miércoles, 19 de julio de 2017

Grano de mostaza, puñado de levadura... la fuerza de lo pequeño (Mateo 13,24-43). Domingo XVI durante el año.




«El Reino de los Cielos se parece a un grano de mostaza que un hombre sembró en su campo. En realidad, esta es la más pequeña de las semillas, pero cuando crece es la más grande de las hortalizas y se convierte en un arbusto, de tal manera que los pájaros del cielo van a cobijarse en sus ramas». (Mateo 13,31-32)
El grano de mostaza es, efectivamente, pequeño. Más pequeño, por supuesto, que un grano de maíz o aún que un grano de trigo chico. Mide entre 1 y 2 milímetros.

Jesús nos trasmite su propia admiración ante el potencial de esa pequeña semilla de la que, sin embargo, nace un arbusto grande. No un árbol, pero si un arbusto lo suficientemente frondoso para que las aves del cielo hagan en él sus nidos.

También dice Jesús:
«El Reino de los Cielos se parece a un poco de levadura que una mujer mezcla con gran cantidad de harina, hasta que fermenta toda la masa.» (Mateo 13,33)
Todo esto para decirnos cómo cosas pequeñas pueden ser el comienzo de transformaciones grandes.
Jesús ve esto mirando el camino de fe de su pueblo… El Pueblo de Dios, el pueblo que Dios eligió y fue formando a lo largo de siglos comenzó con una pareja: Abraham, “el padre de los creyentes” y su esposa Sara. No era una pareja de jóvenes esposos: al contrario. Mayores los dos y sin hijos. Pero creyeron en la promesa de Dios: tendrían una numerosa descendencia. La Carta a los Hebreos lo resume de esta forma:
“Por la fe, también Sara recibió, aun fuera de la edad apropiada, vigor para ser madre, pues tuvo como digno de fe al que se lo prometía. Por lo cual también de uno solo y ya gastado [Abraham] nacieron hijos, numerosos como las estrellas del cielo, incontables como las arenas de las orillas del mar.” (Hebreos 11,11-12)
La fuerza de lo pequeño no viene de la pequeñez en sí, de la insignificancia de las cantidades, sino de lo que hay dentro. La semilla de mostaza produce la planta grande, porque todo lo que se desarrollará ya está allí, en potencia, dentro del grano. El puñado de levadura actuará porque tiene esa capacidad… no tendrá el mismo efecto una pequeña cantidad de otra sustancia, que tal vez arruine lo que se cocina. La fuerza de Abraham y Sara está en su fe. Creyeron en la promesa de Dios. Fueron padres de un gran Pueblo.

Siglos después, el gran Pueblo se desarma… los hombres abandonan a su Dios, rompen la alianza, son invadidos, conquistados, se dispersan… muchos pierden la fe, se mezclan con otros pueblos, adoran otros dioses… pero queda “un pequeño resto”, un resto fiel. Con ellos Dios volverá a empezar desde lo pequeño.

“Un resto volverá, el resto de Jacob, al Dios poderoso” anuncia el profeta Isaías. (Isaías 20,21)
En ese “pequeño resto” que se mantiene fiel en la fe, que confía en las promesas de Dios, que espera la llegada del Mesías, tenemos que ubicar a una jovencita de Nazaret comprometida con un hombre llamado José… María reconoce que Dios “ha puesto sus ojos en la pequeñez de su esclava” (Lucas 1,48).

El Sí de María al proyecto de Dios hace posible que el Hijo de Dios se forme dentro de ella y ella lo dé a luz. Ese Sí ha sido preparado por la esperanza, sostenida a lo largo de siglos, por aquellos que no abandonaron la fe.

Jesús mismo comienza formando un pequeño grupo. Reúne a los Doce de a poco, partiendo de aquellos cuatro pescadores: Pedro y Andrés, Santiago y Juan. Los cuatro llamados a ser “pescadores de hombres”. A ellos se agregan los que completan el número de Doce.

Después, cuando la palabra y las obras de Jesús convocan multitudes: “5.000 hombres, sin contar las mujeres y los niños” (Mt 14,21), Jesús hace formar grupos “de a cien y de a cincuenta” (Mc 6,40). El grupo más pequeño acerca a las personas. Hace que se conozcan o aún que se reconozcan, encontrando conocidos comunes, parentescos… se crea cercanía, se establecen vínculos… la comunidad grande se va haciendo “un edificio bien trabado” donde es posible el trato fraterno.

Los grandes encuentros católicos como las Jornadas Mundiales de la Juventud, la multitud que se hace presente en las audiencias generales del Papa cada miércoles, las misas multitudinarias como la que hace 30 años tuvimos en Tres Cruces con san Juan Pablo II, nos hacen bien, pero no dejan de ser momentos extraordinarios.

Lo pequeño no es sólo comienzo… los grupos, las pequeñas comunidades: (comunidades eclesiales de base, grupos de cursillistas, grupos bíblicos, grupos de oración) son necesarios para sostener la fe, encender la esperanza, animar la caridad.
Son necesarios para que crezca en la Iglesia la vida fraterna, la vida de oración, el servicio, la misión.
Pero la fuerza de esos pequeños grupos para ser grano de mostaza o levadura en la masa no está en ningún otro lugar que no sea el mismo Jesucristo vivo.

En otro lugar del Evangelio, Jesús vuelve a hablar del grano de mostaza, como imagen de una fe que mueve montañas:
“Les aseguro que si tienen fe tan pequeña como un grano de mostaza, podrán decirle a esta montaña: “Trasládate de aquí para allá”, y se trasladará. Para ustedes nada será imposible. (Mateo 17,20)
Esa palabra de Jesús inspira esta canción:

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