sábado, 13 de mayo de 2017

Capilla Nuestra Señora de Fátima, Villa Isidoro Noblía. Fiesta patronal en el Centenario de las apariciones.





Lectura del Libro del Apocalipsis (11,19a; 12,1-6a.10ab)
Se abrió en el cielo el santuario de Dios
y en su santuario apareció el arca de su alianza.
Después apareció una figura portentosa en el cielo:
Una mujer vestida de sol,
la luna por pedestal,
coronada con doce estrellas.
Apareció otra señal en el cielo:
Un enorme dragón rojo,
con siete cabezas y diez cuernos
y siete diademas en las cabezas.
Con la cola barrió del cielo un tercio de las estrellas,
arrojándolas a la tierra.
El dragón estaba enfrente de la mujer que iba a dar a luz,
dispuesto a tragarse el niño en cuanto naciera.
Dio a luz un varón,
destinado a gobernar con vara de hierro a los pueblos.
Arrebataron al niño y lo llevaron junto al trono de Dios.
La mujer huyó al desierto,
donde tiene un lugar reservado por Dios.
Se oyó una gran voz en el cielo:
«Ahora se estableció la salud y el poderío,
y el reinado de nuestro Dios,
y la potestad de su Cristo».
Palabra de Dios.

Salmo Responsorial (Salmo 45,11-12.14-15.16-17)

R: Escucha e inclínate delante de tu Señor

¡Escucha, hija mía, mira y presta atención!
Olvida tu pueblo y tu casa paterna,
y el rey se prendará de tu hermosura.
Él es tu señor: inclínate ante él. R.

Embellecida con corales engarzados en oro
y vestida de brocado, es llevada hasta el rey.
Las vírgenes van detrás, sus compañeras la guían. R.

Con gozo y alegría entran al palacio real.
Tus hijos ocuparán el lugar de tus padres,
y los pondrás como príncipes por toda la tierra. R.

Lectura X del Santo Evangelio según San Juan (19:25-27)
Junto a la cruz de Jesús estaban su madre
y la hermana de su madre, María, mujer de Clopás,
y María Magdalena.
Jesús, viendo a su madre
y junto a ella al discípulo a quien amaba,
dice a su madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo.»
Luego dice al discípulo:
«Ahí tienes a tu madre.»
Y desde aquella hora
el discípulo la recibió en su casa.
Palabra del Señor.

Homilía


Esta mañana, en la Misa de su peregrinación al Santuario de Fátima en Portugal, donde canonizó a los dos hermanitos Joaquina y Francisco Martos, dos de los tres videntes de la aparición, el Papa Francisco comenzó su homilía citando el libro del Apocalipsis, esta primera lectura que hemos escuchado.

Días atrás, preparándome para esta celebración, meditando en los mensajes de la Virgen hace cien años, yo también me acordaba del libro del Apocalipsis. He recordado como, cuando era niño, sentí muchísimo miedo cuando me encontré con esas páginas que anunciaban terribles catástrofes, pestes, guerras… leía un poquito, fascinado por esas imágenes, pero luego dejaba, asustado.

Necesité mucho tiempo para descubrir que el libro del Apocalipsis, una palabra que se ha convertido en sinónimo de “catástrofe”, pero que en realidad significa “revelación” era, ante todo, un libro de consuelo.

El Apocalipsis está dirigido a una comunidad cristiana perseguida, que ve el suelo regarse con la sangre de sus hermanos y hermanas, la sangre de los mártires. Los signos aterradores, el “dragón rojo” expresan realidades que van a ser derrotadas por el poder de Dios. El poder de Dios manifestado a través de muchos signos que reavivan la esperanza de los fieles.

De la misma manera, los mensajes, sobre todo los tres secretos, recibidos por los tres pastorcitos han suscitado también mucha inquietud, perturbación y temor. Es necesario que los sepamos leer también en clave de consuelo. Fueron escritos en un siglo que conoció grandes horrores, a través de dos guerras mundiales. Un siglo en el que el hombre creó y utilizó la terrible “espada de fuego” de las armas nucleares.

Uno de los signos de consuelo que aparecen sobre el telón de fondo de la locura de la autodestrucción humana es “la mujer vestida de luz”. María, envuelta en la luz del amor de Dios. El Papa Francisco ha remarcado ese signo del manto luminoso de la Virgen, que ha acompañado la visión de los tres pastorcitos y que vuelve a aparecer en el tercer mensaje como un signo de la misericordia de Dios manifestada a través de la Madre de su Hijo, nuestra Madre.

“Tenemos una Madre” ha dicho, sencillamente, Francisco, comentando las palabras de Jesús en el Evangelio según San Juan: “Aquí tienes a tu madre”. Tenemos una Madre, repetimos nosotros, convocados hoy por María. Ante todo, María, la Virgen madre del Señor, antes que cualquiera de las advocaciones con las que hoy la adornamos: desde Guadalupe, como originalmente iba a llamarse esta capilla, según refiere Mons. Cáceres, hasta Fátima, como efectivamente quedó y hace que estemos aquí este 13 de mayo.

“Tenemos una Madre” y venimos ante ella como peregrinos. Ella nos envuelve en su manto de luz. Ella nos conduce a Jesús, porque esa es su misión: llevarnos a su Hijo, llevarnos a escuchar su Palabra y a vivir y poner en práctica esa Palabra del Señor.
Llevarnos a Jesús es el profundo significado del anunciado triunfo del Inmaculado Corazón de María.

Vamos a detenernos en ese aspecto clave del mensaje de Fátima: “Mi corazón inmaculado triunfará”. Vamos a ir despacito para entender qué significa esto.

En primer lugar ¿qué es el corazón? En el lenguaje de la Biblia, el corazón significa el centro de la existencia humana. Es el lugar donde confluyen la razón, los sentimientos, la voluntad, el temperamento. Es allí donde la persona encuentra su unidad y construye la orientación interior que se expresa en su vida. De ahí sale que una persona sea “de buen corazón” o “de mala entraña”.

En segundo lugar ¿Qué significa corazón inmaculado? “Inmaculado” quiere decir, “sin mancha”. El corazón completamente limpio. No puede ser de otra manera el corazón de María, a la que llamamos “la Inmaculada”, “la purísima”. Ella fue concebida sin la mancha del pecado original, es decir, sin esa inclinación al mal que traemos en nuestro corazón desde el momento en que somos concebidos. María fue preservada del pecado original para ser la Madre del Hijo de Dios. Entonces, la inmaculada no puede sino tener un “corazón inmaculado”, un corazón limpio.

Jesús nos habla del corazón limpio cuando nos dice “Felices los limpios de corazón porque ellos verán a Dios” (Mateo 5,8). El corazón limpio (en María el corazón inmaculado) es el corazón que ha alcanzado una perfecta unidad interior. Es el corazón donde todo se orienta hacia Dios y por eso “ve a Dios”, como indica la bienaventuranza.

Precisamente porque el corazón de María está todo él orientado hacia Dios, Ella puede decir:
“He aquí la esclava del Señor: hágase en mí según tu palabra” (Lucas 1,38).
“Hágase”, “Fiat”, son el “Sí” de María. Ese “sí” se convierte en la palabra más importante que haya salido de ninguna persona humana en toda la historia. Es la palabra que hace posible la Encarnación y la Redención, por la presencia en el mundo del Dios-con-nosotros, de nuestro Señor Jesucristo.
El “Sí” a la voluntad de Dios que nace del corazón de María no es sólo el “Sí” de ese momento. Es el “Sí” a Dios de toda su vida. Es el “Sí” que anima toda la existencia de María.

La devoción al Inmaculado Corazón de María supone ante todo, ponernos en sintonía con esa actitud de Ella: darle nuestro “Sí” a Dios, un Sí que mueva, que enfoque toda nuestra vida hacia Él. Es un SÍ que nosotros quisiéramos dar completamente, pero en el que siempre nos encontraremos con nuestra fragilidad, con nuestras fallas, con nuestros pecados que enturbian y dividen nuestro corazón. Pero “Tenemos una Madre”. Tenemos en ella la Madre que sigue acompañándonos, animándonos, educándonos, llevándonos a Jesús, a su Palabra, a la Reconciliación, a la Eucaristía, para que nuestra vida se pueda unir cada día más a Él.

Finalmente, en tercer lugar, el anuncio del triunfo: “Mi Inmaculado Corazón triunfará”. Yo no puedo explicar esto mejor que como lo hizo hace años el entonces Cardenal Ratzinger, hoy Papa emérito Benedicto XVI, así que les dejo ahora sus palabras:

«Mi Corazón Inmaculado triunfará». ¿Qué quiere decir esto?
Que el corazón abierto a Dios, purificado por la contemplación de Dios, es más fuerte que los fusiles y que cualquier tipo de arma.
El fiat de María, la palabra de su corazón, ha cambiado la historia del mundo, porque ella ha introducido en el mundo al Salvador, porque gracias a este «sí» Dios pudo hacerse hombre en nuestro mundo y así permanece ahora y para siempre.
El maligno tiene poder en este mundo, lo vemos y lo experimentamos continuamente; él tiene poder porque nuestra libertad se deja alejar continuamente de Dios.
Pero desde que Dios mismo tiene un corazón humano y de ese modo ha dirigido la libertad del hombre hacia el bien, hacia Dios, la libertad hacia el mal ya no tiene la última palabra.
Desde aquel momento cobran todo su valor las palabras de Jesús: «ustedes padecerán tribulaciones en el mundo, pero tengan confianza; yo he vencido al mundo» (Jn 16,33). El mensaje de Fátima –concluye el Cardenal- nos invita a confiar en esta promesa.

Volvamos ahora, para terminar, a las palabras de Francisco: “Tenemos una Madre”. Con confianza, acerquémonos a ella e imploremos junto al Santo Padre:

¡Salve, vida y dulzura, salve, esperanza nuestra,
Oh Virgen Peregrina, oh Reina Universal!

Desde lo más profundo de tu ser, desde tu Inmaculado Corazón,
mira los gozos del ser humano cuando peregrina hacia la Patria Celeste.

Desde lo más profundo de tu ser, desde tu Inmaculado Corazón,
mira los dolores de la familia humana que gime y llora en este valle de lágrimas.

Desde lo más íntimo de tu ser, desde tu Inmaculado Corazón,
adórnanos con el fulgor de las joyas de tu corona
y haznos peregrinos como tú fuiste peregrina.

Con tu sonrisa virginal, acrecienta la alegría de la Iglesia de Cristo.
Con tu mirada de dulzura, fortalece la esperanza de los hijos de Dios.
Con tus manos orantes que elevas al Señor,
une a todos en una única familia humana. Amén.

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