La parábola del hijo pródigo es tal vez la más conocida del Evangelio.
Lo curioso es que mucha gente no sabe exactamente qué quiere decir pródigo.
Hace tiempo, yo mismo pensaba que tenía que ver con esa vuelta del hijo a la casa del padre, con haber tenido el coraje de volver, con arrepentimiento y humildad, después de haberse ido de aquella manera, pidiendo su parte de la herencia, como si su padre se hubiera muerto.
Pero un día, el diccionario me sacó del error. Pródigo es la persona “que desperdicia y consume su hacienda en gastos inútiles, sin medida ni razón.” O sea, el hijo pródigo lo fue en esa primera etapa, en la que gastó todo lo que se había llevado.
El diccionario, también, le da un sentido positivo a la palabra, y de esa forma hablamos de Naturaleza pródiga, es decir “que tiene o produce gran cantidad de algo”.
Pero nuestra parábola de hoy no es el hijo pródigo. Es la parábola del sembrador, y podríamos llamarla del “sembrador pródigo”
Sembrador pródigo, porque ¡hay que ver como este hombre echa la semilla!
Todo el que siembra sabe lo que cuesta… pero a éste parece no importarle:
«El sembrador salió a sembrar. Al esparcir las semillas, algunas cayeron al borde del camino y los pájaros las comieron. Otras cayeron en terreno pedregoso, donde no había mucha tierra, y brotaron en seguida, porque la tierra era poco profunda; pero cuando salió el sol, se quemaron y, por falta de raíz, se secaron. Otras cayeron entre espinas, y éstas, al crecer, las ahogaron. Otras cayeron en tierra buena y dieron fruto: unas cien, otras sesenta, otras treinta. ¡El que tenga oídos, que oiga!»
Así es. El sembrador va lanzando la semilla por lugares donde ya se puede ver que no va a funcionar, pero siembra igualmente.
En realidad, más que pródigo o derrochón, este sembrador es generoso.
Porque es el mismo Jesús el que siembra.
La semilla es la Palabra de Dios, que encuentra diferentes terrenos.
A veces cae en tierra buena y germina, a veces cae en terrenos malos, y entonces no. Se pierde.
Cuando Jesús comienza su misión, al poco tiempo lo sigue mucha gente. En algunos momentos hasta tiene que retirarse con sus discípulos “porque era tanta la gente que iba y venía que no tenían tiempo ni para comer”. A la gente le gusta lo que dice Jesús, se llenan de admiración; su poder sanador atrae muchísima gente, le llevan sus enfermos…
Pero, poco a poco, algunos se van dando cuenta de que seguir a Jesús tiene exigencias. En el programa pasado hablamos de la cruz… Jesús tiene una propuesta de vida. Seguirlo supone desprendimientos profundos… no renunciar a esto o a aquello, sino un desprendimiento de sí mismo, del propio egoísmo, para abrirse al amor a Dios y al prójimo en verdad, en profundidad.
Llega un momento en que una multitud abandona a Jesús y Él llega a preguntarles a sus discípulos “¿también ustedes quieren marcharse?”. Entonces Pedro responde: “Señor ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna”. La semilla, la Palabra de Dios, encontró tierra buena.
Por eso Jesús sigue sembrando, con el realismo y la confianza de un campesino de Galilea. Todo aquel que sembraba sabía que una parte de lo sembrado se perdería, en aquellos terrenos tan desiguales. Pero no dejaba de sembrar: lo importante era la cosecha que se obtendría.
Prestemos atención al final de la parábola. Allí se nos dan datos del rendimiento de lo que cayó en tierra buena.
Vamos a mirar algunos datos de la siembra y el rendimiento del trigo en el Uruguay, para poder entender mejor el final de la parábola.
Hoy en día se trata de sembrar de forma inteligente: no tanta semilla, sino semilla bien distribuida. Si con menos cantidad, por lo tanto menos kilos de semilla, sacamos una cosecha mayor, el rendimiento es grande.
Pero como acá estamos con un sembrador “pródigo”, vamos a ver cómo le iría en el Uruguay.
En Uruguay, una siembra exagerada, como la de nuestro “sembrador pródigo”, sería sembrar unas 400 semillas por metro cuadrado. Muchísimo. Suponiendo que sean semillas grandes, de unos 40 gramos, eso daría 160 kilos por hectárea.
¿Qué rendimiento se puede esperar?
A comienzos de los años 60, se sacaba menos de 1.000 kilos por hectárea. (Aunque no sé cuánta semilla se sembraba). Hoy en día un rendimiento normal son 3.500 kilos por hectárea.
Si ésa fuera nuestra cosecha de 160 kilos de semilla, eso nos daría un rendimiento de 22 por 1.
22 kilos de grano de trigo por cada kilo de semilla.
Vamos ahora a un rendimiento que se considera excepcional: 4.500 kilos por hectárea.
Si esa fuera nuestra cosecha, siempre con 160 kilos sembrados, estaríamos en el 28 por 1.
¿Y cuál es el rinde del sembrador pródigo? Jesús nos dice que es variado.
Otras semillas “cayeron en tierra buena y dieron fruto:
unas cien, otras sesenta, otras treinta.”
Cien por uno, es un rendimiento impresionante. Si lo sembrado hubiera sido 160 kg, sería una cosecha de 16.000 kg por hectárea.
El sesenta por uno sería 9.600 kg.
Y lo menor que se recogió, el 30 por uno, serían 4.800 kg por hectárea. Estaríamos en un rendimiento excepcional…
Los rindes de que habla Jesús están por afuera de cualquier estadística de producción. Mucho más si pensamos en un agricultor de Galilea de hace 2.000 años.
Lo que Jesús quiere trasmitir es su fe inquebrantable en que el proyecto de Dios no fracasará. No hay que ceder al desaliento. Hay que seguir sembrando. Al final habrá cosecha abundante. Lo importante es la cosecha final. No faltan obstáculos y resistencias, pero la fuerza de Dios dará su fruto. Por eso, seguir sembrando. Generosamente.
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