hasta el cien, pero quedémonos con el 33, Cristo, 40 el cura, 84 la Iglesia y 88 el Papa (y eso ya era así antes de la visita de san Juan Pablo II al Uruguay, que vino en el año 88).
Números, números… uno y tres. Esos son nuestros números de hoy: un solo Dios, tres personas… pero ¿cómo llegamos ahí?
Las grandes civilizaciones de la antigüedad tuvieron religiones politeístas, es decir, creían en muchos dioses, que eran a veces centenares.
En el siglo IV antes de Cristo el filósofo Aristóteles llegó, por medio de la razón, a la convicción acerca de la existencia de un Dios único… no exactamente un único Dios, pero sí un Dios totalmente diferente, un ser realmente superior a todo otro ser. Pero no se trata de un Dios personal… una de las formas en que lo caracteriza el filósofo es como “motor inmóvil”, es decir, el que mueve todo y no es movido por nadie.
Ya desde muchos siglos antes, en otro lugar del mundo antiguo, un pequeño pueblo de pastores creía también en un Dios único: Yahveh. Al comienzo, pensaban que había o podía haber otros dioses: pero para ellos Yahveh era el único. No querían otros dioses sino a su Dios. Ese Dios era un Dios presente en su vida, en su historia. Lo fueron conociendo a través de sus intervenciones, liberándolos de la esclavitud y luego de varios peligros y amenazas. El pueblo no siempre fue fiel a su Dios. También pasó ese pueblo por momentos muy críticos que hicieron que muchos perdieran la fe; pero siempre permaneció un resto fiel, que expresaba así su convicción:
“Reconoce, pues, hoy y medita en tu corazón que Yahveh es el único Dios allá arriba en el cielo, y aquí abajo en la tierra; no hay otro.” (Deuteronomio 4:35.39)Cuando Jesús de Nazaret comenzó a recorrer su tierra con un grupo de discípulos, predicando de pueblo en pueblo y haciendo curaciones milagrosas, algo que también hacían otros maestros, sorprendió, sin embargo, la familiaridad con la que se refería a Dios, al que llamaba “mi padre”. Esa manera de hablar de Dios, provocó rechazo de parte de las autoridades, que
…trataban con mayor empeño de matarlo, porque no sólo quebrantaba el sábado, sino que llamaba a Dios su propio Padre, haciéndose a sí mismo igual a Dios. (Juan 5,18)Y en una ocasión llegaron a decírselo en la cara:
«No queremos apedrearte por ninguna obra buena, sino por una blasfemia y porque tú, siendo hombre, te haces a ti mismo Dios». (Juan 10,33)Jesús se va revelando como el Hijo de Dios. Y al revelarse como Hijo, también revela el rostro paterno de Dios, el Padre de la Misericordia.
“Quien me ve a mí, ve al Padre” (Juan 14,9)dice Jesús, manifestando que sus palabras y sus acciones comunican el mensaje del Padre Dios, cuya voluntad ha venido a cumplir el Hijo. La resurrección de Jesús de entre los muertos confirma sus palabras. Hubo en Él algo tan especial, que, incluso en el momento de su muerte, alguien llegó a afirmar:
“Verdaderamente este hombre era el Hijo de Dios”. (Mateo 27,54)La revelación de un Hijo de Dios planteó muchas dificultades… ¿cómo entender esto? Padre e hijo son palabras humanas. En un primer sentido, padre es el hombre que engendra un hijo. Decimos que el Hijo de Dios ha sido “engendrado” por el Padre. Pero ¿qué significa eso en la realidad de Dios? ¿quiere decir que el Hijo ha sido “creado” por el Padre, que es una criatura especial, única, diferente, pero, al fin y al cabo, una criatura? No es eso lo que creemos. En el Credo decimos que el Hijo fue
“engendrado, no creado; de la misma naturaleza que el Padre”.El Hijo es Dios: no fue creado ni adoptado.
Así, pues, creemos en un solo Dios, que es Padre, Hijo… pero nos falta una tercera persona. Jesús revela a Dios como Padre, se manifiesta como su Hijo y anuncia la presencia de esa persona divina que él llama con diferentes nombres o títulos: el Espíritu Santo, el paráclito… el espíritu de la verdad.
Jesús dice a sus discípulos:
Todavía tengo mucho que decirles, pero ahora no pueden con ello. Cuando venga él, el Espíritu de la verdad, los guiará hasta la verdad completa. (Juan 16,12-13)El Espíritu Santo llevará a los discípulos al conocimiento de la verdad más profunda sobre Dios.
La revelación de que hay un solo Dios, pero tres personas, no es simplemente un dato, un detalle que hay que conocer o saber sobre Dios.
La revelación acerca de la Santísima Trinidad nos dice que Dios no es un ser solitario: Dios es comunidad de amor.
Las tres lecturas de este domingo hacen referencia al amor de Dios:
Esa es la experiencia de Moisés, cuando sube al monte Sinaí a encontrarse con Dios:
«El Señor es un Dios compasivo y bondadoso, lento para enojarse, y pródigo en amor y fidelidad.»Eso es lo que Jesús confirma en forma definitiva cuando dice:
“Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna.”Tanto amó Dios al mundo… Estamos muy lejos del Dios de Aristóteles… Dios: Padre, Hijo y Espíritu Santo es un Dios que ama a sus criaturas, que quiere establecer un pacto de amor, una alianza con la humanidad.
La verdad que nos presenta la Palabra de Dios no es solo una verdad para conocer, para saber; es, sobre todo, una verdad para obrar, para poner en práctica. En eso será fundamental la guía del Espíritu Santo:
Él les enseñará todo y les recordará todo lo que yo les he dicho. (Juan 14,26)Es con ese guía que será posible lo que Pablo le dice a los corintios:
Él les anunciará lo que ha de venir (Juan 16,13)
“Alégrense, trabajen para alcanzar la perfección, anímense unos a otros, vivan en armonía y en paz. Y entonces, el Dios del amor y de la paz permanecerá con ustedes.”La revelación de Dios como comunidad de amor sacude nuestro individualismo. Estamos llamados a entrar en esa comunión de las tres personas divinas… pero no individualmente, sino como comunidad: comunidad de discípulos de Jesús, templo de piedras vivas, cuerpo místico de Cristo, Pueblo de Dios…
Pablo escribe a las primeras comunidades y anima a sus miembros a llevar una verdadera vida comunitaria, animándose y sosteniéndose unos a otros.
A lo largo de la historia de la Iglesia esa vida comunitaria ha tenido diferentes expresiones. La realidad que hoy estamos atravesando nos ha puesto en distanciamiento físico, pero no tiene que romper la comunidad ni la comunión. De distintas maneras podemos hacernos cercanos unos a otros, acompañándonos y animándonos.
Gracias, amigas y amigos, por su atención. Que el Señor los bendiga. Sigamos cuidándonos y hasta la próxima semana si Dios quiere.
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