miércoles, 17 de abril de 2024

Canelones se prepara para recibir la reliquia del Beato Jacinto Vera.


A partir del miércoles 24 de abril, la reliquia del beato Jacinto Vera estará recorriendo las capillas de la parroquia catedral Nuestra Señora de Guadalupe. Visitará también las instituciones de Educación Católica.

La visita culminará con la celebración, por primera vez, de la Memoria del beato, en el primer aniversario de su beatificación, el 6 de mayo a las 18:30, en la iglesia Catedral.

Palabra de Vida: Vengan a Mí (Juan 6,35-40)


Miércoles de la tercera semana de Pascua.
17 de abril de 2024.
Ilustración: "Jesús Pan de Vida", obra de la artista argentina Elizabeth Alves.

domingo, 14 de abril de 2024

Libertad, justicia y compasión en el alma de nuestro pueblo. Mensaje de la Conferencia Episcopal del Uruguay.


Los Obispos del Uruguay queremos compartir estas reflexiones, en este tiempo electoral que se abre, para contribuir, desde nuestra perspectiva, al discernimiento de los fieles y de nuestras comunidades cristianas. 

Nuestro deseo es mirar más allá de las próximas instancias electorales; encontrar en nuestras raíces los valores que han forjado nuestra identidad nacional y  configuran el alma de nuestro pueblo. Asimismo queremos ayudar a valorar la importancia del sentido de la vida, compartir las problemáticas emergentes de nuestra realidad y animar a la búsqueda de esa verdad que da fundamento a la dignidad de toda persona humana y que nosotros encontramos en Jesucristo muerto y resucitado. 

1 – La alegría de ser uruguayos

Nos da alegría pertenecer a este pueblo, orientales o uruguayos. Habitamos en esta orilla del río Uruguay y del Plata que nos separa de nuestros hermanos argentinos y tenemos una frontera desdibujada con el otro coloso de nuestro continente, el hermano pueblo del Brasil. Sabemos que nuestra independencia fue fruto de un conjunto de factores que descubrimos en nuestra historia y que tuvieron en la “redota” de 1811, bautizada como “Éxodo del pueblo oriental”, un episodio clave donde se fue forjando una nueva nación, la conciencia de ser un pueblo que había elegido a su jefe, y que, a su modo, tenía una identidad propia. 

Este ser orientales y luego uruguayos tiene sus raíces en nuestra ubicación en la frontera de dos imperios, en la rivalidad de puertos, en la fertilidad de nuestros campos, en la riqueza ganadera que aportaron los españoles. Esta identidad se fue consolidando en las luchas de la independencia, en las gestas de nuestros héroes y también en los desencuentros y encuentros que marcaron desde el inicio nuestra historia. 

A la matriz india, con la contribución sustancial de los pueblos guaraní-misioneros, se sumaron los aportes españoles, la forzada llegada de africanos y, ya poco después de la independencia y durante un siglo, el arribo de inmigrantes de distintas partes de Europa, así como de pequeñas colonias de muy diversas naciones del mundo. Se fue conformando así nuestra identidad y nuestra idiosincrasia y, en medio del dolor de guerras civiles donde las fronteras se desdibujaban, se fue consolidando nuestro ser nacional. 

La Iglesia fue partera de la patria. Estuvo presente desde la llegada, hace 500 años, de los primeros españoles. Fue factor de civilización y progreso: desde el norte, con el influjo de las misiones jesuíticas y desde el sur con los franciscanos y dominicos haciendo los primeros intentos de reducciones, enseñando los rudimentos de la domesticación del ganado y de la agricultura, impulsando las primeras industrias, trayendo poco después las primeras escuelas y acompañando la vida de los pobladores que trajeron la cristiandad de matriz hispánica a nuestro suelo. 

En nuestra historia destaca la figura de José Artigas. Los orientales nos sentimos herederos de su legado. Fue un héroe derrotado y, sin embargo, lo reconocemos como quien dio cauce a los sentimientos e ideales que nos forjaron como pueblo, como nación. La herencia artiguista está imbuida de sentido cristiano: soberanía de los pueblos, libertad, justicia, compasión con los más pobres. Su figura destaca entre los héroes de América. Formado en la escuela franciscana de Montevideo, el espíritu de san Francisco lo acompañó desde la cuna. 

Herederos de Artigas, amantes de la libertad, hemos construido y, en estos últimos cuarenta años, consolidado, la democracia más plena de América Latina, el país con mejor distribución de la riqueza y con menor corrupción de nuestro sufrido continente. Sabemos que son muchos los desafíos que tenemos y sobre los que queremos decir nuestra palabra, pero no podemos dejar de sentir la alegría de ser uruguayos y de expresar nuestro amor a esta tierra y a nuestra gente. 

2 – Un país construido en base a acuerdos y diálogos

El epitafio de la tumba del Pbro. Dámaso Antonio Larrañaga en la catedral de Montevideo fue escrito por el Prof. Juan Pivel Devoto. Al final dice: “El culto a su memoria armoniza los sentimientos colectivos”. Larrañaga fue un hombre de su tiempo y un sacerdote cabal. Una figura estupenda que reunía en sí al ilustrado y al científico, al educador y al legislador, al hombre político y al formador de generaciones. Sus opciones políticas a lo largo de su vida son discutibles; pero su amor a la patria y a su gente, su pasión por el progreso de sus habitantes fue una constante. A su muerte, en 1848, el Uruguay naciente estaba en plena Guerra Grande. Se detuvieron las hostilidades para que, tanto el gobierno de la Defensa como el del Cerrito, pudieran rendir homenaje al primer Vicario Apostólico. 

Esta figura de nuestra historia, con sus generosos aportes y sus contradicciones, sin identificación partidaria, nos ayuda a levantar la mirada y percibir que en nuestra más profunda identidad como nación está el acordar, dialogar, llegar a consensos, amnistiar, perdonar, buscar lo mejor para el país y su gente. Nuestros conflictos y guerras civiles, algunos extremadamente duros, dejaron el dolorosísimo recuerdo del enfrentamiento entre hermanos y, al mismo tiempo, al llegar la paz, dieron lugar a que aflorara la magnanimidad, sin la cual es imposible la convivencia en una sociedad fracturada. 

Las rivalidades de nuestros caudillos dieron cauce también a estilos, modos de pensar y de actuar, miradas diversas sobre el mundo y nuestra historia, sensibilidades que tenían que ver con nuestra raíz más hispánica o más cosmopolita. En ese tiempo de fronteras no totalmente definidas, nuestros enfrentamientos se entremezclaban con los de nuestros vecinos; pero la identidad nacional se fue consolidando frente a los que dudaban de nuestra viabilidad. Los uruguayos fuimos, finalmente, capaces de ir delineando nuestros destinos y de ir afirmando nuestro ser nacional, abierto al flujo de inmigrantes que enriquecía nuestro andar. 

La Iglesia acompañó la marcha de nuestro país, primero como Iglesia oficial y luego a la intemperie con respecto al Estado. En 1878 se creó la diócesis de Montevideo y su primer obispo, el beato Jacinto Vera, fue el prototipo de la Iglesia consustanciada con el país, promotora de la paz, impulsora de la educación, servidora de los pobres, cercana a todos. 

En el Uruguay del siglo XX hubo pasos importantes de progreso económico y social, consolidación de las instituciones, avances en la legislación, desarrollo del movimiento sindical y sesenta años de paz. La Constitución conoció diversas reformas. Todas ellas se realizaron mediante acuerdos políticos. 

Las décadas del 60 y del 70 del siglo pasado estuvieron caracterizadas por el desencuentro entre los uruguayos: crisis económica y social, guerrilla, dictadura. Años de sufrimientos con heridas que siguen abiertas. El retorno a la democracia, en 1985, fue ampliamente celebrado por la mayoría de nuestro pueblo y abrió este tiempo marcado por la consolidación democrática, la rotación de los partidos en el poder y la diversidad de acuerdos que han ido pautando nuestro ser como nación. 

Cuando el pasado año 2023, a cincuenta años de la ruptura institucional, se realizaron diversos actos donde participaron el presidente de la república y ex presidentes de los distintos partidos, manifestando sus diversas visiones con respeto y cordialidad, vimos un reflejo del Uruguay que la gran mayoría de los orientales queremos: un país de cercanías, de acuerdos, de búsqueda del bien común, de respeto por el otro. 

“La paz es artesanal”, gusta decir el papa Francisco, indicando así que es una tarea que implica la participación de todos y un compromiso personal con su consolidación. Nunca nos arrepentiremos de los pasos que demos para buscar el encuentro, el acuerdo, y, si fuera necesario, el perdón. La magnanimidad es un atributo necesario a la hora de construir juntos un país. La paz social está en juego toda vez que expresamos con agresividad lo que pensamos y creemos, así como cuando juzgamos y condenamos las opiniones y visiones ajenas, movidos más por prejuicios que por sólidos argumentos.

Tenemos los fantasmas que vienen de nuestro pasado para recordarnos lo que es un Uruguay dividido; pero también la realidad de países donde el enfrentamiento es norma, que nos sirve de espejo de lo que no queremos ser. Por eso, frente a una nueva instancia electoral, la invitación que hacemos los obispos es recoger lo mejor de nuestra historia, levantar nuestra mirada y cuidar el alma del país

3 – Cuidar el alma del país: libertad, justicia y compasión. 

El Uruguay se ha ido formando desde diversas tradiciones, pero con una columna fundamental judeocristiana, hispánica e ilustrada, que configuró una sociedad horizontal, igualitaria, respetuosa del pluralismo. El alma de un país son los valores intangibles que dan sentido a los esfuerzos colectivos y que sostienen la convivencia y la construcción del futuro. Si esos valores se olvidan y se descuidan, se quita el fundamento que hace posible la construcción de una vida en común. 

La dignidad de la persona humana es el fundamento sobre el que se construye la vida de una sociedad que quiere respetar los derechos de las personas y es el criterio clave de todo proyecto cultural, social y económico. Encuentra su cimiento en la fe en Dios creador y es un patrimonio común de la humanidad. 

Los uruguayos cuidamos y defendemos la libertad, pero una libertad inseparable de la responsabilidad y de la justicia; porque, si se separan, la libertad deriva en individualismo feroz, en libertinaje sin más horizonte que el propio capricho y en una creciente desconfianza social. La confianza es fundamental para vivir juntos, aun con nuestras diferencias. La confianza hace posible la política, la economía y la vida cotidiana junto a otros. 

El ideario artiguista pone entre nosotros con fuerza el ideal de la justicia. Sabemos que se concretiza en la medida que una sociedad es capaz de realizar las condiciones que hacen posible a las personas y a las  comunidades desarrollar lo que se corresponde con su naturaleza y su vocación. 

La tradición judeocristiana construyó el valor de la compasión, del cuidado de los más pobres y los más vulnerables. Este patrimonio está en nuestra Constitución, en la Declaración Universal de Derechos Humanos y en las bases políticas de nuestra democracia. Una cultura del cuidado es la que hace que una sociedad proteja a los más débiles y respete la dignidad inviolable de todo ser humano, no solo auxiliando sus necesidades inmediatas sino ayudándoles a alcanzar los medios para su propio desarrollo. 

La protección de la vida está unida a la dignidad de toda persona humana y ha sido siempre un fundamento clave de nuestra civilización. Hoy, ya erosionado y relativizado, pone en peligro los cimientos de los derechos y del bien común. Porque si la vida de algunos vale menos, si se la puede descartar por no ser deseada o por considerarse inútil, ¿cómo se puede seguir protegiendo los derechos humanos, si aquellos que son fundamentales son relativizados al interés utilitarista de una cultura que desprecia la debilidad y la dependencia?

Uruguay ha sido siempre una sociedad solidaria que, bajo la avalancha cultural narcisista e individualista, corre el riesgo de perder su mayor riqueza: la calidad humana, que no olvida a los demás y siempre tiende la mano al que está necesitado. Solo apostando a mejorar humanamente podemos construir un futuro mejor para todos. 

4 – El sentido de la vida

El tiempo en que vivimos ha abandonado la pregunta por la verdad. Ante los límites y la complejidad del conocimiento humano, ha crecido el relativismo, no sólo en todas las áreas del conocimiento sino también, de forma especialmente preocupante, en la ética. Si nadie puede conocer la verdad ni poseerla, entonces solo resta que cada uno construya la suya y crea lo que le sea más útil para vivir mejor, desembocando así en un pragmatismo que deja la existencia sin un horizonte último, sin preguntas radicales. Sin embargo, nadie puede eludir la pregunta por la finalidad y el sentido de la vida, por la verdad de lo que somos. La búsqueda de la verdad no es una cuestión teórica, sino que se trata de lo que a todos nos afecta, porque se trata de la vida misma. A nadie le da lo mismo la verdad que la mentira en las cosas que le afectan vitalmente. 

La obsesión por la felicidad, reducida a bienestar físico y emocional, reduce el horizonte de la vida humana, estrecha la mirada y nos encierra en la búsqueda de satisfacciones inmediatas, que dejan cada vez más vacía la vida, en un círculo vicioso de consumo para escapar de la ausencia de sentido. 

El impacto de la Inteligencia Artificial (IA) en todos los aspectos de la vida (trabajo, educación, medicina, amistad, amor, política, economía y medio ambiente), crea una gran incertidumbre y nos obliga a repensar lo humano, a repensar lo que somos y qué queremos dejar a las generaciones futuras. La Inteligencia Artificial no es neutral. Así como es una ayuda que nos impresiona por su capacidad, también está llena de riesgos y peligros para la humanidad. Por eso, es preciso regularla; pero, sobre todo, discernir éticamente hacia dónde queremos encaminar la vida humana en todas sus dimensiones. 

La enorme extensión de las redes sociales, con todas sus posibilidades, ya muestra también su lado oscuro, especialmente en la vida de los niños y adolescentes expuestos irresponsablemente a ese universo virtual que les genera adicción, ansiedad y depresión. A pesar de las advertencias de organizaciones internacionales de pediatría y de especialistas en educación sobre el impacto negativo de las redes, no se ha tomado conciencia de los efectos que tienen en la salud mental. La repercusión que están teniendo en la vida social y política se vuelve un problema para las democracias actuales, cuando las redes exacerban la polarización y el aislamiento social. 

¿Qué hacemos frente a tanta soledad y falta de sentido de la vida en nuestra sociedad? El problema del suicidio no es solo una tragedia personal y familiar, sino un drama social y cultural del Uruguay. ¿Cómo ayudar hoy a vivir una vida con sentido? El sentido se recibe como un don, se busca entre los claroscuros de la existencia humana, se encuentra o nos encuentra cuando nos abrimos a su luz.  La verdad y el sentido no se fabrican, no se inventan; se reciben, se descubren.  

Lo que da sentido a la vida es un propósito, una vocación de entrega fuera de uno mismo. Lo que da sentido es una vida que se sabe amada incondicionalmente, intrínsecamente.  Es una vida que no se reduce a la mera satisfacción individual, sino que se sabe parte de una historia que la trasciende y cuando la persona mira su propio recorrido y descubre la huella que ha dejado, encuentra el hilo que le da significado.  Reconocer que la vida no es absurda, que no somos un accidente, sino que hemos sido pensados y creados por amor es un acto de fe, pero al mismo tiempo de una profunda razonabilidad. ¿Por qué buscar sentido si no lo hay? La vida misma se nos impone como una búsqueda de sentido. Los cristianos la encontramos en Jesucristo, Luz de nuestras vidas. 

La búsqueda del sentido de la vida no es solo una cuestión personal, sino una interpelación a la sociedad en todos sus ámbitos, incluyendo el de la política. La falta de respuestas consistentes trae consecuencias que están a la vista, en el deterioro de la vida de jóvenes y ancianos, en las familias destruidas por la violencia, en tanta soledad padecida aun entre quienes viven junto a otros. 

La familia y los centros educativos son el ámbito natural para despertar esta búsqueda y ayudar a dar respuestas. De ahí que el aporte más profundo de la educación no se agote en programas y competencias, sino en una formación integral de la persona de acuerdo a la convicción de sus padres, como garantiza la Constitución.   

5 - Algunos problemas emergentes 

A las situaciones de fondo que hemos planteado se suman las dificultades que, como sociedad, tenemos hoy frente a nuestros ojos de modo evidente y, más allá de las posturas políticas de cada uno, suponen desafíos que estamos llamados a afrontar con sentido de unidad porque los problemas que nos afligen no tienen color político. 

Aflora inmediatamente el problema de la seguridad pública que, sabemos, no tiene fácil solución. El número de homicidios no ha disminuido y golpea nuestra conciencia de un modo especial cuando se trata de niños asesinados o heridos por balas que no estaban destinadas a ellos, pero que segaron sus vidas. A la problemática social que está en el origen de muchos delitos se suma la plaga del narcotráfico en diversas escalas, que ha llevado a que en algunos barrios se viva una guerra de bandas con terribles consecuencias. 

Las cárceles están superpobladas y la situación en ellas es muy dura, como lo hace ver la cantidad de hechos de violencia que allí se suceden. Hay experiencias de reinserción de los que son liberados; pero parece poco frente a la población que, día a día, sale o entra a los centros penitenciarios.

Hay un núcleo de pobreza dura que nos interpela, sobre todo cuando ésta adquiere «rostro de niño». Los diversos gobiernos y muchos actores de la sociedad han hecho esfuerzos para combatirla; pero sigue habiendo un porcentaje de uruguayos que vive en condiciones indignas. No es sólo un tema de dificultades económicas sino también de oportunidades y de educación. 

Como otro signo que nos inquieta vemos que las personas en situación de calle han aumentado en número, no solo en la capital, sino también en ciudades del interior, caracterizándose por ser en su gran mayoría jóvenes adictos y personas con problemas de salud mental.

Esta realidad nos interpela a cambiar la cultura del descarte por la cultura de la compasión, a crear puentes de acercamiento para que la brecha no siga creciendo. Toca a las diversas instituciones de la sociedad trabajar por una ética de la equidad que genere nuevos puestos de trabajo y dé a la economía un rostro más humano. 

El flagelo de las adicciones ha entrado fuertemente en nuestra sociedad, porque ante el vacío existencial de la falta de sentido muchos hermanos buscan un escape. Las adicciones son múltiples. Suele relacionárselas con el consumo de alcohol y de otras drogas, que se sigue extendiendo; pero a éstas se suman otras, de apariencia inofensiva, como la hiper conexión a las redes y plataformas de juegos, que afectan especialmente a niños y jóvenes, alterando los vínculos familiares y rompiendo el tejido social. La extendida adicción a la pornografía causa también mucho daño, banalizando la sexualidad humana y desviándola de su sentido de expresión de un amor conyugal auténtico y fecundo.

La familia se ve afectada por la cultura individualista y la falta de un apoyo fuerte hacia ella, como establece el mandato constitucional. Hay una creciente dificultad en asumir compromisos de por vida. La realidad de la familia, basada en el matrimonio de un varón y una mujer con la mirada puesta en la transmisión de la vida, parece cosa del pasado. Disminuye la natalidad. Se posponen los hijos, perdiéndose a veces los tiempos de mayor fecundidad. Muchas veces parece no haber interés o deseo de traer hijos al mundo. No se tiene conciencia de lo que significa el aborto, cuya gravedad nuevamente señalamos como una herida profunda a nuestra conciencia moral como sociedad y cuyos números, fríamente publicados, no dejan de ser la “matanza de los inocentes” practicada ante la indiferencia de la mayoría. “Una sociedad sin niños, una sociedad que no protege la vida de los más indefensos, es una sociedad que pierde el sentido de la vida, se envejece, se entristece, se suicida”, decíamos hace cinco años. Se suma a esta realidad el proyecto de ley de eutanasia, que vuelve a poner sobre el tapete la posibilidad de que algunas vidas puedan ser consideradas descartables y no se asume el peso tremendo que se pone sobre la conciencia de aquellos que, disminuidos en sus fuerzas físicas por la enfermedad o la vejez, puedan sentirse una carga para su familia y para la sociedad.

El trabajo sigue siendo un pilar fundamental de la existencia humana, no solo para ganar su sustento cotidiano, sino como camino de realización personal, aunque preocupa, en algunos casos, la pérdida de una cultura del trabajo. Hoy la Inteligencia Artificial, como lo han sido tantos otros desarrollos de la tecnología, aparece como amenaza a los empleos de muchos. La preocupación por crear nuevos puestos de trabajo, debe llevar al Estado a seguir promoviendo la inversión y facilitar el desarrollo de las diferentes áreas de producción, pero también a cuidar los derechos básicos de los hombres y mujeres del trabajo, así como la protección de la Casa común. Muchas veces hemos expresado nuestro reconocimiento y gratitud a los trabajadores, que sostienen con su esfuerzo cotidiano el conjunto de la vida social. Pensamos también en los emprendedores del agro y de la industria, que pueden constituirse en verdaderos motores de riqueza, prosperidad y felicidad pública. 

El cuidado de la Casa común, al que nos invita el papa Francisco, y al que nos hemos referido, es una responsabilidad de todos, que tiene que ver con el presente y el futuro de la humanidad.  Sabemos que abarca diversos aspectos como la finitud de los recursos naturales, el cambio climático y el uso que hacemos de los bienes. También en nuestra realidad nos vemos enfrentados a situaciones preocupantes, que exigen una respuesta y compromiso para los que todos debemos educarnos.  

6 - Hacia una cultura del encuentro: construir puentes. 

Parece fundamental reconocer la libertad como don y tarea, como algo que se nos ha dado y que constituye el fundamento de nuestra dignidad. Esta libertad nos emplaza al profundo respeto del otro como persona humana; como misterio que no podemos manipular, porque constituye un fin en sí mismo desde su concepción hasta su muerte natural. Necesitamos recuperar la capacidad de admiración y el gozo de contemplar la belleza de la creación. Ser conscientes de que nuestra vida es un don nos ubica como administradores de la misma y no como sus dueños absolutos. 

La autonomía de la libertad encuentra su adecuado cauce en la relación interpersonal con el otro. Esa relación nos mueve a la equidad, fundamento de la justicia, y nos invita a la compasión, especialmente con los más vulnerables, quienes transitan sin ser vistos en una lógica de mercado puramente pragmática. De esta manera, libertad, justicia y compasión, se integran en un proceso que favorece la conversión del corazón y la construcción de la cultura del encuentro. 

Necesitamos priorizar el encuentro interpersonal, el respeto profundo a la dignidad de toda persona humana, y la configuración de una ética responsable para la construcción de la casa común. La persona descubre la felicidad en el descentramiento del yo, en el deslumbramiento que genera en ella misma la belleza del bien, en la alegría y plenitud que experimenta cuando es fiel a la suave voz de Dios que habla al interior de su conciencia. 

Para quienes vivimos la fe cristiana, más allá de nuestras contradicciones y pecados, esta marcha humana se hace escucha del Dios que nos habla y nos invita a descubrir, en su Hijo Jesucristo, el Camino, la Verdad y la Vida. Él es quien puede iluminar nuestro caminar personal y social. Es a partir de Cristo que el creyente discierne y elige en las distintas encrucijadas de la vida el rumbo que considera adecuado. 

“La política es una de las formas más elevadas de la caridad, porque sirve al bien común” ha dicho el papa Francisco. Mucho tenemos que agradecer a los políticos de nuestro país que eligen esta vocación o se sienten llamados a ella con el propósito de servir al bien común. Pero la actividad política no es solo para unos pocos. La política es el espacio de lo público, que se constituye en un espacio de todos, que a todos interesa y afecta. En la plaza pública se habla de lo que nos concierne y se apela a la razón de todos. En este espacio hay normas, leyes, reglas de juego que hay que respetar para el buen funcionamiento de la vida en común. Por esta razón, un católico está especialmente convocado a ocuparse de los asuntos públicos. A la fe cristiana, por estar fundada en Dios que se hace hombre, nada de lo humano le es ajeno. Nada de lo humano puede quedar fuera del compromiso cristiano con la vida. 

La comunidad política es auténtica cuando existen vínculos reales y solidarios, que van más allá de una superficial tolerancia o del cumplimiento formal de la ley. Necesitamos preguntarnos y respondernos sobre el por qué hacemos lo que hacemos; por qué es importante buscar el bien de los demás, respetarlos y defender su dignidad como personas. Saldremos adelante si podemos confiar en el otro y en las instituciones. 

En esta realidad política que es el Uruguay, los cristianos estamos llamados al compromiso y el primero de ellos es el de construir hoy puentes para que la sociedad no se fragmente en lo político y para que los hermanos que viven situaciones que tienden a marginarlos puedan vivir en una comunidad más integrada, que brinde oportunidades a todos sus habitantes, no sólo económicas o laborales, sino de realización personal, de una vida llena de sentido, de personas libres y responsables con el ánimo de dejar su huella de bien en su paso por el mundo y de estar abiertos a la trascendencia. 

Concluyendo

Esta reflexión quiere ayudarnos a mirar no sólo el episodio electoral de este año sino a observar con mayor profundidad nuestra realidad uruguaya. Desde nuestras raíces nos vienen elementos clave de lo mejor de nuestro ser como nación. Hay un alma del Uruguay a cuidar y, como cristianos, tenemos, sin duda, una responsabilidad en ello. La tradición artiguista resalta los elementos fundamentales de lo que es nuestro acervo como nación: el amor a la libertad, el sentido de la justicia y el espíritu de compasión. El vacío existencial que muchos hoy viven tiene su razón de ser en el oscurecimiento de la fe, en el cercenamiento de la dimensión espiritual, en el atractivo por el consumismo, muchas veces insatisfecho en la práctica. 

Los problemas emergentes que nos afligen, con su urgencia, nos hacen perder de vista, por momentos, las causas más profundas que son de orden espiritual, que tienen que ver con la falta de sentido de la vida. 

Inmersos como uruguayos en la pasión que suscita el año electoral, atentos y comprometidos en tantos campos de la vida social, recordamos, como cristianos, que nuestra patria final es el Cielo; pero este don exige a nuestra libertad el compromiso con el Amor que nos ha creado y redimido y que nos encamina hacia nuestra definitiva querencia, el lugar al que pertenece y en el que está llamado a habitar para siempre todo aquel que viene a este mundo: la Casa del Padre. 

Con cariño filial, invocamos a nuestra Madre: María, Virgen de los Treinta y Tres. Le pedimos que extienda su manto sobre todos sus hijos e hijas, naturales o inmigrantes que viven en esta tierra oriental, así como sobre quienes, dispersos en otros lugares del mundo, sienten que siguen perteneciendo a ella, para que crezcamos en el diálogo, el respeto, la confianza y la búsqueda del bien común, mientras peregrinamos hacia la Eternidad.

Los Obispos del Uruguay

viernes, 12 de abril de 2024

Palabra de Vida: No tener miedo. Tener esperanza.(Juan 6,16-21)


Reflexión tomada de S. Juan Pablo II, discurso a la ONU, 5/10/1995. 

Se realizó esta semana asamblea de la Conferencia Episcopal del Uruguay.


Florida, Viernes 12 de Abril de 2024

Concluyó este mediodía la asamblea plenaria de la Conferencia Episcopal del Uruguay dentro de la cual los Obispos dieron redacción final al documento “Libertad, justicia y compasión en el alma de nuestro pueblo”. Se trata de una reflexión situada en este tiempo electoral pero que invita a mirar más allá de las instancias puntuales, considerando valores que forman parte de nuestra identidad como pueblo así como la necesidad -siempre presente en el ser humano- de encontrar sentido a su vida y donde se ofrece un punto de vista sobre algunos problemas actuales de la sociedad uruguaya.

La reunión comenzó el lunes 8. Como es habitual, se inició con un tiempo de oración, para dar espacio a un momento en que los Obispos comparten de forma espontánea algunas de sus vivencias e inquietudes.

El año 2024, como quedó establecido en la anterior asamblea, es un Año Vocacional, con el lema “¡Ánimo, levántate! Él te llama” (Marcos 10,49). Comenzó en cada diócesis con la Misa Crismal y culminará con la peregrinación nacional al santuario de la Virgen de los Treinta y Tres el 11 de noviembre. El Departamento de Vocaciones y Ministerios presentó algunas propuestas en ese sentido, que irán llegando oportunamente a las diócesis. 

La Pastoral Juvenil estuvo presente en la reunión, dando detalles de la Jornada Nacional de la Juventud, que se enmarca también en el año vocacional. La jornada se llevará a cabo el 7 y 8 de septiembre, en la ciudad de Pando, en la Diócesis de Canelones. El lema de la jornada es “Jesús, esperanza que transforma”.

El jueves visitó la asamblea el encargado de negocios interino de la Nunciatura Apostólica, Mons. Stephen Kelly, en ausencia del Sr. Nuncio, que se encuentra en Italia. Con él se mantuvo un diálogo sobre distintos aspectos de la vida de la Iglesia en el Uruguay.

El Ing. Eduardo Carozo presentó a los Obispos una ponencia sobre Inteligencia Artificial, haciendo ver su presencia ya establecida, sus perspectivas en el futuro cercano y algunos interrogantes que ello plantea.

La catequesis y el ministerio del catequista estuvieron a consideración de la asamblea, a partir del informe del Departamento de Catequesis, que dio cuenta de los pasos que se han ido dando para apoyar la formación de candidatos en las diócesis.

Se planteó también la necesidad de reestructura de la organización de la Conferencia Episcopal. Los servicios de la CEU se desarrollan a través de cinco sectores: Palabra de Dios, Promoción Humana, Laicos, Ordenados y Consagrados y Servicios. Cada uno de ellos abarca varios departamentos y comisiones. Los Obispos iniciaron una reflexión para buscar una estructura que pueda servir mejor a la misión evangelizadora de la Iglesia.

Los obispos volverán a reunirse en Florida en el mes de agosto, para unos días de Ejercicios Espirituales con el Cardenal arzobispo de Córdoba, Ángel Rossi, del domingo 4 al miércoles 7.

Palabra de Vida: No corran el riesgo de embarcarse en una lucha contra Dios (Hechos 5,34-42)

Viernes de la segunda semana de Pascua.
Breve reflexión sobre la primera lectura de hoy (AUDIO).

Texto:

De los Hechos de los Apóstoles 5, 34-42

Un fariseo, llamado Gamaliel, que era doctor de la Ley, respetado por todo el pueblo, se levantó en medio del Sanedrín. Después de hacer salir por un momento a los Apóstoles, dijo a los del Sanedrín:
«Israelitas, cuídense bien de lo que van a hacer con esos hombres. Hace poco apareció Teudas, que pretendía ser un personaje, y lo siguieron unos cuatrocientos hombres; sin embargo, lo mataron, sus partidarios se dispersaron, y ya no queda nada.
Después de él, en la época del censo, apareció Judas de Galilea, que también arrastró mucha gente: igualmente murió, y todos sus partidarios se dispersaron. Por eso, ahora les digo: No se metan con esos hombres y déjenlos en paz, porque si lo que ellos intentan hacer viene de los hombres, se destruirá por sí mismo, pero si verdaderamente viene de Dios, ustedes no podrán destruirlos y correrán el riesgo de embarcarse en una lucha contra Dios.»
Los del Sanedrín siguieron su consejo: llamaron a los Apóstoles, y después de hacerlos azotar, les prohibieron hablar en el nombre de Jesús y los soltaron.
Los Apóstoles, por su parte, salieron del Sanedrín, dichosos de haber sido considerados dignos de padecer por el nombre de Jesús. Y todos los días, tanto en el Templo como en las casas, no cesaban de enseñar y de anunciar la Buena Noticia de Cristo Jesús.

Palabra de Vida es la reflexión propuesta diariamente a quienes hacen su caminata en la comunidad terapéutica Fazenda de la Esperanza. El versículo o la frase elegidos a partir de la lectura refiere a la Palabra que se trata de vivir, llevar a la vida a lo largo del día.

«Miren mis manos y mis pies, soy yo mismo» (Lucas 24,35-48). III Domingo de Pascua


El domingo pasado escuchamos, del evangelio según san Juan, el relato de una de las apariciones de Jesús a sus discípulos. Allí se nos dice que Jesús, al darles el saludo de paz:
les mostró sus manos y su costado. (Juan 20,20)
También supimos que Tomás, uno de los discípulos, que no estuvo presente ese día, respondió de esta manera cuando los otros le contaron que habían visto a Jesús:
«Si no veo la marca de los clavos en sus manos, si no pongo el dedo en el lugar de los clavos y la mano en su costado, no lo creeré.» (Juan 20,25)
Estas palabras nos resultan chocantes y el mismo Jesús reprocha a Tomás esa falta de fe. Sin embargo, Tomás nos da un dato interesante, ya que él nos dice lo que espera encontrar en las manos de Jesús: la marca de los clavos. Es ésta la única mención a los clavos de Cristo que encontramos en los evangelios.
En cuanto al costado de Jesús, el evangelio de Juan nos había informado que, cuando los soldados fueron a rematar a los crucificados, quebrándoles las piernas, no procedieron así con Jesús porque…
… al ver que ya estaba muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados le atravesó el costado con la lanza, y en seguida brotó sangre y agua. (Juan 19,33-34)
Esas son las marcas de las que habla el evangelio de Juan: las producidas por los clavos en las manos y la herida en el costado, que abre el corazón de Jesús.

En este domingo leemos otra aparición del Señor, contada por el evangelio según san Lucas:
Jesús se apareció en medio de ellos y les dijo: «La paz esté con ustedes.» (Lucas 24,35-48)
Los discípulos reaccionan con asombro y temor. Jesús los serena y, para que ellos comprueben que se trata de él, les dice:
Miren mis manos y mis pies, soy yo mismo. (…) Y diciendo esto, les mostró sus manos y sus pies. (Lucas 24,35-48)
Tanto en el evangelio de Juan, que escuchamos el domingo pasado, como en el de Lucas, sobre el que reflexionamos hoy, Jesús se presenta mostrando las marcas de su pasión. Esa es su señal de identidad. Pero no solo en el sentido de que haya quedado una cicatriz por la que puede ser reconocido, sino que ha quedado certificada su pasión, con todo su significado redentor. La crucifixión de Jesús es mucho más que un episodio doloroso y terrible, que, una vez superado por la resurrección, se convierte en algo que no se quiere guardar en la memoria sino relegarlo al olvido.
Al contrario: pasión, muerte y resurrección son inseparables. La Pascua de Cristo no es solamente la resurrección de un hombre que murió, no importa en qué circunstancias. La Pascua de Cristo es la resurrección del crucificado, del Hijo de Dios que amó hasta el extremo, porque, como dijo él mismo:
“nadie ama más que aquel que da la vida por los amigos” (Juan 15,13)
El bautismo por el que hemos sido hechos cristianos tiene su fundamento en la Pascua de Cristo, en su paso de la muerte a la vida. Al recibir el bautismo nos hemos unido a Cristo, participando de su muerte y resurrección. San Pablo, en su carta a los Romanos, lo expresa con toda claridad.
¿No saben ustedes que todos los que fuimos bautizados en Cristo Jesús, nos hemos sumergido en su muerte?
Por el bautismo fuimos sepultados con él en la muerte, para que así como Cristo resucitó por la gloria del Padre, también nosotros llevemos una Vida nueva.
Porque si nos hemos identificado con Cristo por una muerte semejante a la suya, también nos identificaremos con él en la resurrección. (Romanos 6,3-5)
Para Pablo, morir con Cristo es morir al pecado; abandonar todo aquellos que nos aparta de Dios y de los hermanos. Con la fuerza de la Gracia, con la fuerza del Espíritu Santo, arrojar fuera de nuestra vida toda mala acción y llevar una Vida nueva, una vida en Cristo, guiados por Él, cumpliendo sus mandamientos.
Más aún, Pablo encuentra en la pasión de Cristo el sentido de sus propios sufrimientos, uniéndose a través de ellos a los padecimientos de Cristo. Así le dice a los Colosenses:
Ahora me alegro de poder sufrir por ustedes, y completo en mi carne lo que falta a los padecimientos de Cristo, para bien de su Cuerpo, que es la Iglesia. (Colosenses 1,24)
Cerca del final de su vida, san Francisco de Asís recibió un muy especial don: llevar en su cuerpo los estigmas, las llagas de Cristo crucificado. Ese don lo recibieron también algunas santas mujeres, vinculadas a la Orden franciscana y, en tiempos más cercanos al nuestro, San Pío de Pietrelcina, el Padre Pío. Contemplando la vida de estos santos y santas, podemos ver que 
“la alegría inalterable y la caridad activa, en particular con los más pobres, cuentan más que los propios estigmas, que no son tanto señales de santidad como llamadas a una mayor perfección” 
Jesús resucitado sigue mostrando hoy, a los ojos de nuestro corazón y de nuestra fe, sus manos y sus pies, su corazón traspasado. ¿Cómo nos situamos frente a Él? ¿En qué medida nuestra vida sigue uniéndose a la suya? ¿Qué podemos presentarle nosotros?

Cada Eucaristía nos llama a unirnos más profundamente a Jesús y a los hermanos; pero no como algo apenas sentimental, que puede darnos un calorcito en el corazón, sino como algo que compromete nuestra vida, nuestra entrega cotidiana al Señor y al prójimo, aceptando como consecuencia nuestros propios sufrimientos, pero también, a través de ellos, uniéndonos a la Pasión, para que se hagan realidad en nuestra vida las palabras de san Pablo: 
“si nos hemos identificado con Cristo por una muerte semejante a la suya, también nos identificaremos con él en la resurrección”. (Romanos 6,3-5)

Noticias

  • Se inició la visita de la reliquia del beato Jacinto Vera a nuestra diócesis. Comenzó en la parroquia de Sauce, donde fue recibida y venerada en cada capilla, en el colegio Nuestra Señora del Perpetuo Socorro y en la sede parroquial.
  • La Pastoral Juvenil de la Diócesis de Canelones se prepara para recibir en septiembre la 45ª Jornada Nacional de la Juventud en Pando. El sábado 6 se realizó una Hora Santa, guiada por Hakuna Montevideo.
  • En esta semana se reunió la Conferencia Episcopal del Uruguay. Los Obispos entregamos un mensaje con motivo del Año Electoral, destacando los valores de la vida cívica de nuestro pueblo y exhortándonos a seguir cultivando el amor a la libertad, el sentido de la justicia y el espíritu de compasión, que nos vienen de la tradición artiguista y a profundizar la dimensión espiritual, en la que encontramos el sentido profundo de nuestra vida.
Gracias, amigas y amigos, por su atención. 
Que los bendiga Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.

lunes, 8 de abril de 2024

Visita de la reliquia de Jacinto Vera a la parroquia Sagrada Familia de Sauce.

Motivados por el Año Vocacional que nuestros Obispos han declarado en este 2024, nuestra Parroquia recibió una reliquia de nuestro Beato Jacinto Vera.

En esta primera semana del mes de Abril, programamos un recorrido por todas las capillas, colegio y sede parroquial.

En cada una de las instancias, celebramos la Santa Misa y dimos un tiempo para que cada persona pudiera venerar la reliquia y pedir por la gracia de nuevas vocaciones a la vida Sacerdotal y Religiosa, además de la gracia que cada uno de ellos quisiera pedir por mediación de nuestro Beato.



Martes 2 de Abril: Colegio Perpetuo Socorro.

Ese día los chicos de todas las clases, primaria y Secundaria, vivieron un momento de oración y veneración con la reliquia.


Miércoles 3 de abril: Capilla Sagrado Corazón (Totoral del Sauce –Campaña-)

A pesar de las lluvias intensas, aproximadamente 20 personas se acercaron para vivir con gran devoción la Veneración de la reliquia y celebrar la Santa Misa.


Jueves 4 de abril: Capilla Virgen del Carmen (Cuchilla Machín –Campaña-)

En esta celebración presidida por Mons. Heriberto, 15 personas se reunieron para vivir este momento tan especial.

Viernes 5 de abril: Capilla Virgen del Carmen (Cuchilla de Rocha –Campaña-)

Doce personas compartieron la celebración presidida por Mons. Heriberto y veneraron la reliquia de nuestro Beato.

Sábado 6 de abril: Capilla San José (Villa San José, Municipio de Sauce).

Más de treinta personas vivieron con gran alegría la visita de la reliquia. Allí escuchamos el testimonio de una Gracia recibida a un enfermo, por mediación de Jacinto Vera.

Domingo 7 de abril: Parroquia Sagrada Familia.

Con gran alegría, con la Iglesia llena, se vivió la veneración de la reliquia y la Santa Misa presidida por Mons. Heriberto. Dieciséis adultos recibieron el sacramento de la Confirmación.

P. Marcelo De León.

jueves, 4 de abril de 2024

“¡La paz esté con ustedes!” (Juan 20,19-31). 2do. Domingo de Pascua o de la Divina Misericordia.

Amigas y amigos: ¡muy feliz Pascua de Resurrección!

Este domingo concluye la octava de Pascua, es decir, los ocho días en los que celebramos, como si fuera el único y mismo día, la resurrección de Jesús.

El evangelio de hoy, de hecho, comienza contándonos lo que sucedió al atardecer del mismo día de la resurrección, para seguir el relato ocho días después.

Pero antes de entrar en la Palabra de Dios, recordemos que este domingo tiene además otros nombres.

Un nombre antiguo, que remonta a los primeros tiempos cristianos: domingo in albis, que podríamos traducir como “domingo de blanco”. Con vestidura blanca llegaban todos los que habían sido bautizados el domingo anterior, en la vigilia pascual. Allí habían recibido esa prenda, signo de la vida nueva que empezaba para ellos en el bautismo. Ahora volvían a ponérsela para participar en la eucaristía. Era como esa celebración de una “segunda comunión”, que se hacía hace tiempo y tal vez se haga todavía en algunas parroquias, donde los niños que habían recibido por primera vez a Jesús, volvían a la Misa, vestidos en la misma forma que la primera, para comulgar una segunda vez.

La túnica blanca de los recién bautizados era un signo que luego ya no volverían a usar en la Misa; pero eran conscientes de que su misión de bautizados era llevar al mundo, a su vida cotidiana, la luz y la vida nueva que habían recibido de Cristo.

San Juan Pablo II dio otro título a este día: Domingo de la Misericordia, en relación con la misión que Jesús confía a sus discípulos.

El pasaje del evangelio que escuchamos hoy, comienza así:

Al atardecer de ese mismo día, el primero de la semana, estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, por temor a los judíos, llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: «¡La paz esté con ustedes!»
Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor. (Juan 20, 19-31)

El primer día de la semana es el siguiente al séptimo día, el sábado. Ese primer día se transformó en nuestro Domingo, el “Día del Señor”, por ser el día de su resurrección y día del encuentro de la comunidad con Jesús resucitado. Es verdad que en nuestras Iglesias, en la medida de lo posible, se celebra Misa diariamente; pero el primer día de la semana tenemos “nuestra Pascua dominical”, como titulaba acertadamente un viejo libro de cantos. Cada domingo, cada día del Señor, es como un repique, un eco, del Domingo de Pascua.

Los discípulos estaban a puerta cerrada, “por temor a los judíos”. “Judíos”, en el evangelio de Juan, se refiere a las autoridades que pidieron la muerte de Jesús.

En esos discípulos, encerrados y atemorizados, puede verse reflejada cualquier comunidad cristiana que se sienta amenazada por el mundo, por aquellos que rechazan a Jesús. Una comunidad que tiene miedo a las consecuencias de anunciar el Evangelio, que se cierra sobre sus seguridades y que tiene dificultades, no solo para salir a realizar su misión, sino aún para recibir a quienes se acerquen.

En medio de esa comunidad aparece Jesús. El Señor saluda ofreciéndoles la paz. La Paz que entrega Jesús no es la tranquilidad que da el aislamiento. Es la seguridad, la certeza de la presencia de Dios, acompañando la misión de los discípulos, la misión a la que Él los envía.

Jesús les dijo de nuevo: «¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes.» Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: «Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan.» (Juan 20, 19-31)

En el comienzo de este evangelio, Juan el Bautista presentó a Jesús como “el cordero de Dios que quita el pecado del mundo”. Liberar al hombre de la esclavitud del pecado está en el centro de la misión de Jesús. Al entregar a sus discípulos la facultad de perdonar los pecados, Jesús está dando un cauce a la misericordia del Padre en el ministerio de la Iglesia. Por eso san Juan Pablo II dio a este día el título de “Domingo de la Misericordia”.

Ocho días después, reaparece el discípulo ausente:

Tomás, uno de los Doce, de sobrenombre el Mellizo, no estaba con ellos cuando llegó Jesús. Los otros discípulos le dijeron: «¡Hemos visto al Señor!»
Él les respondió: «Si no veo la marca de los clavos en sus manos, si no pongo el dedo en el lugar de los clavos y la mano en su costado, no lo creeré.»  (Juan 20, 19-31)

Una de las características del evangelio de Juan es personalizar algunas experiencias. Mateo, Marcos y Lucas nos hacen ver que otros discípulos también dudaron; así, por ejemplo, en Mateo, ante Jesús resucitado:

Los once discípulos fueron a Galilea, a la montaña donde Jesús los había citado.
Al verlo, se postraron delante de él; sin embargo, algunos todavía dudaron. (Mateo 28,16-17)

Tomás representa dramáticamente esa duda, con su pedido, no solo de ver a Jesús, sino también de tocar sus cicatrices. Y es así como llegamos a este segundo domingo de Pascua:

Ocho días más tarde, estaban de nuevo los discípulos reunidos en la casa, y estaba con ellos Tomás. Entonces apareció Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio de ellos y les dijo: «¡La paz esté con ustedes!»
Luego dijo a Tomás: «Trae aquí tu dedo: aquí están mis manos. Acerca tu mano: Métela en mi costado. En adelante no seas incrédulo, sino hombre de fe.»
Tomás respondió: «¡Señor mío y Dios mío!» (Juan 20, 19-31).

“Señor mío y Dios mío”. Es la primera vez, en el evangelio de Juan, que alguien habla a Jesús reconociéndolo como Dios. Es la más alta profesión de fe. Es la culminación del camino de fe de los discípulos: reconocer la divinidad de Cristo. La historia de Tomás nos invita a no perder la esperanza de que lleguen a la fe quienes se resisten a creer.

El episodio de la duda se cierra con una frase para todos los cristianos que vendrían después, incluyéndonos a nosotros:

Jesús le dijo: «Ahora crees, porque me has visto. ¡Felices los que creen sin haber visto!»  (Juan 20, 19-31)

Nuestra fe se sigue alimentando con nuestro encuentro dominical con Jesús. Todo en este pasaje del evangelio nos invita y nos anima a participar en la Misa cada domingo. Allí encontramos a Jesús, presente en su Palabra de Vida y el Pan de Vida.

A pesar de lo que han representado muchos artistas, Tomás no necesitó poner el dedo en las marcas de los clavos ni la mano en el costado de Jesús. Le bastó escuchar la voz del resucitado, estando reunido con la comunidad. La posibilidad de vivir ese encuentro sigue ofreciéndose a nosotros cada ocho días. No dejemos de participar en la Eucaristía dominical y, en este año vocacional, no dejemos de rezar para que siga habiendo sacerdotes que hagan posible que, cada domingo, podamos escuchar y recibir a Jesús.

Gracias, amigas y amigos por su atención. Que los bendiga Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.