domingo, 31 de julio de 2016

Enfoques Dominicales - Ser rico ante Dios

31 de Julio, San Ignacio de Loyola

El programa Enfoques Dominicales no se trasmitió hoy por razones de programación. Les compartimos esta pequeña reflexión sobre el Evangelio de hoy.

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas (12, 13-21).
Uno de la multitud dijo al Señor: “Maestro, dile a mi hermano que comparta conmigo la herencia”. Jesús le respondió: “Amigo, ¿quién me ha constituido juez o árbitro entre ustedes?”. Después les dijo: “Cuídense de toda avaricia, porque aun en medio de la abundancia, la vida de un hombre no está asegurada por sus riquezas”. Les dijo entonces una parábola: “Había un hombre rico, cuyas tierras habían producido mucho, y se preguntaba a sí mismo: “¿Qué voy a hacer? No tengo dónde guardar mi cosecha”. Después pensó: “Voy a hacer esto: demoleré mis graneros, construiré otros más grandes y amontonaré allí todo mi trigo y mis bienes, y diré a mi alma: Alma mía, tienes bienes almacenados para muchos años; descansa, come, bebe y date buena vida”. Pero Dios le dijo: “Insensato, esta misma noche vas a morir. ¿Y para quién será lo que has amontonado?”. Esto es lo que sucede al que acumula riquezas para sí, y no es rico a los ojos de Dios”.
Palabra del Señor.


Conozco más de una historia como ésta: con mucho empeño un hombre, comenzando desde abajo, va logrando construir una pequeña empresa. En ella se va integrando la familia que ha ido formando al mismo tiempo. El hombre va llegando al término de su vida y su sueño es que la empresa continúe y, sobre todo, que siga siendo una empresa familiar. No mira sólo el aspecto económico. Es su obra y la obra de su familia. Sueña con que sus hijos puedan continuarla trabajando unidos. ¿Qué sucederá a su muerte? ¿Reconocerán los hijos el valor que tiene ese trabajo familiar y continuarán la empresa? ¿O querrá cada uno su parte y hacer su propia vida, en forma independiente, aunque eso signifique vender lo que su padre construyó?

Algo así parece estar como fondo de la situación que plantea el hombre que se acerca a Jesús en el pasaje del Evangelio que leemos hoy: “Maestro, dile a mi hermano que comparta conmigo la herencia”. Posiblemente se trate de una propiedad, un campo recibido en herencia, que uno de los hermanos quiere que permanezca sin dividir, como patrimonio familiar, y el otro quiere que sea dividido y que cada uno reciba la parte que le corresponde para disponer de ella a voluntad.
Es algo como lo que pidió el hijo menor en la parábola del hijo pródigo: «Padre, dame la parte de la herencia que me corresponde» (Lc 15,12). En ese caso, el padre le dio su parte en dinero. Dinero que, según cuenta la parábola, fue gastado rápidamente en una vida desordenada.
Jesús se niega a intervenir como árbitro; pero no deja de percibir que en la vida de este hombre y, posiblemente también en la vida de su hermano, el dinero tiene un lugar preponderante. Entonces Jesús interviene de otra forma.

Lo hace con una parábola, muy clara, y no me voy a detener en ella. Antes de la parábola, Jesús dice al hombre (y sus demás oyentes, y a nosotros): “Cuídense de toda avaricia, porque aun en medio de la abundancia, la vida de un hombre no está asegurada por sus riquezas”. En la segunda lectura, de la carta a los Colosenses (3, 1-5. 9-11) hay un eco de este consejo de Jesús. Dice San Pablo: “hagan morir en sus miembros todo lo que es terrenal (…) y también la avaricia, que es una forma de idolatría”.

La idolatría es poner algo en lugar de Dios. La avaricia, idolatría del dinero, consiste en poner el dinero ante todo; convertirlo en el dios alrededor del cual gira mi vida. Se convierte en aquello que mueve mi vida, que parece darle sentido.

Cuando Dios está en el centro de nuestra vida, todo lo demás aparece en su real valor. La fraternidad, la solidaridad, la vida de familia, el trabajo compartido y bien hecho, el amor con que se hacen las cosas… todas estas cosas se manifiestan como algo que no es posible comprar, pero que es mucho más valioso que lo que el dinero puede adquirir. Cuando el dinero está en el centro de la vida, se puede llegar a saber, como decía Oscar Wilde “el precio de todas las cosas, pero el valor de ninguna”.

Al final de la parábola, Jesús sentencia: “Esto es lo que sucede al que acumula riquezas para sí, y no es rico a los ojos de Dios”. Ciertamente, para mucha gente, aunque lo quisiera, no es fácil “acumular riquezas para sí”; sin embargo, para todos es posible llegar a ser “rico a los ojos de Dios”. Busquemos al Señor. Pongámoslo en el centro de nuestra vida y, desde allí, miremos de nuevo lo que nos rodea, para descubrir lo que de veras vale la pena, lo que permanece, lo que nos hace ricos ante Él.

En este día de la fiesta de San Ignacio de Loyola (que no celebramos por ser domingo) recordemos esta propuesta de sus Ejercicios Espirituales: "quiero y elijo más pobreza con Cristo pobre que riqueza", en su camino para ser "rico ante Dios".

+ Heriberto, Obispo de Melo.

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