jueves, 25 de junio de 2020

Tomar la cruz y seguir a Jesús (Mateo 10,38). Domingo XIII del Tiempo durante el año.







Aquella reunión del entrenador con su equipo fue diferente a tantas otras que habían hecho en la previa de un partido. El veterano solía hacer algunas recomendaciones para todos, en general; después algunas indicaciones particulares para cada jugador y terminaba transmitiéndoles un gran ánimo y el llamado a entrar y moverse en la cancha como un verdadero equipo…

Sin embargo, esta vez no estaban en la sala del club donde solían encontrarse. Cada uno, en su casa, miraba a una pantalla donde podían verse y escucharse unos a otros. El viejo entrenador les habló de un partido diferente… un partido sin tiempos, sin otro equipo en la cancha… un partido donde cada uno tenía que seguir jugando en su casa o en el espacio donde pudiera mantenerse en forma… pero donde ninguno debía olvidar la casaca que los identificaba y los hacía sentir equipo, aunque no estuvieran juntos.

Muchas veces Jesús actúa como el entrenador que envía a su equipo, sus discípulos, a jugarse en el terreno.

No los envía sin entrenamiento. Han hecho camino con él. En sus encuentros con la gente lo han escuchado, han visto su forma de actuar… ahora es su turno. Jesús confía en ellos, los envía, pero no deja de hacer las recomendaciones finales del buen entrenador.

Todo el capítulo 10 del evangelio de san Mateo está dedicado al envío de los discípulos en misión.
Mateo 10,1-4: Formación y capacitación del equipo:
Llamando a sus doce discípulos, les dio poder sobre los espíritus inmundos para expulsarlos, y para curar toda enfermedad y toda dolencia (Mateo 10,1)
Mateo 10,5-15: Planteo del juego, instrucciones, indicaciones concretas:
Vayan proclamando que el Reino de los Cielos está cerca (Mateo 10,7)
Mateo 10,16-36: Una mirada más allá del primer partido, para sostener el empeño frente a fracasos, contrariedades y conflictos.
Miren que los envío como ovejas en medio de lobos… (Mateo 10,16)
Mateo 10,37-40: En el pasaje que escuchamos este domingo, Jesús pide a su equipo fidelidad a él y le señala algo imprescindible para seguirlo: tomar la cruz.
El que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí. (Mateo 10,38)
Mateo 10,40-42: Finalmente hay unas líneas para lo que, por ahora, podemos considerar la hinchada:
Les aseguro que cualquiera que dé a beber, aunque sólo sea un vaso de agua fresca, a uno de estos pequeños por ser mi discípulo, no quedará sin recompensa. (Mateo 10,42)
Desde el principio hubo entre los discípulos quienes estaban todo el tiempo con Jesús y quienes lo recibían en su casa. Recordamos muy bien a Marta, María y Lázaro, amigos y discípulos de Jesús, apoyo para él y para el grupo que siempre lo acompañaba. Jesús considera que ese apoyo no es algo menor; todo lo contrario:
El que los recibe a ustedes, me recibe a mí; y el que me recibe, recibe a Aquél que me envió. El que recibe a un profeta por ser profeta, tendrá la recompensa de un profeta; y el que recibe a un justo por ser justo, tendrá la recompensa de un justo. (Mateo 10,40-41)
Jesús equipara la hospitalidad dada a un profeta, con la misión del profeta mismo. Jesús alude al pasaje del segundo libro de los reyes (2 Reyes 4, 8-11.14-16a) que escuchamos en la primera lectura, donde una mujer, que no pertenece al Pueblo de Israel, reconoce a Eliseo como hombre de Dios y lo ayuda dándole un lugar donde comer y descansar… Por ese gesto y por la intercesión del profeta, ella recibe de Dios una gracia inesperada: el hijo que nunca había podido tener.

Las palabras de Jesús pueden entenderse como una invitación a los miembros del Pueblo de Dios a colaborar con los sacerdotes, los misioneros, las personas consagradas; pero no es simplemente eso. Jesús no está hablando con esos posibles colaboradores, sino con sus discípulos. A ellos y a todos los que, de allí en adelante, nos dedicamos totalmente al servicio de Dios y de los hermanos, Jesús nos llama a ser agradecidos y a no pensar que lo que se nos da es algo que se nos debe. A través de esos benefactores está actuando la providencia de Dios y ellos están participando en la misión de toda la Iglesia.

Ser cristiano es ser discípulo de Jesús y ser discípulo está profundamente unido con ser misionero. Desde el comienzo, Jesús designó a doce,
"para que estuvieran con Él y para enviarlos a predicar" (Marcos 3,14). 
 Los obispos de América Latina, reunidos en Aparecida en 2007 expresaron así la identidad de los cristianos: “discípulos misioneros de Jesucristo”.

Leyendo el resto del capítulo 10 de san Mateo, algunos bautizados podrían decir “eso está muy bien… para los misioneros y misioneras, para los que dejan su tierra y van a otros países a anunciar el evangelio: sacerdotes, personas consagradas, voluntarios… pero ¿qué pasa con los que seguimos nuestra vida de todos los días, nuestra vida de familia y de trabajo?".

Quienes se hagan esa pregunta podrían responderse diciendo que su parte de la misión ya la cumplen con esa valiosa colaboración de la que hablamos antes… pero algunos hacen mucho más: yendo a Misa, prestando algún servicio dentro de la comunidad… catequistas, animadores, ministros… integrantes de una comunidad eclesial de base, del movimiento de Cursillos de Cristiandad o de otros movimientos… o trabajando en ayudas sociales como la heladera solidaria, la pastoral carcelaria, la visita a los enfermos… todo eso está muy bien. Quien lo haga, siga haciéndolo y quien no lo hace y le gustaría hacerlo… pues… ¡anímese!

Pero la misión es todavía más amplia. Todos los bautizados la compartimos desde nuestras diferentes situaciones de vida. Para todos nosotros son las palabras de Jesús que nos llaman a obrar la misericordia (Mateo 5,7), trabajar por la paz (Mateo 5,9), vivir en la justicia de Dios (Mateo 5,10), ser sal de la tierra y luz del mundo (Mateo 5,13-14). La Iglesia, la comunidad de los discípulos de Jesús, no es un pequeño equipo en la cancha, alentado por miles de hinchas… todos somos equipo, todos compartimos la misión, todos nos movemos en el terreno.

El Concilio Vaticano II dejó una enseñanza muy clara sobre esto. Después de señalar la misión propia de los ministros ordenados y de las personas consagradas, nos habla de la misión específica de los laicos, inmensa mayoría del Pueblo de Dios. Esa misión la viven en las condiciones de la vida familiar, en el trabajo, en la vida social, “con las que su existencia está como entretejida”. Allí, en el mundo, en la historia, se les pide que
“guiados por el espíritu evangélico, contribuyan a la santificación del mundo como desde dentro, a modo de fermento. Y así hagan manifiesto a Cristo ante los demás, primordialmente mediante el testimonio de su vida, por la irradiación de la fe, la esperanza y la caridad” (Lumen Gentium, 31).
Es así como las indicaciones, consejos y avisos de Jesús hay que tomarlos para todos. Todos jugamos. Más aún, en estos tiempos de pandemia. Nadie puede quedarse en la tribuna… pero entonces, para seguir a Jesús, para dar testimonio de Él con nuestra vida, hay que ponerse la camiseta…
“Si alguno quiere seguirme, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame” (Mateo 10,38)
La cruz no es solo una carga que me tocó, que me cayó en la vida… no es algo que tengo que recibir con resignación, sino con decisión.

La cruz con la que sigo a Jesús es, de otra forma, su misma cruz, la que viene del rechazo a su palabra, a su obra, a su amor.

Si en nuestra vida tomamos nuestra cruz, descubriremos que no estamos solos…Jesús, el que cargó con su cruz, el que murió y resucitó, nos acompaña, nos anima y nos da fuerzas. Lo dice san Pablo:
“Todo lo puedo en Aquel que me fortalece” (Filipenses 4,13)
Amigas y amigos, no tengamos miedo a la cruz, no la rechacemos… confiemos en que la llevaremos por Cristo, con Él y en Él. Gracias por su atención. Que el Señor los bendiga, cuídense mucho y hasta la próxima semana si Dios quiere.

No hay comentarios: