“Eso es relativo”, solemos decir, por ejemplo, cuando alguien quiere señalarnos que algo es muy importante y que tenemos que tenerlo muy en cuenta. Nuestra respuesta, “eso es relativo”, quiere bajar, al menos un poco, esa importancia que se pretende darle al asunto.
Sin embargo, al decir eso, tendríamos que preguntarnos… “eso es relativo ¿relativo a qué?” Es decir ¿con qué está en relación esa realidad, ese asunto, ese problema? Viendo esa relación ¿sale alguna luz que nos permita ver mejor para decidir lo que tengamos que decidir o hacer lo que tengamos que hacer?
En esta clave podemos leer el pasaje del evangelio de este domingo, que nos relata las tentaciones de Jesús en el desierto.
Jesús, lleno del Espíritu Santo, regresó de las orillas del Jordán y fue conducido por el Espíritu al desierto, donde fue tentado por el demonio durante cuarenta días. (Lucas 4,1)
Ya aquí podemos empezar a aplicar nuestro enfoque. Jesús “fue tentado”. Escuchando eso, alguien podría decir: “tentado… bueno, eso es relativo”; es decir: Jesús es el Hijo de Dios, está lleno del Espíritu Santo… o sea, las tentaciones no son tan fuertes para él como lo son para nosotros. Él no va a caer; al tentador lo camina por arriba.
Sin embargo, las tentaciones se presentan en relación con la humanidad de Jesús. La carta a los Hebreos nos dice que Jesús es capaz de compadecerse de nuestras debilidades porque…
Él fue sometido a las mismas pruebas que nosotros, a excepción del pecado. (Hebreos 4,15)
Jesús fue tentado de verdad. No cayó en el pecado, pero tuvo que discernir, tuvo que luchar contra el tentador. Esa lucha seguirá de ahí en adelante, porque el demonio estará siempre acechándolo:
Una vez agotadas todas las formas de tentación, el demonio se alejó de Él, hasta el momento oportuno. (Lucas 4,13)
Vayamos ahora a la primera tentación. Después de cuarenta días de ayuno, el demonio dice a Jesús:
«Si tú eres Hijo de Dios, manda a esta piedra que se convierta en pan». (Lucas 4,3)
Esta tentación tiene un alcance más largo del que parece. Está lo inmediato: el hambre. Está la solución inmediata: el milagro. Jesús podría decir: sí, está bien ¿por qué no? Necesito pan y puedo tenerlo ahora…
Cuidado. Si leemos con atención los milagros de Jesús, veremos, primero, que Jesús nunca hace un milagro para él.
En segundo, lugar, incluso el agua cambiada en vino o la multiplicación de los panes y peces, no lo hace sin que haya alguna participación e incluso colaboración de quien lo pide o quien lo recibe.
Las cosas, los alimentos son relativos, es decir, hay que ponerlos en relación con Dios, de quien los recibimos; pero no son lo único necesario para el hombre. El alimento puede ser una urgencia, otras cosas son “necesidades básicas” que también pueden estar insatisfechas; pero al responder al tentador, Jesús da a entender que hay necesidades humanas más profundas:
«Dice la Escritura: El hombre no vive solamente de pan» (Lucas 4,4)
La respuesta de Jesús queda abierta. ¿De qué más vive el hombre? Seguramente recordamos esta misma respuesta en el evangelio según san Mateo:
«Está escrito: "El hombre no vive solamente de pan, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios"» (Mateo 4,4)
Comer cada día es necesario, es imprescindible, pero no alcanza para darle sentido a nuestra vida.
Vayamos a la segunda tentación. Desde un lugar muy alto, el demonio le muestra a Jesús todos los reinos de la tierra y le dice:
«Te daré todo este poder y el esplendor de estos reinos, porque me han sido entregados, y yo los doy a quien quiero. Si Tú te postras delante de mí, todo eso te pertenecerá» (Lucas 4,6-7)
El poder. En el pasado y en el presente ha habido y hay hombres que buscaron el poder absoluto, sin controles ni contrapesos. Algunos, al menos por un tiempo, creyeron haberlo alcanzado y usaron y abusaron de su poder sometiendo a pueblos enteros. En el libro de Daniel aparece la figura de un gigante modelado en oro, plata, bronce y hierro… pero con sus pies mezcla de hierro y arcilla, por donde comenzará su total destrucción. (cf. Daniel, capítulo 2)
El tentador puede cumplir su promesa: “te daré todo este poder”; pero esconde lo más importante: esto no se sostendrá, esto te llevará a tu destrucción.
La tentación para Jesús está en pensar que el poder puede ser el medio para realizar su misión de salvación. Desde la cima, desde el prestigio ¿cuánto puede incidir en este mundo? Sin embargo, rechaza al tentador porque su camino no es el del poder, adorando a Satanás, sino el del servicio y la entrega, adorando al Dios vivo. Por eso, su respuesta:
«Está escrito: Adorarás al Señor, tu Dios, y a Él solo rendirás culto.» (Lucas 4,8)
Poner las cosas (el alimento y las demás necesidades básicas) en relación con Dios; poner la relación con las demás personas dentro de su relación con Dios van siendo las respuestas de Jesús al tentador. La tercera tentación va a poner en cuestión la relación de Jesús con Dios mismo.
El demonio lleva a Jesús a Jerusalén, lo coloca sobre la parte más alta del templo y le dice:
«Si tú eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo, porque está escrito: Él dará órdenes a sus ángeles para que ellos te cuiden. Y también: Ellos te llevarán en sus manos para que tu pie no tropiece con ninguna piedra» (Lucas 4,9-11)
Se reviste de una apariencia devota y cita, distorsionada, la Palabra de Dios.
No está tratando de provocar una caída ocasional, sino de socavar la base de nuestra relación con Dios: sembrar la duda. Dios ¿cumplirá o no cumplirá su Palabra?
Desconfiar del proyecto de Dios, dudar de su amor, creer que nos ha abandonado. Así fue la primera tentación, de la que derivó el primer pecado: llevar a la primera pareja humana a desconfiar de Dios.
Dios sabe muy bien que cuando ustedes coman de ese árbol, se les abrirán los ojos y serán como dioses, conocedores del bien y del mal (Génesis 3,5)
Jesús no ha dudado nunca del Padre. En su humanidad, pudo experimentar la oscuridad, pudo clamar desde la cruz “Dios mío, Dios mío ¿por qué me has abandonado?” (Marcos 15,34); pero, precisamente en ese grito se revela la unión profunda del Padre con el Hijo, en el Espíritu; porque en el sufrimiento del Dios hecho hombre se ilumina y cobra sentido cada padecimiento humano. Jesús sufre su última tentación en la cruz, que le llega en la burla de los dirigentes del pueblo:
«Ha salvado a otros: ¡que se salve a sí mismo, si es el Mesías de Dios, el Elegido!». (Lucas 23,35)
Pero su respuesta sigue siendo la misma, la que dio al tentador:
«Está escrito: No tentarás al Señor, tu Dios» (Lucas 4,12)
La confianza de Jesús en el Padre no es “relativa”: es absoluta. Solo así podrá vivir la entrega total en su pasión y muerte, que lo llevará a la Resurrección. A la hora de nuestra propia tentación, fijemos la mirada en el Crucificado. La cruz es el signo de su confianza, de su entrega y de su amor, que transforma ese instrumento de muerte en signo de luz, vida, amor y resurrección.
Gracias, amigas y amigos. Que tengan un fructuoso camino de Cuaresma, con la bendición de Dios Todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo.
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