Homilía del Obispo
“Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer”, nos dice San Pablo.
“Una gran señal apareció en el cielo: una mujer vestida de sol”, nos dice el libro del Apocalipsis.
“Hagan lo que Él les diga”, son las palabras de esa Mujer, que nos trasmite el Evangelio según San Juan. Palabras dirigidas a aquellos hombres que colaboraron con Jesús para que el agua fuera cambiada en vino.
¡María es esa mujer! Es la madre de Jesús, el Hijo de Dios. Es la persona humana que Dios eligió para darle un lugar muy especial, un lugar único en su proyecto de Salvación: ser la Madre de su Hijo.
María nos entrega a Jesús, nos anima a escuchar y a cumplir su Palabra, haciendo lo que Él nos dice en el Evangelio.
María es la señal, llena de luz, para iluminar el camino de nuestra vida hacia Jesús.
El Apocalipsis también nos dice quiénes son los hijos de María en esta tierra. Son “los que guardan los mandamientos de Dios y mantienen el testimonio de Jesús”.
¿Qué significa “guardar los mandamientos de Dios”? ¿Qué significa mantener “el testimonio de Jesús”?
Guardar los mandamientos de Dios significa que llevemos una vida “como Dios manda”, es decir una vida en la que amemos a Dios sobre todas las cosas, poniéndolo presente en el centro de nuestra vida y dándole culto con los demás hermanos en la Fe en la Misa de cada domingo. Una vida en la que amemos al prójimo como a nosotros mismos; que nuestros padres y nuestra familia sean honrados por nuestro modo de vivir; que respetemos la vida, los bienes y la fama de los demás; que nuestros pensamientos, nuestras palabras y acciones sean limpios…
Y todo esto unido a nuestra fe en Jesucristo, el Hijo de Dios que murió y resucitó por nosotros, y de quien somos testigos. Mantener el testimonio de Jesús es vivir como verdaderos cristianos, firmes en la fe, arraigados en Jesucristo vivo que nos da su vida.
¿Cómo podemos realizar todo esto? ¿Cómo mantenernos en ese camino recto? ¿Cómo permanecer siempre en esa unión con Jesús?
Dios mismo nos da su auxilio. Dios mismo viene a ayudarnos, Dios mismo viene a nosotros, Espíritu Santo, cuya venida celebramos el próximo domingo y que viene a nuestro corazón.
Pero Dios nos da también una Auxiliadora. María, Auxilio de los Cristianos.
A ella recurrimos para vivir nuestra fe. Ella ruega siempre por nosotros, pobres pecadores, ante su Hijo, ante el Padre, para que en nuestra vida esté siempre presente el vino de la alegría cristiana, para que nuestros oídos y nuestros corazones estén siempre abiertos a la Palabra de su Hijo; para que cada día podamos hacer realidad el consejo de María: “Hagan lo que él les diga”.
Que María Auxiliadora sea siempre la señal en el cielo que ilumina el camino de la vida de cada uno de nosotros.
Así sea.
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