El Evangelio de este domingo es sumamente conocido. Es la parábola comúnmente llamada “del hijo pródigo”, un nombre que ha recorrido mucho camino. Creo que, además, muchos no conocemos ni usamos ese adjetivo, “pródigo”, si no es en referencia a este pasaje del evangelio de Lucas:
Un hombre tenía dos hijos. El menor de ellos dijo a su padre: "Padre, dame la parte de herencia que me corresponde." Y el padre les repartió sus bienes. Pocos días después, el hijo menor recogió todo lo que tenía y se fue a un país lejano, donde malgastó sus bienes en una vida licenciosa. (Lucas 15,11-13)
Es que “pródigo”, según el diccionario de la Real Academia Española, significa exactamente eso: “Dicho de una persona: Que desperdicia y consume su hacienda en gastos inútiles, sin medida ni razón.”
Se ha propuesto también el nombre de “Parábola de los dos hijos”, ya que ambos tienen su papel en el relato. Sin embargo, tanto “el hijo pródigo” como “los dos hijos” dejan en la sombra al verdadero personaje central, que es el padre. El nombre más justo y adecuado de esta parábola es “el padre misericordioso”. Pero no nos adelantemos.
¿Cómo se nos presenta la relación de estos dos hijos con su padre? El comienzo de la parábola, que ya hemos escuchado, nos muestra una acción terrible de parte del hijo menor: pedir la parte de su herencia mientras su padre vive y alejarse de la casa paterna. En nuestras historias familiares, algunas de otros tiempos, no falta algún padre que haya dejado de hablar con alguno de sus hijos o hijas porque hizo algo que para él ha estado muy mal. Incluso, algunos mantuvieron esa actitud hasta su muerte. Son historias estremecedoras. Pero aquí tenemos un hijo que está tratando a su padre como si ya hubiera muerto y se va de su presencia, como para no verlo nunca más.
La parábola continúa contándonos que ese hijo menor perdió toda su fortuna y entonces recordó cómo se vivía en la casa de su padre. Pero, notémoslo, en su añoranza no aparece su condición de hijo, sino que recuerda cómo vivían los trabajadores de su padre y decide volver y pedir ese lugar, el de siervo:
Entonces recapacitó y dijo: "¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, y yo estoy aquí muriéndome de hambre!" Ahora mismo iré a la casa de mi padre y le diré: "Padre, pequé contra el Cielo y contra ti; ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros." (Lucas 15,17-19)
Así, aquel joven caído en la miseria emprende el regreso. Su padre lo recibe -volveremos sobre eso- y organiza una fiesta para celebrar que ha vuelto. El hermano mayor, que se ha quedado junto al padre, regresa de trabajar en el campo y oye la música. Cuando pregunta qué pasa, le explican:
"Tu hermano ha regresado, y tu padre hizo matar el ternero engordado, porque lo ha recobrado sano y salvo." (Lucas 15,27)
El hijo mayor encara al padre con reproches. Pero ¿qué le reprocha?
"Hace tantos años que te sirvo sin haber desobedecido jamás ni una sola de tus órdenes, y nunca me diste un cabrito para hacer una fiesta con mis amigos. ¡Y ahora que ese hijo tuyo ha vuelto, después de haber gastado tus bienes con mujeres, haces matar para él el ternero engordado!" (Lucas 15,29-30)
“Hace tantos años que te sirvo”… el hijo mayor no se presenta como hijo: se presenta como servidor, servidor fiel que ha obedecido siempre a su patrón y no se siente adecuadamente recompensado: “nunca me diste un cabrito…”
Veamos ahora la actitud del padre ante sus hijos.
Notemos lo que sucede en el momento en que el hijo menor va llegando a la casa:
Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió profundamente, corrió a su encuentro, lo abrazó y lo besó. (Lucas 15,20)
“Cuando todavía estaba lejos…” El padre no estaba dentro de la casa, sino mirando hacia el camino. No era algo casual: cada día esperaba; cada día sostenía la esperanza del regreso de su hijo. Cuando lo ve no espera a que llegue: corre a su encuentro; lo abraza y lo besa. El padre ama con amor de madre: no importa lo que el hijo ha hecho; antes que nada, es su hijo y lo ama.
Al abrazo y el beso, se suman otros gestos:
"Traigan enseguida la mejor ropa y vístanlo, pónganle un anillo en el dedo y sandalias en los pies. Traigan el ternero engordado y mátenlo. Comamos y festejemos, porque mi hijo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y fue encontrado." (Lucas 15,22-24)
Podríamos pensar que esas distintas atenciones: vestido, anillo, sandalias y comida especial son una simple expresión de cariño y alegría. Lo son, pero más aún, los distintos detalles tienen su significado.
La mejor ropa es el traje de fiesta, la vestimenta larga, que usa el invitado de honor, a diferencia del servidor, que lleva vestimenta corta. Al hijo que ha regresado no se le preguntará “¿cómo has entrado aquí sin el traje de fiesta?” (Mateo 22,12) ya que es el padre mismo quien hace que le pongan el traje.
El anillo no es un adorno. El anillo sirve como sello y es signo de autoridad. Con el anillo, el padre vuelve a darle al hijo lo que había perdido, la parte de los bienes de su padre. Aquí comenzamos a ver que la herencia aquí representada no es material y por eso es inagotable.
Las sandalias son la señal del hombre libre. Los esclavos iban descalzos.
El padre no quiere de sus hijos que sean siervos ni esclavos, sino personas libres… ¡hijos e hijas! que responden a su amor con amor, desde su libertad.
Pero no nos olvidemos del hermano mayor. Al enterarse de que se daba una fiesta por el regreso de su hermano,
Él se enojó y no quiso entrar. (Lucas 15,28a)
¿Qué hace el padre entonces? Así como salía a esperar el regreso del hijo menor…
Su padre salió para rogarle que entrara (Lucas 15,28b)
El padre sale a buscar a sus hijos. Los quiere a los dos. Quiere el reencuentro entre ellos. Quiere que el hermano mayor reconozca al menor como “mi hermano” y no como “ese hijo tuyo”…
¿Cuál es el significado definitivo de esta parábola? Pues, decirnos: “así es Dios”. Con ese amor nos ama, con ese amor misericordioso, que se compadece de todos nuestros pecados y extravíos, de todo el mal con que dañamos a los demás y nos dañamos a nosotros mismos. Con ese amor con que nos espera siempre y anhela nuestro reencuentro con Él.
Es justo que haya fiesta y alegría, porque tu hermano estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado. (Lucas 15,32)
Las parábolas de Jesús nos invitan a reconocernos en sus personajes. Habrá quien se halle bien como el hijo menor que vuelve y experimente el consuelo de encontrar al Padre Misericordioso. Habrá quien sienta que ha actuado como hermano mayor, y rogará para convertirse y cambiar su corazón endurecido. Y no está mal que alguien se sienta como el Padre, que espera y sale, que busca construir un puente para el reencuentro de quienes necesitan reconciliarse con él y entre sí.
En esta semana
Desde el lunes 31 estará reunida en Florida la asamblea de la Conferencia Episcopal del Uruguay. Les pido su oración por este encuentro en que los Obispos compartimos nuestros desvelos pastorales por el Pueblo de Dios que peregrina en las nueve diócesis de Uruguay.
Miércoles 2: un santo tal vez poco conocido entre nosotros, San Francisco de Paula, patrono de Calabria, en Italia. Un hombre de penitencia, que basó su espiritualidad en la práctica cuaresmal. Un buen compañero para nuestro itinerario en este tiempo.
Gracias, amigas y amigos, por su atención. Que los bendiga Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.