martes, 18 de marzo de 2025

Celebración interreligiosa para orar por los nuevos gobernantes. Palabras de Mons. Heriberto.





El lunes 17 de marzo se realizó en la Catedral de Montevideo una velada de oración interreligiosa por el nuevo gobierno, organizada por la Confraternidad Judeo-Cristiana.

La celebración fue presidida por los co-presidentes de la Confraternidad: Rabino Daniel Dolinsky (Nueva Congregación Israelita), Pastor Dr. Jerónimo Granados (Iglesia Evangélica del Río de la Plata) y el Cardenal Daniel Sturla, SDB, acompañados por el Reverendo Gonzalo Soria (Iglesia Anglicana) y Mons. Heriberto Bodeant. Estuvieron también presentes otros obispos uruguayos: Mons. Jourdan, Mons. Antúnez, Mons. Wolcan y Mons. Sanguinetti.

Del nuevo gobierno participaron el Presidente Yamandú Orsi, el Pro secretario de presidencia y el ministro de Relaciones Exteriores, así como otros ministros y algunos legisladores.

En el centro de la oración estuvo la lectura de la Palabra de Dios, tomada del primer libro de los Reyes 3,5-15, en el cual aparece la oración del joven rey Salomón pidiendo el don de la sabiduría para poder gobernar a su pueblo.

A continuación de la lectura, hubo tres intervenciones: el rabino, el pastor y Mons. Heriberto.

Como gesto, se invitó al Presidente a encender una vela, como signo de esperanza y búsqueda de la luz.

La celebración finalizó con la bendición que se encuentra en el libro de los Números 6.24-26, que fue impartida por los cinco religiosos, con sus manos extendidas sobre la asamblea.

Transcribimos las palabras de Mons. Heriberto

En la lectura que hemos escuchado, el joven Salomón pide el don de la sabiduría para poder gobernar adecuadamente a su pueblo. Pide, fundamentalmente, el don de “discernir entre el bien y el mal” para ser “capaz de juzgar a un pueblo tan grande” (en realidad, menos numeroso que el nuestro). Salomón es un creyente y reconoce en el Creador la fuente de todo bien. A él le pide la sabiduría para realizar el bien.

El bien, el bien común, aquello que deseamos que todas y cada una de las personas puedan alcanzar y realizar, tiene en nuestro tiempo el nombre de desarrollo.

Desde la tradición católica, sin perjuicio de que otros puedan compartir la misma convicción, creemos que la vida humana es el fundamento de todos los bienes, la fuente y condición necesaria de toda actividad humana y de toda convivencia social. Por eso entendemos el desarrollo como el paso de condiciones de vida menos humanas a condiciones más humanas, en un proceso de crecimiento, de ascensión.

Crecemos en humanidad, entre otras cosas, cuando se asegura para todos una buena atención de salud, oportunidades para acceder a vivienda y trabajo dignos, defensa ante la amenaza de la inseguridad y la violencia, así como protección de la vida humana en su etapa de gestación y acompañamiento y cuidado en sus momentos de sufrimiento, hasta su final natural.

El horizonte de nuestra vida no se cierra en el poseer. Nos desarrollamos en humanidad desde lo profundo del corazón, revirtiendo el egoísmo que nos mutila, abriéndonos al prójimo, al vecino, y construyendo nuevos vínculos sociales basados en el servicio mutuo, la cooperación en el bien común y la voluntad de paz, atendiendo particularmente a los más frágiles y vulnerables, para que nadie sea dejado atrás.

Y ese desarrollo, ese pasaje a condiciones de vida aún más humanas se hace más completo cuando se integra la dimensión espiritual, cuando nos abrimos a la trascendencia, reconociendo los valores supremos y, para quienes somos creyentes, a Dios mismo, fuente y fin de todos los valores.

Hacemos votos para que nuestro pueblo, en su pluralidad, con el concurso de nuestro presidente y de todos los demás que han sido elegidos o designados para desempeñar cargos de gobierno, busque y encuentre los caminos de concordia para avanzar en su desarrollo pleno, su desarrollo integral. Así sea.

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