domingo, 3 de julio de 2016

Veinticinco años de la Beatificación de Annunciata Cocchetti, fundadora de las Hermanas de Santa Dorotea de Cemmo.


Estatua de la Beata en la Casa Madre de las
Hermanas Doroteas en Cemmo, Br., Italia
Annunciata Cocchetti fue beatificada por el Papa Juan Pablo II el 21 de abril de 1991, hace ya 25 años. Con motivo de este aniversario, las Hermanas de Santa Dorotea que están en la Diócesis de Melo, me han pedido que explique qué significa una beatificación.

Santos y Santas

En nuestras comunidades de hoy, si decimos “santos” o “santas”, todos entendemos que estamos hablando de personas excepcionales, que vivieron una vida extraordinaria y que los católicos veneramos y cuya intercesión ante Dios pedimos muchas veces.
Es muy posible que los miembros de la comunidad se sintieran extrañados si se les dijera “santos”, “ustedes son santos”. Posiblemente empezarían a buscar a quién le están hablando; “a mí no”, pensaría más de uno.
Sin embargo, si nos tomamos el trabajo de leer el comienzo de cada una de las cartas de San Pablo, vamos a encontrar que, en casi todas, cuando él saluda a la comunidad a la que le escribe, saluda a “todos los santos de la región de Acaya” (donde estaba Corinto) (2 Co 1,1); “a los santos” de Éfeso (Ef 1,1); “a todos los santos” de Filipos (Flp 1,1), “a todos los santos de Colosas” (Col 1,2). Cuando la gente de esas comunidades escuchaba la lectura de esas cartas, nadie se preguntaba “y esto, ¿para quién será? Porque acá no hay ningún santo…”
Cuando Pablo escribía a las comunidades, él llamaba “santos” a todos los miembros de la comunidad. A veces, agregaba algo que nos puede hacerlo entender mejor: se dirigía a los “llamados a ser santos” (1 Co 1,2) o a los “santos por vocación” (Rom 1,7).
Es que para Pablo, todos los miembros del Pueblo de Dios eran santos: pero “santificados en Cristo Jesús” (1 Co 1,2).

Pueblo Santo de Dios

Entonces ¿Pablo pensaba que esas comunidades estaban llenas de gente maravillosa, que allí no había nunca ningún problema, que todo el mundo vivía santamente?
Alcanza con leer la primera carta a los Corintios para darse cuenta de que no era así. Lo mismo pasa cuando hoy, el papa Francisco habla del “Santo Pueblo de Dios”, que somos nosotros.
Entonces, ¿qué? ¿La santidad se regala? Bueno… En cierta forma sí: es Dios quien hace santos. Como decía la bendición que antiguamente daban el padre o la madre a los hijos, en el campo: “Tata, la bendición” pedía el hijo; “Dios lo haga un santo, m’hijo” decía el padre. Pero para que Dios santifique, hay que dejarlo obrar, hay que dejarlo trabajar en nuestro corazón. Y muchas veces, nuestro corazón es de piedra.
Dios quiere santificar a todo su Pueblo. Todos estamos llamados a la santidad. Nos lo dice la Palabra de Dios “ustedes serán santos porque yo el Señor su Dios soy santo” (Lev 19,2 y 1 Pe 1,16). El Concilio Vaticano II (Lumen Gentium 39-42) recordó esa vocación universal a la santidad. Mons. Cáceres enseñó muchas veces sobre eso, y nos hacía ver que la santidad es, o debería ser, la vida “normal” del cristiano. Mons. Cáceres suele decir “todo es santidad”: todo lo que se hace bien, todo lo que se hace con amor: el trabajo, el cuidado de los niños o de los ancianos, la maestra que enseña con amor, el médico que cura con amor, el policía que protege con amor al más débil; todo lo que se hace de bien, todo es santidad.
Francisco decía: “Alguno piensa que la santidad es cerrar los ojos y poner cara de santito. ¡No! No es esto la santidad. La santidad es algo más grande, más profundo que nos da Dios. Es más, estamos llamados a ser santos precisamente viviendo con amor y ofreciendo el propio testimonio cristiano en las ocupaciones de cada día. Y cada uno en las condiciones y en el estado de vida en el que se encuentra” (Catequesis del Papa Francisco, “La vocación universal a la santidad”, audiencia general del miércoles 19 de noviembre de 2014).

Un programa de santidad

Si vamos al Evangelio, Jesús nos propone un programa de santidad, un programa de vida santa. Lo encontramos en las “Bienaventuranzas”. Todas empiezan diciendo “Bienaventurado…” A veces se traduce como “feliz”, “dichoso”, pero también como “beato”.
La Iglesia celebra la fiesta de Todos los Santos. Allí entran todos los que están ya en la presencia de Dios, porque nadie puede entrar en la presencia de Dios si no es santo. Todas las personas que vivieron santamente a lo largo de la historia: cuántas de nuestras madres, abuelas, padres, abuelos, que simplemente “pasaron haciendo el bien”, como se dijo un día del mismo Jesús.
Pero de entre todos los santos, la Iglesia reconoce especialmente a algunos que se destacaron especialmente. Su santidad fue reconocida por toda la gente que los conoció, que los consideraba hombres o mujeres “de Dios”.
A su muerte, estas personas comenzaron a ser veneradas (no adoradas) por la comunidad. Se los consideraba, ante todo, personas amigas de Dios; un ejemplo de vida cristiana y también, buenos intercesores ante Dios por los que seguimos peregrinando en esta vida. Intercesores significa que ruegan por nosotros, tal como le pedimos a María: “ruega por nosotros, pecadores…”
Entonces la Iglesia se va uniendo en esa veneración a María, a los apóstoles, a medida que van muriendo; junto a ellos, los mártires (casi todos los apóstoles fueron también mártires) que dieron testimonio de Cristo con su sangre… se comenzó a recordar el día de su martirio, se guardaron sus restos, sus reliquias… Después se fueron sumando otra clase de testigos: mujeres que consagraron su virginidad, las vírgenes, que a veces fueron también mártires; hombres que se consagraron a Dios… y así, vamos sumando y se agregan los que han recibido un especial don de Dios, un carisma, que se continúa en una congregación, en una obra: son los santos y santas fundadores. Entre ellos está la Beata Annunciata.
Este reconocimiento de santos y santas que al principio se da espontáneamente, sobre todo con los mártires, la Iglesia lo empieza a regular; primero los obispos en sus diócesis y después los Papas. Al día de hoy hay un proceso, con varias etapas, a través de las cuales la Iglesia reconoce y presenta a la veneración de los fieles a personas reconocidas primero como beatas y luego, en un segundo paso, como santas.

La beatificación de Annunciata

¿Cómo se hizo este proceso para Annunciata?
Primero fue en la Diócesis de Brescia, entre 1951 y 1955, recogiendo documentación sobre la vida y santidad de ella.
En el año 1972, en tiempos del Papa Pablo VI, fue introducida la causa en la Congregación para las Causas de los Santos, y Annunciata recibió el título de “Sierva de Dios”.
Se fueron dando varios pasos, por comisiones formadas por historiadores, por teólogos, que fueron examinando su vida y sus escritos. Los informes fueron a su vez estudiados y finalmente aprobados por la Congregación para la Causa de los Santos en 1989.
Ese año, el Papa Juan Pablo II proclamó a Annunciata como “Venerable”, reconociendo que su vida había sido una vida cristiana modelo y que había vivido heroicamente las virtudes teologales: fe, esperanza y caridad y las virtudes cardinales: prudencia, justicia, fortaleza y templanza.
¿Qué se necesitaba para la beatificación? Mostrar que ya era una intercesora por nosotros ante Dios. El milagro presentado fue la curación de una niña de 13 años, Bortolina Milesi, que tenía una enfermedad intestinal que la habría llevado a la muerte de no ser por la intercesión de Annunciata. Después de las investigaciones e informes correspondientes, en 1990 Juan Pablo II aprobó como genuino el milagro. Y así fue fijada la beatificación de Annunciata Coccheti en la Basílica de San Pedro, para el 21 de abril de 1991, hace 25 años.

Una vida santa

Ahora, ¿qué es lo que hace de la vida de Annunciata no sólo una vida santa, sino una vida que la Iglesia nos quiere proponer como modelo?
Yo he leído un poquito de su vida, lo que está en el libro “El Evangelio de Annunciata” que muchos de ustedes conocen.
Lo primero que a uno le llama la atención es que quedó huérfana a los siete años. Primero murió su madre y casi en seguida su padre, que era soldado de Napoleón. (Ella había nacido en 1800). También habían muerto, chiquitos, tres hermanos. Quedan ella y dos hermanos. Uno se puede imaginar ahí mucho sufrimiento. Pero no es el sufrimiento lo que nos hace santos, sino la forma en que pasamos por el sufrimiento, la manera en que lo llevamos, o la forma en que nos marca. Algunas personas se endurecen (el corazón de piedra). No fue eso lo que le pasó a Annunciata. Nos vamos a ir encontrando una persona llena de amor y de compasión.
Esa compasión y amor se empieza a manifestar hacia las niñas pobres. A los 17 años la vemos convirtiendo la casa de su abuela, con la que vivía, en una escuela para niñas pobres. Ahí empieza a manifestarse una vocación. Podríamos decir, hablando humanamente, “una vocación de maestra”; y va a ser así; pero va a ser mucho más. No es sólo una vocación por enseñar. Es una vocación por amar enseñando. “Enseñar al que no sabe” una de las obras de misericordia espirituales.
Se forma para eso, pero a los 23 años hay algo que le va a dar un giro a su vida. Su abuela muere. ¡Otro dolor! Y se va con su tío, que vivía en Milán. Ahí estaban sus hermanos, que habían ido con el tío a la muerte de los padres. El tío tiene lo que llamaríamos “una buena posición” y quiere que sus sobrinos disfruten de todo eso. Annunciata conoce otra vida, la vida de la gran ciudad, el arte, los conciertos, la ópera,  la elegancia, “el glamour”, como se dice ahora, de aquella sociedad. Por eso, es lindo recordar cómo una noche en que estaba invitada a una función de gala en el famoso Scala de Milán, ella hace su valija, deja una cartita sobre la mesa de su cuarto, y se va para Cemmo, allí donde puede seguir esa vocación, que ya es un llamado de Dios. Y todos aquellos vestidos tan lindos que tenía, se los lleva… y tiempo después se convierten en vestidos de ángeles, de reyes magos, de la Virgen, en los pesebres vivientes.
A veces no es fácil encontrar la voluntad de Dios; pero hay personas que nos van ayudando. Annunciata conoce a un hombre que hoy es también beato: el Padre Lucas Passi. El Padre Passi está tratando de fundar una congregación de mujeres para enseñar. Annunciata habla con él, y mantienen contacto hasta que él muere. Incluso hay un momento en que Annunciata con una compañera viajan a Venecia, donde él está trabajando y empiezan la congregación que él quiere fundar. Pero la compañera muere y Annunciata regresa. Finalmente va a encontrar dos compañeras que quieren lo mismo que ella y en 1843, las tres hacen sus votos y nacen las Hermanas de Santa Dorotea de Cemmo. Así fue Annunciata encontrando la voluntad de Dios para su vida, y así empezó a hacer esa voluntad. Eso es santidad.
Yo estuve en Cemmo. Es chiquito. Allí están los lugares donde pasó Annunciata enseñando, formando a sus hermanas, dirigiendo la congregación, que se iba extendiendo. Ahí está todavía el muro donde dejaba siempre pan que algún pobre se llevaba. Allí vivió sus últimos años, ciega, pero viendo interiormente, profundamente, porque se dejó alumbrar por la luz de Cristo.
Por todo eso damos gracias al Señor por su vida, nos confiamos a su intercesión y le pedimos que nos ayude, como maestra, a encontrar nuestro propio camino a la santidad. Que así sea.
+ Heriberto

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