Lectura del Libro del Apocalipsis (11,19a; 12,1-6a.10ab)
Se
abrió en el cielo el santuario de Dios
y en
su santuario apareció el arca de su alianza.
Después
apareció una figura portentosa en el cielo:
Una
mujer vestida de sol,
la
luna por pedestal,
coronada
con doce estrellas.
Apareció
otra señal en el cielo:
Un
enorme dragón rojo,
con
siete cabezas y diez cuernos
y
siete diademas en las cabezas.
Con
la cola barrió del cielo un tercio de las estrellas,
arrojándolas
a la tierra.
El
dragón estaba enfrente de la mujer que iba a dar a luz,
dispuesto
a tragarse el niño en cuanto naciera.
Dio a
luz un varón,
destinado
a gobernar con vara de hierro a los pueblos.
Arrebataron
al niño y lo llevaron junto al trono de Dios.
La
mujer huyó al desierto,
donde
tiene un lugar reservado por Dios.
Se
oyó una gran voz en el cielo:
«Ahora
se estableció la salud y el poderío,
y el
reinado de nuestro Dios,
y la
potestad de su Cristo».
Palabra
de Dios.
Salmo Responsorial (Salmo 45,11-12.14-15.16-17)
R: Escucha e
inclínate delante de tu Señor
¡Escucha, hija mía, mira y
presta atención!
Olvida tu pueblo y tu casa
paterna,
y el rey se prendará de tu
hermosura.
Él es tu señor: inclínate
ante él. R.
Embellecida con corales
engarzados en oro
y vestida de brocado, es
llevada hasta el rey.
Las vírgenes van detrás, sus
compañeras la guían. R.
Con gozo y alegría entran al
palacio real.
Tus hijos ocuparán el lugar
de tus padres,
y los pondrás como príncipes
por toda la tierra. R.
Lectura X del Santo Evangelio según San Juan (19:25-27)
Junto
a la cruz de Jesús estaban su madre
y la
hermana de su madre, María, mujer de Clopás,
y
María Magdalena.
Jesús,
viendo a su madre
y
junto a ella al discípulo a quien amaba,
dice
a su madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo.»
Luego
dice al discípulo:
«Ahí
tienes a tu madre.»
Y
desde aquella hora
el
discípulo la recibió en su casa.
Palabra del Señor.
Homilía
Esta mañana, en la Misa de su
peregrinación al Santuario de Fátima en Portugal, donde canonizó a los dos
hermanitos Joaquina y Francisco Martos, dos de los tres videntes de la
aparición, el Papa Francisco comenzó su homilía citando el libro del
Apocalipsis, esta primera lectura que hemos escuchado.
Días atrás, preparándome para
esta celebración, meditando en los mensajes de la Virgen hace cien años, yo
también me acordaba del libro del Apocalipsis. He recordado como, cuando era
niño, sentí muchísimo miedo cuando me encontré con esas páginas que anunciaban
terribles catástrofes, pestes, guerras… leía un poquito, fascinado por esas
imágenes, pero luego dejaba, asustado.
Necesité mucho tiempo para
descubrir que el libro del Apocalipsis, una palabra que se ha convertido en
sinónimo de “catástrofe”, pero que en realidad significa “revelación” era, ante
todo, un libro de consuelo.
El Apocalipsis está dirigido
a una comunidad cristiana perseguida, que ve el suelo regarse con la sangre de
sus hermanos y hermanas, la sangre de los mártires. Los signos aterradores, el
“dragón rojo” expresan realidades que van a ser derrotadas por el poder de Dios.
El poder de Dios manifestado a través de muchos signos que reavivan la
esperanza de los fieles.
De la misma manera, los
mensajes, sobre todo los tres secretos, recibidos por los tres pastorcitos han
suscitado también mucha inquietud, perturbación y temor. Es necesario que los
sepamos leer también en clave de consuelo. Fueron escritos en un siglo que
conoció grandes horrores, a través de dos guerras mundiales. Un siglo en el que
el hombre creó y utilizó la terrible “espada de fuego” de las armas nucleares.
Uno de los signos de consuelo
que aparecen sobre el telón de fondo de la locura de la autodestrucción humana
es “la mujer vestida de luz”. María, envuelta en la luz del amor de Dios. El
Papa Francisco ha remarcado ese signo del manto luminoso de la Virgen, que ha
acompañado la visión de los tres pastorcitos y que vuelve a aparecer en el
tercer mensaje como un signo de la misericordia de Dios manifestada a
través de la Madre de su Hijo, nuestra Madre.
“Tenemos una Madre” ha dicho,
sencillamente, Francisco, comentando las palabras de Jesús en el Evangelio
según San Juan: “Aquí tienes a tu madre”. Tenemos una Madre, repetimos
nosotros, convocados hoy por María. Ante todo, María, la Virgen madre del
Señor, antes que cualquiera de las advocaciones con las que hoy la adornamos:
desde Guadalupe, como originalmente iba a llamarse esta capilla, según refiere
Mons. Cáceres, hasta Fátima, como efectivamente quedó y hace que estemos aquí
este 13 de mayo.
“Tenemos una Madre” y venimos
ante ella como peregrinos. Ella nos envuelve en su manto de luz. Ella nos
conduce a Jesús, porque esa es su misión: llevarnos a su Hijo, llevarnos a
escuchar su Palabra y a vivir y poner en práctica esa Palabra del Señor.
Llevarnos a Jesús es el
profundo significado del anunciado triunfo del Inmaculado Corazón de María.
Vamos a detenernos en ese
aspecto clave del mensaje de Fátima: “Mi corazón inmaculado triunfará”. Vamos a ir despacito para
entender qué significa esto.
En primer lugar ¿qué es el
corazón? En el lenguaje de la Biblia, el corazón significa el centro de la
existencia humana. Es el lugar donde confluyen la razón, los sentimientos, la
voluntad, el temperamento. Es allí donde la persona encuentra su unidad y
construye la orientación interior que se expresa en su vida. De ahí sale que
una persona sea “de buen corazón” o “de mala entraña”.
En segundo lugar ¿Qué
significa corazón inmaculado? “Inmaculado” quiere decir, “sin mancha”.
El corazón completamente limpio. No puede ser de otra manera el corazón de
María, a la que llamamos “la Inmaculada”, “la purísima”. Ella fue concebida sin
la mancha del pecado original, es decir, sin esa inclinación al mal que traemos
en nuestro corazón desde el momento en que somos concebidos. María fue
preservada del pecado original para ser la Madre del Hijo de Dios. Entonces, la
inmaculada no puede sino tener un “corazón inmaculado”, un corazón limpio.
Jesús nos habla del corazón
limpio cuando nos dice “Felices los limpios de corazón porque ellos verán a
Dios” (Mateo 5,8). El corazón limpio (en María el corazón inmaculado) es el
corazón que ha alcanzado una perfecta unidad interior. Es el corazón donde todo
se orienta hacia Dios y por eso “ve a Dios”, como indica la bienaventuranza.
Precisamente porque el
corazón de María está todo él orientado hacia Dios, Ella puede decir:
“He aquí la esclava del Señor: hágase en mí
según tu palabra” (Lucas 1,38).
“Hágase”, “Fiat”, son el “Sí”
de María. Ese “sí” se convierte en la palabra más importante que haya salido de
ninguna persona humana en toda la historia. Es la palabra que hace posible la
Encarnación y la Redención, por la presencia en el mundo del Dios-con-nosotros,
de nuestro Señor Jesucristo.
El “Sí” a la voluntad de Dios
que nace del corazón de María no es sólo el “Sí” de ese momento. Es el “Sí” a
Dios de toda su vida. Es el “Sí” que anima toda la existencia de María.
La devoción al Inmaculado
Corazón de María supone ante todo, ponernos en sintonía con esa actitud de
Ella: darle nuestro “Sí” a Dios, un Sí que mueva, que enfoque toda nuestra vida
hacia Él. Es un SÍ que nosotros quisiéramos dar completamente, pero en el que
siempre nos encontraremos con nuestra fragilidad, con nuestras fallas, con
nuestros pecados que enturbian y dividen nuestro corazón. Pero “Tenemos una
Madre”. Tenemos en ella la Madre que sigue acompañándonos, animándonos,
educándonos, llevándonos a Jesús, a su Palabra, a la Reconciliación, a la
Eucaristía, para que nuestra vida se pueda unir cada día más a Él.
Finalmente, en tercer lugar, el
anuncio del triunfo: “Mi Inmaculado Corazón triunfará”. Yo no puedo explicar
esto mejor que como lo hizo hace años el entonces Cardenal Ratzinger, hoy Papa
emérito Benedicto XVI, así que les dejo ahora sus palabras:
«Mi Corazón Inmaculado triunfará». ¿Qué quiere decir
esto?
Que el corazón abierto a Dios, purificado por la
contemplación de Dios, es más fuerte que los fusiles y que cualquier tipo de
arma.
El fiat de María, la palabra de su corazón, ha
cambiado la historia del mundo, porque ella ha introducido en el mundo al
Salvador, porque gracias a este «sí» Dios pudo hacerse hombre en nuestro mundo
y así permanece ahora y para siempre.
El maligno tiene poder en este mundo, lo vemos y lo
experimentamos continuamente; él tiene poder porque nuestra libertad se deja
alejar continuamente de Dios.
Pero desde que Dios mismo tiene un corazón humano y de
ese modo ha dirigido la libertad del hombre hacia el bien, hacia Dios, la
libertad hacia el mal ya no tiene la última palabra.
Desde aquel momento cobran todo su valor las palabras
de Jesús: «ustedes padecerán tribulaciones en el mundo, pero tengan confianza;
yo he vencido al mundo» (Jn 16,33). El mensaje de Fátima –concluye el Cardenal-
nos invita a confiar en esta promesa.
Volvamos ahora, para
terminar, a las palabras de Francisco: “Tenemos una Madre”. Con confianza,
acerquémonos a ella e imploremos junto al Santo Padre:
¡Salve, vida y dulzura, salve,
esperanza nuestra,
Oh Virgen Peregrina, oh Reina
Universal!
Desde lo más profundo de tu
ser, desde tu Inmaculado Corazón,
mira los gozos del ser humano
cuando peregrina hacia la Patria Celeste.
Desde lo más profundo de tu
ser, desde tu Inmaculado Corazón,
mira los dolores de la
familia humana que gime y llora en este valle de lágrimas.
Desde lo más íntimo de tu
ser, desde tu Inmaculado Corazón,
adórnanos con el fulgor de
las joyas de tu corona
y haznos peregrinos como tú
fuiste peregrina.
Con tu sonrisa virginal, acrecienta
la alegría de la Iglesia de Cristo.
Con tu mirada de dulzura, fortalece
la esperanza de los hijos de Dios.
Con tus manos orantes que
elevas al Señor,
une a todos en una única
familia humana. Amén.
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